El Delta de Tigre
Parece que Tigre se llama tigre porque
tiene el agua color jaguar. Es una forma poética de aludir a ese
chocolate „apto para el bañarse“.
Se trata del delta del Paraná, a 30 km al norte de Buenos Aires, que
nunca había oído nombrar hasta esa película de Ana Piterbarg, de
tan feo título („Todos tenemos un plan“: V. Mortensen está en
carteles por todo el pueblo invitando a donar sangre). Pero el delta
no sólo es esa naturaleza inextricable de juncos, pantanos y brazos
de río que forma el decorado de la película, sino un conjunto de
islas en las que la plutocracia bonaerense ha construído sus
residencias de verano y donde hay 20 escuelas, lanchas-ambulancia,
lanchas-supermercado, lanchas-taxi y lanchas de línea. Un rincón
de naturaleza privilegiada en el que no sé si sería capaz de bañarme, pues el agua es chirle, ni de torrarme al sol en este hemisferio sur, donde
el agujero de ozono es todavía más grande. Un paraíso para los
deportes de remo y navegación motorizada. Un paisaje realmente
peculiar, que no creo que tenga que ver nada con Miami (su parangón
„turístico“).
Llegar allí fue una pequeña
aventura. El tren se paró a medio camino porque le falló la
electricidad y hubo que esperar a otro tren. Por lo visto, es el
ejemplo más claro de adónde lleva la privatización de las empresas
estatales, que alguien se lo diga a la Botella de licor Aguirre. Las
empresas que se apoderaron de las lineas de ferrocarril argentino
las han dejado esquilmadas, abandonadas, derruídas. Con el metro de
Buenos Aires ocurre otro tanto. El miercoles pasado hubo un apagón
general en el moloch urbano y a la hora de explicarse, el gobierno ha
dicho que no hay dimisiones porque el accidente se debió a „un
álamo“ (cómo me suena esto a los bichitos de la colza y a los
hilillos de plastilina del Prestige!!). En el subte, los trenes se
quedaron a medio trayecto y hubo que sacar a los viajeros a oscuras
con las ratas saltándoles por las piernas. Debio ser tan dantesco
que han decidido cambiar de gestor y aunque no iban a subir el
billete, ahora resulta que sí, pero „sólo cincuenta centavos“
para emplear las ganancias en „limpieza“.
Bueno,
que lo que yo quería contar es que ayer estuvimos en Tigre, que
dimos un buen paseo por las calles residenciales y pasamos de largo
tres o cuatro museos „patrióticos“ (museo de la marina, de la
nación, de la armada, de la reconquista... exhibiciones de armamento
obsoleto que deberian estar prohibidas en vez de la pornografía y la
marihuana) y entramos en un museo de arte con una arquitectura de
pastel que parece copiada de los balnearios de
Karlovy Vary cuando se llamaba Karlsbad. La colección era mínima; pero los
jardines, soberanos; y los váteres, impolutos.
Nachdem wir im Sommer den neuesten Film mit dem Argentinier Viggo Mortensen gesehen haben, der im Kanal- und Inseldschungel des Paraná-Deltas etwa 30 km nördlich von Buenos Aires spielt, sind wir heute in den Ausflugsvorort Tigre gefahren, um von dort mit dem Boot diese Inselwelt anzusehen.
Im Film wirkt alles ganz verlassen und dekadent (so etwa, wie auf dem ersten Foto).
Das ist allerdings eher eine Ausnahme. Tigre und seine Insel-Villen sind das Adretteste, was wir bislang in Buenos Aires gesehen haben.
Das größere Abenteur war die Fahrt dorthin, in einem wild ratternden Vorortzug, der auf halber Strecke wegen Stromausfall stehenblieb – die anderen Fahrgäste verdrehten nur die Augen „schon wieder!“ Dann musste man aussteigen und auf einen anderen Zug warten – alles sehr kommunikativ und angesichts des warmen Frühlings-Seewindes auch durchaus erträglich. Tigre selber ist voller Wochenendhäuser der besseren Gesellschaft, aber auch voller Kanäle und hat eine ganze Reihe - meist militärischer – Museen, von denen wir nur das für Kunst angesehen haben. Es hatte ein wunderbar sauberes Klo (was will man mehr) und sieht aus, als sei es ein Wandelpavillon aus Karlsbad.
Museo de Arte de Tigre |
Überhaupt hat man hier – wenn man schon architektonische Anleihen aus
Europa machen muss – keine Hemmungen, was die Mischung anbetrifft. Die
Eindrücke wechseln übergangslos von italienischer Renaissance über
englischen Tudorstil bis hin zur französischen Landvilla.
Die Bootsfahrt hat uns nur einen Miniteil der 4000 Sandbank-Inseln gezeigt, die von ca. 5000 Menschen dauerhaft bewohnt werden (zuzüglich der Wochenend- und Sommergäste). Es gibt keine Brücken, alles funktioniert per Boot: die Geschäfte sind auf Booten, die Ärzte und Krankenstationen auch, und es gibt 20 Inselschulen. Alle Häuser haben Bootsstege und die meisten einen kleinen eigenen Sandstrand. Allerdings sah das dicke braune Flusswasser für uns nicht sehr einladend aus, aber es wurde uns versichert, dass man darin problemlos baden könne.
Das Ganze erschien ein wenig wie der
Spreewald ohne Bäume, aber in den Booten fehlte natürlich das
Tischchen voller Schnapsfläschchen.
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