19. Mai 2013

La Reina de Enin / Auf der "Königin von Enin"

Regresando de una excursión al Reina de Enin, anclado en el Ibare. La popa del barco con la "piscina de red". Arriba, Nati ha tendido la colada a secar. En el segundo piso, Máiköl pinta los muebles de cubierta./
Die "Reina de Enin" am Ufer des Ibare verankert. Auf dem Zwischendeck werden Möbel gestrichen.

Los Reyes de Enin
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Wie die Könige von Enin ...


A las 8 de la mañana un taxi nos recoge en el hotel de Trinidad y nos lleva hasta el puerto de Loma Suárez, en el río Ibare, donde hace poco estuvimos comiendo "costillas de pacú" con Erick. La organización es perfecta, allí nos está esperando un bote que nos transporta medio kilómetro río abajo, a la orilla donde está anclada La Reina de Enin. Enin, en mojeño, significa "tierra sin mancillar". 

El barco se anuncia como "flotel", hotel flotante. Es una especie de catamarán, o sea, que la estructura de los tres pisos del barco, hechos de madera al estilo de los que hay por aquí, descansa sobre dos pontones flotantes de aluminio. Coco debería escribir una novelita contando la historia de sus barcos y la compenetración de ideas que tenía con su socio holandés. Estuvieron recorriendo el Mamoré de arriba abajo en busca de barcos viejos, modelos con posible reconstrucción, ideas, etc. y, entre lo que vieron y lo que se les ocurrió, armaron esta Reina de Enin que tiene toda la gracia del Submarino Amarillo de los Beatles, el empaque de un barco camba y una confortable sencillez. Todo un espectáculo de buen mantenimiento. En el primer piso están las 12 habitaciones de huéspedes, cada una equipada con 3 camas, ventilador, aire acondicionado y baño con ducha de agua caliente.

Nuestra cabina está en la proa, tiene dos grandes ventanales y está tan bien aislada que no entra ni un mosquito en ella. En el segundo piso está la cocina y el salón, rodeados de una gran terraza. En el tercer piso están las cabinas del piloto, los camarotes de la tripulación y un gran solarium con tumbonas y hamacas. Toda la Reina de Enin lleva el sello inconfundible de Coco, que sabe preservar lo natural del país dotándolo de un genial confort. Nada que ver con el lujo anónimo de los grandes cruceros.Ni nada que envidiarles en punto a bienestar,



Escribo esto en el salón, después de desayunar, rodeado de ventanas abiertas y con una agradable brisa filtrándose por los mosquiteros. Estamos anclados en una orilla de río Mamoré, en medio de la maleza de la jungla y esperamos a que Coco llegue, porque vuela hoy desde Cochabamba hasta aquí con el pretexto de tener que arreglar cosas del negocio y el plan de pasar unos días en el barco. El río tiene una corriente fuerte, que arrastra matojos, troncos de árboles e islas de tarope a bastante velocidad; en el barco se tiene siempre la impresión de estar movimiento. Las nubes son pintorescas, el tráfico de pájaros abigarrado.
Podría uno pasarse las horas mirando por la ventana el movimiento de la pequeña fauna entre la maleza, o desde la cubierta, el desfile del decorado de la selva.
A Sabine, que nació en una aceña del Rin, le pasma la tranquilidad de la corriente del Mamoré, tan poderosa pero sin saltos ni remolinos. La superficie del agua es lisa como un espejo y si no arrastrara tanta naturaleza consigo, se podría pensar que está casi quieta. En el fondo del profundo cauce (17 metros) hay légamo sin piedras  en las que se rompa el agua.



No sé como Coco y Mara lo consiguirán, pero de nuevo somos los "únicos huéspedes": En Villa Tunari era la estacion lluviosa, en Uyuni iniciamos nosotros la temporada, aquí estamos en los coletazos de la estación lluviosa... Estar sólo en lugares como estos, con paisajes para saciarse, es magnífico. A veces, un poco de compañía se echa de menos, sobre todo con ese nivel de profesionalidad que tiene su gente, prudente y  distanciada casi hasta la formalidad.

En el barco hay atmósfera de estilo familiar. Con Bárbara, la capitana luso-belga, desayunamos, comemos y cenamos. El resto del día, Bárbara se hace invisible para verlo todo mejor. Cualquier deseo en voz baja queda cumplido antes de expresarlo. Cada cual se sabe a la perfección su función y todo discurre como si fuera improvisado. Primero, Máiköl nos lleva de excursión por tierra; otra vez, Wilder nos lleva a otro sitio por tierra y agua. El día de la llegada había ocho personas a bordo que limpiaban el barco de los 80 pediatras que lo habían llenado hasta la víspera. Luego se quedaron sólo los cuatro tripulantes. Son gente que conoce el Beni como la palma de su mano, y que han sido bien instruídos en el arte de explicarlo. Pero también saben hacer cualquier trabajo a bordo, aunque cada cual tenga su especialidad: Nati, una atentísima transe, cocina entre muy bien y exquisito, hace las habitaciones y lava la ropa. Máiköl, el más joven, ayuda fregando los platos, limpiando y manteniendo. Mario es el piloto, conoce a la perfección los ríos, la profundidad de los cauces, los bancos de arena peligrosos; se orienta en el laberinto de canales como si lo guiara el hilo de Ariadna. Y, el cuarto, Wilder, procedente de una familia de agricultores y recolectores de cacao, se conoce bastante bien las tierras y las sendas de entre ríos. Responsable del buen rollo de la gente es doña Bárbara de Braganza.

Bárbara trabaja en el Reina de Enin desde hace 3 años y está bien pertrechada de anécdotas sobre sus relaciones con los bolivianos, de lo mucho que ha aprendido con ellos y de lo que no aprenderá nunca.
Todas las tardes, cuando el barco ha atracado, llega la hora del recreo y saltan al agua desde la terraza del barco.  Naturalmente que cada uno nada como puede, pero es curioso ver nadar a esta gente del río, acostumbrada a nados cortos por la corriente, con una potente brazada pero estilo de pueblo.



En cada parada se da un paseo. Can Máiköl fuimos a una granja situada en medio de los pantanos del Ibare y estuvimos un buen rato con la familia. La abuela, que se escondió al vernos llegar, su hija y sus dos nietos. El nieto nos condujo hasta los camellones, donde la familia tiene sus pequeños cultivos. Allí cortaron una caña de azúcar y nos la trajimos.

Das Zuckerrohr wird "ausgewrungen"

La señora pasó la caña por un pequeño trapiche y exprimió su jugo, luego la siguió retorciendo como cuando las lavanderas retorcían la ropa, hasta que extrajo casi dos litros de líquido color té. Nos lo tuvimos que tomar porque era bueno para el hígado, para los riñones y para todo. La familia vive en una choza sin muchas paredes, cubierta de hojas de palma y aparente falta de higiene, con dos cerdos que van comiéndose todo lo que se les echa o se encuentran a su paso, un oso hormiguero que se mueve intranquilo en su jaula, un tejón en la suya, un par de caballos pastan, gallinas y patos picotean entre nuestros pies, los papagayos de su barra nos dicen hola y nos dan la bienvenida. Todo está impregnado de naturaleza primitiva, tenemos que admitir que el sentido civilizado de la limpieza tiene bastante que ver con que la gente de los anuncios tenga que ser rubia. Mientras cortan la caña de azúcar, el nieto (12 años), le pregunta a Máiköl: "El otro día leí en un papel que los gringos pagan 500 dólares a la semana por ir en el barco". No obtuvo respuesta. 



Otro día, Wilder nos mete con una lanchita de aluminio por un brazo del Mamoré, atravesamos una laguna rodeada de un cinturón de cinco o seis metros de tarope y saltamos a tierra, entrando por una senda de pescadores en un cacho de selva virgen. Durante un par de horas andamos detrás de Wilder, que abre paso con su machete y nos cuenta cosas de muchos árboles y plantas (hasta con nombre latino!), nos descubre un par de huellas de tigre (jaguar) tan limpias que parece que las ha hecho él mismo con un tampón. Parecen muy frescas; Nos enseña una siringa, el árbol del caucho, y nos muestra cómo se cosechan las alubias del cacao.

Nos descubre semienterrado un cráneo de cocodrilo, pájaros, flores, todo lo que se ve. En el bosque la densidad de mosquitos es alarmante, le insinuamos lo del dengue y Wilder responde con absoluta seguridad que estos mosquitos de aguas limpias no tienen tanto peligro como los de la suciedad urbana.



Mosquitos hay por las noches a bordo sin fín. Se pelean por un sitio ante nuestra ventana. Bárbara ha encendido sólo las luces de afuera, pero siempre hay insectos pequeñísimos que se cuelan por la malla y aterrizan en el vaso o en las orejas. Sobre todo los “marehuís”, unas mosquitas rechonchas que muerden como vampiros y dejan un punto rojo picante durante unos días. 
 

Nati ha vuelto a cocinar soberanamente bien: siempre pone un plato con guiso de pescado, otro con guiso de carne, legumbres, ensaladas... y, de todo, cada cual se sirve lo que guste. En el Reina reina la sociedad de clases: La comida pasa primero por la mesa del capitán (y los huéspedes) y después va a la tripulación. Pero Nati se conoce muy bien las cantidades.

A las 22.30 horas el generador se apaga. A esa hora ya estamos en la cama y llevamos un rato leyendo, de modo que, al irse la luz, los ojos continúan cerrados, sabiéndonos bien protegidos de los mosquitos. Todos los motores del barco han parado y el silencio es casi absoluto; de vez en cuando se oye a las ranas saltar al baño, los chasquidos del bosque, el respirar de los bufeos (estos deslfines de agua dulce, nos dijo Wilder, se llaman así porque bufan al respirar. Pero lo del feo también les viene bien). No puedo dejar de pensar en el río, “ahísito mismo”, lleno de pirañas, aligatores, bufeos, tortugas y anacondas.



Faultier / Perezoso
Los bufeos, delfines de río y especie protegida, son de color rosa y van normalmente en parejas o en grupos. De ellos se ve salir una aleta del agua, un hocico color rosa o un lomo que echa un escupido de agua con bufido. En la confluencia del Mamoré y el Ibare hay muchos porque abundan los peces, pero son tan rápidos que es imposible fotografiarlos; tampoco pongo demasiado interés, porque son bichos que no me gustan, mi me gustaría chocarme dentro del agua con esa piel de chanchito nonato. 
En las copas de los árboles hay muchos papagayos, llegan a determinadas horas en bandadas con un ruido de piídos escandaloso.
Los más abundantes son más bien pequeños y de color verde que, al volar, muestran el fondo rojo de sus alas; pero también hay grandes parabas de plumaje azul y pecho amarillo; en las excursiones de tarde por las lagunas, aparecían en bandadas de cuatro o cinco, volando tan bajas que incluso contra el sol se veían sus colores. Nuestras cámaras siempre son demasiado lentas. Las garzas son más fáciles de fotografiar porque hay una cada cien metros, paradas en las orillas, blancas, grises, amarillentas, emprenden aburridas su vuelo de tan costoso arranque al sentir cerca el motor de la lancha. Vemos muchos cormoranes (Coco dice que son "pájaros felices" porque, "como vuelan alto, son veloces y además feos, no le interesan a nadie"), pájaros pescadores, gaviotas y especies desconocidas de pájaros rojos y negros que acuden a los bancos de peces de los ríos.



El barco se mueve por los ríos Ibare y Mamoré, que se juntan pocos kilómetros al norte de Trinidad. Nacen a unos 700 km al sur, en las regiones del Chaco y, hasta donde nosotros estamos, aún no han pasado cerca de ninguna ciudad ni de ninguna industria (Trinidad queda a 5 km del Ibare). Esta información es la que nos da confianza para vivir con este agua de color entre té transparente y chocolate a la taza, según el lugar y los sedimentos que arrastre la corriente, sobre todo en esta estación, cuando hace apenas 10 días que acabaron las lluvias anuales. Filtradas, las aguas del río se utilizan para lo que no sea beber ni lavarse los dientes (con cerveza mejor que con agua mineral). Las tierras todavía están bajo la gran inundación anual; desde ahora, cada día habrá menos brazos del río navegables; en dos meses, el nivel habrá bajado 10 ó 15 metros, casi todo estará seco. Claro que siempre quedan lagunas, pantanos y brazos muertos del río que conservan agua todo el año. Coco nos dice que hay 150.000 km² inundados en el Beni, el mayor ecosistema (del mundo?) en su clase. El Mamoré se junta más al norte con el río Beni y forman el Madre de Dios, que se mete en Brasil en busca del Amazonas. A sus 700 km de recorrido, el Mamoré tiene ya una anchura impresionante. Estamos sólo a 300 metros sobre el nivel del mar, pero hasta el Atlántico faltan 3000 km!.

Cuando bajen las aguas, aparecerán playas y muchos animales que ahora no se ven porque están en los humedales del interior, se vienen a las orillas del río. Entonces empieza otra estación turística.



El lunes llega Coco al barco. El gran jefe llega y la tripulación se pone de examen. Desde el barco vemos la lancha que lo trae, parada en la desembocadura del Ibare: Coco no ha podido resistir la tentación y se ha tirado allí mismo al agua. El Reina de Enin es su criatura y sueña con volver pronto, en cuanto ate unos cuantos cabos en Uyuni.

Nosotros no encontramos tiempo suficiente para disfrutar de la cubierta del barco, ver pasar los bosques echado en la hamaca, leyendo, escribiendo en el blog o comtemplando el atardecer, que son como miel con chocolate para el ánimo, cortos y sabrosos.



Pero la inactividad es bien escaso en el Reina. Coco quiere ver la zona, recordar como están las lagunas y de paso ver como se maneja su gente; en resumen, una propuesta constante para dar un paseo hasta donde sea, que es imposible rechazar. Hacemos muchas excursiones, buenas y divertidas excursiones. Se va en una de las dos lanchas con motor fuera borda. Nos metemos por los ríos y brazos de la selva para llegar a lugares conocidos y ver cómo se conservan; Coco nos repite en voz alta, recordándolos él, los nombres de los árboles, anécdotas, bescando pájaros entre la maleza y metiéndonos por sitios de los que no se sabe si podremos salir. Siempre va a proa, nosotros en el banco central, como viejos turistas extranjeros y, detrás, el tripulante que sea manejando el motor. Coco dirige con el brazo en alto la dirección a seguir. 


Coco sammelt alle Plastikflaschen ein
Suele pasar que señala bruscamente un punto en la orilla y nos vamos allí rápidamente para recoger un casco de cocacola del agua. Cada vez volvemos con media docena de ellos. Mientras pesca botellas se me ocurre, por ejemplo, que la cocacola empezó siendo un refresco a base de coca, pero ya no. Habría que quitarle el nombre con una denuncia por “falsedad de contenido” o, cuando menos, mandar al ejército boliviano a Estados Unidos para parar la producción de estas botellas que contaminan la naturaleza boliviana... Al fin y al cabo no hacía otra cosa el ejército yanqui en Bolivia: parar la producción de coca para que no llegara la cocaína a Estados Unidos. Se ha visto mayor dislate?.

En la pequeña lancha se puede ir por los brazos del río y pasar a las lagunas del interior y a los pantanos antes de que bajen más las aguas. El joven Maiköl nos lleva un día a la desembocadura a ver bufeos y luego se metió por una laguna en la que el bote encalló. Coco y él estuvieron tirando del bote con las piernas metidas en légamo hasta las rodillas y con nosotros dos dentro.
Yo voy delante, pero llegué tarde al barco
Coco im Vordergrund, Gabriel ist bereits flussabwärts abgetrieben
Coco contaba como, en una situación parecida, pisó una piraña y el animal le mordió en el pie a una turista que empujaba el bote detrás de él. A nosotros no nos permiten bajar. Tampoco insisto demasiado porque no sé si mi ayuda es necesaria ni si después sabría subir a la barca. Miedo de no poder subir! Con cosas así se acerca uno a la vejez.

En uno de esos canales, con Mario al timón, nos quedamos atascados por falta de agua. Hay que continuar primero a remo, luego sirgando desde el agua. Máas adelante hay que seguir porque es imposible volver. Nosotros vamos a bordo como dos idiotas, de rescatados, sin saber qué hacer, avergonzados de nuestro peso y de nuestra poca maña. Tampoco veníamos psicológicamente preparados para jugar al Bogart y a la Hepburn en el Reina de Africa, ni nos apetece sacar la pierna con un par de babosas pegadas a la pantorrilla... Una canoa con un padre y dos hijos a bordo nos adelanta ligera en el escasísimo espacio que hay y nos saluda diciendo que llevamos una barca demasiado grande. En un momento dado hay que bajarse y marchar a pie unos 50 metros. Cualquier obstáculo que surja queda integrado en el juego de la aventura. Coco quería llegar a una laguna determinada y llegamos. Estas lagunas son fantásticas, perdidas y casi inaccesibles en los terrenos pantanosos de entrerríos, están limpias y rodeadas de tarope, una planta de raices acuáticas que oxigena el agua; están rodeadas de naturaleza intacta, con pájaros por todas partes, algún mono que nos mira desde las copas de los árboles y hasta un perezoso vimos abrazado a su tronco y tratando de esconderse a cámara lenta. En esas lagunas nos bañamos varias veces. Sabine no se atreve a saltar porque también teme no poder subir. Si no me ayuda Mario, que me alzó desde la barca, tampoco hubiera podido yo.

Mario, maestro de navegantes, se conoce los caminos del agua al dedillo y nos lleva a todas partes por sitios que podrían ser escenario de películas de safaris, atravesando prados de plantas en lo que no se ve el agua, o fangales llenos de palos y ramas secas en los que sería bastante penoso quedarse atascado. 

Aunque para nosotros todos los parajes son iguales, Mario sabía siempre dónde estábamos y podía regresar al río y al barco. Al volver por las tardes con el crepúsculo formándose, antes de llegar al barco, saltamos al agua otra vez. Se nada fenomenal, dejándose arrastrar por la corriente, notando lo suave que es el agua, capaz de hacer que todo el mundo se haga amigo: los cocodrilos, las pirañas, las anacondas y los feos bufeos. A nadie se le teme, porque todavía es el principio de la estación seca y “aún no entramos en ningún menú” (palabras de Wilder).

En el Ibare la corriente es menor, pero en el Mamoré tiene una fuerza increíble. A una distancia que me parece bien, empiezo a nadar desde el centro del cauce hacia el barco y nado y nado y veo que se me pasa la popa. Poco después viene Maiköl a recogerme con la lancha, pero estoy tan exhausto del esfuerzo, que me cuesta subir a bordo. Mientras intento subir (operación que duró por lo menos 3 minutos) me doy cuenta de la situación: yo tenía que darme prisa en subir porque había que ir a buscar a Coco, que aguantaba corriente abajo. Él tardó menos que yo. Ni que decir que resulta oprobioso que no haya ni un pequeño estribo en la lancha ni una escala en el barco grande para ayudar a los ancianos a salir del agua!. En el Ibare, como ya tenía experiencia y la corriente era menor, llegué cómodamente al barco, pero subir tampoco fue fácil. Nueva reclamación por la falta de detalle.



La última, fue noche de lagartos. Salimos en un bote, sentados en nuestro banco, con Wilder al timón por detrás y por delante Mario, enfocando una luz potente contra la maleza y los fangales de la orilla, contra los troncos de los árboles sumergidos. El espectáculo era absolutamente flipante: Todo el arco de estrellas en el cielo negro y el río reflejándolas por debajo de nosotros. En las riberas, la vegetación con sus ruidos y, entre ella, muchas luciérnagas volantes. En todo este universo negro de luces azules, el foco de Mario alumbra de repente los dos ojitos color ámbar de un aligator. Es imposible no ver esos dos poligoncillos amarillos entre las luces azules de estrellas y luciérnagas. Mario levanta y baja el foco. La barca llega hasta el ojo amarillo, Mario saca el animal del agua por la cola y nos lo muestra. Tiene la absurda pretensión de que lo cojamos con nuestras manos para hacernos una foto, pero le decepcionamos. Cuando el lagartillo gime, Mario nos dice que es que llama a su mamá y yo le insto a que tire de una vez al animalito al agua, antes de que venga su mamá, que debe medir tres metros. 


Mario, antes de trabajar en el barco, fue clasificador en una factoría de pieles de lagarto y sabe con quien trata. Entretanto la especie está protegida y, como muchos bosques, es una de las fuentes de trabajo menos para la región, una de las cosas que, por ejemplo, tienen contra Evo Morales, que en oriente es considerado algo así como "El colla que nos domina".

El paseo es sensacional. No tenemos ni idea de dónde vamos, nos deslizamos sin tropezar entre matorrales acuáticos y croares de ranas, con el cielo reflejado por debajo de nosotros. Al día siguiente, en otra excursión, Mario nos lleva por un barrizal pantanoso y nos asegura que es el mismo lugar donde habíamos visto los cocodrilos la noche anterior.
 



Die Königin von Enin
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Um acht Uhr morgens holt uns ein Taxi vom Hotel in Trinidad ab uns bringt uns die etwa 5 km zum Hafen von Loma Suarez am Río Ibare, an dem wir mit Erick schon zum Fisch essen waren. Die Organisation ist perfekt, dort wartet schon ein Boot und schipppert uns etwa 500 m weiter, wo am Ufer im dichten Grün die “Reina de Enin” vertäut ist. “Enin” heisst auf Mojeño “Land ohne Sünde”. Das Boot wirbt für sich als “Flotel”, ein schwimmendes Hotel ("flotar" = treiben, schwimmen). Es ist eine Art Katamaran, sprich die ganze Struktur ruht auf zwei Schwimm-Pontons. Darüber türmen sich drei Stockwerke einer Holzkonstruktion im Stil der Flussboote hier, die jedoch meistens nur zweigeschossig sind. Im untersten Stockwerk sind die 12 Gästezimmer bzw. Kajüten, jeweils mit 3 Betten: einem Doppelbett unten und einem einzelnen quer drüber. Unsere ist vorne am Bug und hat 2 grosse Fenster, eines nach vorne und eines zur Seite. 


Im zweiten Stockwerk sind Küche und der Speisesaal/Aufenthaltsraum, umgeben von einer breiten Terrasse rundherum. Und ganz oben sind die Kajüte des Steuermanns, ein para Schlafkombüsen der Mannschaft und eine nochmal recht grosse Sonnenterrasse. Das Ganze trägt die untrügliche Handschrift von Coco, der es ziemlich genial versteht, den Stil des Landes beizubehalten, aber einen gewissen Komfort bereitzustellen. Weit entfernt vom charakterlosen Luxus eines Kreuzfahrt-Schiffes, haben wir immerhin ein eigenes Bad, eine kleine aus einem Plastikteil gegossene Einheit mit Waschbecken und Toilette, die Dusche hängt an der Decke und duscht den gesamten kleinen Raum mit braunem Flusswasser - das ist anfangs gewöhnungsbedürftig, aber das Wasser ist weich, und man fühlt sich nach der Dusche erfrischt - also, was soll's.
 


Gabriel und Barbara kommen zum Frühstück
Ich schreibe im Moment im Speisesaal. Rundum nur Fenster, eine angenehme Brise weht durch die Fliegengitter. Wir liegen am Ufer des Río Mamoré, in dichtem Urwaldgestrüpp, und warten auf Coco, der heute aus Cochabamba angeflogen kommt, mit der Ausrede, Geschäftliches regeln zu müssen, aber eigentlich will er wohl ein para nette Tage mit uns auf dem Boot verbringen. Der Fluss hat ordentlich Strömung, und an mir vorbei ziehen Gestrüpp, Baumstämme und Vegetationsinseln mit einer ziemlichen Geschwindigkeit, so dass der Eindruck entsteht, wir bewegten uns. Die Wolken sind malerisch, der Vogelflugverkehr dicht, man kann hier stundenlang sitzen und nur aus dem Fenster schauen. Den Rhein kennend wundert mich, wie ein Fluss mit so viel Strömung so ruhig fliessen kann. Die Oberfläche ist spiegelglatt, und wäre da nicht diese unendliche Reihe von vorbeischwimmenden Inseln, so könnte man denken, hier bewege sich gar nichts. Offenbar hat die enorme Tiefe des Wassers damit zu tun, aber auch, dass der Untergrund aus Lehm und Sand besteht, also nirgends Steine sind, an denen sich das Wasser brechen könnte.
 
Der Río Ibare bewegt sich nur scheinbar nicht
No parece que la corriente está quieta?


Badestunde für die Mannschaft
Hora de recreo de la tripulación
Wie Coco und Mara es immer nur schaffen – wir sind wieder (wie in Villa Tunari, im Salzhotel und im Bramadero) die einzigen Gäste - die "Könige von Enin". Auf dem Boot herrscht eine sehr familiäre Atmosphäre. Barbara, die portugiesisch-belgische Kapitänin, setzt sich mit uns zum Mittag- und Abendessen, Michael (oder: Maiköl - so spricht man es zumindest) führt uns auf den einen Ausflug, Wilder auf den nächsten. Insgesamt sind es 8 Personen, die die Stamm-Mannschaft bilden, ein eingespieltes Team, auf das Barbara sich verlassen kann. Sie macht das hier seit drei Jahren und erzählt uns eine Menge über den Bootsalltag, über ihr Verhältnis zu den Bolivianern und das, was sie alles gelernt hat, und auch einiges, was sie wohl nie lernen wird. Da wir auch weiterhin die einzigen Gäste bleiben, erhalten in den nächsten Tagen noch weitere Mitglieder der Mannschaft Urlaub. Bevor wir kamen, hatten sie einige Grosskampftage, zuletzt den ganzen Ärztekongress zu einem Tagesbesuch an Bord, und alle sind rechtschaffen k.o. Es bleiben Barbara, der Youngster Michael, Wilder und der Steuermann Mario wie auch Nati, die Mann oder Frau ist, so genau weiss man das nicht, aber sie/er kocht begnadet, wäscht und hält alles sauber. Die vier sind das absolute Minimum, mit dem Barbara das Boot betreiben kann. In Flaute-Zeiten wird renoviert, werden Planken angestrichen, Möbel hergerichtet, Beiboote repariert ... Ein Teil ihres Erfolgsrezeptes besteht darin, dass sich hier alle gut verstehen, jeder alles kann und macht, und dass sie auch ihren Spass haben. Jeden Abend, wenn das Schiff verankert ist, ist Badestunde, alle hüpfen ins Wasser, springen vom obersten Deck oder packen das Kajak aus – allgemeines Geplansche und grosses Vergnügen.  
 
Camellones - im Sumpfgebiet liegt das Zuckerrohrfeld leicht erhöht
Camellones, montículos de tierra sembrada entre terreno pantanoso


Ein Zuckerrohr wird ausgepresst ...
Escurriendo el jugo de cana de azúcar.


An jedem Halteplatz haben sie für die Passagiere auch einen Programmpunkt an Land, und so werden wir am ersten Tag zu einem “typischen” Bauernhaus der Sumpfgebiete am Ibare geführt, wo eine Familie ähnlich einfach lebt, wie die Verwalter von Ericks Bauernhof, in Palmenblatt-gedeckten Hütten mit leichten, winddurchlässigen Seitenwänden und viel Dreck. Zwei Schweine trippeln rum und fressen alles, was man auf den Boden wirft. Ein Ameisenbärchen rennt traurig im Käfig rum, ein paar Pferde grasen, Hühner und Enten wuseln einem um die Füsse, die Papageien auf der Stange krähen ein vergnügtes “hola”.
 

...den Saft bekommen wir zum Trinken
y tomándolo. Lo mejor era el sabor.

Der etwa 12-jährige Sohn führt uns auf die Camellones – die erhöhten Anbauflächen, die zwischen dem Sumpf hervorragen – und schlägt mit der Machete geübt ein paar Zuckerrohr-Stangen, die er danach mit einer einfachen Handpresse auspresst. Verblüffend, was aus so einem harten Stock an Flüssigkeit rauskommt! Die Mutter kommt und arbeitet nach: der faserige Stock wird richtiggehend ausgewrungen (Foto s. oben im span. Text) und hat immerhin einen guten Liter süssen Saft ergeben, den wir austrinken (müssen).
 




Ein paar Machetenhiebe, und schon tropft der Kautschuk
Cortes en una siringa con un machete para extraer el caucho


Eine reife Kakaofrucht, aufgebrochen
Fruto del cacao


Ein anderer Ausflug bringt uns per Beiboot in eine Ecke Urwald, in der es zwar einen Pfad gibt, wo der Wald aber weitgehend jungfräulich ist. Wilder führt uns hier ein para Stunden lang durch das Dickicht, haut mit der Machete den Weg frei und erklärt uns jeden Baum, jedes Pflänzchen, findet Tigerspuren (der Jaguar wird hier Tiger genannt), führt uns vor, wie man Kautschuk zapft und Kakaofrüchte erntet, zeigt uns ein Alligatorgerippe, Vögel und Blumen. Im Wald ist die Mückendichte enorm, so dass es – trotz Chemiekeule – nicht ohne Stiche abgeht, aber man versichert uns, dass die Mücken hier keine Denghe verursachen, das seien die dreckigen Mücken aus der Stadt, vor denen müsse man sich viel mehr in Acht nehmen.
 

Una rana echando la siesta en una hoja 
Tarnfarbe total!

 

Abends gibt es dann auch am Boot Mücken ohne Ende. Sie prügeln sich um einen Platz vor unserem Fenster. Barbara hat weitsichtig nur aussen die Beleuchtung eingeschaltet, innen ist keine Lampe an, aber trotzdem mogeln sich Kleinst-Insekten durch die Gitter und landen - dank der Turbo-Beförderung durch den Ventilator - im Getränk, in der Bluse, in den Ohren ... Nati hat wieder ein tolles Essen gemacht: es gibt immer einen Teller mit einem Fischgericht, ein Fleischgericht, verschiedene Gemüseteller, zwei Salate, und von allem reichlich, man kann es sich aussuchen. Allerdings auch hier die Klassengesellschaft: das Essen kommt frisch auf den Tisch des Kapitäns (mit den Gästen), die Reste bekommt die Mannschaft hinterher. Nati hat jedoch sicher von allem genügend gekocht, so dass hier alle auf ihre Kosten kommen.
 


Um 22.30 h wird der Generator für das Licht abgestellt, aber wir sind schon vorher in unserer Kajüte weggedöst. Fenster und Windfang vor der Tür sind mit Fliegengittern gut geschützt, so dass wir wirklich mückenfrei lesen und schlafen können. Als alle Motoren abgestellt sind, ist die Ruhe fast perfekt. Von Zeit zu Zeit hört man ein “platsch” wenn der Frosch baden geht oder der Delfin nach Luft schnappt, mal ein Krächz und viel Geunke aus dem Wald, sonst nichts.
 

Die Delfine hier sind Flussdelfine und stehen unter Naturschutz. Sie heissen “Bufeos” und sind schweinchenrosa. Man sieht manchmal ein oder zwei, dann erscheinen rosa Flossen aus dem braunen Wasser oder eine Wasser-Fontäne, aber bis man die Kamera gezückt hat, sind sie immer schon weg. Speziell dort, wo der Ibare in den Mamoré mündet, sind sie oft zu sehen, weil es dort besonders viele Fische gibt. Es gibt auch eine Menge Papageien, die weit oben in den Bäumen sitzen, immer in grösseren Gruppen auftauchen und mit ihrem Gezeter einen beeindruckenden Lärm produzieren. Normal sind kleine grüne Papageien und mittelgrosse, die im Flug rote Federn zeigen, aber am schönsten sind die grossen Aras, die blau-grünes Deckgefieder haben und an der Brust gelb oder orange sind. Von letzteren haben wir mehrfach kleinere Gruppen über uns hinwegfliegen sehen, aber auch hier ist die Kamera immer zu langsam. 

Reiher haben wir nur an den ersten Tagen fotografiert, weil sie wirklich alle 100 Meter am Ufer stehen: weisse, graue, gelb-graue. Ein Kenner würde die selteneren Arten von den gemeinen Normalreihern unterscheiden können, wir finden sie einfach nur alle schön und elegant. Dazwischen eine Menge Kormorane und Eisvögel, Möwen und zig andere gelbe und rote und schwarze Vögel, die sich hier ihrer Ruhe und des ungemeinen Fischreichtums erfreuen.
 

Das Boot schippert auf den Flüssen Ibare und Mamore, die wenige Kilometer nördlich von Trinidad zusammenfliessen. Beide entspringen etwa 700 Kilometer weiter südlich, irgendwo im Chaco, und sie kommen nirgends an einer Stadt vorbei. Auch Trinidad liegt etwa 5 km vom Ibare entfernt. Und von Industrie kann man hier auch nirgends reden. Das Wasser der Flüsse muss also sauber sein, auch wenn man das nicht unbedingt sieht. Der Ibare ist moorig schwarz, der Mamoré ist schockoladenbraun von den vielen Sedimenten, die er mitschleppt. Zumindest in dieser Jahreszeit. 

Gabriel im Ibare
Hier hat es vor etwa 10 Tagen aufgehört mit den jährlichen Regengüssen. Das Land ist also fast auf dem Höhepunkt der jährlichen Überschwemmungen. Und von nun an geht es abwärts mit dem Wasserstand. In 2 Monaten wird der Wasserspiegel des Ibare um 10 bis 15 m gefallen sein. Er ist dann fast trocken. Trotzdem bleiben viele Lagunen, Sümpfe und Totarme der Flüsse ganzjährig überschwemmt. Coco sagt, es seien 150.000 Quadratkilometer, die hier im Beni überschwemmt sind und das grösste Ökosystem (der Welt?) dieser Art bilden. Der Mamoré führt ganzjährig Wasser und vereinigt sich weiter nördlich mit dem Beni zum “Madre de Dios”, der dann durch Brasilien fliesst und einen der Haupt-Zuströme zum Amazonas bildet. Er ist hier unten schon ganz eindrucksvoll breit. Wenn der Wasserspiegel niedriger liegt, erscheinen an den Ufern schöne Sandstrände (wie z.B. auf dem Google-Satellitenbildausschnitt) und viel Getier, das derzeit nicht sichtbar ist, da der dichte Urwaldbewuchs bis ans Ufer heran reicht.

(c) Googlemaps
Das dünne Rinnsal rechts ist der Ibare, breit links der Marmoré mit vielen weißen Sandstränden. Zwischen und neben den Flüssen Lagunen und Totarme voller Wasser.
La linea delgada es el Ibare; Loma Suarez el puerto donde embarcamos, Trinidad al suroeste, la linea gruesa es el Mamoré con sus playas de estación seca. Entre los ríos se ven humedales, lagunas y brazos muertos


Endlich kommt Coco an. Er ist der Erbauer und Besitzer des Bootes, alle sind aufgeregt, der Chef kommt, und er kommt wohl nicht so oft, denn Barbara stellt ihm 2 von der Mannschaft vor, sie sind also seit dem letzten Besuch dazugekommen. Coco wird von einem der Mannschaft im Bötchen abgeholt und kommt klitschenass an, denn er konnte es nicht erwarten und musste sich unterwegs schon irgendwo zum Baden ins Wasser schmeissen. Er strahlt. Das Boot ist sein Kind. Er hat es vor 10 Jahren verlassen, um sich um die Projekte in Uyuni zu kümmern, aber man sieht es ihm an, er ist ungern von hier weggegangen!
 


Mit Coco machen wir in den nächsten Tagen eine ganze Reihe weiterer Ausflüge. Fast zu viele. Denn es ist eigentlich ausreichend, einfach auf dem Boot zu sitzen und aus dem Fenster zu schauen bzw. in der Hängematte auf dem Oberdeck zu liegen und in den Himmel und die Baumkronen zu gucken. Und die Sonnenuntergänge über dem Fluss sind schlichtweg gigantisch! Mit dem Lesen und auch mit dem Blog-Schreiben sind wir in diesen Tagen kaum weitergekommen. Das kann man immer noch tun, wenn der Ausblick weniger attraktiv ist! Die Ausflüge gehen vom verankerten Boot aus mit einem der kleinen Beiboote (wir schleppen immer 4 Boote hintendran mit: ein feines mit Dach, in dem echte Stühle stehen, für die Touristen, ein Holz- und ein Alu-Ruderboot mit Aussenbordmotoren und einen hölzernern Einbaum). 

Die 4 Beiboote und das "Schwimmbecken" hängen immer hinten dran
Los 4 botes y la "piscina con red"  son también parte del barco
Durch diese "Wiese" muss das Boot durch
Atravesando en barca un prado de tarope

In den Ruderbooten sitzt man niedrig und hart. Wir Landratten müssen uns erst dran gewöhnen, und während ich dies schreibe tut mir der Hintern noch weh von den vielen Stunden auf den harten Bänkchen. Coco sass immer vorne im Bug, aufgeregt wie ein Kind, weil er all die Orte besuchen wollte, an die er sich von seinen früheren Aufenthalten erinnerte und weil es ihm alles so ungeheuer gut gefällt. Außerdem macht er es zum Sport, auf dem Fluss schwimmende Plastikflaschen rauszufischen (s. Foto oben im span. Text) und zur korrekten Müllbeseitigung mitzunehmen. Dahinter Gabriel und ich auf der zweiten Bank, und im Heck am Motor und am Steuer Mario oder Michael oder wer auch immer uns chauffiert. Mit diesen kleinen Booten kann man die Seitenkanäle befahren, die die Flüsse mit dem dahinterliegenden Sumpfland, den Lagunen und den vielen Totarmen der Flüsse verbinden. 



Auf einer der vielen Lagunen / Reflejos en una laguna

Allerdings fällt derzeit der Wasserpegel stetig. In Kürze werden die Verbindungskanäle trocken liegen, so dass diese Ausflüge an die Lagunen vom Flussufer zu Fuss gemacht werden müssen. Aber noch geht es. Meistens. Einen dieser Kanäle haben wir aber auch hauptsächlich schiebend und mit den Rudern stochernd zurückgelegt. Da war das Wasser schon so niedrig, dass das schlickige Ufer stank und das Boot alle Nas lang stecken blieb. Von hinten überholten uns Leute in einem Einbaum, mit dem ging es noch, aber wir mussten uns arg mühen. Egal, Coco wollte zur Lagune, und wir kamen hin. 

Diese Lagunen sind wirklich toll. Sie liegen in fast unzugänglichem Terrain, dem Sumpfland zwischen den beiden Flüssen. Blitzesauberes Wasser in einem total unberührten Umfeld, Unmassen von Viechern überall, Vögel, Affen, sogar ein Faultier sehen wir. 

Das Faultier ist nicht zu faul, um sich zu verstecken
El perezoso tiene pereza hasta para esconderse
Coco und Gabriel springen vom Bootsrand ins lauwarme Wasser und prusten vor Vergnügen wie Seelöwen. Ich schaue etwas traurig hinterher, aber bin sicher, dass ich nicht wieder über den Bootsrand reinklettern könnte (eine Leiter oder sowas gibt es leider nicht) – sportlich müsste man sein.
 

Der Meister das Navigierens ist Mario, der einen überall durchbringt. Weite Strecken des Rückweges führen über Flächen, die optisch wie geschlossene Wiesen aussehen, aber faktisch aus einem dichten Teppich von Schwimmpflanzen bestehen, durch die man nur irgendwie durch muss. Aber es gibt auch Strecken mit übel riechendem Brackwasser. Und obwohl alle diese Flächen riesig sind und für uns einfach nur grün aussahen, wusste Mario immer wo wir waren und brachte uns irgendwie wieder zurück zum Fluss und zum Schiff.


Auch hier wird durchgefahren
Wenn die Reina de Enin in Sichtweite kommt, springt Coco wieder über Bord und lässt sich von der Strömung bis zum Boot treiben. Gabriel hinterher. Am Ibare geht das wohl auch ganz gut, aber an dem Tag, an dem sie das im Mamoré machen, haben sie doch die Strömung unterschätzt. Gabriel strampelt ordentlich, aber schafft es nicht, bis zum Boot zu kommen, so dass er für einen Moment in Panik verfällt, bis er sieht, das wir im Bötchen hinterherkommen und ihn “retten”. Coco hat gar nicht gekämpft – er kennt das wohl zu Genüge – sondern lässt sich abtreiben und abholen. 


Am letzten Abend werden wir noch auf Jagd nach “Lagartos” gschickt. Wilder steuert das Boot, Mario sitzt im Bug. Er hat eine sehr starke Lampe, mit der er im Fahren die Ufer ableuchtet. In seinem früheren Leben war er Alligatorenjäger und hat die lieben Tierchen wegen des Leders verkauft. Inzwischen stehen sie unter Naturschutz. Aber er weiss noch wie es geht. Wir fahren mit recht hoher Geschwindigkeit den Fluss entlang. In der Finsternis, die nur von lichtstarken Glühwürmchen, dem ungeheuer blitzenden Sternenhimmel und unserer Lampe durchbrochen wird, reflektiert plötzlich etwas Bernsteinfarbenes. Das sind die Augen eines Alligators. Auf ein kuzes Lampensignal steuert Wilder das Boot dort ans Ufer und wir sehen, wie ein ziemlich grosses Krokodil verägert wegschwimmt. Wir scheuchen mehrere von der Sorte auf, bevor es in der Dunkelheit durch einen engen Seitenkanal geht und wir in einer Lagune landen, die weitgehend von Schwimmpflanzen bedeckt ist.

Alligatorbaby

Hier findet Mario Jungtiere, die er mit geübtem Griff aus dem Wasser zieht. Ob wir sie nicht in die Hand nehmen wollten – die Touristen wollen immer solche Fotos, auf denen sie selber als Krokodiljäger zu sehen sind. Aber wir winken dankend ab, die armen Kerlchen sollen lieber schnell wieder ins Wasser zurück. Wer weiss, ob nicht die Mutter kommt und nach ihnen schaut …

Wir hätten ewig auf dem Boot bleiben können, aber der Spaß ist nicht ganz billig und die Tage sind gezählt. An einem der Flusshäfen erwartet uns wieder ein Taxi und bringt uns direkt zum Flughafen von Trinidad, von dem wir wieder nach Santa Cruz fliegen. Dies Boot ist jedenfalls einer der Orte in Bolivien, an die wir jederzeit zurückkehren würden. Mal sehen ... 

Bemalung der Seitenwände der "Reina de Enin"
Pared exterior lateral del Reina de Enin.

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