5. April 2013

En el lago Titicaca / Im Titicacasee



En el lago Titicaca

Días más tarde nos fuimos al lago Titicaca. Como el viaje es relativamente largo, casi 4 horas, decidimos tomar un autobús normal en lugar de una lata de sardinas. Cuando llegamos a la tapia del cementerio ya había un micro preparado para salir. Sólo faltan dos plazas para completarse; pedimos que nos las muestren y resulta que son dos transportines y separados. Ni hablar. Miramos a los pasajeros, todos extranjeros, grandes, apretujados y a Sabine se le escapa una exclamación: Ni hablar!, esto está lleno de guiris (“guiguis”). A mi me da la risa y alguno de los del micro nos mira con cara de no entender nada, seguramente porque ha comprendido la frase. Sea como sea, nos vamos al autocar de al lado dispuestos a sentarnos en nuestros asientos, porque aunque sale a las doce sólo somos media docena de pasajeros y no saldrá hasta estar completito...

El viaje es tan largo porque hay que tomar un transbordador para pasar los 800 m del estrecho de Tiquina que, como Gibraltar el Atlántico del Mediterráneo, separa las dos mitades del lago, la grande y la chica. En Tiquina tenemos que bajarnos todos, el bus es cargado en un aventurado transbordador y los pasajeros, por 2 bobs más, atravesamos el estrecho en una motora. Toda la maniobra tiene algo de, digamos, pintoresco. 
Autofaehre / Transbordadores
 Estos días, dicen los periódicos (escribimos esto en Semana Santa y la afluencia de turistas a Copacabana desde La Paz es enorme, pues es la playa de la capital), el estrecho de Tiquina está bloqueado. Resulta que hace ya algunos años, el gobierno había proyectado la construcción de un puente sobre el estrecho; pero el sindicato de los transbordadores convocó una huelga que duró hasta que dicho proyecto fue anulado, en el 2010. Desde entonces hay que esperar horas hasta que los vehículos son transbordados, sobre todo los fines de semana y los festivos, que hay mucho tráfico. Esta vez ocurre lo contrario: están en huelga “los otros”, los que quieren puente y bloquean la carretera de acceso (en Bolivia parece que bloquear carreteras da buenos resultados) para que de una vez por todas se construya, no un puente, sino los tres que piden!

En un día de diario y fuera de temporada, tal como hoy, no hay cola de coches, pero el vehículo que iba cargado en la misma balsa que nuestro autobús, ha metido una rueda entre dos tablones y ha habido que desatacarlo (con razón gritaba la señora del coche, “¡Que aquí falta una tabla!”). Mientras esperamos, vemos dos autos engalanados, no se trata de una boda, sino de una costumbre que consiste en ir a Copacabana a bendecir los coches.

A la otra orilla del estrecho, el autobús aún tiene media hora de viaje hasta Copacabana. Copacabana, la playa del Titicaca, es un centro hotelero lleno de turistas que esperan ser transportados a cualquiera de las islas del Titicaca. En el centro del pueblo hay una gran iglesia dedicada a la virgen de ese nombre y que es anterior a la de la bahía de Río de Janeiro.

Wallfahrtskirche von Copacabana

 En Brasil se construyó una réplica de esta ermita que luego dió nombre a la famosa playa. No nos da tiempo a entrar en ella.
 Por culpa del accidente del transbordador hemos llegado tarde y nos tenemos que bajar directos a la playa a ver si aún podemos llegar hoy a la Isla del Sol. El último barco de pasajeros ha salido a las 13.30 h, pero esperamos poder contratar algun medio... Y lo conseguimos, pero nos sale caro: el viaje hasta allí nos cuesta, tras algo de regateo, unos 40 € (el billete “normal” es de 3,50 €). Pero nos parece mejor pagar que quedarnos en este nido de hoteles, bares y extranjeros que es esta Copacabana. A las 16 h en punto salimos. El viaje hasta la isla dura 2 horas.

Subimos al bote. Observamos las maniobras que el gachó con el que hemos contratado el viaje se trae con el dueño del bote (al que vemos pagar sólo 30 €). Cuando parece que vamos a salir, empiezan a montarse isleños, hasta unos 10, que al final del viaje pagarán su trayecto con una moneda de 5 bobs (50 cents) cada uno.  


¿Para qué vamos a enfadarnos si el barco es grande? ¡Al contrario, nos sentimos como una ONG que subvenciona viajes a los isleños que trabajan en tierra firme! Preguntando un poco sacamos en claro que son obreros de la construcción que trabajan en El Alto y vuelven cada tres semanas a casa para pasar una de descanso. En la isla hay poco que hacer: algo de agricultura, algo de pesca, el turismo... demasiado poco para los 6000 habitantes que allí viven, nos dicen. Casi todos acaban dormitando de agotamiento.

Unser "privates" Charterboot
El viaje vale su precio. Atravesamos el lago con el sol del atardecer y el horizonte de montes cubierto de nubes negras, el agua es azul marino y tan limpia como pocas hemos visto, las buenas vistas de la costa y las islas, el olor que trae el viento... La mayor parte del lago (su superficie es algo mayor que la provincia de Madrid) pertenece a Perú, pero la orilla boliviana es igual de bonita.

El barquero se muestra muy amable con nosotros. Cuando llegamos se arranca a hablar: ¿tenemos alojamiento? El tiene unas habitaciones cerca del atracadero...

 Damos las gracias, pero preferimos subir al pueblo de Yumani antes de que sea noche cerrada. Desde la playa arranca una “escalera del inca” hasta una fuente que mana sin fin la mejor agua del mundo, situada encima de los escarpes, antes de llegar al pueblo. Es una antigua escalera de piedra que sube pintoresca acompañada del regato nacido de la fuente, que se despeña en una cascadilla rumorosa. Deben ser unos 100 m de altura, pero el soroche convierte el esfuerzo de subirlos como si fueran 300 m. Resollando y parándonos cada pocos peldaños, nos encaramamos a Yumani que es un pueblo que parece que sólo tiene hoteles.

 Tomamos uno con vistas al lago, sin regatear demasiado el precio, incluso tomándonos a chacota el abuso de la posadera que, primero, me dijo “8 € por noche” y luego, examinándome de arriba a abajo, añadió con cara de palo: ”por persona”. ¿Quién discute esos precios? Pero tuve oportunidad de hacerle pagar su abuso con el precio de su mala conciencia:

Desde la terraza de nuestra habitación










En el comedor del hospedaje había dos o tres mesas ocupadas y una cena que olía bien (sopa de quinoa, pescado de lago...); fuera empezaba a llover. En una mesa grande, colocada junto a la cocina y evidentemente la mesa de la casa, el marido de la posadera, con rasgos de labrador, se afanaba en alternar su labor de servir las sopas con copiar dibujos de un libro de texto en un cuaderno escolar. Uf, trataba de hacerle la tarea a su hijo Alex, de 9 años, “que estaba demasiado cansado”. Es asombroso el celo que ponen los padres de este país en que sus hijos lleven la tarea hecha. 
Es normal, después de la salida de clase, ver en las calles a las vendedoras de zumos o de salteñas rodeadas de uno o de dos hijos sentados junto a su tenderete apoyados como pueden y escribiendo en su cuaderno las cuentas o las frases de las tareas. Despues de hablar con el padre y de avisarle de que el maestro lo notará, que se notará que el dibujo no está hecho por una mano infantil, que... Es igual, el caso es que la lleve hecha! Acepto copiar yo los dibujos sobre las cuatro formas de comunicación: oral, escrita, mímica y simbólica... eso sí, con lápices de colores Faber Kastell, los mejores del mercado.
 El patrón se queda tan satisfecho de mi oferta que rápido va a la única mesa ocupada por nativos y les dice que un español está haciendo los dibujos de su niño. Los nativos vienen a verme dibujar mientras la posadera se asoma desde la cocina y me mira furtivamente con cara de avergonzada. Dibujando yo y escribiendo Sabine, pasamos la noche lluviosa.

 Apenas me entero de que entran una pareja de cantautores hippies que se ganan el viaje cantando sus (terribles) canciones por los restaurantes. Sólo cantan dos y se van.

Nunca sabré cómo aceptó el maestro la tarea de Alex!

Toda la noche estuvo lloviendo, pero la posadera tenía razón: “Si llueve de noche, de día hace sol”. La mañana amaneció recién lavada y luminosa. Después del desayuno nos echamos al camino en dirección hacia el norte de la isla (unos siete kilómetros), donde a mediodía salía el barco de regreso a Copacabana.


Es uno de los caminos más bonitos que hemos andado nunca. Una mezcla de estar en una isla griega, caminando por la costa sobre un mar azul marino y rodeados de ese aire fino, imposible de respirar. 

Acantilados suaves, ganado suelto, vallas de piedra y las laderas de los montes aterrazadas. A medio camino, sentados en un banco, nos topamos con un par de viejos y una mujer haciendo punto en un puesto de venta: resulta que hay que pagar por entrar en la mitad norte de la isla.
En Challa, el pueblo del medio, nos controlarán si tenemos el billete o nos hemos colado campo a través. Y efectivamente, al pasar por la iglesia del pueblo, otra mujer nos pidió „el boleto“. Después el camino baja a la playa y pasamos por delante de una escuela: desde la puerta un maestro viejo reviejo llama a sus alumnos que juegan en la orilla del lago y muestran poco entusiasmo en volver a clase. 

Schulkinder in der Pause

Luego el camino asciende: cada vez que preguntamos cuanto falta a Challapampa, el pueblo del norte, la respuesta es la misma: „prontito no más, ahicito está ya“. Llegamos al barco puntualmente.

Los monumentos del norte la isla, un par de kilómetros más allá, nos los ahorramos: ni la Piedra del Inca, ni la peña en forma de puma... parece que tienen más valor mitológico que histórico. No en vano, en esta isla el dios del Sol, Inti, puso en el mundo a sus hijos, la primera pareja de incas, Manco Capac y su mujer Mama Ocllo. Estas relaciones endogámicas duraron los 150 años del imperio (otras versiones obvian esta isla del Sol y hablan de una ventana situada en las rocas de Tambotoco, al sur del Cuzco, de la que salió la pareja ya con sus hijos y se echaron a buscar „su“ territorio, o sea, Cuzco). Nosotros nos contentamos con el inenarrablemente hermoso paisaje insular, tan igual y tan distinto que el de la pequeña isla peruana de Taquile. Y ni un coche a la vista ni de oídas!

 El viaje de vuelta tuvo su gracia. Frente a nosotros venían sentadas tres mujeres jóvenes globalizadas, una ecuatoriana, una hondureña y una española, que acababan de hacer un voluntariado para su empresa (se cuidaron muy bien de decir cuál) examinando letrinas por toda Bolivia. Al final habían tenido 15 días libres y habían hecho turismo. No nos vimos al bajar del barco, porque ellas eran jóvenes y tenían prisa por llegar a La Paz para salir rumbo a sus destinos al día siguiente, y a nosotros subir la cuesta desde el puerto hasta la plaza de Copacabana nos costo un esfuerzo enorme.

Tomamos un autobús grande, con asientos de delantera de palco. Al lado se puso un chica argentina, Maricel, que respiraba energía por todos sus poros. 26 años. Llevaba un año de viaje por Latinoamérica. Había trabajado en México 4 meses de dependienta en una tienda, luego había iniciado el regreso a su Rosario natal. Resultó curioso hablar con ella. 

Contaba cómo salió de México con demasiado peso y acabó cambiando cosas de su maleta por comida o alojamiento; las fatigas que había pasado en centroamérica, de dónde sólo salvaba un país, Panamá... Fue una conversación entretenida. Al final yo saqué la conclusión de que, como cualquier turista, se movía a saltos, buscando los „ten-top-tips“ de la industria turística internacional. En la Paz estuvo una noche y luego se iba a Sucre directamente.

Ah, sí, lo de las sardinas también!


Antes de llegar de vuelta a Tiquina, el autobús se paró, reculó y aparcó en el carril contrario sin dar explicaciones. Estábamos en una cuesta abajo al revolver de una curva. ¡Cielos! Vimos al chófer correr por la carretera recogiendo algo que parecían peces. 
Nosotros nos bajamos porque, si venía un camión de frente, los de primera fila éramos el parachoques. Abajo había dos o tres mujeres angustiadas. Una de ellas traía 8 barriles de pescado del lago y, en una de las curvas, se había volcado un par de ellos, y el contenido se había esparcido por la carretera. 

Una tercera se había ido carretera abajo tratando de averiguar dónde había empezado el desperdigue, pero era demasiado lejos: un camión aparcado en una curva lejana (aquí se conocen todos y saben de dónde vienen y adónde van y con qué y por qué) llamó por celular a la perdularia y le dijo que donde estaba él había un par de sardinas montañeras. Por lo menos había cuatro o cinco kilómetros hasta allí. Al final decidieron dar por perdido el casi medio barril (unos 10 kgs) y seguimos viaje con el olor a pescado metido en la tapicería del autobús. Durante el paso del estrecho en el trasbordador, las mujeres estuvieron limpiando el portaequipajes. Al final llegamos bien, y bien de noche, a La Paz.



Im Titicacasee

Einige Tage später machen wir uns zum Titicacasee auf. Ich bin noch etwas angeschlagen, aber es muss sein. Die Busfahrt ist relativ lang (fast 4 Stunden), da sie über das Nordufer führt; man wäre schneller in Copacabana wenn man die Tiahuanaco-Strecke weiter führe, aber dann müsste man durch einen Zipfel Peru, was langwierige Grenzprozeduren mit sich brächte. So fährt der Bus um den kleinen südöstlich liegenden Vor-See herum.



Dieser ist vom Haupt-See durch eine 800 m breite “Meerenge” (also wohl eine Seeenge?) getrennt. Da müssen wir mit unserem Bus drüber. In Tiquina müssen wir alle aussteigen, der Bus wird abenteuerlich verschifft  (siehe Fotos oben in Gabriels Text), die Passagiere müssen 2 Bolivianos zahlen und dürfen in einem Bötchen übersetzen. Das ganze Maneuver ist … sagen wir mal malerisch. Derzeit, so meldet die Zeitung, (es ist grade Ostern und aus La Paz würden viele Leute gerne die Feiertage im Badeort Copacabana verbringen bzw. zur Wallfahrtskirche pilgern) wird die Überfahrt blockiert. Der Grund ist Folgender: Vor einigen Jahren hatte die nationale Regierung einen Brückenbau projektiert. Die Fuhrunternehmer der diversen Fähren haben damals so lange gestreikt, bis das Vorhaben 2010 aufgegeben wurde. Seitdem muss man an Feiertagen und Wochenenden wieder stundenlang Schlage stehen, bis man mit dem Vehikel übergesetzt wird. Jetzt streiken “die anderen” und blockieren die Zufahrtsstrasse (probates Mittel, hier wird immer überall mittels Blockaden gestreikt), damit endlich eine Brücke gebaut wird!

Endlich auf der anderen Seite geht die Fahrt noch etwa ½ Std. weiter, bis wir in Copacabana ankommen. Ein prächtiger Wallfahrtskirchen-Komplex ist das Zentrum des Ortes. Gabriel weiss zu berichten, dass diese so populäre Jungfrau von Copacabana (ich hab sie nicht gesehen – endlich mal ein Heiligtum, das wir auslassen!) namengebend für den weltberühmten Strand von Rio de Janeiro war. Dort haben Auswanderer einst eine Kapelle für “ihre” Jungfrau gebaut, und nach dieser wurde dann der Strand benannt.

Wir steuern direkt auf das Ufer des strahlend blauen Sees zu, denn Mara (aus Cochabamba) hatte uns empfohlen, die Nacht auf der Insel zu verbringen, und es war schon früher Nachmittag. Richtig, das letzte Boot war um 13:30 h gefahren. Die Überfahrt dauere 2 Stunden, und wir kämen nur auf die Insel, wenn wir privat (und teuer) ein Boot für uns alleine mieteten. Da teuer in Bolivien in Euros immer noch bezahlbar ist (in diesem Fall ging es um umgerechnet 40  €), haben wir eingewilligt, denn der Ort Copacabana ist voller Hotels, Rucksacktouristen und Giris (despektierlich für US-Amerikaner), was unsere Begeisterung für ihn dämpfte.

Hauptstrasse von Copacapana

Wir tranken noch einen Kaffee am Ufer und gegen 4 sollte es losgehen. Wir stiegen ins Boot, der Kartenverkäufer händigte dem Bootsfahrer ca. ¾ unseres Fahrpreises aus (sprich ¼ war seine Kommission), und dann stiegen etwa 10 weitere Leute ein, keine Touristen, sondern Einheimische, die am Schluss mit wenigen Münzen ihren Fahrpreis entrichteten. Wir beschlossen, uns nicht zu ärgern, sondern fühlten uns stolz als Mäzenen für den Bootsfahrer und diese Gruppe von Einheimischen, die am Nachmittag noch irgendwie zurück auf ihre Insel kommen wollten.


Die Fahrt war es wert. In der Abendsonne sind wir über den See getuckert, am Horizont Berge (und Regenwolken), das super saubere Seewasser um uns herum, schöne Blicke auf Festland und diverse Inselchen, der Geruch von Wasser und Wind. Der grössere Teil des Sees (der rund 15-mal so gross ist wie der Bodensee) gehört ja zu Peru, aber das peruanische Ufer war kaum auszumachen und der bolivianische Teil war genauso schön. (Am nächsten Tag auf der Rückfahrt sah man die peruanische Seite und dahinter die ganze verschneite nächste Andenkette).

Im Hintergrund die peruanische Kueste und die verschneite Andenkette

Als wir schliesslich ankamen, galt es nur noch, die Treppe des Inkas zu bewältigen. Neben einem glasklaren Sturzbach führen uralte Stufen das Ufer hinauf, ich tippe mal, rund 100 m, aber in meinem angeschlagenen Zustand und auf der gegebenen Höhe kamen sie mir wie 300 m vor.

Fuente del Inka - der Inka-Brunnen, auf halber Hoehe

Immerhin, schnaufend und mit vielen Pausen haben wir uns auf die Höhe hinaufgewuchtet, im dort oben liegenden Dorf ein Zimmer mit schöner Aussicht genommen (jedes zweite Haus ist dort eine Pension) und noch nicht einmal über den Preis gefeilscht, obwohl die ursprünglich angegebenen 80 Bolivianos plötzlich (nach gründlicher Inspektion unserer Person) 80 pro Person waren (und uns in der Touri-Info auf dem Festland versichert worden war, dass das Doppelzimmer auf der Insel maxial 40-50 Bobs koste). Im Gastraum der Pension gab es leckeres Abendessen, während es draussen anfing zu regnen. Am grossen Tisch sass auch der Hausherr und malte verbissen in einem Schulheft herum. Ja, das seien Bilder, die der Junge (9) für die Schule morgen fertiggestellt haben sollte, aber er war so müde gewesen, er habe einfach nicht mehr gekonnt und sei nun im Bett. Mit grosser Dankbarkeit nahm der Mann Gabriels Angebot an, sich mit den Zeichnungen zu beschäftigen. So verbrachte Gabriel den Sonntag Abend auf der Sonneninsel damit, Schulbuchzeichnungen in ein Schulheft zu kopieren, wunderschön, mit erstklassigen deutschen Faber-Kastell Buntstiften. Wir werden wohl leider nie erfahren, ob das ein Lob für das Kind erbracht hat, oder ob er Schelte bekommen hat, weil ihm so offensichtlich ein “Onkel” geholfen hatte.


Am naechsten Morgen konnten wir den Blick von der Pension aus geniessen

Die Nacht über hat es so geschüttet, dass wir in unserem Zimmer unterm Dach länger wach lagen und uns überlegten, was uns geritten hatte, hierher zu kommen. Aber die Hausherrin hatte Recht: nachts Regen bedeutet tags Sonne. Der Morgen war frisch gewaschen und strahlend, meine Kondition deutlich verbessert, und nach dem Frühstück machten wir uns auf zum Nordufer (ca. 6-7 km weit), wo kurz nach Mittag ein Boot zurück nach Copacabana ablegen sollte.









Es war eine der schönsten Wanderungen der Reise (ich fühlte mich an einen Weg auf die Halbinsel von Paphos, Zypern, im Jahre Schnee erinnert, den ich damals auch fiebrig und schlapp bewältigt habe, ähnlich strahlend am tiefblauen Mittelmeer – Hallo Walter!). Auf halber Strecke sassen plötzlich ein paar Einheimische vor einem Hüttchen und kassierten. Das sei die Gebühr für den Besuch des Nordteils der Insel. Und als wir durch ein weiteres kleines Dorf kamen (es sollen etwa 5000 Menschen auf der ca. 5x10 km grossen Insel leben, was uns aber sehr viel vorkommt), erschien eine Frau und kontrollierte, ob wir auch “Passierscheine” hätten. Wenn’s denn den lokalen Haushalt aufbessert, soll es uns recht sein …

Es ging weiter, bergauf, bergab, mal durch Felder, mal amStrand entlang, wo die Kinder der Nordteil-Schule spielten und taube Ohren hatten, als der Lehrer sie von der Pause wieder reinrief. Wie beruhigend: ein paar Dinge sind einfach überall auf der Welt gleich! Wir haben das Boot in der Nordbucht gut erreicht. Die Rückfahrt war also “Linie” und deutlich preiswerter, dafür war das Boot aber auch rappelvoll mit Rucksacktouristen.

Die “Sehenswürdigkeiten” der Insel haben wir übrigens galant ausgespart. Weder der Stein des Inkas, noch der heilige Fels in Form eines Pumas haben uns gross gelockt und haben wohl auch mehr symbolischen als historischen Wert. Immerhin soll hier auf dieser Insel der Sonnengott Inti das erste Inkapaar auf die Welt gesetzt haben, den Inka Manco Capac und seine Frau Mama Ocllo. Dies wissend, waren wir zufrieden mit der Insellandschaft, die wirklich ganz ausnehmend schön und deutlich anders als die der eher kleine peruanischen Insel Taquile ist. Und nicht EIN Auto weit und breit.

Die Rückfahrt wurde durch eine mitfahrende junge Argentinierin recht kurzweilig. Sie ist seit vielen Monaten reisend unterwegs, auf jener Route, die wir ursprünglich einmal ins Auge gefasst hatten: Von Mexiko über Mittelamerika nach Süden. Zu jedem Land hatte sie eine kompakte Charakteristik parat, die einerseits von viel selbst erlebter Erfahrung zeugte, andererseits aber auch von der Art Reise, die pro Land nur die 2-3 “Highlights” ansteuert und wenig Zeit für Kontakte mit den Leuten lässt.

Maricel im Bus
Sie erinnerte mich sehr an meine Freundin Gilla, die eine solche Reise 1979 gemacht hat, als wir zusammen in Mexiko waren und ich wieder zurück musste, während sie alleine weiter nach Süden reiste, auch ca. Ein halbes Jahr lang. Sowohl Gilla als auch Maricel sind Personen, die sich die Butter nicht vom Brot nehmen lassen und eine solche Reise alleine locker durchstehen. Da können wir noch einiges lernen, z.B. wie man kostenlose Übernachtungen bekommt, wenn man sein Gepäck reduzieren will - der Naturalientausch funktioniert hier noch: Klamotten gegen Bett!


Weit zurueck, hinter der letzten Kurve sehen wir den Fahrer des haltenden Lastwagens
und unsere Mitreisende Forellen aufsammeln 


Auf der Rückfahrt blieb der Bus auf halber Strecke plötzlich in einer Kurve auf der (leeren) Gegenfahrbahn stehen. Da wir oben in der ersten Reihe saßen, machte uns das leicht nervös. Immerhin könnte ja doch ein Laster entgegen kommen und nicht rechtzeitig bremsen können. Unten war ziemlicher Tumult, und schließlich stieg die halbe Busbesatzung aus. Und noch bevor Gabriel wieder einstieg, um mir zu berichten, was los war, roch ich: Fisch! Was war passiert? Eine der Mitfahrenden hatte 9 (!) Eimer voller Forellen eingekauft und unten in den Gepäckraum eingeladen. Selbiger war offenbar schlecht gesichert oder auch gar nicht richtig verschlossen, denn wir hatten über mehrere Kilometer schon Forellen verloren! Die arme Besitzerin rannte verzweifelt die Strecke zurück und versuchte zu retten,was zu retten war. Der entgegenkommende Lastwagen, der natürlich früher oder später um die Kurve kommen musste, kam, bremste, wich geschickt aus und hielt ebenfalls, um Forellen aufzusammeln. Insgesamt drei der neun Eimer waren wohl perdú, unser Gepäck durch ein Wunder nicht ver-fischt, und schließlich – nacch Sicherung der restlichen 6 Eimer ging es weiter. Die arme Frau verbrachte die restliche Fahrzeit damit, mit dem Handy rumzutelefonieren (von wegen rückständige Indios!), der Bruder solle doch mit dem Pkw an die Unglücksstelle fahren und Forellen retten – ein Drittel des eingesetzten Kapitals war hin! An diesem Tag gab es wohl bei vielen Familien unerwartet frische Forellen zu essen.

Wir freuten uns, in unsere gemütliche Wohnung in La Paz zurückzukommen, während MariCeli in die nächstbeste Pension ging, denn sie wollte bereits am nächsten Tag gen Sucre weiterreisen.



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