Guay del Paraguay.
Esto me toca escribirlo en medio de la
fuerte experiencia de Iguazú, y ya diré porqué es fuerte
experiencia cuando corresponda; ahora tengo que retroceder casi una
semana y reparar el desorden cronológico. Antes nunca había oído
hablar de Paraguay; no sabía más que un tal Stroessner, oriundo de Hof (Alemania), precisamente
en la región donde Sabine y yo nos conocimos, había hecho del país
su finca particular durante casi tanto tiempo como Franco en Espana. También era paraguayo uno de los lectores de
español de aquellas
universidades bávaras „de frontera“ (con el telón de acero),
pero éste era vergonzante y se empeñaba en decir que descendencía
de italianos porque tenía un apellido con dos „tt“, a pesar de
su físico étnico y de su rara pronunciación (una „r“ como
norteamericana que yo no me explicaba de dónde salía). Sabía
también del país, que luego había elegido de presidente a
un ex-obispo de la Iglesia de la Liberación que tuvo que salir,
probablemente por corrupción, y nada más.
En Posadas se oyen barbaridades de Paraguay: Los paraguayos llevan un arma en el bolsillo y pim, pam, pum, solventan sus problemas a tiro limpio. Son atrasados, feroces, incultos, traidores... En resumen, el blanco del racismo vecindón argentino. Qué grande parece el mundo, pero qué repetido resulta!
En Posadas se oyen barbaridades de Paraguay: Los paraguayos llevan un arma en el bolsillo y pim, pam, pum, solventan sus problemas a tiro limpio. Son atrasados, feroces, incultos, traidores... En resumen, el blanco del racismo vecindón argentino. Qué grande parece el mundo, pero qué repetido resulta!
Pasar en autobús de Posadas (Argentina) a Encarnación (Paraguay) es como atravesar una de esas barreras del tiempo de las teleseries de ciencia-ficción. Se ve la ciudad al otro lado del río Paraná, la iluminación de su costanera como si fuera Las Vegas o Marbella, los solitarios de ocho o diez pisos con formas hasta aerodinámicas e interrumpidos por el verde tropical, las graciosas torretas de la catedral... Todo se esfuma en cuanto te acercas. Pasas el Puente Internacional y aparecen los deconchones, la mala construcción de las casas, los árboles frondosos sin dar sombra a 40º, la catedral es poco más que una iglesia pueblerina y el rimbombante Puente Internacional resulta que es El Tarajal. Los Posadeños son los ceutíes y los paraguayos los marroquíes.
Las mujeres que aquí pasan la frontera con los bultos de contrabando para venderlos en „La Placita“ de Posadas, se llaman „pasaderas“. Hasta en el idioma: Los paraguayos hablan guaraní con más naturalidad que los catalanes catalán y pronuncian el español como extranjeros, concretamente, como los norteamericanos! Eso lo oí en la oficina de turismo.
Nosotros
llegamos a Encarnación sin saber ni siquiera cual era la moneda
nacional (el guaraní) y tuvimos que buscar un banco. En el banco no
aceptaban nuestra tarjeta extranjera y tuvimos que cambiar euros de
los que llevo en mi cinto-faltriquera de espía soviético. Pero no
podíamos cambiar en la calle a riesgo de que nos colaran guaranís
de tiempos de Stroessner, como ya nos había pasado en Praga hace
años; así que nos fuimos a turismo a preguntar dónde podíamos
hacerlo.
La niña que nos abrió la puerta pareció ponerse un poco nerviosa, pero al momento apareció una señorita guapísima que tomó su puesto en la mesa diciéndole con la mirada que aprendiera. Cuando la bella señorita-jefa (por cierto, las paraguayas que he visto son guapísimas, con una belleza mestiza, misteriosa y distante) empezó a „grodar sus ergres“ como una Janice Rule cualquiera, pensé que no tenía derecho a humillar a la dulce niña, hasta que en un giro verbal, me acordé de mi colega y le compredí, justo cuando la ejecutiva guaraní decía que de Trinidad a Jesús de Tavarangue podgríamos tomar un moto-taxi y hacer un viajito grealmente gromántico. No era un máster en USA lo que había dado tal coloratura a su pronunciación, sino su lengua materna (guaraní) y su idioma social aprendido (español).
La niña que nos abrió la puerta pareció ponerse un poco nerviosa, pero al momento apareció una señorita guapísima que tomó su puesto en la mesa diciéndole con la mirada que aprendiera. Cuando la bella señorita-jefa (por cierto, las paraguayas que he visto son guapísimas, con una belleza mestiza, misteriosa y distante) empezó a „grodar sus ergres“ como una Janice Rule cualquiera, pensé que no tenía derecho a humillar a la dulce niña, hasta que en un giro verbal, me acordé de mi colega y le compredí, justo cuando la ejecutiva guaraní decía que de Trinidad a Jesús de Tavarangue podgríamos tomar un moto-taxi y hacer un viajito grealmente gromántico. No era un máster en USA lo que había dado tal coloratura a su pronunciación, sino su lengua materna (guaraní) y su idioma social aprendido (español).
Treintaycinco
años después comprendía yo que aquellas preguntas „lingüísticas“
que me hacía mi colega guaraní no eran para aclarar simples
inseguridades idiomáticas de sudaca (los profesores de español,
siempre inefables, se construían su importancia imitando los
prejuicios de los ingleses de Oxford contra los dialectos y se
empeñaban en decir que el casstelliano perfekto era el de
Valliadolide, cuando en realidad aquellos estudiantes alemanes
aprendían español porque el tango argentino y la salsa cubana estaban de moda) sino dudas de quien había tenido otra lengua
materna y, como secuela de la dictadura que le había prohibido
hablarla, se avergonzaba de ella.
Lo
peor de las dictaduras no es el padecimiento que causan durante su
vigencia, sino las secuelas que dejan (y las de la franquista aún
las padecemos). Cuando en el mundo mandan actualmente el dialecto y el patrioterío chico y, por ejemplo, los sevillitas cierran su gracejo aún más graciosos, los bávaros llevan sus dirndln y sus pantaloncillos de cuero cosidos por Karl Lagerfeld, y los corros de sardanas ante la catedral de Barcelona transpiran un pastoso olor a orgullo racial, los paraguayos aún parecen avergonzarse de su lengua materna. Nadie la habla en público ni en televisión, no existe en los carteles de la calle ni cuenta en la vida pública, a pesar de que es "lengua oficial" y lo habla todo el mundo.
Tras
informarnos de cosas de las que casi no deseábamos informarnos,
quisimos preguntar si el cambio callejero era de fiar, pero la
modelo-ejecutiva nos envió a la casa de cambio más globalizada de
la calle principal. El „contador“ que nos cambió el dinero era
un verdadero profesional. Agarraba un puñado de billetes con la
izquierda y con la derecha movía los dedos a tal velocidad que
parecía uno de esos librillos en los que, pasando las hojas
rápidamente, se ve una flecha atravesar la manzana o a un borracho
que entra en su casa y su mujer le arrea un golpe con el rodillo de
amasar. Y él lo hacía contando y recontando billetes una, dos, tres
veces! Una maravilla artesano-banqueril! Si por lo menos los esclavos
del Sr. Botín (nos saca el 6% por cada vez que vamos al cajero, el
muy pecador, y seguro que de eso ni se confiesa!) supieran hacer un
número de prestidigitación similar en lugar de robar a lo basto,
tendrían una disculpa. Pero ya no hay clases. El caso es que
entramos en aquella casa de cambio con 120 € y salimos con más de
seiscientos mil guaraníes.
Casi
millonarios nos fuimos a las misiones paraguayas de Trinidad y de
Jesús de Tavarangue. El turista „normal“ toma un taxi en cuanto
puede y se deja transportar aquí o allá. No cuesta mucho; pero
nosotros queríamos ver más y nos fuimos a la estación de autobuses
a esperar el nuestro. Pocas veces han visto turistas de nuestra edad
en aquellos aledaños.
No nos atrevimos a comprar nada de lo que los innumerables vendedores intentaban endosarnos, ni jugos ni „chipas“ (especie de rosquilla de maiz, manteca y huevo, colesterina en vena) ni galletas ni alfajores, por temor a la diarrea. Cuando a la media hora de espera empezaron a preguntarnos adónde íbamos y les contestábamos que queríamos visitar „las ruinas“, se empezó a respirar normalidad en las relaciones y quedamos encajados en nuestro nicho social.
No nos atrevimos a comprar nada de lo que los innumerables vendedores intentaban endosarnos, ni jugos ni „chipas“ (especie de rosquilla de maiz, manteca y huevo, colesterina en vena) ni galletas ni alfajores, por temor a la diarrea. Cuando a la media hora de espera empezaron a preguntarnos adónde íbamos y les contestábamos que queríamos visitar „las ruinas“, se empezó a respirar normalidad en las relaciones y quedamos encajados en nuestro nicho social.
Me
dí una vuelta por las hileras de tenderetes que rodean la estación
y, para calmar a los vendedores, empecé a preguntar por la película
„La Misión“. Ninguno la tenía ni nadie la conocía. Y de qué
trata? --Pues de aquí, de las ruinas de Trinidad, contestaba yo --Y
quién trabaja?, pues Robert de Niro. Y con ese nombre ya empezaban a
ponerse nerviosos y les molestaba no conocerla. --Pues... vení
mañana y la tengo recién!
Resumiendo,
las ruinas de Trinidad son bastante imponentes, incluso bajo un calor
inaguantable, incluso con los teros que no te dejan atravesar el
campo porque sus polluelos acaban de salir del nido y te obligan a
dar un rodeo agotador bajo el sol, incluso con su restaurante con
dueña de indudable ascendencia alemana que te da un café de
aguachirle...
El
viaje en mototaxi desde Trinidad a Jesús de Tavarangue (unos 15 km) fue un
momento cumbre: tan incómodo como ir en patinete por un adoquinado,
tan magnífico como un masaje de espina dorsal.
El conductor, con su dinámico casco (sin duda comprado en la zona franca de Encarnación) bien calado hasta las cejas, oye atento lo que se le pregunta acerca de los campos, detiene el vehículo y empieza a explicar lo que es la soja, cuándo se cultiva, cómo se cosecha a los tres o seis meses, según la especie, y cuánto beneficio les trae a los argentinos, chilenos o brasileros que han comprado los campos.
Cuando alabamos el
paisaje (esos mangos arrastrando las ramas por el suelo del peso de
tanta fruta; los campos de arroz verde brillante) el tipo casi levita
de orgullo y la motocarro toma aires de haiga; se aprecia en la
altivez del casco, que, visto desde atrás, parece como de piloto de
Formula Uno. Pasamos por un cartel de elecciones de un tal Fiti
Schulz, candidato para presidente, y le pedimos que pare para hacer
una foto. Fiti Schulz se llamaba uno que vivía con nosotros en
aquella comuna de estudiantes cercana a Hof donde nos conocimos
Sabine y yo. A lo mejor es él.
Las ruinas de Jesús son, para remedar al de Ubrique, „en dos palabras, in presionantes“. Lo mejor es que vengais a verlas. No son estas las únicas sorpresas de camino. De la carretera se desvía un camino que dice a „Hohenau 8 km“ y un nombre de „Hotel Kuschel“ („Hotel Magreo“, podría traducirse). En Hohenau („Vega Alta“), un inocente poblado fundado por emigrantes alemanes en 1925, estuvo escondido después de la guerra mundial un tal Mengele, que resulta que era el angel negro de Auschwitz. Como se verá, Paraguay está más cerca de Alemania de lo que a primera vista puede parecer.
El conductor, con su dinámico casco (sin duda comprado en la zona franca de Encarnación) bien calado hasta las cejas, oye atento lo que se le pregunta acerca de los campos, detiene el vehículo y empieza a explicar lo que es la soja, cuándo se cultiva, cómo se cosecha a los tres o seis meses, según la especie, y cuánto beneficio les trae a los argentinos, chilenos o brasileros que han comprado los campos.
Soja |
Las ruinas de Jesús son, para remedar al de Ubrique, „en dos palabras, in presionantes“. Lo mejor es que vengais a verlas. No son estas las únicas sorpresas de camino. De la carretera se desvía un camino que dice a „Hohenau 8 km“ y un nombre de „Hotel Kuschel“ („Hotel Magreo“, podría traducirse). En Hohenau („Vega Alta“), un inocente poblado fundado por emigrantes alemanes en 1925, estuvo escondido después de la guerra mundial un tal Mengele, que resulta que era el angel negro de Auschwitz. Como se verá, Paraguay está más cerca de Alemania de lo que a primera vista puede parecer.
El
motocarro nos dejó en una parada de autobús y volvimos a
Encarnación en una especie de cosa a punto de descacarillarse que, a
cada cambio de marcha, ululaba como una sirena de bomberos o un
relincho de caballos. Pero llegamos bien y a punto.
Der Trip im Bus über die internationale Brücke zwischen Posadas und Encarnación ist schon per se ein Abenteuer, man drängelt sich mit allen Kleinschmugglern dieser Welt, die das Preisgefälle nutzen und im Ramsch-Viertel am Ufer von Encarnación Klamotten, Elektronikgeräte, Lebensmittel oder Weihnachtsgeschenke einkaufen und voll beladen zurückfahren. Man muss zweimal aus dem Bus aussteigen – in Argentinien zur Ausreise, in Paraguay zur Einreise – und dann jeweils den nächsten kommenden Bus nehmen. Am Schluss landet man in Encarnación am Busbahnhof, ein deutlicher Armutssprung nach unten, viel Dreck, furchtbar viele Leute, ein Gewusel von Massen, die kommen und gehen und noch mehr Menschen – Erwachsene und Kinder gleichermaßen – die versuchen alle nur erdenklichen Dinge zu verkaufen: Wasser oder Feuerzeug, Kaugummi oder Uhrarmband, illegaler Geldwechsel oder selbstgebackener Kuchen ….
Die Stadt, die 1/3 so groß ist wie Posadas, lebt ganz offenbar vom Grenzhandel, obwohl es im Stadtzentrum auch ganz „normale“ Geschäfte gibt. Das Gequatsche der vielen Menschen ist weitgehend unverständlich, man unterhält sich auf Guaraní, aber wenn man sich an sie wendet, reden alle „normal“ spanisch.
Trinidad und Jesus, Paraguay
Der nächste Ausflug ging nach
Paraguay, zu den Missionen von „Trinidad“ und von „Jesus“.
Wer hätte gedacht, dass ich im Leben mal einen Tagesausflug (oder
mehrere) nach Paraguay machen würde. Paraguay – davon hat man doch
nur dunkel Stroessner und Nazis und absolute Abgeschlossenheit vom
Rest der Welt im Hinterkopf!
Der Trip im Bus über die internationale Brücke zwischen Posadas und Encarnación ist schon per se ein Abenteuer, man drängelt sich mit allen Kleinschmugglern dieser Welt, die das Preisgefälle nutzen und im Ramsch-Viertel am Ufer von Encarnación Klamotten, Elektronikgeräte, Lebensmittel oder Weihnachtsgeschenke einkaufen und voll beladen zurückfahren. Man muss zweimal aus dem Bus aussteigen – in Argentinien zur Ausreise, in Paraguay zur Einreise – und dann jeweils den nächsten kommenden Bus nehmen. Am Schluss landet man in Encarnación am Busbahnhof, ein deutlicher Armutssprung nach unten, viel Dreck, furchtbar viele Leute, ein Gewusel von Massen, die kommen und gehen und noch mehr Menschen – Erwachsene und Kinder gleichermaßen – die versuchen alle nur erdenklichen Dinge zu verkaufen: Wasser oder Feuerzeug, Kaugummi oder Uhrarmband, illegaler Geldwechsel oder selbstgebackener Kuchen ….
Die Stadt, die 1/3 so groß ist wie Posadas, lebt ganz offenbar vom Grenzhandel, obwohl es im Stadtzentrum auch ganz „normale“ Geschäfte gibt. Das Gequatsche der vielen Menschen ist weitgehend unverständlich, man unterhält sich auf Guaraní, aber wenn man sich an sie wendet, reden alle „normal“ spanisch.
Vom Busbahnhof aus bringt uns ein
weiterer Bus in ca. 2 Stunden nach Trinidad, wo man von der
Landstraße noch ein ganzes Stück bis zur Mission laufen muss. Die
Anlage ist hier weniger verfallen als die, die wir in Argentinien
gesehen haben, die Außenmauern der Kirche sind witgehend erhalten,
und es gibt eine ganze Menge netter Details zu entdecken – so zum
Beispiel die Engelsgesichter mit Guaranie-Zügen –, während wir
über die großflächigen Wiesen laufen und – wieder einmal – von
den wütenden, ihr Nest verteidigenden Tero-Vögeln angegriffen
werde. Die kennen wir ja schon, sie machen aber trotzdem Angst, wenn
sie wild kreischend im Sturzflug auf einen zustürzen. Sie sind wie
Möwen, was Größe und Geschrei angeht, aber hübscher.
12 km von Trinidad entfernt liegt
„Jesus“. Dorthin bringt uns ein Mototaxi. Der Fahrtwind kühlt
angenehm, am Horizont dräut jedoch ein Gewitter, das Taxi rattert
unbeirrt übers Landsträßchen, der Fahrer zeigt uns Soja- und
Matefelder. Ein Wegweiser zeigt in einen unbefestigten Feldweg nach
„Hohenau 7 km“. Das Internet erzählt mir nachher etwas über
diese Siedlung, die um 1900 von Deutschen gegründet wurde. Immerhin
5-8000 Menschen leben hier (ohne oder mit Umgebung) und betreiben
eine florierende Landwirtschaft. Am besten gefällt mir das Hotel
„Kuschel“, aber da kommen wir leider nicht hin! Ach, und Josef
Mengele hatte sich hier Ende der 1950er Jahre versteckt, wer hätte
das gedacht!
Das Mototaxi bringt uns auch zurück an
die Landstraße, und bald kommt ein Bus, der uns zurück nach
Encarnación fährt. Er muss einer der ersten Busse sein, die
überhaupt je gebaut wurden. Alt klapperig, dreckig, bei jedem
Schaltvorgang ächzt das Getriebe ein tief empfundenes Uiiiiiiii –
ein Wunder, dass er nicht ganz auseinanderfällt. Aber wir kommen gut
an, vergessen allerdings auf der Rückfahrt mit dem „internationalen“
Bus zwischen Encarnación und Posadas, auf der paraguayischen Seite
auszusteiegn, um uns die Ausreise stempeln zu lassen. Stattdessen
stehen wir im Stau auf der Brücke, zur Einreise nach Argentinien.
Dort angekommen geht es zurück, wieder auf die Brücke, wieder in
den Stau, wieder rein, wieder raus, wieder warten, schließlich
zurück mit dem fehlenden Stempel und zu einer einigermaßen
vernünftigen Zeit nach „Hause“. Und das ist gut so, denn wir
sollten morgen ausgeschlafen sein. Warum, das steht im Blog über die
Wallfahrt nach Itati.
Danke für die schönen Berichte. Bin eine Freundin von Monika und verfolge Ihre Reise mit grossem Vergnügen. Wir kennen ein wenig von dem, was Sie nun so "lento" und beneidenswert bereisen. Weiterhin alles Gute und uns Lesern viele schöne Fortsetzungen.
AntwortenLöschenBesten Gruss, Heidi Hertel
Liebe Sabine, lieber Gabriel,
AntwortenLöschenendlich komme ich mal dazu euch zu schreiben. Leider etwas mühsam, da ich an beiden Augen eine Graue Star Operation hatte und auch meine starke Kurzsichtigkeit etwas korrigiert wurde. Allerdings habe ich immer noch beim Lesen größere Probleme. Eine neue Brille kann aber erst Anfang Februar angepasst werden. Na ja. Aber sonst ist alles ok und läuft wie üblich. Nächste Woche fahren wir mal wieder eine Woche nach Häring und freue ich mich schon sehr. Heidrun befindet sich gerade in Sri Lanka. Tut ihr sicher sehr gut.
Viele viele Grüße auch von Dietrich
Grüße
Uschi
vaya comparacion ceutie los de posada y paraguay los marroquies
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