20. März 2013

Volver a Cocha / Zurück in Cocha




Lectores, ojo, parece que este blog se corta en la mitad del texto sobre la mani campesina. Pero no! Debajo de la última foto pone"Weitere Informationen", y con un click sale todo lo demas.

Liebe Leser, dieser Blog scheint mitten im spanischen Text abzubrechen, aber unter dem letzten Foto steht "Weitere Informationen" und mit einem Click kommt der ganze Rest, inklusive des deutschen Textes!

Volver a Cocha



Volver a Cocha es como volver a casa. Lo cierto es que no me ha costado ni un poco despedirme de Julio, Cristina y Critóbal. Su trato ha sido correctísimo, amable, sobre todo profesional: ni una palabra de más, ni un salirse ni un ápice de la norma. Ellos, en cambio, sí parecían un poco conmovidos al decirnos adios en el taxi. Quizás sea cuestión de mentalidad o de idiosincrasia.

El taxi nos deja en una barraca del sindicato del transporte a Cocha. Imposible entender como funcionan estas organizaciones. Al lado de la vendedora de billetes, una señora reparte comida a los sindicados (no me atrevo a preguntar si es para todos, no sea que tenga que comprarme y cemerme el cocido), algunos sindicados discuten sentados algo sobre una reunión próxima, tampoco logramos saber si el vehículo pertenece al chófer o al sindicato... Por fin nos montamos en una furgoneta en la que cabemos 8 personas más el conductor. Por 15 Bobs por cabeza nos llevará con maletas, apretaditos pero cómodos, a Cochabamba, distante a 160 km, una hora más rápido que cualquier autobús. Me toca sentarme en „el sector tres“ como decía aquella amiga innombrable, entre Sabine y Andrea. Andrea es joven, trabamos conversación y me cuenta que ha venido a Villa Tunari para visitar a un tío suyo, que la zona le gusta mucho, pero que en invierno hace un frío que traspasa los huesos, lo sabe porque ha trabajado en las obras de la carretera y en un hotel. Al llegar al alto, me explica cuáles son los cultivos de maiz, de papa, de quinoa, de oca, de habas... y me cansa un poco. Debe notarlo, porque entonces intenta llamar a su hermano y resulta que „le falta crédito“. Quedarse sin crédito en el „celular“ es una frase que se oye a menudo en la calle y que da una idea de la frágil economía de muchos bolivianos. Le pido a Sabine el nuestro, al que sólo hemos cargado los 50 Bobs iniciales y se lo paso, advirtiéndole que tampoco sé si tiene crédito suficiente. Pi-pi-pi...  teclea: ¡Pero si tiene muchísimo!, exclama, y habla con su hermano escuetamente; luego sigue tecleando. Pi-pi-pi...Se me ocurre que a lo mejor es un „timo por celular“, y casi lo deseo por tener alguna aventurilla en este país „tan inseguro“. Además, tampoco me importa mucho porque el móvil está a nombre del que nos lo vendió (así lo hicimos para ahorrarnos trámites nosotros y ganar un poco más él). Pero no es un timo. Andrea me lo devuelve: „He apuntado mi nombre y mi teléfono por si necesitais algo“, me dice. Cuendo se baja en Sacaba, muy cerca del desvío a casa de Mara, nos despedimos casi como amigos.

El sastre que me arregló unos pantalones

Es agradable entrar en una ciudad y saber que en tal calle vive fulano, o que en tal otra está la oficina de mengano; crea una suerte de vínculo personal que nos permite considerarla más cercana. Llegar al hostal también es llegar a casa, abre la puerta Coco (en este país parece que muchos varones se llaman Coco) y se alegra sinceramente de nuestro regreso; Edward, el americano profesor de flamenco, aparece y nos dice que „qué gusto ver otra vez a adultos normales“ y la holandesa fisioterapeuta que se paga la estancia de su propio bolsillo, currando (arduamente) en un voluntariado, ha organizado una cena para el viernes con su centro de trabajo y nos invita. Pero ya hemos quedado con Mara y Coco, su marido.



El Palacio Portales



En Cochabamba no hay grandes monumentos que ver. Tal vez el principal, por lo menos el más rico, sea el palacio Portales. Está situado al norte del río Rocha, en barrios nuevos donde abundan los mejores comercios, los bares y restaurantes más modernos, las boutiques más chic. Son calles tan globalizadas que yendo por ellas casi no se sabe si se está en Cochabamaba o en Cochinchina. 
Se puede llegar allí cruzando el río por un futurista puente de tubo digno de cualquier Calatrava y que comunica un Cine-Center propiedad de un español (en provincias se sabe todo!), con una calle-pesebre, donde abundan los restaurantes, picadas, peñas y discotecas. 
 Si se sigue recto hacia arriba, en el lugar de mejor aire y de luz más pura de la ciudad está el Palacio Portales, construído hacia 1920 por Simón I. Patiño, magnate del estaño y muchimillonario mundial. Nacido en el altiplano y abandonado por su padre en la más tierna infancia, Patiño borró de su nombre el primer apellido vasco, Iturbe, y sólo usó el gallego de su abnegada madre. Cuando el magnate ya se había comprado media Europa, regresó a su Bolivia natal y quiso establecerse en esta casa de Cochabamba, pero le dió un ataque al corazón y los médicos le prohibieron su propia patria a causa de las excesivas alturas. De modo que nunca vivió en el palacio que ya había llenado de lujoso mobiliario importado de Francia e Inglaterra. 
Todo esto nos lo explica un envarado guía que recita con proba fidelidad el texto aprendido de memoria. Si alguien le pregunta algo (por ejemplo, porqué se llama Palacio Portales), apenas interrumpe su declamación para decir: „ eso viene luego“. Por supuesto, está prohibidísimo sacar fotos y, para cumplir la norma, un par de militares (!?) vigilan y ordenan a Sabine que ha elegido la estrategia de hacer todas las fotos ilegales que pueda, que apague su cámara.

La visita concluye en medio de un aburrimiento ejemplar. Ah, se llama "Portales" porque así lo bautizó la gente a causa de las muchas y grandes puertas que tiene.

Patiño también tiene una fundación de caracter universitario con residencia en Suíza, que es donde parece que también residen los herederos de sus millones. En este palacio la fundación tiene una biblioteca de investigación (a la que es imposible acceder si no se llevan las siete cartas de recomendación de siete profesores) y una pequeña sala de cine en la que ahora se pasa una Semana del Documental Chileno.

Como la pelicula se llama „Antofagasta, Hollywood del hemisferio Sur“, decidimos quedarnos.
Antofagasta, en Chile, ciudad boliviana en su origen, se llama así porque el tirano Melgarejo así la bautizó, es una ciudad con el enigmático atractivo de lo irracional: Una de esas moles surgidas en un lugar donde no había agua potable, ni ladrillos, ni madera, ni nada con lo que se pudiera hacer algo, pero podía ser un puerto cercano a las minas de salitre y cobre. Antofagasta nos atrajo desde el principio. Quizás porque allí emigró desde el Rin un tío abuelo de Sabine quien, tras perder sus ahorros jugando en el barco de arribo desde Valparaíso, montó una fábrica de mechas para explosionar caliche y rehizo su fortuna. Cuando nosotros estuvimos allí hace seis años, Antofagasta era una ciudad reprimida, tomada por el Opus, llena de librerías religiosas y de pasquines religiosos por las calles y círculos culturales. En Antofagasta aprendimos a jugar a la Rayuela en un club de las afueras al que llegar de noche costaba tres sustos por lo menos. En los años veinte se produjeron en Antofagasta seis o siete películas mudas que tuvieron mucho exito en Chile y de las que sólo se conserva un resto de cinco minutos, porque el material se utilizó "para fabricar peines". Con la llegada del sonoro se acabó aquella industria. El documental es conducido por el actor de aquellas películas, un simpático „Rodolfo Valentino“ de más de 90 años, con grandes alardes de memoria y nobles dosis de autoironía. Pero la película también está teñida de patriotería chilena, de frases destinadas a fundamentar porqué aquel gobierno chileno decidió invadir la ciudad y quitársela a Bolivia. 
Eran los tiempos de Santa María de Iquique (que no era una iglesia, sino la escuela "Carlos Santamaría") y la política anglochilena estaba llena de tropelías imperialistas que revertían en ganancias para la bolsa de Londres, desde donde se dirigía el cotarro. Durante estos días, el gobierno de Evo reclama a Chile el mar que le arrebató porque necesita un puerto cercano para exportar sus riquezas minerales, que ahora son casi bolivianas del todo. Al documental asistimos unas 20 personas.

Al salir cenamos en un restaurante iraní muy bonito que hay cerca del Palacio Portales. El dueño, emigrado desda hace veinte años de Teherán, charlaba con nosotros mientras nos comíamos el mejor kebab de nuestra vida. Alabó la facilidad con que aún se puede abrir un negocio en países emergentes como Bolivia, al contrario que en Europa, donde hay demasiadas trabas burocráticas. Pero criticó al gobierno por su política de subsidios de desempleo „que les quita a los bolivianos las ganas de trabajar“. Parece que todos los pequeños empresarios del mundo tienen la misma opinión de los parados. Debe ser que echan de menos los tiempos de la esclavitud.

En el restaurante iraní
Después de cenar nos bajamos al Cine-Center porque habíamos quedado con Mara y Coco para ir a la última sesión y después ir a tomar una copa. Pero en la cartelera sólo había mierda americana para elegir, así que Mara sacó entradas para ver Amor, del austriaco Haneke, el de La Cinta Blanca y La Pianista. Por lo menos las tres tienen el mismo sello. Trintignan, que parece que se quedó sin piel desde que su yerno matara a palos a su hija, es pura sensibilidad desnuda; la naturalidad de Enmanuelle Riva ya me dejó sin aliento en aquel Resnais (Hiroshima mon Amour), y la Huppert, que me hace gracia donde quiera que se ponga, porque me parece que es la única que no se toma en serio a sí misma. Los tres convierten la película en un recital de primera, tan cercano y tan realista que resulta insufrible. Salimos del cine destrozados y dejamos la copa para otro día menos intenso.

Im Portales-Park, Motive aus der Schweiz: Bernhardiner rettet Schulmädchen
Motivo suízo en el parque Portales: un San Bernardo salva a un nina camino de la escuela



Una mani de chol@s campesinos
Otro día fuimos andando hasta la Cancha para agenciarme una mochila nueva, porque a la paraguaya que arrastro habiéndola remendar por todos los zapateros que me encuentro le empiezan a fallar las cremalleras y eso ya no tiene remedio.
Wieder in der Cancha
 En un tenderete interior de 2 x 3 metros, donde colgaban unas 4000 mochilas, la vendedora, una mujer seria y algo triste, me vende un macuto horroroso, verde, poco atractivo para ladrones, por 12 €. Me asegura que es resistente (y por ahora lo es). 
De vuelta, entramos en el Museo Arqueológico. Se trata de un bonito recinto en el que se expone cerámica, momias precolombinas, armas y joyas. Nadie nos vigila y Sabine se hincha a hacer fotos contra todos los carteles de prohibición. Nuestras reacciones al respecto son absolutamente dispares. A los dos nos molesta no poder hacer fotos, nos parece una prohibición absurda en una era en la que se puede retratar hasta con el teléfono y sin flash.
Im archäologischen Museum

Yo me dedico a hablar con los guardianes o dejar una frase de indignación escrita en el libro de visitas. Sabine lo toma como un juego y empieza a hacer fotos a escondidas. Sea como sea, estamos convencidos de que cualquier prohibición es censura, de que los fondos del museo se quedan sin publicidad „boca a boca“ y de que se puede sacar un dinero cobrando el derecho a fotografiar.  Aparte de que las postales y diapositivas desaparecen como en su día las cabinas de teléfono. Opinamos que es una de esas reglas inútiles que por inercia se siguen imponiendo. Los guardianes, que no hacen más que aburrirse todo el día en lugar de ponerse a limpiar el polvo, se toman esta función con un celo infantil patético, para rellenar así sus frustradas expectativas profesionales. Totalmente absurdo.


Al salir del museo, el portero nos ofrece el prospecto que debería habernos entregado al entrar y nos pide a cambio el boleto de entrada. Así funciona en este país la corrupción del pequeño funcionariado: el portero revende la misma entrada a los escasos visitantes que llegan; el chófer del autobús se niega a cobrar los aumentos de precio del transporte para poder seguir recogiendo viajeros y llevarlos de pie, peor que sardinas en lata, pero quedándose con el importe de sus viajes, el policía prefiere cobrar un par de pesos antes que poner la multa de  tráfico... Al final, turistas, viajeros y viajantes, todos contentos. Tal vez el país no funcionara sin este pequeño lodazal.



Desde el Museo nos dirigimos hacia el café París, del que ya casi somos habituales, pero la plaza mayor que tenemos que atravesar está obstruída por una manifestación. Serán unas 2000 personas, campesinos y campesinas (son las que más se ven) que han llegado desde los alrededores de Cochabamba con sus tractores, vacas, ovejas y burros a reclamar por la „expansión de la mancha urbana“ que amenaza sus tierras y vaquerías. Aquella "Guerra del Agua" que transformó la ciudad en un campo de batalla, recogida en una película por la Bollaín, acabó: Ahora empieza otra, pero ya hay cauces de reclamación.

Sie Herren Bürgermeister! Füllen Sie nicht ihre Taschen,
indem Sie Agrarland verstädtern!


Para nuestro afán de fotografiar, estas manis son un paraíso. Las cholitas tan llamativas y tan empeñadas en seguir peinándose con trenzas y llevando polleras hinchadas con sus buenos traseros y veinte enaguas, ponen un gesto de resignación pero no pueden recriminarnos que les saquemos una foto. Los hombres que discuten en corrillos preguntan para quién fotografiamos y acaban hablando con nosotros y nos explican la situación.

Con uno de ellos, un tipo de unos treinta años, de pomúlos aimaras dignos de ser dibujados, nos quedamos hablando casi una hora. Da gusto escuchar sus argumentos tan bien formulados, con voz suave y gesto tranquilo: desde el altiplano (zona dura, enriquecida recientemente por la venta de terrenos minerales) están llegando emigrantes a establecerse en las afueras de las ciudades.
La policía se aburre de su propia presencia
Empiezan construyendo viviendas ilegales que luego se legalizan y acaban con las ricas tierras de lo que tradicionalmente ha sido „el granero de Bolivia“. Muchos agricultores venden sus terrenos, muchas lecherías se cierran. Lo que reclaman los manifestantes es una normativa y un plan urbanístico que impidan los abusos y la corrupción.

Hablamos también de nosotros: qué hacemos, adónde vamos, qué hemos visto de Cochabamba. Cuando sale a relucir el Palacio Portales, nos cuenta que su abuela, que conoció directamente a Patiño, siempre decía que el origen de su reiqueza era un pacto con el diablo: por cada nuevo millón, el magnate le vendía el alma de un familiar o de un empleado. Por eso ella dejó de trabajar allí. La verdad es que da gusto escucharle. También su sobrina Erika, que está junto a él, le 

mira boquiabierta.






Subir al Cristo


El cerro de San Pedro, al este de la cochabamba, es un mirador magnífico. En la cumbre hay un Cristo „transitable“ con los brazos abiertos. Antes o después tendremos que subir allí, andando o en teleférico. Para llega hay que atravesar el barrio mortuorio de Cocha, donde se concentran hospitales, mutuas, praxis y funerarias.
Música en una capilla mortuoria
Ir por allí produce desorientación: suenan músicas de bandas que tocan marchas que sólo se revelan fúnebres cuando se sabe que lo son; en los atrios de las capillas, corros de personas sentadas en sillas con un plato y un vaso en la mano podrían estar celebrando un bautizo o una comida de empresa si no estuvieran vestidas de negro, esperando el ágape funerario; suponemos que todos los días tiene que ser así, porque bodas o bautizos se pueden programar, pero la muerte no admite demora. 

Atravesamos también dos o tres parques y llegamos a la base del teleférico. Las escaleras son demasiado largas y varios carteles exhortan a no subir ni bajar por ellas para evitar atracos. Nuevo encuentro con la violencia ciudadana.
Gefahr! Vermeiden Sie, Opfer von Kriminellen zu werden. Nutzen Sie die Treppen nicht!
Subimos en nuestra cabina mirando alternativamente cómo es la ciudad y cuántos ladrones se esconden entre la rala vegetación del Monte San Pedro. Suponemos que estarían con el resuello salido y muertos de calor a esta hora del mediodía y que por eso mismo no vemos a ninguno.

La cima del monte es un buen parque: familias que hacen picnic en la esplanada, paseantes que dormitan en los bancos, vendedores de comida... el aire es fresco y limpio, las vistas son magníficas. Desde arriba, Cochabamba también es una ciudad bonita, con mucho verde, la laguna Alalay, los montes que la limitan. Buscamos nuestra casa y la emcontramos facilmente, buscamos la de Mara y Coco pero no la encontramos, estamos allí una hora más o menos y nos bajamos.



El Cristo de la Concordia está en discordia con los cánones estéticos. Tiene facciones achinadas y agujeros por todo el cuerpo aparentemente inmotivados. Aunque teóricamente se puede ascender por sus intestinos, está cerrado. 
Este afán de poner un Cristo (en estos países que han estado tan dejados de la mano de Dios) en cada monte o "Apu" protector de las ciudades, o de poner nombres de militares y políticos (generalmente los mayores depredadores de cada país) y sólo ésos en las calles me llama la atención. Ahora que hay papa argentino, aliado de Videla, proliferarán aún más. Con lo bonitos que son los nombres precolombinos de los accidentes geográficos!

Actividad poco piadosa a los pies del Cristo (zoom de la anterior) / Am Fuße des Christus



Salida vespertina y nocturna

El viernes, nuestro último día en Cocha, Mara llama por teléfono y dice que nos puede dar una vuelta en coche por lugares a los que no se llega normalmente. Aceptamos encantados, aunque ya estamos citados con ella y Coco para salir a cenar.

Conocemos a Mara y Coco de vernos alguna vez por Madrid, en casa de su primo Carmelo. Además de esta „común amistad“, hay afinidad de íntereses entre nosotros pues de alguna manera somos todos profesionales del turismo y nos gusta viajar. Es muy parecida nuestra forma de ver el mundo desde la ventanilla de un autobús y buscando la realidad debajo de lo más favorecedor de cada lugar. Nuestra manera de aprender y de observar cómo vive la gente es similar.

Mara y Coco tienen tres hijas. Mara, que trabaja desde casa, sale por la mañana a llevarlas al cole y por la tarde a recogerlas. Más o menos. Wara (16) va sola en micro y Yau (13) acude a una esquina donde Mara, que ha recogido a la menor, Lia (7), la espera. Hoy tiene que llevar a Lia a equitación y le quedan un par de horas libres entre el hipódromo y la hora de recogida. Además, ahora está Coco en casa. Ese par de horas las dedica a llevarnos a pasear en su furgoneta china. Vamos al oeste de la Cochabamba, por el antiguo camino a La Paz, donde los montes verdes ven crecer nuevos barrios en sus faldeos y donde quedan hermosas chacras (parcelas con setos de árboles de unos 1000-5000 m² que están siendo objeto de especulación y motivo de la mani de cholos de anteayer).

El Cristo de la Concordia desde la casa y la valla de la ONG
Der Hügel mit dem Christus von Maras + Cocos Haus aus
Mara es una enamorada del campo. Vive en una casa absolutamente preciosa, aislada y distante. No tiene ni dirección postal. Es un Neverland donde aún no hay que cerrar las puertas por la noche, pero que ya empieza a notar la presión del medio:
Una ONG norteamericana está haciendo no se sabe qué muy cerca y ha comenzado vallando sus terrenos con una terrible tapia de hojalata („calamina“ se llama, aunque no esté hecha de cañas) que cercena el fabuloso paisaje por los pies. Mara espera que se les acaben las subvenciones pronto, que el proyecto sea abandonado y que la calamina acabe en los tejados de las nuevas casas de la zona. Oirle hablar de estos problemas muestra otra perspectiva de estas asociaciones "sin ánimo de lucro". Ahora está pensando en mudarse de vivienda: las ninas ya tienen edad de salir con sus amigas y vivir en el campo no es lo más adecuado. Así pues, busca realquilar su casa y cambiarse a un apartamento durante algunos años. Ojalá no le hagan los mismos destrozos ni traten su casa con el mismo desafecto con que nuestro amigo realquilado, el arquitecto César Cabanas y su hijo Luisito destrozaron nuestro piso madrileño!

Mara hat uns in ihre Lieblingsgegend am Stadtrand gefahren, wo es noch ganz ländlich und satt grün ist

Mientras hablamos de todo esto pasamos por los nuevos barrios y nuevos parques de alrededor de la Avenida Beijin (alguien conoce otra de tal nombre en occidente?), por barriadas que quedan fuera de plano en las que abundan las villas de la burguesía cochabambina rodeadas de jardines de diseño.

 Luego vamos a encontrarnos coon Coco y las niñas. Wara llega eufórica, llena de fuerza y empieza a hablar del sistema capitalista y del sistema socialista, y pregunta cosas muy difíciles de responder para las que ella misma tiene su propia salida. Coco y yo nos convertimos en interlocutores semimudos. La simpática vitalidad de la moza desmiente su delicada condición física.
padre e hija /Vater und Tochter

Nos despedimos para tres horas más tarde. Vamos a cenar en el mismo barrio donde vivimos. Hablamos del país, de las dificultades de Evo Morales y de que no se vé quién pueda sucederle; De la habilidad con que dio la vuelta a los abusivos contratos con las multinacionales y de la maestría con que mantiene a raya la inflacción („los aymaras son silenciosos pero tenaces y pertinaces“, dice Coco en un momento de la conversación; a mí, estas definiciones de psicologia étnica me dan pavor, y me llevan a pensar en nuestro repugnante y taciturno gallego, Rajoy). 
Hablamos de nuestro viaje e incluso lo organizamos un poco; de alguna manera decidimos ponernos en mano de su agencia, sobre todo después de la experiencia en Villa Tunari. Así pues, apalabramos 3 días por el salar de Uyuni y cuatro días en el barco de Trinidad. También se mencionan las misiones cercanas a santa Cruz. Ambos conocen el país al dedillo y son nuestros amigos. ¿Qué más queremos?.

Sólo volver a recomendar su página web: www.viajarporbolivia.es

Mit Mara und Coco in der Kneipe / En un bar

Nochmal Cochabamba


Zurück in Cocha / Volver a Cocha
Nach unserem Ausflug an den Dschungelrand sind wir zurück nach Cochabamba gekommen, um dort unsere Höhenkonditionierung fortzuführen, bevor es wirklich in die Höhe gehen sollte, nach La Paz. So waren wir noch einmal fünf Tage in unserem netten Guesthouse, haben Mara und Coco und die Mädchen noch ein paar Mal gesehen, sind gemeinsam ins Kino und zum Essen gegangen und haben sonst noch einige Erledigungen gemacht. Die Stadt war uns vertraut und angenehm, wir wussten wo alles war, der Mann vom Waschsalon und der Händler an der Ecke kannten uns schon. Die Tage haben wir dazu genutzt, noch die letzten weißen Flecken auf dem Touristen-Stadtplan zu füllen: eine Besichtigung des Portales-Palastes und eine Fahrt auf den Aussichtsberg der Stadt. Und dann war da ja auch noch der Ausflug nach Tarata, von dem Gabriel schon im vorigen Cochabamba-Blog berichtetet hat und dessen Beschreibung ich hier noch nachschiebe.






Tarata

Straße mit Kurve! / Calle en curva de Tarata
Sammeltaxis mit fester Rute heissen in Bolivien Trufis (Taxi con ruta fija). Sie decken fast den gesamten Nahverkehr ab, sind etwas teurer als Busse oder Micros (Kleinbusse) und warten, bis sie genügend Passagiere beieinander haben, so dass das Auto voll ist. Die halbstündige Fahrt von Cochabamba ins etwa 30 km entfernte Tarata kostet 5 Bolivianos, umgerechnet etwa 50 Cent. Tarata sei „muy lindo“ und ausserdem sei dort Melgarejo geboren, hieß es. Mir sagt der Name nichts, aber Gabriel, der tapfer die bolivianische Literatur liest, weiss, dass es sich um einen der unrühmlichsten Diktatoren des 19. Jhs. handelt. Er hatte den Namen schon bei unseren Recherchen zu Chile gehört, denn Melgarejo gilt als der Gründer der (heute chilenischen) Hafenstadt Antofagasta. Er war ein Militärkommandant, Anlaphabet und Chaot, der sich selber mittels Staatsstreich zum Staatschef katapultiert hat und von 1864 bis 1871 an der Macht war. Während dieser Zeit hat er seinen Geburtsort (Tarata) zur Hauptstadt Boliviens gemacht und sich dort einen Palast bauen lassen. Er führte den Guanokrieg so, dass Bolivien seinen Zugang zum Meer verlor und zettelte danach den Salpeter-Krieg an, in dem sich Chile mit Hilfe Englands Grossteil der Atacama-Wüste unter den Nagel riss und Peru und Bolivien ziemlich alt aussehen liess. Irgendwelche dubiose Verhandlungen entschieden die Chilenen für sich, nachdem sie Melgarejo zwei Jagdhunde und einen Vollblut-Schimmel schenkten, den er Holofernes nannte. Die bolivianische Geschichtsschreibung ist nicht gut auf Melgarejo zu sprechen, aber er ist einer der Herrscher, die am längsten an der Macht waren, denn vor Evo hat es in 190 Jahren des bolivianischen Nationalstaats über 200 Regierungen gegeben. (Fotos zu Melgarejo im spanischen Text zum ersten Blog über Cochabamba)





Unser Trufi setzte uns in Tarata auf dem Hauptplatz ab, und der erste Eindruck des Dorfes glich durchaus einem spanischen Dorf im alten Kastilien. Auffallend war, dass es hier – fast erstmalig auf unserer Reise – kein Schachbrettmuster-Strassennetz gab, und dass die Adobehäuser alle mit Dachschindeln gedeckt waren, die hier „musleros“ heissen (muslo = der Oberschenkel), weil sie per Hand auf dem Oberschenkel geformt werden.

Am Dorfplatz weist man uns zum Tourismusbüro und zum Museum, was beides in dem frisch renovierten Gebäude des alten Rathauses untergebracht ist. Dort empfängt uns leicht irritiert ein Mann mit dem zerfurchten Gesicht der Eingeborenen und dem für diese typischen Namen Mamani. Was wir denn wollten. Ach, Information. Das hatte er wohl nicht erwartet, aber er erwärmt sich für sein Thema, kramt Papier raus, darunter auch einen Ortsplan, und berichtet uns von Melgarejo und den wenigen Spuren, die von ihm im Dorf geblieben sind, sowie von den anderen Sehenswürdigkeiten des Ortes. Sehr oft kommen hier wohl keine Touristen hin.

Mamani greift locker in die archäologische Vitrine

Mamani ist auch Herr des Museums, und er lässt es sich nicht nehmen, uns selber aufzuschliessen und uns herumzuführen. Mit Stolz zeigt er uns präkolumbianische Funde, die er locker aus der Vitrine herausholt, deren Tür ohnehin kaputt ist. Auch diverse Fossilien sind hier angesammelt, aber der Schatz des Museums ist die Original-Uniform von Melgarejo und diverse Gegenstände aus seinem Umfeld. Darunter der Rock einer Dame des Hauses, den sich Mamani gleich selber anzieht, um uns zu zeigen, was das für ein elegantes Stück war.


Im Hof des Museums saß – als wir in die Schauräume gingen – eine Frau, die die Toiletten bewachte. Normalerweise zahlt man einen Boliviano und erhält dafür einen halben Meter Klopapier. Nachdem wir ihre Dienste beim Kommen nicht in Anspruch genommen hatten, hat sie wohl beschlossen, dass die einzige Chance für einen Verdienst für heute vorbei sei. Als wir später die Toiletten nutzen wollten, waren sie jedenfalls verschlossen. Niemand mehr da. Morgen kann man wieder pinkeln ...

Die Brücke für das Pferd ... / El Puente de Melgarejo
Nachdem wir uns endlich aus Mamanis Fürsorge befreit haben, machen wir einen Rundgang durch den Ort. Er hat eindeutig bessere Zeiten gesehen. Gabriel hat gelesen, dass er im 18. Jh. um die 15.000 Einwohner hatte (heute sind es kaum halb so viele). Einige Fassaden und Portale zeugen noch von der guten alten Zeit. Wir finden auch die Brücke, die Melgarejo für Holofernes bauen liess. Eine Minibrücke über ein trockenes Bachbett, das durch den Ort führt. Damit sich das edle Ross in Regenzeiten die Hufe nicht nass machen müsste. 

Prachtportal von Melgarejos Palast / Portada del palacio de Melgarejo
Vom alten Regierungspalast ist noch das Prachtportal zu erkennen, das uns Mamani mit einem überschwänglichen Kunstgeschichte-Rundumschlag beschrieben hatte: „ein barockes Tor mit Renaissance-Einflüssen, maurischen Elementen, dorischen Kapitellen, romantischen Bögen und edlen isabellinischen Details (Gabriel hat dieses Kuddelmuddel mitgeschrieben, sonst hätten wir es wohl nicht mehr zusammengebracht). Auch einige andere Tore sind alt, aber man sieht, dass hier niemand das Geld hat, koloniale Bauten zu restaurieren oder anderweitig etwas Pracht herzustellen.



Der Schutzheilige von Tarate ist der Heilige Severin, den ich aus Bonn kenne (gibt es da nicht in Mehlem ein St. Severin? Und in Köln auch, in der Kölner Severinstraße ist doch das Archiv in den U-Bahntunnel gestürzt? Muss also ein rheinischer Römer gewesen sein). Ein deutscher Franziskanermönch hat im Jahre Schnee eine Reliquie dieses Heiligen nach Tarata mitgebracht (eigentlich ist der Leichnam in der St. Severinskirche in Köln beigesetzt, aber wer merkt schon, wenn ein Zahn oder ein Fußknochen fehlt).
Klosterkirche St. Severin / Iglesia de San Severino de ´Tarata


Jedenfalls ist diese Reliquie in der Kirche des Franziskanerklosters der ganze Stolz der Gemeinde. Dorthin schleppen wir uns in der prallen Mittagssonne, fürchtend, dass hier mittäglich alles geschlossen ist. Aber falsch. Das Klostertor ist offen und hinter dem Fensterchen des Eintrittskarten-Verkäufers sitzt ein bärtiges Gesicht, das sich erfreut zeigt, als wir im Besucher-Pflichteintrag unsere Nationalitäten preisgeben.

Das Tor wird hinter uns geschlossen, der Bart verlässt das Verkaufsfenster und öffnet von innen die Tür, vom Kartenverkäufer wird er zum Klosterführer. Er ist ein großer schwerer eindeutig weißer Mann, Mönch oder Priester, aber ohne Kutte, sondern mit beuliger Jogginghose, Gummilatschen und ausgeleiertem T-Shirt bekleidet. Er entpuppt sich als ausgewanderter Baske, der hier gemeinsam mit zwei anderen Brüdern (und acht Angestellten!) den Laden schmeisst. 


Und was für ein Laden! Es ist das adretteste Kloster, das wir auf unserer Reise gesehen haben. Alles frisch renoviert und gepflegt. Mit Geld aus Deutschland! Das Kloster dient nicht mehr als Kloster, sondern als Begegnungsstätte, Ort zur Einkehr und für Exerzizien, oder wie-immer man das nennt. Morgen kommt eine Gruppe von 30 aus Cochabamba. Uns wird alles gezeigt, auch die wenigen Räume, die nicht modernisiert sind, zu denen eine gemütlich aussehende Trinkstube gehört. Ja, hübsch sei sie, aber kalt, meint der Baske, und als ich einwende, die Temperatur könne man doch mit dementsprechenden Quantum guten Biers oder Weins anheben, da lacht er erstmalig laut und anhaltend – offenbar habe ich sein Thema getroffen.
Weinkeller im Kloster /  Bodega del monasterio

Deutscher Mönch des Klosters
Cuara alemán del monasterio de Tarata
Damit haben wir wohl alle Sehenswürdigkeiten von Tarata gesehen (Melgarejos Geburtshaus war nicht zu identifizieren, die den Berichten nach recht schöne Kirche geschlossen). Zurück am Hauptplatz wartet schon das nächste Sammeltaxi und bringt uns zurück in die Stadt.




Palacio Portales


Der Portales-Palast (Palast der großen Tore) gilt als „die“ Sehenswürdigkeit Cochabambas. Wir hatten schon einmal einen Versuch gestartet, ihn zu besichtigen, aber waren vor dem Tor gescheitert, das die erbarmungslosen Wächter 20 Minuten vor Schließ-Zeit bereits für den Einlass fest verrammelt hatten. Der Palast liegt etwas randlich, in einem besseren Viertel jenseits des Flusses, so dass wir den vergeblichen Besuch unter „so lernt man weitere Stadtviertel kennen“ abgebucht hatten. In der Tat gibt es in dieser Ecke eine ganze Reihe „globalisierter“ Lokale, und – für alle HiFi-Fans ein Begriff – wir sind auch am größten und schicksten ausgestatteten BOSE-Laden, den wir je gesehen haben, vorbeigekommen. Sowas zeigt deutlich, wie hier die Welten auseinanderklaffen, es gibt also durchaus Schichten, die sich auch hier ALLES leisten können.
Beim zweiten Anlauf sind wir besser informiert. Wir wissen, dass im Portales-Palast ein chilenisches Filmfestival stattfindet und entscheiden uns, zuerst eine Besichtigung zu machen und nachher den heutigen chilenischen Film mit dem Titel „Hollywood in Antofagasta“ anzusehen. Ehrlich gesagt war letzterer spannender als der Palast, aber eins nach dem anderen:
Also, dieser italienische Renaissancepalast oder was-auch-immer der Stil ist, wurde hier um 1920 in einem traumhaften Park gebaut. Als eventueller Alterssitz des Zinn-Millionärs Simon Patiño. Dieser hatte wohl als einfacher Minenarbeiter begonnen, sein Glück im Gold und Silber versucht, aber dann Dusel gehabt und zum richtigen Zeitpunkt dicke Zinnvorkommen gefunden. Aber er hatte es am Herzen und die Ärzte haben ihn in tiefere Lagen geschickt, ich glaube er war dann auch viel in Europa. Habe ehrlich gesagt bei der Führung nicht sehr gut aufgepasst. Die wirklich sehr luxuriöse Villa hat er sich bauen lassen in der Hoffnung, mal in seine Heimat zurückkommen zu können, aber weiter als Buenos Aires ist er wohl nie wieder gekommen. Mit der vielen Kohle hat er eine offensichtlich finanziell gut laufende Stiftung eingerichtet, die ihren Sitz in der Schweiz hat und hier in Bolivien eine ganze Menge Aktivitäten unterhält, hauptsächlich Bildungs- und Kulturprojekte. Die Führung ist tödlich, der Führer leiert seinen Text runter und wir versuchen, (aus Trotz, weil's verboten ist) heimlich Fotos zu schießen, während uns die (meist europäischen) Herkunftsorte von jedem Möbelstück und jedem Marmorfries runtergebetet werden.
Die Stiftung unterhält auch eine Universität in Cochabamba und subventioniert Publikationen, die zum Verkauf ausliegen. So kommt es zum Austausch von wenig Geld und viel Gewicht in Form von Buch, wir ziehen davon mit drei Bänden Gedichten in Aymara, Quechua und Guarani, jeweils im Original und übersetzt ins Spanische.
Der Film wurde dann in einem Nebengebäude gezeigt und war sehr kurios. Antofagasta (das wir ja schon oben wegen seines bolivianischen Gründers Melgarejo erwähnt haben) liegt in Chile in jenem nördlichen Bereich, den die Chilenen im Salpeterkrieg den Bolivianern abgeknöpft haben. Wüste bis an die Küste, nix wert, bis man plötzlich drauf kommt, Salpeter zu vermarkten. Damals boomten hier ein paar Städte aus dem Nichts, die wir auf unserer Chile-Reise schon gesehen haben und von denen Antofagasta die größte ist. Heute wird von dort das Kupfer aus der großen chilenischen Grube Chuquimata verladen. Es war wohl auch die Gegend, in der meine weitläufigen Verwandten, die Harseims, ihr Geld gemacht haben, indem sie eine Zündschnur-Fabrik aufmachten, was für die Sprengung des Gesteins natürlich unverzichtbar war. Es gab überall auch große Theater und, so informierte uns der Film, offenbar auch eine ganz blühende Stummfilmproduktion. Mindestens 8 große und erfolgreiche Spielfilme hat man dort gedreht und zumindest in ganz Chile mit Begeisterung angeschaut. Für den Dokumentarfilm konnte ein heute über 90-jähriger Schauspieler interviewt werden, der damals einer der Stars war und sich noch gut an die Zeit seines Ruhms erinnerte. Und, man stelle sich vor, von diesen Filmen gibt es heute NICHTS mehr! Keine einzige Kopie, kaum ein paar Fragmente. Unvorstellbar. Der Erfolg des chilenischen Films war vorbei, als aus Hollywood die ersten Tonfilme kamen, denn dafür fehlten hier Technik und Kapital, und die alten Stummfilme, so erzählt der charmante alte Schauspieler achselzuckend – sie wurden eingeschmolzen, aus dem Zelluloid hat man Kämme gepresst!!

Beim Iraner

Die Gastgeberin empfängt uns herzlich
Es sollte unser Kinotag werden. Als wir gegen 9 aus dem steril-eleganten Ambiente des Palacio Portales kamen, rief Mara an, sie gingen um 10.30 ins Kino, ob wir mitkämen (manchmal ist das bolivianische Handy doch von Nutzen!). Ok … Mara und Coco besorgten die Karten, für uns reichte die Zeit grade aus, um in einem sehr hübschen iranischen Restaurant einen super-leckeren Kebab zu essen und zum Kinocenter zu schlappen, vorbei an der Kneipenstraße der besseren Leute von Cochabamba, wo sich „jung und wohlhabend“ die Drinks genehmigte. Wir dagegen haben uns ins tiefgekühlte Kino gesetzt und uns mit Michael Hanekes „Liebe“ die Stimmung bis in den Keller ziehen lassen (nix für Leute über 60!!!). Danach war keine Laune mehr da, um irgendwo einen Absacker genießen zu können, so dass wir uns mit Mara und Coco nochmals für den nächsten Abend zum Essen und Ausgehen verabredet haben. 


Und das war dann auch wirklich fröhlich, und natürlich kannten sie Lokale in Cochabamba, die wir Touris noch nicht kannten, und es war ein Vergnügen zu sehen, dass sie offensichtlich stadtbekannte Persönlichkeiten sind, denn überall wurden sie bergüßt, kam irgendwer auf Coco zu, der ihn kannte. Aber ok, Coco stammt aus Cochabamba und seine Familie lebt hier, also ein wirklich „Eingeborener“. Man sah allerdings auch, wie schnell man sich in eine rein weiße Gesellschaft begibt, je später der Abend, je internationaler die Lokale, desto weniger indianische Gesichter. 


 Eine Demo der Milchbauern
 

Auch beim zweiten Teil unseres Cochabamba-Aufenthaltes sind wir in der Cancha einkaufen gegangen und haben nicht auf unseren täglichen Stadtrundgang verzichtet, der stets in einem der Cafés in der Nähe des Platzes des 14. Septembers endete. An einem dieser Tage liefen wir dort in ein gößeres Happening. Der ganze Platz war mit Bauern gefüllt, die mit Plakaten und mit Maisstauden geschmückten Gefährten vor dem Gebäude der Regionalregierung und dem Rathaus demonstrierten. Wir kamen in einer Demopause an, in der alle erschöpft auf dem Platz lagerten oder sich zumindest auf die Bordsteinkanten gesetzt hatten. 



Fliegende Händler verkauften Mittagseintöpfe und Snacks en masse. Kühe, Schafe und Ziegen, die die Demonstranten mitgebracht hatten, bekamen grade unter den Rathausarkaden ihr Futter – das Wachpersonal schaute etwas hilflos. Worum es ging, haben wir gefragt. Sie seien die Milchbauern des Departements Cochabamba, hieß es, und sie wollten sich dagegen wehren, dass die Stadt so unkontrolliert ausufere, das würde ihr Weideland gefährlich reduzieren. Gabriel fand einen jungen Landarbeiter, der uns gerne den Standpunkt der Bauern erklärte, aber obwohl er durchaus engagiert und informiert schien konnte er nicht wirklich plausibel erklären, wen die Ausweitung der „mancha urbana“ (des „städtischen Flecken“) eigentlich trifft. Denn klar ist, dass – auch wenn die ausufernden Siedlungen der Zuziehenden städtebaulich ungeplant sind – sie doch auf Privatland stattfinden, das irgendwem gehört, und dieser Irgendwer wird bei den Siedlern nicht schlecht kassieren. Auch in der Presse war in den nächsten Tagen zu lesen, dass diese Grundbesitzer am Stadtrand nicht unglücklich über die Ausweitung der Stadt sind. Der Protest – so schien es uns – war also eher vom Gewerkschafts-Standpunkt aus gestartet, dem es darum geht, die Bedeutung des Milchbauerntums in Cochabamba zu erhalten.
Gabriel redet fast eine Stunde mit dem jungen Mann, der mit seiner sanften Stimme gut und zusammenhängend erzählt, auch an uns interessiert ist und seine Meinung klar formuliert. Als die Rede drauf kommt, was wir in Cochabamba gesehen haben und dass wir im Palacio Portales waren, berichtet er von seiner Großmutter. Die habe bei Patiño als Hausangestellte gearbeitet. Damals seien die Angestellten davon überzeugt gewesen, dass der Zinn-Magnat einen Pakt mit dem Teufel geschlossen habe. Für jede verdiente Million habe er dem Teufel eine Seele überlassen, zuerst von Familienangehörigen, als es immer mehr wurden auch von den Angestellten. Deshalb habe sie – die Großmutter – den guten Job aufgegeben.




Zwischenzeitlich formierte sich die Bauernschar wieder und rief einige Parolen, aber insgesamt hatten wir den Eindruck, dass ihr Auflauf niemanden wirklich kümmerte. Dabei haben wir versucht uns vorzustellen, was es für ein Aufwand gewesen sein muss, hier Hunderte von Bauern (Männer und Frauen) zusammenzukarren, Milchbauern, die ja in der Früh erst gemolken haben müssen, dann hat sie jemand in Lastwagen und Bussen eingesammelt, hergefahren, und am Nachmittag mussten alle wieder zurück, um am Abend wieder vor Ort zu melken. Die Frauen nahmen die Aktion jedenfalls als willkommenen Anlass für einen Stadt- und Einkaufsbummel, es herrschte allgemein gute Laune, eher ein Familienausflug als eine zornige Protestaktion, so schien es. Für uns ist so eine Demo immer ein guter Anlass, Leute zu fotografieren, ohne dass es uns peinlich oder ihnen lästig wäre.

Frauen und ...

... Männer, immer getrennt


Ein letzter Blick auf Cochabamba
... vom Christo de la Concordia. Fast überall in Cochabamba sieht man die riesige weiße Christusfigur, die auf einem Hügel ca. 200 m oberhalb der Stadt thront (Foto oben bei Gabriels Text). Sie soll größer als die von Rio de Janeiro sein, geben die Touri-Prospekte an. Und sie ist sicher auch noch gräßlicher. Warum hier nicht ein netter Puma, ein Papagei oder von mir aus irgendein Indio-Held als Denkmal dienen kann? Aber der Aussichtspunkt lockt trotzdem, so dass wir am letzten Tag doch noch an den Fuß des Hügels marschieren und uns mit der Gondelbahn hinauffahren lassen. Es gibt auch eine Treppe, aber – anders als in Salta, wo der Weg auf den Aussichtsberg durch einen herrlichen Wald führte – ist hier der bewuchslose Hügel nicht wirklich sehr verlockend. Außerdem warnen riesige Schilder davor, den Fußweg über die Treppe zu nehmen. Man würde unterwegs überfallen! Auf der Fahrt in der Gondel nach oben halten wir deshalb den Blick starr nach unten gerichtet und suchen im niedrigen Buschwerk nach den dort lauernden Dieben. Aber sie waren wohl gut getarnt.


"Unser" Stadtviertel
Der Blick von oben ist wirklich super. Er zeigt uns eine Lagune am östlichen Stadtrand, bis zu der wir es nie geschafft haben, und zeigt die ausufernden Vororte in alle Seitentäler hinein. Wir nehmen einen wunderbaren Eindruck von dieser schönen Stadt mit, in der wir uns 14 Tage lang sehr wohl gefühlt haben. Keine großen Sehenswürdigkeiten (außer dem Christus!), aber einfach nett. Am nächsten Tag geht’s im Bus nach La Paz, wir sind gespannt, was uns erwartet.

 

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