8. Dezember 2012

Excursión desde Posadas /ein Ausflug


Posadas, San Ignacio Mini y los guaraníes

Juan Carlos, nuestro „posadero“, nunca mejor dicho porque lo es y porque nació aquí, es un hombre hecho a sí mismo, de temperamento tranquilo, comunicativo, muy amable, parco de cuerpo pero con mucha fuerza física, hábil con las manos, dotado de un gran sentido práctico y envidiablemente predispuesto por naturaleza a las buenas relaciones. Supone de sí mismo que no desciende de españoles, sino de autóctonos y portugueses, pero no nombra a los guaranís porque lleva un sonoro apellido andaluz. Le gusta su tierra, conoce los parajes, las plantas y los animales y los muestra con la autoridad y el disfrute de quien los ha vivido de niño. Salir de excursión con él es lo mejor que le puede pasar a un turista en Posadas. El sábado pasado, después de oir nuestras intenciones de visitar esto y aquello, nos llevó de excursión a las Misiones de Santa Ana y San Ignacio.
Antes nos dió una vuelta por la costanera, nos mostró los suburbios de Posadas y resolvió nuestras dudas: 

Costanera con vista a la Catedral de Encarnación (Paraguay) / Uferpromenade mit Blick auf die Kathedrale von Encarnación
Resulta que toda la urbanización del litoral de Posadas es obra de la empresa binacional CHY (Central Hidroeléctrica de Yacyretá), la cual construyó la represa de ese nombre en el 2004, a unos 90 km al sur de Posadas, que aprovecha las aguas del Paraná para producir energía a repartir entre Argentina y Paraguay. La CHY ha construído en las orillas inundadas de ambos países costaneras, paseos, puentes, centros culturales y playas artificiales, y ahora agrede con una operación de márketing ya que planea hacer otra presa parecida en el río Uruguay, cerca de Yapeyú, en combinación con Brasil. Sobre efectos ecológicos, contaminantes, expropiaciones de terrenos inundados, etc., supongo que hay información en la red; yo sólo intento explicar lo que me asombraba: cómo un ayuntamiento de gente mayormente de apariencia modesta puede emprender una obra tan colosal como la de esos 20 km de Costanera (otros tantos en Paraguay) y construir – a 15 km del núcleo urbano – un Centro del Conocimiento, una especie de „campo de las naciones“ donde hace poco actuaron (gratis) Les Luthiers („hemos estado viajando 40 años como ignorantes, pero por fín hemos venido a caer en el Centro del Conocimiento“, dijeron). Por lo visto, las entradas, siempre gratuitas, las copan generalmente los políticos y sus nepotes.
Desde el coche vemos la magnitud de las obras, los nuevos barrios de realojados y alejados de la orilla del río (pescadores que se han quedado sin pesca, por ejemplo), el desorden de las pequeñas industrias y talleres que pueblan la entrada de la carretera que llega a Posadas desde Buenos Aires y pasamos un control policial rutinario que Juanca solventa con un rápido; „Voy a Cande“ (Candelaria es el primer pueblo desde Posadas y otra antigua reducción jesuitica).
Atravesamos el arroyo Yabebirí (título de un cuento de H. Quiroga) que pasa bajo un puente, casi oculto entre el follaje, y entramos en la primera misión de los jesuítas, la de Santa Ana. No hay visitantes y el guía, un estudiante universitario, nos recita su texto de manera convincente, contesta nuestras preguntas y nos da una pequeña lección de fonética guaraní (se aprieta la punta de la nariz para pronunciar la I y se agarra un pellizco de la garganta para demostrarnos como se dice la „Ta“ . Así nos explica el significado de Ita („Piedra“), provocando una chispa de ironía en la mirada de Juan Carlos. La verdad es que el tipo lo hace bien. Luego, como llovizna, nos presta paraguas y nos indica la senda pedagógica que tenemos que seguir. 

Las ruinas de Santa Ana no son las mejores de estas reducciones, pero la naturaleza, asombrosamente feraz, enmarca las piedras con sus dedos verdes, haciendo resaltar rincones que sin ella quedarían ocultos; además, todos los árboles están rotulados, de modo que es también un buen jardín botánico. 

No faltan los teros, esos pájaros que atacan cuando se pasa cerca de su nido. Esta región está llena de teros y parece que les gusta anidar en lugares frecuentados para montar después sus escandaleras; la gente no les hace caso, pero a nosotros nos dan miedo. Son como las gaviotas de grandes, más bonitos, y ladran exactamente igual que ellas.
San Ignacio Mini, la principal de todas estas misiones argentinas, es un gran conjunto de ruinas magníficadas y dotadas de un museo, que se llaman „Mini“ porque en Paraguay hay otro San Ignacio Guazú, aún más grande. Hay una higuera silvestre (nada que ver con las nuestras) que ha crecido con el tronco abrazando una columna enteramente y ahora puede verse la piedra por una rendija de la corteza. Se llama „corazón de piedra“, como cualquier título de Alejandro Sanz. Apenas lo podemos fotografiar porque empieza a caernos encima un monzón que nos deja hechos una sopa. 
Higuera silvestre con corazón de piedra  /  Baum, der um eine der Säulen herum gewachsen ist



Nos refugiamos en la caseta de salida, renunciamos al espectáculo „Son et Lumière“, que empezará dos horas más tarde si la lluvia lo permite, y nos vamos a ver la casa de Horacio Quiroga, a unos 5 km del centro urbano. 
totalmente mojados / pitschnass
Cuando llegamos allí, está cerrada. Menos mal que no hemos ido andando por el barrizal colorado. Es una casita de madera verde, que él se construyó en éste, su paisaje elegido para vivir y trabajar como cultivador de mate y caña (ganar dinero con la escritura siempre ha sido difícil). El exterior de la casa basta para hacerse una idea de qué clase de persona era este uruguayo de tan accidentada vida. Sus cuentos de la selva, tan antiguos que no quedaron contaminados de Walt Disney; están poblados de animales de nombres guaranies que hablan y se comportan como personas. Habrá quien los juzgue simples. Para un servidor, son una introducción inmejorable a la fauna de la región: En el río Yabebirí, que está en Misiones, hay muchas rayas, porque Yabebirí quiere decir precisamente «Rio-de-las-rayas». Hay tantas, que a veces es peligroso meter un solo pie en el agua. Yo conocí un hombre a quien picó una raya en el talón y que tuvo que caminar renqueando media legua para llegar a su casa: el hombre iba llorando y cayéndose de dolor. Es uno de los dolores más fuertes que se puede sentir.“
Delante de la casa de Horacio Quiroga /vor dem Haus des uruguayisch-argentinischen Dichters Quiroga
Pasamos después por un pueblo de nombre sin complejos: Aristóbulo del Valle (no sé quien sería don Aristóbulo. Para aficionados a la toponimia, aún nos hemos encontrado otro pueblo con un nombre más estrambótico, en el trayecto de Yapuyé a Posadas: Gobernador Ingeniero Agrónomo Valentín Virasoro. Menos mal que se acaban los tiempos de escribir postales!)
Desde Aristóbulo nos desviamos al Salto de Tabay, una cascada de varios saltos que baja por un cauce de basaltos quebrados y está rodeada de un recinto de acampada y picnic. Juan Carlos se queja de la excesiva regalmentación del turismo argentino, que obliga a los campistas a salir del recinto de la cascada al atardecer, cuando empieza lo mejor del espectáculo natural. Él se ha bañado de noche en las pozas hasta hace unos años.


La ruta 7, que une la carretera a Iguazú con la que sube de Buenos Aires, es una carretera secundaria, con bastantes curvas, que atraviesa montañas de unos 200 m de desnivel. Campos de te, cultivados en hileras, que parecen setos de un jardín versallesco, campos de mate con los arbustos casi desordenados, como si se tratara de un vivero. A las orillas de la carretera hay puestos de madera en los que los indígenas guaranís venden su artesanía de cestillos y figuritas de animales tallados; sus críos juegan a saltear coches con la misma despreocupación y la misma risa ciega que si estuvieran en un patio de recreo; se ve sobresalir entre la jungla, a pocos metros de la carretera, los techados de hojalata de sus chozas miserables. Juan Carlos dice que esta gente tiene una altísima tasa de suicidios, ocultados por las estadísticas oficiales. Me niego a parar para sacarles fotos y me pregunto cuándo les hacen a ellos una costanera con viviendas dignas. Hace 200 años, refugiados y organizados en las reducciones jesuíticas, su situación era mucho mejor que la actual. En un puesto compramos fruta (mangos traídos de brasil, kiwis, mermelada de zapallo y mamón (: papaya) en almíbar y aún llegamos a tiempo de ver el atardecer desde el alto de la cordillerita. Paramos y nos extasiamos bebiendo agua, como corresponde a dos probos jubilados y a un sobrio nativo. 


El espectáculo de las nubes patinando por los bosques de las laderas tiene calidades estéticas de cuadro de sofá, pero os ahorro mi orgasmo verborréico con un par de fotos.

Pasamos después por Oberá, una población de 50 - 100.000 habitantes (sin contar o contando las chacras y poblados de alrededor), segunda o tercera generación de inmigrantes, eslavos en su mayoría, que muestra un empuje económico sin barreras. Allí visitamos desde el coche una especie de poblado artificial con bares construídos como viviendas típicas de las distintas etnias, pero como está menos abierto al público de lo que se anuncia, cenamos en una picada y volvemos a casa de noche y con niebla cerrada.


Ein erster Ausflug zu den Missionen
Auf der Suche nach Leitmotiven für unsere Reise in Gegenden, in die nicht unbedingt zu den bekannten Touristenzielen zählen, boten sich die Jesuitenmissionen an, die es einst in Brasilien, Paraguay und Argentinien gegeben hat. Vor den Ruinen von „San Ignacio Mini“ stehend, frage ich mich, was wir hier eigentlich wollen. Aber, wie alle Ding mit denen man sich einmal beschäftigt, gewinnt das Thema an Interesse und an Plastizität, je weiter wir uns darauf einlassen. Dass die Kirche in Kolonisationszeiten nicht besser war als die Krone, nimmt man für gegeben. Und es ist müßig, zu überlegen, wie weit sie die Guaranies, die in dieser Gegend zahlreich waren und in unabhängigen Dörfern und Stämmen lebten, vergewaltigt oder gezwungen haben. Deutlich wird, dass die Jesuiten hier Ernst gemacht haben mit ihrem Projekt der Christianisierung und „Kultivierung“ der Eingeborenen.

 Die Tatsache, dass diese 30 Missionen, in denen zwischen 1000 und 5000 Guaranies lebten, nur von 2-3 Patres geleitet wurden, zeigt zum einen, dass die Leute hätten weglaufen können, wenn sie gewollt hätten, zeigt aber auch, dass sie offenbar nirgends hin fliehen konnten, denn ihr Land war ihnen weggenommen, und wenn sie umherzogen, wurden sie von der Kolonialmacht gefangen und als Sklaven abtransportiert. In der Tat waren die Jesuitenpater wohl vielen der Kolonisatoren ein Dorn im Auge, weil sie ihnen das Rohmaterial für ihren Sklavenhandel wegnahmen. Nicht ohne Grund hießen die Missionen „Reduktionen“ - die Eingeborenen wurden hier auf Land der Krone und in diese Lager „reduziert“. Dass sie dabei auch Lesen und Schreiben sowie viele Handwerke lernten, ein funktionierendes Sozialsystem entwickelten und der spanischen Krone nur wenig abgeben mussten (mehr dafür den Jesuiten), ist die andere Seite der Medaille, die heute von Kulturbeflissenen besonders hoch gehalten wird. Mit dem Besuch von 5 oder 6 dieser Missionen konnten wir uns jedenfalls ein recht klares Bild von dem machen, was für Verhältnisse damals hier herrschten. Bis 1767 die Jesuiten von den Spaniern und Portuguesen aus all deren Besitzungen verbannt wurden. Dann verfiel die ganze Pracht. Ich kann hier nur wieder auf den alten Alfred Döblin verweisen, der das alles in „Amazonas“ toll beschreibt. Er hat dafür wohl Jahre in Paris in der Nationalbibliothek recherchiert.
Karte der 30 Missionen /mapa de las 30 misiones

Uns dienen die Missionen hauptsächlich als Ziele, um ein wenig durchs Land zu reisen. Von Posadas aus machen wir Tagesausflüge mit den öffentlichen Bussen, die regelmäßig in alle Himmelsrichtungen fahren. Man fragt sich am Busbahnhof durch und wartet ein wenig, schon geht es los, und der Schaffner und Kassierer sagt einem Bescheid, wann man aussteigen muss. Zur Rückfahrt geht man dann an dieselbe Stelle auf der Landstraße, gegenüber, wartet und hält den nächsten vorbeifahrenden Bus an. Zurück geht’s in die Stadt.

Am Samstag jedoch hatten wir Glück. Unser super-netter Gastgeber Juan Carlos – Juanca – packt uns wortlos ins Auto und fährt mit uns auf Exkursion. Er ist der Außenarbeiter der Familie – Norma macht die Geschäfte und steht den ganzen Tag im Einrichtungsladen, er und der Sohn Matthias liefern Teppiche und Vorhänge aus, kaufen in Buenos Aires ein etc. Juanca kennt sich im ganzen Land sehr gut aus und hat eine angenehme ironische Art, die Dinge zu erklären. Gabriel und er verstehen sich prima, und es macht Spaß, gemeinsam unterwegs zu sein.
Juanca erklärt uns im Vorbeifahren, wie Posadas zu seiner genialen Uferpromenade kommt, nämlich als Beiprodukt des 2004 fertiggestellten Staudamms des Paraná, 90 km flussabwärts, der hier solche Veränderungen brachte, dass das paraguayisch-argentinische Konsortium (CHY = Central Hidroeléctrica Yacyretá) verpflichtet wurde, gewisse Arbeiten mit zu erledigen. Norma sagt, früher habe es hier überall Fluss-Strände gegeben, jetzt ist nur noch der eine, künstlich angelegte da. Früher war das Wasser absolut blitzesauber, jetzt wird es – je nach Jahreszeit – trüb und eine Algenbildung beginnt, die es bislang nie gab. Das Fischerviertel ist im Fluss verschwunden, die Fischer sind arbeitslos. Im nun viel weniger bewegten Wasser vermehren sich zudem die Mosquitos sehr viel erfolgreicher. Es sind zwar keine Malaria bringenden Mücken, aber welche, die irgendeine grässliche Krankheit auf Hunde überträgt. Kurzum, der Staudamm hat so seine Tücken, von denen wir auf der paraguayischen Seite noch mehr sehen werden.
Modell einer der Reduktionen / modelo de una de las reducciones

San Ignacio mit Wolkenbruch / San Ignacio bajo el chaparrón
Wir fahren nach Sta. Ana und danach nach San Ignacio, wo uns Modelle der Missionen gezeigt werden und wir durch die Ruinenfelder stapfen, sauber von Pflanzen freigehalten, dahinter beginnt der Urwald. Fauna und Flora werden auf Tafeln erklärt (deutlich besser als im „Botanischen Garten“ von Posadas, wo überhaupt nichts erklärt wird). In San Ignacio, wo noch recht beeindruckende Reste der barocken Kirche stehen, überrascht uns ein tropischer Wolkenbruch, der uns alle drei völlig durchnässt, eine warme Dusche, die das Kulturerlebnis abkürzt. 


Tropfnass fahren wir unter viel Gelächter weiter, zu einer Art Freizeitpark an einem kleinen Wasserfall. Die schon wieder rausschauende Sonne und der Wind haben uns schnell getrocknet, während wir den etwa hier beginnenden Urwald bewundern.


Auf der Heimatfahrt gelingt es Juanca, uns genau zum Sonnenuntergang über einen der wenigen Berge der Gegend zu fahren. Die sich verziehenden Gewitterwolken verwandeln sich hier in Nebelschwaden, das Ganze ist sehr stimmungsvoll, und wir freuen uns über den gelungenen Ausflug.
Auf der Rückfahrt geht es über eine kleinere Landstraße, auf der unzählige Kinder unterwegs sind, sehr arm aussehende Kinde. Juanca, der selber teilweise von Eingeborenen abstammt, zeigt auf ein paar miserable Bretterhütten mit Blechdächern, die zwischen Bäumen und Büschen durchscheinen. Er kommentiert, wie hier die letzten Indianer Argentiniens leben, die Guaranies, deren Sprache auch noch gesprochen wird (in Paraguay ist Guaranie zweite Amtssprache). Sie leben weitaus schlechter als vor 300 Jahren, haben keine Arbeit und kein Land, verkaufen ein paar Früchte oder Körbe am Strassenrand, gehören zum Abfall der aufstrebenden weißen Industriegesellschaft. (Norma sagt: „Wir sind hier alle Rassisten, wer nicht weiß ist, ist schwarz.“; sie spricht so auch von ihrem Sohn, der sich sehr für Deutschland interessiert: "Er ist ein schwarzer Deutscher")

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