Uyuni y El Salar
Bajo el peso de tres mantas de lana no se puede decir que durmiéramos mal en el hotel Julia. Por la mañana temprano nos despertó el rumor de unos 200 soldados, que llegaron al trote desde el cuartel del final de la calle gritando y coreando sus viriles jaculatorias.
Tras otra vuelta de sueño volvieron a pasar los mismos soldados, recién lavados, desfilando con tambores y trompetas. Era el dia del Acceso al mar de Bolivia. Ya lo había anunciado la prensa. Bolivia tiene una armada de marina compuesta por 1800 hombres estacionados en el Lago Titicaca.
Y Evo se dispone actualmente a denunciar en La Haya que Chile le debe a Bolivia un acceso al mar y un puerto. Se trata, sobre todo, de la exportación de materias primas que, aunque sean embarcadas en Chile o en Perú, tienen que pagar aranceles a cualquiera de los dos países. Con un corredor boliviano y un puerto propio se solucionaría ese problema. Y de hecho, al norte de la más norteña ciudad de Chile, Arica, se extiende un desierto en el que nadie vive y en el que se podría hacer el corredor boliviano. Pero 150 años después de que los chilenos se apropiaran de esa tierra boliviana, resulta difícil exigir derechos sobre ella. Ese es el motivo por el que se celebra hoy en Bolivia el Día del Mar con desfiles y manifestaciones en todo el país.
Así pues, despertados del todo, vemos desde la ventana no sólo el desfile de los soldados vestidos de algas y de Ninjas bajo un cielo azul radiante, sino gran actividad en la calle de nuestro hotel. Montones de macuteros se reunen en rebaños ante las innumerables agencias de turismo. Por la calle desfilan -en sentido contrario al desfile militar- los potentes jeeps cuatro por cuatro, que levantan los corazones aventureros de los adolescentes. Durante un momento nos miramos y nos echamos a temblar. Nosotros también cogemos nuestros macutos con los bártulos para tres días, dejamos las maletas en el hotel y nos ponemos a la cola en la calle, ante la puerta del hotel Julia. A las 10 en punto, uno de esos cuatro por cuatro se para delante de nosotros, el chófer se baja y se presenta: Es Víctor, el chófer más antiguo de la agencia de Coco y Mara. En el jeep caben cuatro pasajeros pero él hace la excursión con sólo nosotros dos. Un privilegio que agradecemos enormemente porque ese viaje con cuatro personas en el Jeep hubiera resultado inaguantable!.
Victor nos explicó rápidamente el programa de los tres días, pero entendimos bien poco del mismo porque los nombres no nos decían nada. También nos avisó de que se había cambiado el programa porque desde hacía 10 días no había llovido en el salar y había caminos que eran de nuevo transitables... Se podía atravesar el salar en lugar de rodearlo y se podía llegar al Hotel de la Sal, hoy por primera vez en la temporada. A nosotros todo nos venía bien
Y ahora una explicacioncita sobre el salar. No es un lago, aunque en sus tiempos sí lo fue. Entretanto ha recogido durante milenios el agua de los montes circundantes que bajaba con gran cantidad de minerales disueltos en ella. El agua se evaporó hace unos 10.000 años, pero los minerales no. Así pues, se quedó una capa de sal de 100 x 120 km, que en el centro tiene hasta 80 m de espesor. Todo sal maciza. Es el mayor salar del mundo. Lo de macizo hay que creerlo firmemente, porque, si se conocen los lagos helados de Baviera, la blanca y brillante superficie de unos y otro es parecida y se tiene la constante impresión de que se va sobre hielo quebradizo.
A propósito, este mar de sal esconde el gran jocker de la economía boliviana. En el salar hay un gran yacimiento de litio y otros menores de potasio, boro y magnesio. Todos los aparatos electrónicos modernos funcionan con baterías de litio, Wikipedia cuenta algo también del gran significado que tiene para la industria automovilística... Evo Morales hace construir actualmente una fábrica piloto, pone a prueba a diferentes consorcios para ver cómo se puede extraer el litio (sin arruinar el valor turístico del salar) y cómo puede llevarse a cabo todo el proceso sin que las empresas extranjeras se apoderen de toda la ganancia. De momento opera por allí un consorcio chino-coreano-boliviano y los tres juegan al delicado juego del espionaje industrial.
De toda esta actividad industrial no hemos visto nada. Nuestra primera parada fue el pueblo de Colchani, donde trabaja una cooperativa que acarrea sal del sector del salar más limpio, la seca en unos hornos muy rudimentarios y llena con ellas bolsas de plástico de sal de cocina para el uso nacional, sin más filtros ni lavados, pero añadiendo un poco de yodo para evitar el bocio. En otro sector del salar, con más suciedad, se hacen adobes de sal que sirven para construir casas, como el Hotel-Tayka de Sal en el que dormiremos esta noche.
En Colchani nos juntamos una docena de jeeps. Víctor nos echa en manos de un viejo salinero que explica el proceso de fabricación a un grupo. Nos avisa que ni toquemos el yodo. Una vez uno de los turistas probó el yodo sin querer y estuvo ensuciando la blancura de la sal con la diarrea incontenible que le dió.
Tras la visita a Colchani, nos vamos a atravesar la superficie blanca. Al borde vemos aún un par de hoteles de sal en construcción, también a habitantes del pueblo que amontonan pequeñas parvas de sal para cargarlas en camiones y llevarla a los hornos y, por fin, en un hotel de sal en ruinas, nos reunimos otra media docena de jeeps llenos de guiris con máquinas de fotos.
Después de la vista nos invitan a comprar gorros de lana. Seguimos andando y un par de calles más allá, fuera del gueto de turistas, algunos colchanieros, deshacen en unos corrales parvas de sal y las meten a paladas en los hornos. Sacamos fotos y rápidamente nos hacen ver que no les gusta que les fotografíen. Por lo visto sólo se puede retratar a los que están preparados para eso. Ni caso: si quieren turistas se tendrán que mojar el culo.
Tras la visita a Colchani, nos vamos a atravesar la superficie blanca. Al borde vemos aún un par de hoteles de sal en construcción, también a habitantes del pueblo que amontonan pequeñas parvas de sal para cargarlas en camiones y llevarla a los hornos y, por fin, en un hotel de sal en ruinas, nos reunimos otra media docena de jeeps llenos de guiris con máquinas de fotos.
Entonces entendemos lo que pasa. Esos innumerables jeeps cargados de turistas atraviesan el salar por la blanca superficie que, sin calles, ni indicaciones, ni regulación es el sueño de un conductor de croll. Los jeeps aparecen en el horizonte y desaparecen la pista salada o se detienen en algun punto del horizonte blanco. Si uno se baja del coche anda precavidamente por instinto, pensando que se podría resbalar.
Pero la sal es áspera, no es como el hielo y no resbala. Victor arranca cristales de uno de esos ojos que se cerrarán en la temporada seca y nos los da. Quiere que nos los guardemos de recuerdo. Como pesan demasiado, cogemos sólo dos trozos de un par de gramos.
Desde allí vamos a la isla Inka-Huasi (Casa del Inka) – el jeep tarda una hora larga en recorrer los 60 km sobre la superficie llana y blanca. Todos vamos allí. Contamos más de 30 jeeps aparcados en el “puerto” de la isla, pero Victor dice que eso es sólo el principio de la temporada. Cuando el terreno esté bien seco llegarán más del doble o el triple.
La isla, que quede claro, ha sido acondicionada por un sindicato turístico como punto de encuentro para las excursiones en jeep. Cuenta con wáteres, un pequeño museo, mesas de picnic, un bar y una senda bien señalizada que la rodea. Victor nos manda a dar una vuelta por ella y mientras tanto él prepara la comida. Es lo que hacen todos los chóferes de los jeeps que hay allí parados. De modo que nos hacemos al paseo, más que paseo trepa, entre cáctus centenarios y formaciones rocosas y ascendemos a un mirador que a esta altura (3650 m) nos deja sin resuello.
Cuando volvemos, victor ha preparado un picnic abundante y bueno, un verdadero lujo. Va bien equipado: todo el agua que queramos, pero también vino o refrescos y, sobre la baca, dos bidones de 60 litros llenos de gasolina, para cualquier eventualidad.
Después de comer continuamos el viaje a través de la sal. Imposible calcular las distancias de las montañas que se ven al borde ni de las islas que rompen la blancura de la sal. Entre Incahuasi y la “Isla del Pescado” hay 25 km; hasta el volcán Tunupa, que se asoma a la orilla del salar, hay sesenta kilómetros, una hora de viaje. No se sabe si el coche anda o está parado, poco a poco surgen relieves en el horizonte, en las paredes de los montes.
Una vez en la orilla, paramos en medio de un gran rebaño de llamas y despues en una aldea pequeñísima para visitar un museo de cerámica.
Lo cuida una mujer -el dueño está en el hospital– Es un museo que recoge todos los objetos populares posibles.Esa es su máxima curiosidad. Pero el verdadero museo, verdadera galería de arte al aire libre, está fuera: el dueño, el anciano que está en el hospital, ha bajado piedras de las faldas del Tunupa y las ha ido colocando en un recinto con trazas de aprisco, pero de forma especial y con añadidos sugerentes, obteniendo un resultado genial. Lástima que mi cámara se haya quedado sin batería!.
El Hotel de Sal, que hace unos días era casi inaccesible, abrió ayer de nuevo. Todavía no hay más que dos empleados, el administrador y el joven cocinero. Nosotros somos los únicos huéspedes y podemos elegir entre las 15 habitaciones distribuidas alrededor de dos patios y sus pasillos. El color blanco pálido domina, si se rascan las paredes, salta la sal. Nuestra habitacion tiene una buena vista al salar, las sábanas son tejido polar, sobre la colcha hay un gordo edredón de plumas.
Damit waren wir endgültig wach. Blicke aus dem Fenster zeigten uns nicht nur die marschierenden Militärs sowie einen strahlenden blitzeblauen Himmel, sondern auch eine heftige Geschäftigkeit in der Straße vor unserem Hotel. Heerscharen von jungen Leuten mit Rucksäcken versammelten sich vor den zahlreichen Tourismus-Agenturen, auf der Straße defilierten die dicken 4-Rad-Antrieb-Jeeps, die die Herzen von Abenteuerern höher schlagen lassen. Wir packten unsere Rucksäcke mit der 3-Tages-Tour-Ausstatttung, ließen die Koffer im Hotel und begaben uns ebenfalls auf die Straße.
Pünktlich um 10 Uhr fuhr ein weiterer dieser schicken Jeeps vor und der Fahrer kam auf uns zu und stellte sich vor: Victor. Victor ist von Cocos und Maras Reiseagentur. Er sei der Fahrer, der schon am längsten für Coco arbeite. Ja, in den Wagen passten 4 Passagiere, aber, nein, es kämen keine anderen, er mache den Ausflug mit uns alleine. Wir schickten gedanklich ein großes Dankeschön an Coco nach Cochabamba. Welch Privileg! Denn zu dritt gedrängelt auf der Rückbank, das ist schon was anderes, als wenn da nur einer sitzt, der andere vorne neben dem Fahrer. Victor erklärte uns schnell das Programm der drei Tage, aber viele der Namen sagten uns nichts, und klar wurde auf Anhieb nur, dass das Programm geändert sei, weil es hier seit etwa 10 Tagen nicht geregnet hatte. Man könnte nun – Victor hatte das gestern ausprobiert – erstmals nach der Regenzeit wieder über den Salzsee fahren, müsste nicht drumherum fahren, und so sei auch das Salzhotel wieder erreichbar – heute den ersten Tag – das in den letzten Monaten wegen Regen geschlossen war. Uns war alles recht. Es sollte nur losgehen.
Hier ist vielleicht ein Einschub dazu angebracht, was dieser Salzsee eigentlich ist. Nämlich KEIN See! Es war natürlich mal einer. In den hat es von den umliegenden Bergen über Jahrtausende Wasser gespült, das viele Minerale gelöst hatte. Und das Wasser verdunstete, die Minerale nicht. Vor etwa 10.000 Jahren. Zurück blieb eine 100 x 120 km große Fläche Salz, die in der Mitte bis zu 80 m tief ist. Und das alles massives Salz. Es ist der größte Salzsee der Welt. Das “massiv” glaubt man allerdings nicht so wirklich, wenn man die gleißende weiße Fläche ansieht. Zumindest nicht, wenn man zugefrorene bayerische Seen kennt, die genauso aussehen können. Und besonders in diesen Wochen nach der Regenzeit, wenn teilweise noch das Wasser auf der Salzfläche steht und sich an vielen Stellen “ojos” (Augen) gebildet haben, wo das Süßwasser entweder vom Untergrund kommend oder als Regenwasser das Salz gelöst hat, dann denkt man unwillkürlich, das Salz sei wie eine Eisschicht und könne einbrechen.
Ich habe Victor mindestens dreimal gefragt, ob denn noch nie Autos eingebrochen seien, ob denn die Salzkruste auch Lastwagen aushalte, ob es nicht gefährlich sei, über den “See” zu fahren. Alles dummes Zeug. Die Salzschicht ist fest und birgt keinerlei Gefahren. Der Grund, warum in der Regenzeit nicht drübergefahren wird, ist, dass das Salzwasser die Autos bis unters Dach einsaut und die Motoren ruiniert.
Von solchen industriellen Aktivitäten haben wir jedoch nichts gesehen. Unser erster Halt war der Ort Colchani, wo eine Cooperative arbeitet, die aus einem Bereich, wo das Salz besonders rein ist, Salz ankarrt, das in sehr rudimentären Öfen getrocknet und danach in Plastiktütchen gefüllt wird, für den nationalen Gerbauch als Tafelsalz. Ohne weitere Filter oder Reinigung. In anderen Bereichen werden Salz-Ziegel abgegraben, die leicht gefärbte Schichten aufweisen, die durch Auflösung durch Regenwasser und erneute Kristallisierung zustandegekommen sind und durchaus auch etwas Dreck einschließen können. Aus diesen Ziegeln werden ganze Häuser gebaut, z.B. die, die als “Salzhotels” von den Touristen bevorzugt aufgesucht werden.
Dann fahren wir zur Insel Inka-Huasi (Haus des Inkas) – eine gute Stunde geht es mit etwa 60 km über die weiße Fläche. Da fahren offenbar alle hin. Wir zählen gut 30 Jeeps, aber Victor meint, das sei gar nichts. Die Saison habe ja gestern erst begonnen. Später im Jahr seien es um die Mittagszeit oft mehr als die doppelte Anzahl. Die Insel – das wird klar – ist vom Touri-Syndikat (oder wem auch immer) als Treffpunkt der Jeep-Ausflüge hergerichtet worden. Es gibt Toiletten, ein kleines Museum, Picknicktische, eine Snack-Bar und einen gut ausgeschilderten Rundweg über die Insel. Auf diesen schickt uns Victor, er bereite inzwischen das Essen vor. So machen es alle Jeepfahrer, das Essen ist im Ausflugspaket enthalten. Wir begeben uns also auf den Rundweg, der eine rechte Klettertour ist, zwischen uralten Kakteen und Felsformationen geht es auf einen Aussichtspunkt, was einen auf dieser Höhe (3650 m) ganz schön zum Schnaufen bringt.
Als wir zurückkommen, hat uns Victor sehr liebevoll ein reichhaltiges Picknick vorbereitet – echter Luxus. Er ist wirklich toll ausgestattet. Wasserflaschen, so viele wir wollen, aber auch Wein hat er dabei. Auf dem Dach des Jeeps 2 60 l- Ersatz-Benzintanks. Für alle Eventualitäten ausgerüstet.
Nach dem Essen geht es weiter übers Salz, nochmal eine gute Stunde Richtung Norden, bis wir ans Ufer gelangen, wo wir inmitten einer Lamaherde anhalten
... und dann in einem winzigen, zwischen vielen Steinmauern eingekästelten Dorf ein Museum besuchen, das Museum Chantani. Eine Frau hütet es, denn der Museumsbesitzer und -gründer Chantani ist im Krankenhaus. Aber er käme Ende der Woche nach Hause, beruhigt sie uns. Das Museum selber ist ein rechtes Sammelsurium von vokstümlichen Gegenständen. Aber draussen ist der Skulpturgarten. Den hat der Besitzer selber gemacht, alles aus Naturmaterialien, und er ist wirklich toll. Eine geniale Zusammenstellung von Steinen, Holzstücken, Knochen und allem Möglichem.
Ein paar Kilometer weiter über einen holprigen Steinweg gelangen wir zum Dorf Tahua, das am Fuße des Vulkans Tunupa (5400 m) liegt. Das Dorf ist in Regenzeiten kaum erreichbar, lediglich nach einer sehr mühseligen Fahrt von Oruro aus über unbefestigte Pisten. Aber die Haupt-Zufahrt führt über den Salzsee, rund 100 km von Uyuni aus. Oberhalb des Ortes Tahua liegt das Salzhotel, das einzige, das derzeit in Betrieb ist und in dem wir die Nacht verbringen werden. Es gehört zu einer Serie von Hotels, die unter dem Projektnamen “Tayka” vor 10 bis 12 Jahren gebaut wurden.
Neben dem Salzhotel gibt es ein Tayka-Steinhotel, ein Tayka-Wüstenhotel und ein Tayka Vulkanhotel. Sie wurden unter Beteiligung der Reiseagentur unserer Freunde von einem Konsortium erbaut, in dem die Haupt-Partner die kreditgebende Bank und die indigene Gemeinde sind, in der das jeweilige Hotel liegt. Nach 15 Jahren – so der Vertrag – werden die Hotels vollständig in die Obhut der Einheimischen übergehen. Ich tippe, dass das der Zeitraum ist, in dem der Kredit zurückgezahlt wird. Die Rolle der Reiseagentur dagagen besteht wohl im Wesentlichen darin, die Hotels mit zahlungskräftigen Klienten zu versorgen. Denn sie sind teuer. Wenn man ohne Agentur ankommt zahlt man für's Doppelzimmer etwa 110 U$, Abendessen und Frühstück inklusive. Aber die Hotels sind – da wo sie sind – konkurrenzlos. Entweder man lässt sich mit den Rucksacktouristen in den Schlafsaal einer Einfachstherberge stecken, oder man geht ins Tayka-Hotel.
Zum Sonnenuntergang drehen wir noch eine Runde rund ums Hotel. Es wird sofort ordentlich frisch, denn hier wir überall auf diesen Höhen herrscht das sog. Tageszeitenklima, d.h. die Temperaturunterschiede zwischen Tag und Nacht sind größer als die zwischen Sommer und Winter. Da helfen nur dicke Jacken und Inka-Mützen! Gabriel steigt runter in Richtung Ufer, während ich oben zwischen den Steinmäuerchen stehenbleibe und zusehe, wie der Schattenrand der untergehenden Sonne langsam den Vulkan hinaufkriecht.
Plötzlich taucht hinter einem Mäuerchen eine Indiomütze auf, drunter ein freundliches Einheimischen-Gesicht und ein großes Stativ. Mann und Stativ klettern übers Mäuerchen und positionieren sich an meiner Seite. “Noch etwa 10 Minuten, dann leuchtet der Vulkangipfel blutrot, das muss ich filmen” klärt mich der Mann auf. Er hat eine Sony-Videokamera, die er auf das Stativ montiert. Mamani – so heißt er, wie so viele Aymara – ist Anthropologe, ist in sein Geburtsdorf zurückgekehrt und macht hier Filme über die Einheimischen, ihre Gebräuche und traditionelle Musik. Im Hotel könnten wir Video-DVDs von ihm kaufen. Was wir selbstverständlich gemacht haben. Im Hotel seien wir untergebracht? Ja, das gehöre ja auch ihm! Er sei einer der 36 Personen aus der Gemeinde, die am Konsortium beteiligt seien, und in 2 Jahren gehöre das Hotel ihnen! Aha, schließe ich, nicht die Gemeinde als Institution, sondern namentlich beteiligte Personen der Gemeinde stecken also mit im Projekt, ob mit oder ohne finanzielle Beteiligung, habe ich nicht herausgefunden. Aber der Stolz, daran beteiligt zu sein, ist unüberhörbar.
Das Abendessen ist lecker und exklusiv für uns – der Fahrer Victor muss bescheidener im Dorf nächtigen. Allerdings ist das Lamaschnitzel leider völlig versalzen (meine Mutter hätte gesagt, der Koch sei wohl verliebt …), aber den Gebrauch von Salz kann man in dieser Umgebung kaum verübeln. So kommt es, dass wir die Nacht nicht ganz so ruhig verbringen, wie sie sein könnte, denn Gabriel – der sonst versucht, Salz so gut es geht zu vermeiden – hängt die halbe Nacht am Wasserhahn. Am nächsten Morgen stellt sich heraus, dass meine Mutter Recht hatte - wie so oft. Der Koch gibt Victor einen Brief mit, den er im Hotel der nächsten Nacht abgeben soll. Dort arbeitet seine Freundin ...
Lo cuida una mujer -el dueño está en el hospital– Es un museo que recoge todos los objetos populares posibles.Esa es su máxima curiosidad. Pero el verdadero museo, verdadera galería de arte al aire libre, está fuera: el dueño, el anciano que está en el hospital, ha bajado piedras de las faldas del Tunupa y las ha ido colocando en un recinto con trazas de aprisco, pero de forma especial y con añadidos sugerentes, obteniendo un resultado genial. Lástima que mi cámara se haya quedado sin batería!.
Museo Chantani |
Un par de kilómetros más allá por una pista de piedras sueltas llegamos a Tahua, al pie del volcan Tunupa (5400 m). En la temporada de lluvias es un pueblo que sobrevive casi aislado, tan solo accesible por una pista infernal desde Oruro. El acceso principal, atravesando el Salar tal como hemos hecho, es una distancia de unos 100 km desde Uyuni. A las afueras de Tahua está el Hotel- Tayka de la Sal, en el que vamos a pernoctar. Pertenece a una serie de hoteles que con el nombre de un proyecto llamado “Tayka” fueron construídos hace 10 ó 12 años. Además de este Hotel de Sal hay un Hotel-Tayka de Piedra, un Hotel-Tayka de Desierto y un Hotel-Tayka de Volcán. Fueron construídos por un consorcio en el que cooperó la agencia de viajes de Coco y Mara. Los socios principales son el banco que proporcionó los créditos y las comunidades indígenas en las que cada hotel está ubicado. Según el contrato, después de 15 años (o sea, probablemente cuando el préstamo haya sido amortizado) los hoteles pasarán a manos de los indígenas. El papel de la agencia de viajes es proporcionar a los hoteles huéspedes (turistas) que puedan pagarlos, porque son caros: una habitación doble, si se viene sin agencia, cuesta unos 110 U$, cena y desayuno incluídos. Pero los hoteles no tienen competidor posible en este circuito: o se va con los mochileros a un dormitorio “basico” (compartiendo habitaciones de seis camas) o se va a un Hotel-Tayka.
El proyecto nos parece una forma buena de invertir dinero en el país y que les aproveche a los nativos del lugar, pero nuestro chófer, Víctor, que por sus rasgos físicos parece aymara, se muestra más reticente: Si alguna vez cae en las manos de los nativos, se abandonará el mantenimiento, no se harán reparaciones, no se invertirá y los bonitos hoteles se verán arrastrados a la ruina, ya lo vais a ver... Probablemente Victor conoce bien este devenir de las instalaciones turísticas por la experiencia de Uyuni. Uyuni, 11.000 habitantes, es una ciudad que maltrata al turista, esos seres que se van y se vienen cada tres ó seis días, montan en un jeep, al regreso se bajan de un jeep y no se vuelve a saber más de ellos. Son seres a esquilmar, a sacarles todo lo que se pueda, si se les cobra 5, mejor que 3. Una actitud que me recuerda mucho a ese Toledo franquista de mis entretelas y ahora de las entretelas de la Cospe: Durante mucho tiempo (durante todo mi bachillerato) pude observar en Toledo que los turistas eran vistos como seres “bobos”, cargados de dinero (la relación del dólar o del marco con la peseta era abismal), que no se enteraban de nada y que, para reirse de ellos, había carta blanca. Pobre Toledo! Que manera de destruir su única industria, al margen de la cual le quedaban los curas (que también sacaban tajada de los ateos y protestantes) y los militares, amordazados hasta la axfisia con las sogas de su exclusivo y propio honor.
El Hotel de Sal, que hace unos días era casi inaccesible, abrió ayer de nuevo. Todavía no hay más que dos empleados, el administrador y el joven cocinero. Nosotros somos los únicos huéspedes y podemos elegir entre las 15 habitaciones distribuidas alrededor de dos patios y sus pasillos. El color blanco pálido domina, si se rascan las paredes, salta la sal. Nuestra habitacion tiene una buena vista al salar, las sábanas son tejido polar, sobre la colcha hay un gordo edredón de plumas.
Al atardecer salimos a dar una vuelta por los alrededores del hotel. En cuanto el sol se pone empieza un frío paralizador. A esta altura domina el llamado, en alemán, Tageszeitenklima (clima del tiempo diario, o así), esto es, la diferencia de temperaturas entre día y noche es mayor que la de invierno y verano. Contra eso, la única ayuda son las gorras y los guantes que nos hemos comprado. Yo me voy a dar una vuelta por el pueblo y Sabine se queda mirando cómo el sol del atardecer asciende por el cráter del volcán.
Según bajo hacia el pueblo veo a un sujeto que trepa por las tapias de piedra hacia donde está Sabine. Poco después el viento me trae la conversación con absoluta claridad, pero me resulta imposible hacerme oir. “En unos 10 minutos el volcán se pondrá incandescente”, oigo. Se trata de un natural del pueblo, antropólogo, que despues de varios años de estudio, regresó y ahora se dedica a sacar vídeos “étnicos” de sus vecinos: costumbres, folklore, usos... Es aymara y se llama Condori, como tantos otros.
Hablamos de Evo, claro, cuyo nombre acabo de ver inscrito en la plaza del pueblo, y de la enorme toma de conciencia que ha supuesto para las comunidades indígenas, en las que tiene a su público y a sus votantes incondicionales: “En cada discurso, dice Condori, nombra a Tahua y al volcán Tunupa”. Nos dice también que en el hotel tienen a la venta algunos DVD suyos. Cuando se entera de que estamos alojados en el Hotel del Sal, un orgullo incontenible casi le impide hablar: dentro de dos años, él será uno de los propietarios (O sea que no la cominudad como institución, sino particulares con nombre y apellido son los participantes en los proyectos Tayka).
La cena es buena y está cocinada sólo para nosotros dos (Victor duerme en el pueblo). Pero el filete de llama tiene demasiada sal y me paso toda la noche pegado al grifo del agua, tras haberme bebido las dos botellitas de la mesilla. (la madre de Sabine siempre decía que eso era señal inequívoca de que el cocinero estaba enamorado…) y, efectivamente, cuando salimos al día siguiente, el cocinero entrega a Victor una carta para que se la dé a su novia que trabaja en el Tayka Hotel del Desierto.
Kapelle bei Tahua (Tuerholz aus Kaktus) / Capilla cercana al museo, con la puerta de madera de cactus |
Uyuni und der Salar
Unter einem schweren Paket von drei Wolldecken haben wir die Nacht im Hotel Julia gut geschlafen. Früh morgens weckten uns die Geräusche von etwa 200 Frühsport treibenden Soldaten, die von der Kaserne am Ende der Strasse angetrabt kamen und sich mit männlichem Gebrüll anspornten. Nach einer weiteren Schlafrunde kamen dieselben Soldaten, frisch rausgeputzt, mit Trommeln und Trompeten zum Aufmarsch.
Denn es war der Tag des Meereszugangs Boliviens. Der war schon länger in der Presse angekündigt. Bolivien hat immerhin ein Marineministerium und eine 1800 Mann starke Marine (die am Titicacasee stationiert ist). Und Evo will nun in Den Haag einklagen, dass Chile Bolivien einen Zugang zum Meer und einen Hafen zugesteht. Dabei geht es wohl im Wesentlichen um den Export von Rohstoffen, die – wenn sie in chilenischen oder peruanischen Häfen eingeschifft werden – erstmal beim Eintritt nach Chile oder Peru verzollt werden müssen. Mit einem bolivianischen Korridor und einem eigenen Hafen würde sich dieses Problem erübrigen. Und Fakt ist, dass nördlich der nördlichsten Stadt Chiles (Arica) noch ordentlich viel Wüste kommt, in der kein Schwein lebt und wo man locker einen solchen Korridor einrichten könnte. Aber 150 Jahre nachdem die Chilenen den Bolivianern dieses Land abgeknöpft haben, auf angestammten Besitzrechten zu bestehen, ist natürlich schwierig. Soweit nur ein kleiner Exkurs (die Diskussion dazu ist abendfüllend) zum Thema “Bolivien und das Meer”. Und deshalb also landesweit Aufmärsche, Demos und Militärparaden. Sogar in Uyuni.
Denn es war der Tag des Meereszugangs Boliviens. Der war schon länger in der Presse angekündigt. Bolivien hat immerhin ein Marineministerium und eine 1800 Mann starke Marine (die am Titicacasee stationiert ist). Und Evo will nun in Den Haag einklagen, dass Chile Bolivien einen Zugang zum Meer und einen Hafen zugesteht. Dabei geht es wohl im Wesentlichen um den Export von Rohstoffen, die – wenn sie in chilenischen oder peruanischen Häfen eingeschifft werden – erstmal beim Eintritt nach Chile oder Peru verzollt werden müssen. Mit einem bolivianischen Korridor und einem eigenen Hafen würde sich dieses Problem erübrigen. Und Fakt ist, dass nördlich der nördlichsten Stadt Chiles (Arica) noch ordentlich viel Wüste kommt, in der kein Schwein lebt und wo man locker einen solchen Korridor einrichten könnte. Aber 150 Jahre nachdem die Chilenen den Bolivianern dieses Land abgeknöpft haben, auf angestammten Besitzrechten zu bestehen, ist natürlich schwierig. Soweit nur ein kleiner Exkurs (die Diskussion dazu ist abendfüllend) zum Thema “Bolivien und das Meer”. Und deshalb also landesweit Aufmärsche, Demos und Militärparaden. Sogar in Uyuni.
Damit waren wir endgültig wach. Blicke aus dem Fenster zeigten uns nicht nur die marschierenden Militärs sowie einen strahlenden blitzeblauen Himmel, sondern auch eine heftige Geschäftigkeit in der Straße vor unserem Hotel. Heerscharen von jungen Leuten mit Rucksäcken versammelten sich vor den zahlreichen Tourismus-Agenturen, auf der Straße defilierten die dicken 4-Rad-Antrieb-Jeeps, die die Herzen von Abenteuerern höher schlagen lassen. Wir packten unsere Rucksäcke mit der 3-Tages-Tour-Ausstatttung, ließen die Koffer im Hotel und begaben uns ebenfalls auf die Straße.
"Unser" Jeep |
Salz oder Eis? |
Ich habe Victor mindestens dreimal gefragt, ob denn noch nie Autos eingebrochen seien, ob denn die Salzkruste auch Lastwagen aushalte, ob es nicht gefährlich sei, über den “See” zu fahren. Alles dummes Zeug. Die Salzschicht ist fest und birgt keinerlei Gefahren. Der Grund, warum in der Regenzeit nicht drübergefahren wird, ist, dass das Salzwasser die Autos bis unters Dach einsaut und die Motoren ruiniert.
Dieser Salzsee birgt übrigens den dicksten Joker für Boliviens Wirtschaft. Im Salzsee liegt ein riesiges Lithium-Vorkommen (ausserdem massig Potassium, Borium und Magnesium). Alle modernen Elektronikgeräte funktionieren mit Lithium-Batterien, und Wikipedia erzählt auch was von “großer Bedeutung für die Automobilindustrie” – ein Knüller schlechthin. Evo Morales lässt grade eine Pilotfabrik bauen, lässt verschiedene Konsortien testen, wie man das Lithium extrahieren kann (ohne dabei den touristischen Wert des Salzsees zu ruinieren) und wie das Ganze gemacht werden könnte, ohne dass ausländische Firmen den ganzen Gewinn mitnehmen. Im Moment wird – glaube ich – eine chinesisch-koreanisch-bolivianische Koproduktion ins Auge gefasst.
Haus aus Salzziegeln in Colchani / Casa de sal en Colchani |
Nachdem wir von Colchani endlich auf die weiße Fläche rausfahren, sehen wir, fast noch am Ufer, mehrere solcher Hotels im Bau, dann auch die Einheimischen, die kleine Salzberge anhäufen, die zum Trocknen ein Weilchen stehengelassen werden, bevor sie zur Kochsalz-Produktion weggefahren werden,
... und schließlich kommen wir an ein aufgelassenes, weil baufälliges Salzhotel mitten auf dem Salar. Hier wird uns erst einmal klar, was hier abläuft. All diese unzähligen Jeeps mit Touris fahren kreuz und quer über die weisse Fläche – natürlich völlig ohne “Strassen” oder sonstige Regulierungen, der Traum eines jeden Querfeldeinfahrers. Jeeps tauchen am Horizont auf und verschwinden in gleissender Weisse in der entgegengesetzten Richtung, machen kleine Rennen auf der Salzfläche oder bleiben einfach irgendwo stehen. Wenn man aussteigt, ist man unwillkürlich vorsichtig, man könnte ja ausrutschen. Quatsch! Das Salz ist rauh, es ist KEIN Eis, aber mir fällt es schwer, mich daran zu gewöhnen.
Victor greift für uns in eines dieser “Augen”, die sich in der Trockenzeit alle wieder schließen werden. Jetzt sind es richtige Salzwasser-Senken. Er holt einige dicke Salzkristalle raus und gibt sie uns.
Das aufgelassene Salzhotel / Un hotel de sal abandonado |
Der kleine schwarze Punkt am Horizont ist ein Jeep En puntito negro del horizonte es un jeep |
Victor greift für uns in eines dieser “Augen”, die sich in der Trockenzeit alle wieder schließen werden. Jetzt sind es richtige Salzwasser-Senken. Er holt einige dicke Salzkristalle raus und gibt sie uns.
Dann fahren wir zur Insel Inka-Huasi (Haus des Inkas) – eine gute Stunde geht es mit etwa 60 km über die weiße Fläche. Da fahren offenbar alle hin. Wir zählen gut 30 Jeeps, aber Victor meint, das sei gar nichts. Die Saison habe ja gestern erst begonnen. Später im Jahr seien es um die Mittagszeit oft mehr als die doppelte Anzahl. Die Insel – das wird klar – ist vom Touri-Syndikat (oder wem auch immer) als Treffpunkt der Jeep-Ausflüge hergerichtet worden. Es gibt Toiletten, ein kleines Museum, Picknicktische, eine Snack-Bar und einen gut ausgeschilderten Rundweg über die Insel. Auf diesen schickt uns Victor, er bereite inzwischen das Essen vor. So machen es alle Jeepfahrer, das Essen ist im Ausflugspaket enthalten. Wir begeben uns also auf den Rundweg, der eine rechte Klettertour ist, zwischen uralten Kakteen und Felsformationen geht es auf einen Aussichtspunkt, was einen auf dieser Höhe (3650 m) ganz schön zum Schnaufen bringt.
Als wir zurückkommen, hat uns Victor sehr liebevoll ein reichhaltiges Picknick vorbereitet – echter Luxus. Er ist wirklich toll ausgestattet. Wasserflaschen, so viele wir wollen, aber auch Wein hat er dabei. Auf dem Dach des Jeeps 2 60 l- Ersatz-Benzintanks. Für alle Eventualitäten ausgerüstet.
Nach dem Essen geht es weiter übers Salz, nochmal eine gute Stunde Richtung Norden, bis wir ans Ufer gelangen, wo wir inmitten einer Lamaherde anhalten
... und dann in einem winzigen, zwischen vielen Steinmauern eingekästelten Dorf ein Museum besuchen, das Museum Chantani. Eine Frau hütet es, denn der Museumsbesitzer und -gründer Chantani ist im Krankenhaus. Aber er käme Ende der Woche nach Hause, beruhigt sie uns. Das Museum selber ist ein rechtes Sammelsurium von vokstümlichen Gegenständen. Aber draussen ist der Skulpturgarten. Den hat der Besitzer selber gemacht, alles aus Naturmaterialien, und er ist wirklich toll. Eine geniale Zusammenstellung von Steinen, Holzstücken, Knochen und allem Möglichem.
Das Museum Chantani / Museo Chantani |
Der Vulkan Tunupa /el volcán Tunupa |
Ein paar Kilometer weiter über einen holprigen Steinweg gelangen wir zum Dorf Tahua, das am Fuße des Vulkans Tunupa (5400 m) liegt. Das Dorf ist in Regenzeiten kaum erreichbar, lediglich nach einer sehr mühseligen Fahrt von Oruro aus über unbefestigte Pisten. Aber die Haupt-Zufahrt führt über den Salzsee, rund 100 km von Uyuni aus. Oberhalb des Ortes Tahua liegt das Salzhotel, das einzige, das derzeit in Betrieb ist und in dem wir die Nacht verbringen werden. Es gehört zu einer Serie von Hotels, die unter dem Projektnamen “Tayka” vor 10 bis 12 Jahren gebaut wurden.
Neben dem Salzhotel gibt es ein Tayka-Steinhotel, ein Tayka-Wüstenhotel und ein Tayka Vulkanhotel. Sie wurden unter Beteiligung der Reiseagentur unserer Freunde von einem Konsortium erbaut, in dem die Haupt-Partner die kreditgebende Bank und die indigene Gemeinde sind, in der das jeweilige Hotel liegt. Nach 15 Jahren – so der Vertrag – werden die Hotels vollständig in die Obhut der Einheimischen übergehen. Ich tippe, dass das der Zeitraum ist, in dem der Kredit zurückgezahlt wird. Die Rolle der Reiseagentur dagagen besteht wohl im Wesentlichen darin, die Hotels mit zahlungskräftigen Klienten zu versorgen. Denn sie sind teuer. Wenn man ohne Agentur ankommt zahlt man für's Doppelzimmer etwa 110 U$, Abendessen und Frühstück inklusive. Aber die Hotels sind – da wo sie sind – konkurrenzlos. Entweder man lässt sich mit den Rucksacktouristen in den Schlafsaal einer Einfachstherberge stecken, oder man geht ins Tayka-Hotel.
Uns erscheint das Projekt eine gute Form, hier eine Investition zu landen, die den Einwohnern der Gegend zugute kommt, aber unser Fahrer Victor – selber allem Anschein nach ein Aymara – sieht das kritischer. Wenn das erst einmal in Hand der Einheimischen ist, dann wird da nichts mehr repariert, nichts investiert und die schönen Hotels werden den Bach runter gehen, Ihr werdet schon sehen …
Das Salzhotel, das bis vor wenigen Tagen quasi unerreichbar war, hat erst gestern wieder eröffnet. Noch sind ledigleich zwei Angestellte dort, der Verwalter und der junge Koch-Mädchen-für-alles. Wir sind wieder einmal die einzigen Gäste. Wir haben die freie Auswahl zwischen den 15 Zimmern, die rund um zwei überdachte Innenhöfe liegen. Die blass-weisse Farbe dominiert, wenn man an den Wänden kratzt, rieselt Salz. Unser Zimmer hat einen weiten Blick über den Salar, die Bettwäsche ist aus Fleece, über der Wolldecke liegt noch ein dickes Federbett.
Zum Sonnenuntergang drehen wir noch eine Runde rund ums Hotel. Es wird sofort ordentlich frisch, denn hier wir überall auf diesen Höhen herrscht das sog. Tageszeitenklima, d.h. die Temperaturunterschiede zwischen Tag und Nacht sind größer als die zwischen Sommer und Winter. Da helfen nur dicke Jacken und Inka-Mützen! Gabriel steigt runter in Richtung Ufer, während ich oben zwischen den Steinmäuerchen stehenbleibe und zusehe, wie der Schattenrand der untergehenden Sonne langsam den Vulkan hinaufkriecht.
Plötzlich taucht hinter einem Mäuerchen eine Indiomütze auf, drunter ein freundliches Einheimischen-Gesicht und ein großes Stativ. Mann und Stativ klettern übers Mäuerchen und positionieren sich an meiner Seite. “Noch etwa 10 Minuten, dann leuchtet der Vulkangipfel blutrot, das muss ich filmen” klärt mich der Mann auf. Er hat eine Sony-Videokamera, die er auf das Stativ montiert. Mamani – so heißt er, wie so viele Aymara – ist Anthropologe, ist in sein Geburtsdorf zurückgekehrt und macht hier Filme über die Einheimischen, ihre Gebräuche und traditionelle Musik. Im Hotel könnten wir Video-DVDs von ihm kaufen. Was wir selbstverständlich gemacht haben. Im Hotel seien wir untergebracht? Ja, das gehöre ja auch ihm! Er sei einer der 36 Personen aus der Gemeinde, die am Konsortium beteiligt seien, und in 2 Jahren gehöre das Hotel ihnen! Aha, schließe ich, nicht die Gemeinde als Institution, sondern namentlich beteiligte Personen der Gemeinde stecken also mit im Projekt, ob mit oder ohne finanzielle Beteiligung, habe ich nicht herausgefunden. Aber der Stolz, daran beteiligt zu sein, ist unüberhörbar.
Zum Abendessen Lamaschnitzel Solomillo de llama para cenar |
Das Abendessen ist lecker und exklusiv für uns – der Fahrer Victor muss bescheidener im Dorf nächtigen. Allerdings ist das Lamaschnitzel leider völlig versalzen (meine Mutter hätte gesagt, der Koch sei wohl verliebt …), aber den Gebrauch von Salz kann man in dieser Umgebung kaum verübeln. So kommt es, dass wir die Nacht nicht ganz so ruhig verbringen, wie sie sein könnte, denn Gabriel – der sonst versucht, Salz so gut es geht zu vermeiden – hängt die halbe Nacht am Wasserhahn. Am nächsten Morgen stellt sich heraus, dass meine Mutter Recht hatte - wie so oft. Der Koch gibt Victor einen Brief mit, den er im Hotel der nächsten Nacht abgeben soll. Dort arbeitet seine Freundin ...
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