4. April 2013

Tiahuanaco


Un día tuvimos que salir de La Paz para ir de excursión a Tiahuanaco.

La fascinación que causan las culturas andinas precolombinas encuentra su punto álgido en el dramático escenario del Cuzco, mejor, de Machu Picchu. Después, parece que ya no hay nada igual, o por lo menos así lo pretende la conspirativa industria turística. Hace ocho o diez años hicimos un viaje a Perú que estuvo orientado hacia esas culturas, no sólo la huella de los incas, sino también los restos de otras civilizaciones preincaicas, de las que aún se hacen fantásticos hallazgos arqueológicos. 
Entonces llegué a la conclusión particular de que los incas, con todo lo que fueron (lo sugerido, lo intuído y lo fantaseado) fueron también depredadores de la memoria de otros pueblos que ellos fagocitaron con una estrategia mucho más sofisticada que la de los bastos conquistadores españoles. Y hoy todo el centro de Sudamérica pugna por haber sido asiento de los incas, incluso argentina, aunque en realidad incas fueran solo los príncipes y su imperio sólo existiera durante escasos 150 años.

La cultura de Tiahuanaco es anterior a los incas. Es el origen, con los Huari de Ayacucho, de los sacerdotes de Chavin de Huantar y de muchas civilizaciones que hubo en Sudamérica hasta la llegada de Colón. Pero cuando me acerco a Tiahuanaco me acuerdo sobre todo de una novela regular de Matilde Asensi en la que un grupo de brokers de Barcelona se metía por una entrada secreta de Tiahuanaco y aparecía en el Chapare. Pero en el lugar no me pareció que pudiera haber una puerta de esas.
En aquel viaje anterior estuvimos recorriendo la orilla peruana del Titicaca. Nos acompañó Sabine Holdt, nuestra amiga de Leipzig, y vimos en las orillas construcciones y ruinas incaicas y preincaicas, nos quedamos asombrados del templo de la fecundidad de Chucuito (sobre uno de cuyos falos ella se sentó y ahora tiene una niña llamada Anna Nové), de las ruinas devoradas por la vegetación de la iglesias de Juli y Pomata, desde las cuales salieron los jesuitas que fundaron las misiones del Paraguay, Brasil y Argentina, nos bañamos en el agua lago, a unos 10° y a 3.800 m de altura y fuimos en barco a las islas flotantes de los Uros y a la Isla Taquile, que nos hizo gracia con su vegetación mediterránea y sus habitantes masculinos vestidos con faldeyines griegos y haciendo punto por las calles del pueblo, con el carrillo inflado de acullique.

Ahora completamos nuestro mapa mental y nos acercamos por el este a la frontera boliviano-peruana. Desde La Paz no está lejos. Se sale del valle al altiplano, lo que en concreto significa atravesar El Alto, y la carretera lleva en unas dos horas a Tiahuanaco siguiendo después hasta Desaguadero, el rebosadero del lago donde está la frontera peruana. 
Tiahuanaco no está en la orilla del Titicaca, sino en pleno altiplano. Tuvo que ser una metrópoli agrícola. Tiahuanaco es el origen de la cultura aymara. Surgió hacia el 1500 a.C. Y sucumbió hacia el 1300 de nuestra era, primero asumida por los incas y luego por los españoles.

El taxista que nos lleva hasta la pared del Cementerio de La Paz, desde donde salen los vehículos a Tiahuanaco, es un tipo simpático, nacido en el barrio de la Victoria, que es donde está el cementerio: “Paceño, pico verde, que ñeq'e!”, nos dice. Míreme, ya tengo 69 años y ni un resfriado!. Eso es lo que significa “ñeq'e”, "duro". Lo que no sabe explicar es por qué se les llama a los paceños “picoverdes”.
 En las tapias del cementerio nos montamos en un microbús de esos que no sale hasta que no se llena del todo y que normalmente son tan angostos que sólo se quiere llegar adonde sea. Junto a nosotros va un aymara peruano de Juliaca que ha venido a la Paz a negociar mercancias para su comercio (telas, electrodomésticos chinos, cereales, lo que sea) los precios son menores que en Perú y aunque a Lima llegan también artículos chinos, la distancia a La Paz es menor. Hablamos todo el viaje y el tiempo pasa sin notarlo. La fila de delante va pendiente de nuestra conversación. Incluso el evangelista que estudia la biblia. En el cruce nos apeamos. Hasta Tiahuanaco hay dos o tres kilómetros y nos apetece hacer a pie, respirando el aire fresco, disfrutando del paisaje aunque el tiempo es inseguro y el cielo amaga con mojarnos.
 Llegamos a las excavaciones de Puma Punku. No tenemos entrada y el guardian nos impide pasar: la entrada sólo se puede sacar en la taquilla del pabellón principal, otro par de kilómetros más allá. Todo el museo está acondicionado para visitantes motorizados, como si fuera imposible llegar a pie hasta allí. O sea que seguimos andando, el aire es suave y fresco, pero quema y Sabine agarra una semiinsolación. Los nativos saben muy bien por qué a 4000 m. de altura hay que llevar siempre sombrero!.

 
La entrada principal al campo arqueológico se halla en una estación de tren abandonada y está marcada por kioskos de recuerdos y artesanías. Pagamos y visitamos el recinto descampado que comprende zócalos de pirámides (las primeras de sudámerica) y ruinas de templos. Se dice también, que bajo el suelo aún hay una gran ciudad enterrada, que sólo se ha excavado un poco por ciento. A nosotros nos bastan los muros que vemos. Nuestra amiga Sabine, tras 10 días de visitar ruinas y aunque por todas partes iba buscando puntos en los que llenarse de "energía",  quería ver algo que no fueran piedras; sin embargo, la americana quasi anciana que nos encontramos en la puerta está eufórica, mueve como puede su pescuezo cargado de collares, de llamas de plata, de amuletos y cadenas y agita los brazos mientras se mete en su taxi privado: “Wonderfull, something like that I’ve never seen …!”

Nosotros no estamos tan impresionados.

Lo mejor que tienen estos monumentos religiosos es el emplazamiento; el paisaje, que con las nubes negras se vuelve misterioso, las vistas que hay desde las lomas y la armonía de los perfiles de las montañas limitando el horizonte. Es entretenido también rastrear entre las columnas los rostros grabados de personas o de animales, las plantas dibujadas y descubrir -son rápidos como centellas- los cuís de color tierra antes de que desaparezcan en su madriguera. En Perú comimos una vez: “cui chactado”, sabía a pajarito frito. 
En el museo de cerámica han reunido los restos que se han podido salvar y nosotros nos dedicamos al deporte de sacar fotos prohibidas. El segundo museo, el litico, es un gran edificio de piedra que está medio arruinado y vacio; sólo conserva una escultura del dios Tiahuanaco aislado en medio de una sala tenebrosa. Realmente impresionante.

Desde allí damos una vuelta por el pueblo, que tiene una gran plaza bonita y casi vacía y una iglesia del siglo xvi cerrada a cal y canto. Sin temor a la diarrea me trago dos o tres ensaladas de fruta en el tenderete de una cholita.



Luego nos volvemos a la carretera principal. Con la entrada pudimos aún visitar las excavaciones de Puma Punku y ver las piedras talladas de los incas, formando muros sin un resquicio entre ellas.

A medio camino hacia el cruce, un microbús nos recogió y nos llevó a La Paz.


Tiahuanaco



Der Reiz der präkolumbinischen Anden-Kulturen findet seinen dramaturgischen Höhepunkt im Besuch von Macchu Picchu. Danach gibt es nichts mehr. So zumindest inszeniert es die Welt-Tourismus-Konspiration. Unsere Peru-Reise vor inzwischen ziemlich genau 9 Jahren orientierte sich weitgehend an den alten Kulturen, den Spuren der Inkas, aber auch den Überresten von allen vor-inkaischen Kulturen, von denen mehr oder weniger erhalten ist, aber grade in Peru auch immer noch tolle Funde gemacht werden. 



Auf unserer damaligen Reise waren wir mit unserer Leipziger Freundin Sabinita am Titicacasee und haben dort inkaische und prä-inkaische Bauten und Reste gesehen, sind das Seeufer entlang gefahren und haben halb-überwucherte Ruinen von Jesuitenkirchen bestaunt, von denen aus die Missionen in Paraguay und Nordargentinien gegründet wurden, haben im etwa 10 Grad “warmen” See auf 3800 m Höhe gebadet und sind auf die Insel Taquile gefahren, die mit einer fast mediterranen Vegetation verblüffte. All dies waren starke Eindrücke, aber ich erinnere auch, dass man uns damals sagte, wir müssten unbedingt über die Grenze nach Bolivien fahren, denn dort sei Tiahuanaco, wo alles seinen Anfang genommen habe, und – noch wichtiger – die Sonneninsel, von der die ersten Inkas stammten. Wir haben damals schnöde abgelehnt, denn unser Projekt war, ein Buch über Peru zu schreiben, da hatte Bolivien nichts zu suchen.

Nun vervollständigen wir unsere mentale Landkarte und nähern uns von Osten her der bolivianisch-peruanischen Grenze. Von La Paz aus ist das nicht weit. Man fährt aus dem Tal hinauf aufs Altiplano, was konkret heisst, sich durch “El Alto” zu winden, und dann gabelt sich die Strasse, die linke (südliche) führt in insgesamt etwa 2 Stunden nach Tiahuanaco und von dort weiter an die peruanische Grenze, die rechte, nördlich des Sees verlaufende, steuert den Bade- und Wallfahrtsort Copacapana an, von dem aus man auf die Sonneninsel übersetzen kann.


Unser erster Ausflug von La Paz gilt Tiahuanaco, das nicht am See liegt, sondern mitten auf der Hochebene. Es war wohl einst eine landwirtschaftliche Stadt, die irgendwann mal so einflussreich war, dass viele ihrer Götter und Rituale in andere Kulturen Südamerikas übernommen wurden. Tiahuanaco gilt als Ursprungsort der Aymara-Kultur. Das begann so um 1500 v.Chr. und endete um 1200 nach, sprich Inkas und danach Spanier fanden das Gebiet schon verlassen vor (man weiss nicht genau warum) und haben wohl jeder mitgenommen, was ihm nur irgend mitnehmenswert erschien.

Wir kommen in einem dieser Kleinbusse an, die in La Paz nicht eher abfahren, als bis dass der letzte Platz besetzt ist, und man sitzt so gedrängt und unbequem, dass man einfach nur ankommen will. Allerdings sitzt neben uns ein Peruaner, der nach Hause fährt und den ganzen Weg über höchst angeregt mit uns schwatzt, so dass die Hinfahrt schnell vergeht. An einer Kreuzung auf dem windigen Altiplano werden wir abgesetzt, es ist bewölkt und unfreundlich, aber als wir die paar Kilometer auf der Stichstrasse nach Tiahuanaco entlangwandern und uns die frische Höhenluft durchpustet, ist es einfach nur schön. 

Wer setzt bei so einem Wetter schon einen Sonnenhut auf?
Quién se pone un sombrero con este tiempo?


Der Radfahrer wendet und hat uns eine archaeologische Reproduktion verkauft, bevor wir ueberhaupt die ersten Ausgrabungen gesehen haben.
El ciclista parece inofensivo, pero también es un vendedor de recuerdos!
Nach ein paar Kilometern gelangen wir an das Ausgrabungsfeld Puma-Punku. Wo unsere Eintrittskarte sei? Die wollten wir kaufen, antworten wir. Das könnten wir hier nicht. Das müssten wir am Einlass-Kiosk machen, der sei zwei Kilometer weiter in jener Richtung (er deutet vage ans nördliche Ende des kleinen Ortes). Keine Chance. Die Welt ist für Autofahrer ausgerichtet. Wir wandern weiter. Die Luft ist milde und frisch und ich Trottel denke, Wolken hiesse “keine Sonne”. Ich werde es in den nächsten Tagen büßen. Das Gesicht verbrannt, glühend, etwas fiebrig, insgesamt schlapp und höhenkränklich: die Einheimischen wissen wohl, warum sie auf 4000 m IMMER etwas auf dem Kopf tragen.

Noch merke ich davon allerdings nichts, sondern finde es herrlich. Endlich am Haupt-Einlass, der sich an einem verlassenen Bahnhof befindet und durch zahlreiche Verkaufsstände sowie zwei Museen markiert wird, zahlen wir unseren Eintritt und besichtigen das Ruinenfeld, das die Sockel von Pyramiden (die ersten Südamerikas, heisst es) und anderen Tempelanlagen umfasst. 









Es heisst auch, hier sei noch eine ganze Stadt vergraben; es seien erst wenige Prozent ausgebuddelt. Mir reichen die Mauerreste auch so aus. Ich erinnere mich an Sabinita, die nach 10 Tagen Inka-Bauwerken meinte, sie wollte jetzt mal was anderes fotografieren als immer nur Steine. Aber die ältere Amerikanerin, der der Hals schwer sein muss angesichts der vielen Silberlamas, -amuletts und -ketten, die sie um selbigen trägt, ist völlig euphorisch, als sie in ihr Privat-Taxi steigt: “Wonderfull, something like that I’ve never seen …!”

Wir sind, ehrlich gesagt, nicht besonders beeindruckt, aber es ist schön, über die Hochfläche zu spazieren, in Stein gehauene Gesichter anzuschauen oder Pflanzen und – schwupp in ihren Höhlen verschwindende – Meerschweinchen zu entdecken. 





Das Keramik-Museum hat an Artefakten zusammengestellt, was zu retten war, und wir verfolgen unseren Lieblingssport, dort möglichst viele Fotos zu schiessen, wo es verboten ist. 


Das zweite Museum ist ein imposanter moderner Steinbau, der ob seiner Vernachlässigung und regenbedingter Decken-Zerbröselung eine gewisse Tristesse ausstrahlt. Nein, wir dürften den Inhalt des Museums auf keinen Fall fotografieren, heisst es am Einlass! (Aber ich war schneller als der Wächter!) “Der Inhalt” entpuppt sich als eine einzige immens grosse Steinskulptur, die aus einem Steinblock gehauen ist und die typische abstrakte Ästhetik der Sonnengottheiten aufweist.



Am Hauptplatz, (fast) alles stilecht und mit oeffentlichen Toiletten
En la plaza es (casi) todo auténtico y con wáteres públicos

Vom Haupt-Ausgrabungsfeld und den Museen drehen wir einen Schlenker durch den kleinen Ort, der einen grossen leeren, aber recht hübschen Hauptplatz und eine fest verrammelte, aber sehr malerische alte Kirche vorzeigen kann. Und ein öffentliches Klo (wie üblich: 1 Bolivar für ½ m Klopapier – das nennt man gute Organisation!) Dann geht es zurück Richtung Landstrasse. Mit der Eintrittskarte kommen wir nun auch ins Ausgrabungsfeld Puma-Punku rein und sehen dort die exakt behauenen Steine, die fugenlos zu Mauern zusammengefügt sind (das konnten also nicht erst die Inkas), und schliesslich stiefeln wir zurück zur Kreuzung, wo uns sehr schnell der nächste vorbeifahrende Bus Richtung La Paz mitnimmt.

Das schoenste an diesen Ausgrabungsstaetten ist ihre Lage in der Natur
Lo más bonito de estas excavaciones es el paisaje que las rodea


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