Dice Concolorcorvo:
A las cuatro leguas de Potosí hay un muy buen tambo, actualmente inútil porque a corta distancia está, en agradable sitio, una casa que llaman de los Baños. Ésta, en realidad, es más que competente y muy bien labrada, con buenos cuartos y división de corrales para las caballerías. El baño está en un cuarto cuadrilongo, cerrado de bóveda y de la profundidad de una pica. El agua se introduce por un canal, es naturalmente caliente, y aunque dicen que es saludable y medicinal, pienso que es muy perjudicial en lo moral y aun en lo físico. En lo moral, porque se bañan hombres y mujeres promiscuamente, sin reparo alguno ni cautela del administrador, de que resultan desórdenes extraordinarios, hasta entre personas que no se han comunicado.
En lo físico, porque se bañan en las mismas aguas enfermos y sanos, tres y cuatro días sin remudarlas ni evaporación, porque la pieza está muy cerrada, que apenas entra el ambiente necesario para que no se apaguen las artificiales luces, que se mantienen opacas y cuasi moribundas entre la multitud de vapores que exhala el agua caliente y nitrosa, como asímismo la de los cuerpos enfermos y sanos. Esta bárbara introducción es la que atrae a multitud de concurrentes...
La excursión
El domingo de Pascua, hartos ya de Iglesias y de procesiones,
decidimos hacer una excursión al Ojo del Inca. Las fotos de los prospectos
muestran una laguna redonda como una moneda, de “cien metros de diámetro”,
situada en medio de una naturaleza
peculiar. Dicen, además, que es de agua
caliente y medicinal, que mana de una fuente subterránea a 50° y
pregonan sin cesar su “unicacidad” mundial. Imposible resistirse.
En la recepción del hostal nos informan de que para llegar
allí lo mejor es tomar un taxi y de que en el hotel hay unos argentinos que
también quieren ir, lo cual abarata el precio. Los argentinos, Sergio y Lorena,
son una pareja de economistas joven y simpática. Querrían estar de vuelta para
después de la hora de comer y continuar viaje a Sucre.
La recepción se ocupó de llamarnos un taxi, de regatear el
(modestísimo) precio y de concretar el tiempo de espera en la laguna (1,5 horas).
También nos puso en la mano un prospecto de la Hacienda Cayara diciéndonos que
era una bonita casa colonial con valor museístico y que merecía la pena
acercarse por allí.
Fabio, el taxista, era joven, callado, parco en sus contestaciones.
El camino pasaba por un buen cañón entre peñas de arenisca roja. Nos mencionó
la Cueva del Diablo, una gruta con puerta de reja en la que, hace años, se había
celebrado alguna misa negra que le dejó el nombre y nos llevó al Ojo del Inca, a
unos 30 km al NO de Potosi y un par de cientos de metros más bajo que la
ciudad.
Por encima del pueblo se veían algunos coches aparcados y
allí nos dirigimos, atravesando ahora un paraje casi desértico que podía estar
igual en el norte de Burgos o en la provincia de Soria. Nos bajamos y no
pudimos evitar reírnos, porque los 100 m de diámetro había que reducirlos a la
mitad.
Pero allí estaba la laguna, una circunferencia perfecta de unos 40 m de
diámetro, según pudimos comprobar en los mapas de Google. Aparcados en la
orilla, una docena de coches, pocos domingueros para un domingo con tan buen
tiempo.
La mayoría eran familias de la región que aprovechaban el agua caliente
gratis para lavar sus coches, sus cabellos o su colada, pero el lugar era
amplio y nadie molestaba a nadie.
Además, la laguna tenía un desaguadero (por
lo visto, el agua que rebasa se aprovecha en el pueblo de abajo para un “spa”
que no visitamos) y el agua caliente manaba constantemente de modo que, a pesar
del color verdoso, se tenía una segura sensación de limpieza.
El bonito cinturón de césped verde que rodeaba el Ojo se limitaba a un metro, suficiente en todo caso para salir del agua sin pisar la tierra. Detrás del cinturón, desierto.
Tampoco hay infraestructura alguna, por ejemplo, wáteres, papeleras o cabinas
para cambiarse. Hay allí tres o cuatro casitas de piedra que seguramente
hubieran podido servir para este fin, pero están cerradas, semiderruidas, con
las ventanas rotas, rodeadas de basura. En una de ellas una mujer asoma la jeta
por una ventana y pide 10 bs por persona. Por lo menos hay algo que funciona. A
nuestra pregunta de por qué pide dinero si no ofrece servicio, cerró la
ventana. Sabine y los argentinos empezaron a buscarse matojos por los alrededores
para cambiarse. Yo lo llevaba puesto.
El agua de la laguna estaba buenísima, no a 50° sino a unos 30°. El fondo del agua desciende
vertical desde la orilla hasta no se sabe cuántos metros, quizás ochenta, cien
o más… se podía nadar, dormirse en el agua, asirse de un par de cuerdas que
atravesaban la superficie para ayudar a los náufragos. La hora y media pasó
antes de lo que pensábamos. Salir del agua daba frío a pesar del sol radiante
de mediodía. Al otro lado de la poza un
par de turistas muy jóvenes y muy rubias se tostaban al sol. Los demás bañistas
eran oriundos. Fabio nos vino a buscar para volver a casa.
Era pronto. La excursión hasta allí en Taxi nos había
costado 100 bs, ninguno de los cuatro tenía ganas de regresar con el día tan
bueno que hacía y empezamos a preguntarnos si no queríamos ir a la hacienda.
Aunque visitar una hacienda convertida en hotel no nos atrajera demasiado.
Hablamos con Fabio y dijo que nos llevaba por 50 bs más. Y nos fuimos para
allá.
desde el coche .../ aus dem Auto im Vorbeifahren |
Sólo a escondidas supe hacer alguna. En todo este entorno parece
que apenas llueve, pero grandes cantidades de agua bajan de los montes y hacen
posible la agricultura y el verdor natural que tiñe el valle. Hasta la (infernal)
pista de tierra contribuía a aquel bucolismo inesperado.
Finalmente llegamos a la finca y curioseamos un poco por
allí en busca de un café. Pasamos por un par de patios y una criadita, hija de
los porteros, entró en la casa para “avisar a don Edgard”. Poco después
apareció él, con signos evidentes de haber interrumpido la comida, y preguntó
qué deseábamos. No lo sabíamos: ¿visitar el hotel? ¿Había un museo? ¿Se podía tomar
un café?... Nos pidió que esperáramos y nos mandó a un mozo para que nos
mostrara el huerto mientras él terminaba de comer. El huerto era grande y
estaba bien cuidado pero no era deslumbrante. Sobre todo había alcachofas.
Luego llegó don Edgard y quién sabe por qué le fue
entusiasmando teniéndonos como interlocutores según iba mostrándonos la casa.
La historia de la familia Pendón, la llegada de los franceses Soux que, a
mediados del siglo xix se habían hecho dueños de la finca. Llegó un francés y
pretendió arrendar a la anciana Pendón una parcela con agua, pero la anciana,
sin descendientes, le propuso que se quedara con la finca entera a cambio de
mantenerla y restaurarla. Don Edgard es descendiente
de aquel francés.
Contó la historia de su abuelo, director de la Casa de la Moneda
de Potosí, y de de su padre, Decano de no sé qué facultad de ingeniería
potosina. Luego habló de sí mismo: había hecho el bachiller en un internado de
Santiago de Chile, con un profesor de lengua y literatura española que era uno
de los 2500 exiliados de la guerra llegados a Valparaíso en el barco botado por
Neruda, el Winnipeg. Describía a ese señor como una especie de Domine Cabra pulcro
(“pequeño, atildado, con nariz desmesurada y vestido de negro con cuello blanco…) que le
obligó a aprender poesías, por ejemplo el monólogo de Segismundo de Calderón de
la Barca.
Es curioso cómo perviven estos fósiles culturales y cómo
contribuyen a unir las suturas de la distancia. Las mismas poesías de Gabriel y
Galán que yo me aprendí de pequeño se las oí recitar a una dama de La Rioja (Argentina),
que había sido maestra de profesión y, aunque no había entre nosotros ni la más remota coincidencia de ideas, en el momento en que nuestras voces
pronunciaron al unísono los mismos versos, teníamos más en común que en toda la tarde de conversación. Con Don Edgard pasó algo parecido. Con el
“apurar cielos pretendo” de la Vida es Sueño, mucho lazos nos ataban aun
sin habernos visto nunca: por lo menos, las misma casta periclitada de maestros, idénticos pupitres, similares castigos... Don Edgard dio rienda
suelta a su chochez y se emocionó: nos habló del aprendido placer de exprimir los sonidos de la
literatura, del gusto con que se había puesto a escribir sus memorias, del
poder de evocación de esa poesía tan trasnochada, tan demodé y de la recompensa
de poder recitarla recogiendo cada vez un sentido nuevo, distinto de todos los anteriores. Acabó regalando una “Oda a la Muerte de su
Madre” a Lorena y a Sabine.
La visita a la estancia española más antigua de Bolivia duró
más de dos horas. Don Edgard nos paseó por el salón de caballeros y, habitación
por habitación vimos toda la casa: la biblioteca, su cuarto de trabajo, el comedor
decorado con pinturas murales de inspiración ingenuista y de factura
infantiloide, el dormitorio de la vieja Pendón, la capilla….
Fabio, el taxista, rumiaba la demora
sentado en un banco con cara de cabreo. Me acerqué a decirle que no se preocupara,
que hablaríamos. Me comentó que normalmente estas visitas duran un cuarto de hora,
que tendrámos que pagarle 50 bs. más. Lo hicimos con gusto.
Nos hubiera gustado pasar en la estancia unos días, a pesar
del precio, (100 $US por persona, agua caliente todo el día, cocina con ingredientes del huerto y del
corral, charla amena...) Pero había un
inconveniente insalvable: la altura. Queremos
ya bajarnos definitivamente del altiplano porque nos cansa cansarnos cada tres
pasos. Sabine se va a volver adicta al Sorochil y menos mal que las hojas de
coca no crean adicción… Además, ya teníamos habitación en Sucre reservada a
partir del día siguiente.
Ein Osterausflug
Am
Ostersonntag hatten wir endgültig genug von Kirchen und Prozessionen und
beschlossen, einen Ausflug zum sog. Auge des Inka zu machen, zum Ojo del Inka.
Die Fotos der Prospekte zeigen einen kreisrunden See in hübsch angelegtem Ambiente,
dazu heisst es, dass eine unterirdische heisse Quelle diese Lagune nährt, das
Wasser habe gut 50 Grad C. und der Durchmesser der Lagune betrage 100 m; sowas sei
einzigartig auf der Welt. Wer könnte diesen Superlativen widerstehen.
Unsere Pensionsbesitzerin versichert uns, dass ein Taxi das beste Beförderungsmittel sei, und ausserdem sei da ein argentinisches Paar, das dieselbe Unternehmung machen wolle, wir könnten uns ja zusammentun. Die Argentinier, Sergio und Lorena, waren jung und nett. Sie wollten am späten Nachgmittag nach Sucre weiterreisen und waren bis dahin unternehmungslustig.
Die Wirtin rief
uns ein Taxi, handelte mit diesem den (sehr bescheidenen) Preis aus sowie die
Wartezeit an der Lagune (1,5 Std.) und gab uns den Prospekt von der kolonialen
Estancia Cayara mit auf den Weg, die sollten wir doch auch besuchen, sie lohne es
und liege dort in derselben Gegend …
Das Taxi
fuhr uns durch einen eindrucksvollen Canyon aus rotem Sandstein zum Dorf Tarapaya,
ca. 30 km nordwestlich von Potosí und auch ein paarhundert Meter tiefer. Etwas oberhalb des Dorfes sah
man einige Autos geparkt, und dorthin ging es, durch ziemlich kahles wüstenartiges
Terrain, bis wir an der Lagune parkten. Wir stiegen aus und lachten erstmal,
denn von 100 m Durchmesser konnte keine Rede sein.
Aber sie war da, die Lagune, kreisrund in der Tat, wir schätzten 50 m in Durchmesser, aber Google-Maps zeigt eher 40 m. Am Ufer war etwa 1 Dutzend Autos geparkt, akzeptabel für einen Sonntag Mittag. Die meisten der Anwesenden waren einheimische Familien, die das gratis Warmwasser zum Auto-, Haare- oderWäschewaschen nutzten, aber das Gelände war doch gross genug, dass das nicht wirklich störte.
Ausserdem hat der See
einen Auslauf (das abfliessende Wasser wird unten im Dorf für ein “Spa” genutzt),
es sprudelt ständig frisches warmes Wasser von unten nach, so dass man trotz einer
grünen undurchdringlichen Farbe durchaus das Gefühl von Sauberkeit hatte.
Die schönenGrünanlagen
rund um den See beschränken sich auf einen Gürtel von 1 m, grade dort, wo Seewasser
hinkommt – es ist genug, um sich an den
Rand zu setzen. Dahinter ist Wüste, und es gibt auch keinerlei Einrichtungen wie
z.B. Toiletten, Mülleimer oder Umkleidekabinen. Es stehen dort zwar drei relativ
neue Steinhäuschen, die sicher zu genau diesen Zwecken gebaut wurden, aber sie sind
verschlossen, das eine oder andere Fenster ist kaputt, rundherum liegt Müll. In
einer der Hütten wohnt eine Frau, die ein Fenster öffnete und pro Nase 10 Bolivianos
kassierte. Dieser Teil der Anlage funktioniert also. Auf unsere Frage, was man
für das Geld erhalte, schloss sie das Fenster.
Irgendwie konnte man sich hinter
den Hütten im Müll umziehen, und – platsch – Gabriel war schon in die Lagune reingesprungen.
Es geht senkrecht so tief, dass man wirklich vom Ufer aus ins Wasser springen kann.
Drinnen: Badewanne! Nicht die 50 Grad,
mit denen das Wasser wohl von unten in den See reinsprudelt, aber man konnte ohne
Zeitlimit einfach so in der Wärme rumdümpeln, ein wenig aufweichen, sich rücklings
in der strahlenden Sonne treiben lassen.
Gabriel ist ein paamal quer durch das Rund geschwommen, Lorena und ich blieben eher in Ufernähe, Sergio zierte sich und blieb ganz am Rand, weil er offenbar nicht gut schwimmen kann, aber die 1,5 Stundenvergingenschnell. Draussen dieser kuriose, der Höhe geschuldete Temperatureffekt: die Sonne brennt, aber im Schatten ist es kalt (aber es gibt kaum Schatten); der sonnige Tag reicht in diesen Höhen nicht aus, um die von der Nacht tiefgekühlte Erde zu erwärmen. Auf der anderen Lagunenseite sassen ein paar blonde, leicht als Touristinnen zu identifizierende junge Frauen in der Sonne, sie schienen sich dort für den ganzen Tag einzurichten, aber wir fürchteten den Sonnenbrand und auch den wartenden Taxifahrer und machten uns auf den Rückweg.
Gabriel ist ein paamal quer durch das Rund geschwommen, Lorena und ich blieben eher in Ufernähe, Sergio zierte sich und blieb ganz am Rand, weil er offenbar nicht gut schwimmen kann, aber die 1,5 Stundenvergingenschnell. Draussen dieser kuriose, der Höhe geschuldete Temperatureffekt: die Sonne brennt, aber im Schatten ist es kalt (aber es gibt kaum Schatten); der sonnige Tag reicht in diesen Höhen nicht aus, um die von der Nacht tiefgekühlte Erde zu erwärmen. Auf der anderen Lagunenseite sassen ein paar blonde, leicht als Touristinnen zu identifizierende junge Frauen in der Sonne, sie schienen sich dort für den ganzen Tag einzurichten, aber wir fürchteten den Sonnenbrand und auch den wartenden Taxifahrer und machten uns auf den Rückweg.
Es war
allerdings noch früh am Tag. So fragten wir, was es kosten würde, uns zu dieser
Estancia Cayara zu fahren, die uns die Wirtin so warm ans Herz gelegt hatte. Der
Taxifahrer nannte einen wieder durchaus bezahlbaren Preis, so dass wir alle 4
nickten, ohne richtig zu wissen, was es war, was wir nun besuchen würden.
Die Fahrt dauerte
eine gute halbe Stunde in ein ganz unerwartet schönes Seitental. So karg und
schroff das Haupttal gewesen war, so lieblich, grün und hübsch war es hier. In
der ganzen Gegend gibt es offenbar kaum Niederschlag, aber Massen von Wasser,
das von den Bergen kommt und damit Landwirtschaft und natürliche Begrünung ermöglicht.
Es war alles voller Felder, kleiner Dörfer, Blumengärten. Die Bauern trugen mit
Blumen geschmückte Hüte (es war ja Ostersonntag) und alles wirkte trotz Holperstrasse
ungemein lieblich.
Schliesslich
parkte der Fahrer vor einer einladend rostrot angestrichenen Finca und wir schauten
uns um, gingen von dem Vorhof in einen ersten
Innenhof und stiessen nach einer Weile auf einen älteren Mann, der der Besitzer
zu sein schien und den wir offensichtlich vom Essen aufgescheucht hatten. Da wir
nicht so richtig sagen konnten, was wir hier wollten, fragten wir verlegen nach
Kaffee und wurden angewiesen, ein wenig zu warten.
Dann wurde uns ein jüngerer
Mann geschickt, er zeige uns schon mal den Gemüsegarten, Don Edgar würde uns dann
schon weiter herumzeigen. Der Gemüsegarten war reichhaltig, aber nicht überwältigend,
aber dann hatte Don Edgar wohlaufgegessen und führte uns voller Stolz durch das
Anwesen. Es sei die älteste einst spanische Estancia (von ganz Bolivien?),
einst (im 17. Jh.) von … erbaut und später
von seiner französisch stämmigen Familie erworben, gehöre nun seinem Vettern,
der in Potosí erst Universitätsdirektor und später Präsident der “Casa de la
Moneda” gewesen sei (oder umgekehrt?), und er selber sei nun der Verwalter. Für nicht sehr teures Geld könne man
dort nächtigen und sich bekochen und bedienen lassen. Was leider nicht in
unseren Plan passte, wir hatten ja schon in Sucre reserviert, aber es wäre es durchaus
wert!
Während Don Edgar uns Zimmer für Zimmer, Möbelstück für Möbelstück, den
“Rittersaal” und die wunderschöne Kapelle zeigte, er wärmte er sich für sein Thema.
Gabriel schien ihm ein würdiger Gesprächspartner, wir anderen drei und – in
etwas Abstand – der Taxifahrer wurden weitgehend ignoriert. Mit jedem Raum wurde
die Informationsdichte höher. Wir lernten Familiengeschichte, Sozialgeschichte
und die Geschichte des historischen Gebäudes kennen, bis ins Detail, ob wir wollten
oder nicht. Don Edgar war nicht mehr zu bremsen. Der Taxifahrer im Hintergrund wurde
sichtlich nervös, die Argentinier verpassten den letzten Bus. Aber Don Edgar
erzählte weiter. Und schliesslich endeten wir (immer noch kaffeelos) in seinem Büro,
wo er den Computer anwarf und uns ein Gedicht ausdruckte, das er einmal geschrieben
hatte und das die Zeitung abgedruckt hatte.
Als Gabriel sich kurz zur Toilette
verabschiedete, war der Moment gekommen, den Bann zubrechen. Wir müssten leider
los, versuchte ich vorsichtig … die Argentinier stimmten ein, wir entrichteten unseren
Obulus für die hervorragende Führung und sassen schliesslich wieder völlig erschöpft
und kaffeefrei im Taxi. Bei anderen Anlässen habe diese Führung 15 Minuten gedauert,
berichtete der Taxifahrer, heute waren es 2 Stunden gewesen! Gabriel versprach dem
Taxifahrer 50 Bolivianos für die
Wartezeit, so dass auch der wieder zufriedener wirkte, die Argentinier beschlossen,
statt dem Bus ein Sammeltaxi nach Sucre zu nehmen, und so kamen wir alle zufrieden
zurück nach Potosí, um ein Erlebnis bereichert, das sicherlich zu den
kuriosesten in diesem Reiseabschnitt gehört.
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