Los Reyes de Enin
www.viajarporbolivia.es
Wie die Könige von Enin ... |
A las 8 de la mañana
un taxi nos recoge en el hotel de Trinidad y nos lleva hasta el
puerto de Loma Suárez, en el río Ibare, donde hace poco estuvimos
comiendo "costillas de pacú" con Erick. La organización
es perfecta, allí nos está esperando un bote que nos transporta
medio kilómetro río abajo, a la orilla donde está anclada La Reina
de Enin. Enin, en mojeño,
significa "tierra sin mancillar".
El barco se anuncia como "flotel", hotel flotante. Es una especie de catamarán, o sea, que la estructura de los tres pisos del barco, hechos de madera al estilo de los que hay por aquí, descansa sobre dos pontones flotantes de aluminio. Coco debería escribir una novelita contando la historia de sus barcos y la compenetración de ideas que tenía con su socio holandés. Estuvieron recorriendo el Mamoré de arriba abajo en busca de barcos viejos, modelos con posible reconstrucción, ideas, etc. y, entre lo que vieron y lo que se les ocurrió, armaron esta Reina de Enin que tiene toda la gracia del Submarino Amarillo de los Beatles, el empaque de un barco camba y una confortable sencillez. Todo un espectáculo de buen mantenimiento. En el primer piso están las 12 habitaciones de huéspedes, cada una equipada con 3 camas, ventilador, aire acondicionado y baño con ducha de agua caliente.
Nuestra cabina está en la proa, tiene dos grandes ventanales y está tan bien aislada que no entra ni un mosquito en ella. En el segundo piso está la cocina y el salón, rodeados de una gran terraza. En el tercer piso están las cabinas del piloto, los camarotes de la tripulación y un gran solarium con tumbonas y hamacas. Toda la Reina de Enin lleva el sello inconfundible de Coco, que sabe preservar lo natural del país dotándolo de un genial confort. Nada que ver con el lujo anónimo de los grandes cruceros.Ni nada que envidiarles en punto a bienestar,
El barco se anuncia como "flotel", hotel flotante. Es una especie de catamarán, o sea, que la estructura de los tres pisos del barco, hechos de madera al estilo de los que hay por aquí, descansa sobre dos pontones flotantes de aluminio. Coco debería escribir una novelita contando la historia de sus barcos y la compenetración de ideas que tenía con su socio holandés. Estuvieron recorriendo el Mamoré de arriba abajo en busca de barcos viejos, modelos con posible reconstrucción, ideas, etc. y, entre lo que vieron y lo que se les ocurrió, armaron esta Reina de Enin que tiene toda la gracia del Submarino Amarillo de los Beatles, el empaque de un barco camba y una confortable sencillez. Todo un espectáculo de buen mantenimiento. En el primer piso están las 12 habitaciones de huéspedes, cada una equipada con 3 camas, ventilador, aire acondicionado y baño con ducha de agua caliente.
Nuestra cabina está en la proa, tiene dos grandes ventanales y está tan bien aislada que no entra ni un mosquito en ella. En el segundo piso está la cocina y el salón, rodeados de una gran terraza. En el tercer piso están las cabinas del piloto, los camarotes de la tripulación y un gran solarium con tumbonas y hamacas. Toda la Reina de Enin lleva el sello inconfundible de Coco, que sabe preservar lo natural del país dotándolo de un genial confort. Nada que ver con el lujo anónimo de los grandes cruceros.Ni nada que envidiarles en punto a bienestar,
Escribo esto en el salón,
después de desayunar, rodeado de ventanas abiertas y con una
agradable brisa filtrándose por los mosquiteros. Estamos anclados en
una orilla de río Mamoré, en medio de la maleza de la jungla y
esperamos a que Coco llegue, porque vuela hoy desde Cochabamba hasta
aquí con el pretexto de tener que arreglar cosas del negocio y el
plan de pasar unos días en el barco. El río tiene una corriente
fuerte, que arrastra matojos, troncos de árboles e islas de tarope a
bastante velocidad; en el barco se tiene siempre la impresión de
estar movimiento. Las nubes son pintorescas, el tráfico de pájaros
abigarrado.
Podría uno pasarse las horas mirando por la ventana el movimiento de la pequeña fauna entre la maleza, o desde la cubierta, el desfile del decorado de la selva.
A Sabine, que nació en una aceña del Rin, le pasma la tranquilidad de la corriente del Mamoré, tan poderosa pero sin saltos ni remolinos. La superficie del agua es lisa como un espejo y si no arrastrara tanta naturaleza consigo, se podría pensar que está casi quieta. En el fondo del profundo cauce (17 metros) hay légamo sin piedras en las que se rompa el agua.
Podría uno pasarse las horas mirando por la ventana el movimiento de la pequeña fauna entre la maleza, o desde la cubierta, el desfile del decorado de la selva.
A Sabine, que nació en una aceña del Rin, le pasma la tranquilidad de la corriente del Mamoré, tan poderosa pero sin saltos ni remolinos. La superficie del agua es lisa como un espejo y si no arrastrara tanta naturaleza consigo, se podría pensar que está casi quieta. En el fondo del profundo cauce (17 metros) hay légamo sin piedras en las que se rompa el agua.
No sé como Coco y Mara lo
consiguirán, pero de nuevo somos los "únicos huéspedes": En Villa Tunari era la estacion lluviosa, en Uyuni iniciamos nosotros la temporada, aquí estamos en los coletazos de la estación lluviosa... Estar sólo en lugares como estos, con paisajes para saciarse, es magnífico. A veces, un poco de compañía
se echa de menos, sobre todo con ese nivel de profesionalidad
que tiene su gente, prudente y distanciada casi hasta la formalidad.
En el barco hay atmósfera de estilo familiar. Con Bárbara, la capitana luso-belga, desayunamos, comemos y cenamos. El resto del día, Bárbara se hace invisible para verlo todo mejor. Cualquier deseo en voz baja queda cumplido antes de expresarlo. Cada cual se sabe a la perfección su función y todo discurre como si fuera improvisado. Primero, Máiköl nos lleva de excursión por tierra; otra vez, Wilder nos lleva a otro sitio por tierra y agua. El día de la llegada había ocho personas a bordo que limpiaban el barco de los 80 pediatras que lo habían llenado hasta la víspera. Luego se quedaron sólo los cuatro tripulantes. Son gente que conoce el Beni como la palma de su mano, y que han sido bien instruídos en el arte de explicarlo. Pero también saben hacer cualquier trabajo a bordo, aunque cada cual tenga su especialidad: Nati, una atentísima transe, cocina entre muy bien y exquisito, hace las habitaciones y lava la ropa. Máiköl, el más joven, ayuda fregando los platos, limpiando y manteniendo. Mario es el piloto, conoce a la perfección los ríos, la profundidad de los cauces, los bancos de arena peligrosos; se orienta en el laberinto de canales como si lo guiara el hilo de Ariadna. Y, el cuarto, Wilder, procedente de una familia de agricultores y recolectores de cacao, se conoce bastante bien las tierras y las sendas de entre ríos. Responsable del buen rollo de la gente es doña Bárbara de Braganza.
Bárbara trabaja en el Reina de Enin desde hace 3 años y está bien pertrechada de anécdotas sobre sus relaciones con los bolivianos, de lo mucho que ha aprendido con ellos y de lo que no aprenderá nunca.
Todas las tardes, cuando el barco ha atracado, llega la hora del recreo y saltan al agua desde la terraza del barco. Naturalmente que cada uno nada como puede, pero es curioso ver nadar a esta gente del río, acostumbrada a nados cortos por la corriente, con una potente brazada pero estilo de pueblo.
En el barco hay atmósfera de estilo familiar. Con Bárbara, la capitana luso-belga, desayunamos, comemos y cenamos. El resto del día, Bárbara se hace invisible para verlo todo mejor. Cualquier deseo en voz baja queda cumplido antes de expresarlo. Cada cual se sabe a la perfección su función y todo discurre como si fuera improvisado. Primero, Máiköl nos lleva de excursión por tierra; otra vez, Wilder nos lleva a otro sitio por tierra y agua. El día de la llegada había ocho personas a bordo que limpiaban el barco de los 80 pediatras que lo habían llenado hasta la víspera. Luego se quedaron sólo los cuatro tripulantes. Son gente que conoce el Beni como la palma de su mano, y que han sido bien instruídos en el arte de explicarlo. Pero también saben hacer cualquier trabajo a bordo, aunque cada cual tenga su especialidad: Nati, una atentísima transe, cocina entre muy bien y exquisito, hace las habitaciones y lava la ropa. Máiköl, el más joven, ayuda fregando los platos, limpiando y manteniendo. Mario es el piloto, conoce a la perfección los ríos, la profundidad de los cauces, los bancos de arena peligrosos; se orienta en el laberinto de canales como si lo guiara el hilo de Ariadna. Y, el cuarto, Wilder, procedente de una familia de agricultores y recolectores de cacao, se conoce bastante bien las tierras y las sendas de entre ríos. Responsable del buen rollo de la gente es doña Bárbara de Braganza.
Bárbara trabaja en el Reina de Enin desde hace 3 años y está bien pertrechada de anécdotas sobre sus relaciones con los bolivianos, de lo mucho que ha aprendido con ellos y de lo que no aprenderá nunca.
Todas las tardes, cuando el barco ha atracado, llega la hora del recreo y saltan al agua desde la terraza del barco. Naturalmente que cada uno nada como puede, pero es curioso ver nadar a esta gente del río, acostumbrada a nados cortos por la corriente, con una potente brazada pero estilo de pueblo.
En cada parada se da un
paseo. Can Máiköl fuimos a una granja
situada en medio de los pantanos del Ibare y estuvimos un buen rato
con la familia. La abuela, que se escondió al vernos llegar, su hija
y sus dos nietos. El nieto nos condujo hasta los
camellones, donde la familia tiene sus pequeños
cultivos. Allí cortaron una caña
de azúcar y nos la trajimos.
La señora pasó la caña por un pequeño trapiche y exprimió su jugo, luego la siguió retorciendo como cuando las lavanderas retorcían la ropa, hasta que extrajo casi dos litros de líquido color té. Nos lo tuvimos que tomar porque era bueno para el hígado, para los riñones y para todo. La familia vive en una choza sin muchas paredes, cubierta de hojas de palma y aparente falta de higiene, con dos cerdos que van comiéndose todo lo que se les echa o se encuentran a su paso, un oso hormiguero que se mueve intranquilo en su jaula, un tejón en la suya, un par de caballos pastan, gallinas y patos picotean entre nuestros pies, los papagayos de su barra nos dicen hola y nos dan la bienvenida. Todo está impregnado de naturaleza primitiva, tenemos que admitir que el sentido civilizado de la limpieza tiene bastante que ver con que la gente de los anuncios tenga que ser rubia. Mientras cortan la caña de azúcar, el nieto (12 años), le pregunta a Máiköl: "El otro día leí en un papel que los gringos pagan 500 dólares a la semana por ir en el barco". No obtuvo respuesta.
Das Zuckerrohr wird "ausgewrungen" |
La señora pasó la caña por un pequeño trapiche y exprimió su jugo, luego la siguió retorciendo como cuando las lavanderas retorcían la ropa, hasta que extrajo casi dos litros de líquido color té. Nos lo tuvimos que tomar porque era bueno para el hígado, para los riñones y para todo. La familia vive en una choza sin muchas paredes, cubierta de hojas de palma y aparente falta de higiene, con dos cerdos que van comiéndose todo lo que se les echa o se encuentran a su paso, un oso hormiguero que se mueve intranquilo en su jaula, un tejón en la suya, un par de caballos pastan, gallinas y patos picotean entre nuestros pies, los papagayos de su barra nos dicen hola y nos dan la bienvenida. Todo está impregnado de naturaleza primitiva, tenemos que admitir que el sentido civilizado de la limpieza tiene bastante que ver con que la gente de los anuncios tenga que ser rubia. Mientras cortan la caña de azúcar, el nieto (12 años), le pregunta a Máiköl: "El otro día leí en un papel que los gringos pagan 500 dólares a la semana por ir en el barco". No obtuvo respuesta.
Otro día, Wilder nos mete
con una lanchita de aluminio por un brazo del Mamoré, atravesamos
una laguna rodeada de un cinturón de cinco o seis metros de tarope y
saltamos a tierra, entrando por una senda de pescadores en un cacho
de selva virgen. Durante un par de horas andamos detrás de Wilder,
que abre paso con su machete y nos cuenta cosas de muchos árboles y
plantas (hasta con nombre latino!), nos descubre un par de huellas de
tigre (jaguar) tan limpias que parece que las ha hecho él mismo con un tampón. Parecen muy frescas; Nos enseña
una siringa, el árbol del caucho, y nos muestra cómo se cosechan las
alubias del cacao.
Nos descubre semienterrado un cráneo de cocodrilo, pájaros, flores, todo lo que se ve. En el bosque la densidad de mosquitos es alarmante, le insinuamos lo del dengue y Wilder responde con absoluta seguridad que estos mosquitos de aguas limpias no tienen tanto peligro como los de la suciedad urbana.
Nos descubre semienterrado un cráneo de cocodrilo, pájaros, flores, todo lo que se ve. En el bosque la densidad de mosquitos es alarmante, le insinuamos lo del dengue y Wilder responde con absoluta seguridad que estos mosquitos de aguas limpias no tienen tanto peligro como los de la suciedad urbana.
Mosquitos hay por las
noches a bordo sin fín. Se pelean por un sitio ante nuestra ventana.
Bárbara ha encendido sólo las luces de afuera, pero siempre hay
insectos pequeñísimos
que se cuelan por la malla y aterrizan en el vaso o en las orejas.
Sobre todo los “marehuís”, unas mosquitas rechonchas que muerden como vampiros y dejan un punto rojo picante durante unos días.
Nati ha vuelto a cocinar
soberanamente bien: siempre pone un plato con guiso de pescado, otro
con guiso de carne, legumbres, ensaladas... y, de todo, cada cual se
sirve lo que guste. En el Reina reina la sociedad de clases: La
comida pasa primero por la mesa del capitán (y los huéspedes) y
después va a la tripulación. Pero Nati se conoce muy bien las
cantidades.
A las 22.30 horas el
generador se apaga. A esa hora ya estamos en la cama y llevamos un
rato leyendo, de modo que, al irse la luz, los ojos continúan
cerrados, sabiéndonos bien protegidos de los mosquitos. Todos los
motores del barco han parado y el silencio es casi absoluto; de vez
en cuando se oye a las ranas saltar al baño, los chasquidos del bosque, el respirar de los bufeos (estos deslfines de agua dulce, nos dijo Wilder, se llaman así porque bufan al respirar. Pero lo del feo también les viene bien). No puedo dejar de
pensar en el río, “ahísito mismo”, lleno de pirañas,
aligatores, bufeos, tortugas y anacondas.
Faultier / Perezoso |
En las copas de los árboles hay muchos papagayos, llegan a determinadas horas en bandadas con un ruido de piídos escandaloso.
El barco se mueve por los
ríos Ibare y Mamoré, que se juntan pocos kilómetros al norte de
Trinidad. Nacen a unos 700 km al sur, en las regiones del Chaco y,
hasta donde nosotros estamos, aún no han pasado cerca de ninguna
ciudad ni de ninguna industria (Trinidad queda a 5 km del Ibare).
Esta información es la que nos da confianza para vivir con este agua
de color entre té transparente y chocolate a la taza, según el
lugar y los sedimentos que arrastre la corriente, sobre todo en esta
estación, cuando hace apenas 10 días que acabaron las lluvias
anuales. Filtradas, las aguas del río se utilizan para lo que no sea
beber ni lavarse los dientes (con cerveza mejor que con agua mineral). Las tierras todavía están bajo la gran inundación anual; desde ahora, cada día habrá menos brazos del río navegables; en dos
meses, el nivel habrá bajado 10 ó 15 metros, casi todo
estará seco. Claro que siempre quedan lagunas, pantanos y brazos
muertos del río que conservan agua todo el año.
Coco nos dice que hay 150.000 km² inundados en el Beni,
el mayor ecosistema (del mundo?) en su clase. El Mamoré se junta más
al norte con el río Beni y forman el Madre de Dios, que se mete en
Brasil en busca del Amazonas. A sus 700 km de recorrido, el Mamoré tiene ya una anchura
impresionante. Estamos sólo a 300 metros sobre el nivel del
mar, pero hasta el Atlántico faltan 3000 km!.
Cuando bajen las aguas, aparecerán playas y muchos animales que ahora no se ven porque están en los humedales del interior, se vienen a las orillas del río. Entonces empieza otra estación turística.
Cuando bajen las aguas, aparecerán playas y muchos animales que ahora no se ven porque están en los humedales del interior, se vienen a las orillas del río. Entonces empieza otra estación turística.
El lunes llega Coco al
barco. El gran jefe llega y la tripulación se pone de examen. Desde el barco vemos la lancha que lo trae, parada en la
desembocadura del Ibare: Coco no ha podido resistir la tentación y
se ha tirado allí mismo al agua. El Reina de Enin es su criatura y sueña
con volver pronto, en cuanto ate unos cuantos cabos en Uyuni.
Nosotros no encontramos tiempo
suficiente para disfrutar de la cubierta del barco, ver pasar los
bosques echado en la hamaca, leyendo, escribiendo
en el blog o comtemplando el atardecer, que son como miel con
chocolate para el ánimo, cortos y sabrosos.
Pero la inactividad es bien escaso en el Reina. Coco quiere ver la zona, recordar como están las lagunas y de paso ver como se maneja su gente; en resumen, una propuesta constante para dar un paseo hasta donde sea, que es imposible rechazar. Hacemos muchas excursiones, buenas y divertidas excursiones. Se va en una de las dos lanchas con motor fuera borda. Nos metemos por los ríos y brazos de la selva para llegar a lugares conocidos y ver cómo se conservan; Coco nos repite en voz alta, recordándolos él, los nombres de los árboles, anécdotas, bescando pájaros entre la maleza y metiéndonos por sitios de los que no se sabe si podremos salir. Siempre va a proa, nosotros en el banco central, como viejos turistas extranjeros y, detrás, el tripulante que sea manejando el motor. Coco dirige con el brazo en alto la dirección a seguir.
Coco sammelt alle Plastikflaschen ein |
En
la pequeña
lancha se puede ir por los brazos del río y pasar a las lagunas del
interior y a los pantanos antes de que bajen más las aguas. El joven Maiköl nos lleva un día a la desembocadura a
ver bufeos y luego se metió por una laguna en la que el bote
encalló. Coco y él estuvieron tirando del bote con las piernas metidas en légamo hasta las rodillas y con nosotros dos dentro.
Coco
contaba como, en una situación parecida,
pisó una piraña
y el animal le mordió en el pie a una turista que empujaba el bote
detrás de él. A nosotros no nos permiten bajar. Tampoco insisto
demasiado porque no sé si mi ayuda es necesaria ni si después sabría
subir a la barca. Miedo de no poder subir! Con cosas así se acerca uno a la vejez.
Yo voy delante, pero llegué tarde al barco Coco im Vordergrund, Gabriel ist bereits flussabwärts abgetrieben |
En
uno de esos canales, con Mario al timón, nos quedamos
atascados por falta de agua. Hay que continuar primero a remo, luego
sirgando desde el agua. Máas adelante hay que seguir porque es imposible volver. Nosotros vamos a bordo como dos idiotas, de rescatados, sin
saber qué hacer, avergonzados de nuestro peso y de nuestra poca
maña.
Tampoco veníamos psicológicamente preparados para jugar al Bogart y
a la Hepburn en el Reina de Africa, ni nos apetece sacar la pierna
con un par de babosas pegadas a la pantorrilla... Una canoa con un
padre y dos hijos a bordo nos adelanta ligera en el escasísimo espacio que hay y nos saluda
diciendo que llevamos una barca demasiado grande. En un momento
dado hay que bajarse y marchar a pie unos 50 metros. Cualquier
obstáculo que surja queda integrado en el juego de la
aventura. Coco quería llegar a una laguna determinada y llegamos.
Estas lagunas son fantásticas, perdidas y casi inaccesibles en los
terrenos pantanosos de entrerríos, están limpias y rodeadas de
tarope, una planta de raices acuáticas que oxigena el agua;
están rodeadas de naturaleza intacta, con pájaros por todas partes, algún
mono que nos mira desde las copas de los árboles y hasta un
perezoso vimos abrazado a su tronco y tratando de esconderse a cámara
lenta. En esas lagunas nos bañamos
varias veces. Sabine no se atreve a saltar porque también teme no poder
subir. Si no me ayuda Mario, que me alzó desde la barca, tampoco
hubiera podido yo.
Mario,
maestro de navegantes, se conoce los caminos del agua al dedillo y
nos lleva a todas partes por sitios que podrían ser escenario de
películas de safaris, atravesando prados de plantas en lo que no se ve el agua, o fangales llenos de palos y ramas secas en
los que sería bastante penoso quedarse atascado.
Aunque para nosotros todos los parajes son iguales, Mario sabía siempre dónde estábamos y podía regresar al río y al barco. Al volver por las tardes con el crepúsculo formándose, antes de llegar al barco, saltamos al agua otra vez. Se nada fenomenal, dejándose arrastrar por la corriente, notando lo suave que es el agua, capaz de hacer que todo el mundo se haga amigo: los cocodrilos, las pirañas, las anacondas y los feos bufeos. A nadie se le teme, porque todavía es el principio de la estación seca y “aún no entramos en ningún menú” (palabras de Wilder).
Aunque para nosotros todos los parajes son iguales, Mario sabía siempre dónde estábamos y podía regresar al río y al barco. Al volver por las tardes con el crepúsculo formándose, antes de llegar al barco, saltamos al agua otra vez. Se nada fenomenal, dejándose arrastrar por la corriente, notando lo suave que es el agua, capaz de hacer que todo el mundo se haga amigo: los cocodrilos, las pirañas, las anacondas y los feos bufeos. A nadie se le teme, porque todavía es el principio de la estación seca y “aún no entramos en ningún menú” (palabras de Wilder).
En
el Ibare la corriente es menor, pero en el Mamoré tiene una fuerza
increíble. A una distancia que me parece bien, empiezo a nadar desde el centro del cauce hacia el
barco y nado y nado y veo que se me
pasa la popa. Poco después viene Maiköl a recogerme con la lancha,
pero estoy tan exhausto del esfuerzo, que me cuesta subir a bordo.
Mientras intento subir (operación que duró por lo menos 3 minutos) me doy cuenta de la situación: yo
tenía que darme prisa en subir porque había que ir a buscar a Coco,
que aguantaba corriente abajo. Él tardó menos que
yo. Ni que decir que resulta oprobioso que no haya ni un pequeño
estribo en la lancha ni una escala en el barco grande para ayudar a los ancianos a salir del agua!. En el Ibare,
como ya tenía experiencia y la corriente era menor, llegué
cómodamente al barco, pero subir tampoco fue fácil. Nueva
reclamación por la falta de detalle.
La
última, fue noche de lagartos. Salimos en un bote, sentados en
nuestro banco, con Wilder al timón por detrás y por delante Mario, enfocando una luz potente contra la maleza y los fangales de la orilla, contra los troncos
de los árboles sumergidos. El espectáculo era absolutamente
flipante: Todo el arco de estrellas en el cielo negro y el río
reflejándolas por debajo de nosotros. En las riberas, la vegetación con sus ruidos y, entre ella, muchas luciérnagas volantes. En todo
este universo negro de luces azules, el foco de Mario alumbra de repente los dos ojitos color ámbar de un aligator. Es imposible no
ver esos dos poligoncillos amarillos entre las luces azules de estrellas y
luciérnagas. Mario levanta y baja el foco. La barca llega hasta el
ojo amarillo, Mario saca el animal del agua por la cola y nos lo
muestra. Tiene la absurda pretensión de que lo cojamos con
nuestras manos para hacernos una foto, pero le decepcionamos. Cuando
el lagartillo gime, Mario nos dice que es que llama a su mamá y yo
le insto a que tire de una vez al animalito al agua, antes de
que venga su mamá, que debe medir tres metros.
Mario,
antes de trabajar en el barco, fue clasificador en una factoría de
pieles de lagarto y sabe con quien trata. Entretanto la
especie está protegida y, como muchos bosques, es una de las fuentes
de trabajo menos para la región, una de las cosas que, por ejemplo,
tienen contra Evo Morales, que en oriente es considerado algo así como "El colla que
nos domina".
El
paseo es sensacional. No tenemos ni idea de dónde vamos, nos
deslizamos sin tropezar entre matorrales acuáticos y croares de
ranas, con el cielo reflejado por debajo de nosotros. Al día siguiente, en otra excursión,
Mario nos lleva por un barrizal pantanoso y nos asegura que es el
mismo lugar donde habíamos visto los cocodrilos la noche anterior.
Um acht Uhr morgens holt uns ein Taxi vom Hotel in Trinidad ab uns bringt uns die etwa 5 km zum Hafen von Loma Suarez am Río Ibare, an dem wir mit Erick schon zum Fisch essen waren. Die Organisation ist perfekt, dort wartet schon ein Boot und schipppert uns etwa 500 m weiter, wo am Ufer im dichten Grün die “Reina de Enin” vertäut ist. “Enin” heisst auf Mojeño “Land ohne Sünde”. Das Boot wirbt für sich als “Flotel”, ein schwimmendes Hotel ("flotar" = treiben, schwimmen). Es ist eine Art Katamaran, sprich die ganze Struktur ruht auf zwei Schwimm-Pontons. Darüber türmen sich drei Stockwerke einer Holzkonstruktion im Stil der Flussboote hier, die jedoch meistens nur zweigeschossig sind. Im untersten Stockwerk sind die 12 Gästezimmer bzw. Kajüten, jeweils mit 3 Betten: einem Doppelbett unten und einem einzelnen quer drüber. Unsere ist vorne am Bug und hat 2 grosse Fenster, eines nach vorne und eines zur Seite.
Im zweiten Stockwerk sind Küche und der Speisesaal/Aufenthaltsraum, umgeben von einer breiten Terrasse rundherum. Und ganz oben sind die Kajüte des Steuermanns, ein para Schlafkombüsen der Mannschaft und eine nochmal recht grosse Sonnenterrasse. Das Ganze trägt die untrügliche Handschrift von Coco, der es ziemlich genial versteht, den Stil des Landes beizubehalten, aber einen gewissen Komfort bereitzustellen. Weit entfernt vom charakterlosen Luxus eines Kreuzfahrt-Schiffes, haben wir immerhin ein eigenes Bad, eine kleine aus einem Plastikteil gegossene Einheit mit Waschbecken und Toilette, die Dusche hängt an der Decke und duscht den gesamten kleinen Raum mit braunem Flusswasser - das ist anfangs gewöhnungsbedürftig, aber das Wasser ist weich, und man fühlt sich nach der Dusche erfrischt - also, was soll's.
Gabriel und Barbara kommen zum Frühstück |
Der Río Ibare bewegt sich nur scheinbar nicht No parece que la corriente está quieta? |
Badestunde für die Mannschaft Hora de recreo de la tripulación |
Camellones - im Sumpfgebiet liegt das Zuckerrohrfeld leicht erhöht Camellones, montículos de tierra sembrada entre terreno pantanoso |
Ein Zuckerrohr wird ausgepresst ... Escurriendo el jugo de cana de azúcar. |
An jedem Halteplatz haben sie für die Passagiere auch einen Programmpunkt an Land, und so werden wir am ersten Tag zu einem “typischen” Bauernhaus der Sumpfgebiete am Ibare geführt, wo eine Familie ähnlich einfach lebt, wie die Verwalter von Ericks Bauernhof, in Palmenblatt-gedeckten Hütten mit leichten, winddurchlässigen Seitenwänden und viel Dreck. Zwei Schweine trippeln rum und fressen alles, was man auf den Boden wirft. Ein Ameisenbärchen rennt traurig im Käfig rum, ein paar Pferde grasen, Hühner und Enten wuseln einem um die Füsse, die Papageien auf der Stange krähen ein vergnügtes “hola”.
...den Saft bekommen wir zum Trinken y tomándolo. Lo mejor era el sabor. |
Der etwa 12-jährige Sohn führt uns auf die Camellones – die erhöhten Anbauflächen, die zwischen dem Sumpf hervorragen – und schlägt mit der Machete geübt ein paar Zuckerrohr-Stangen, die er danach mit einer einfachen Handpresse auspresst. Verblüffend, was aus so einem harten Stock an Flüssigkeit rauskommt! Die Mutter kommt und arbeitet nach: der faserige Stock wird richtiggehend ausgewrungen (Foto s. oben im span. Text) und hat immerhin einen guten Liter süssen Saft ergeben, den wir austrinken (müssen).
Ein paar Machetenhiebe, und schon tropft der Kautschuk Cortes en una siringa con un machete para extraer el caucho |
Eine reife Kakaofrucht, aufgebrochen Fruto del cacao |
Ein anderer Ausflug bringt uns per Beiboot in eine Ecke Urwald, in der es zwar einen Pfad gibt, wo der Wald aber weitgehend jungfräulich ist. Wilder führt uns hier ein para Stunden lang durch das Dickicht, haut mit der Machete den Weg frei und erklärt uns jeden Baum, jedes Pflänzchen, findet Tigerspuren (der Jaguar wird hier Tiger genannt), führt uns vor, wie man Kautschuk zapft und Kakaofrüchte erntet, zeigt uns ein Alligatorgerippe, Vögel und Blumen. Im Wald ist die Mückendichte enorm, so dass es – trotz Chemiekeule – nicht ohne Stiche abgeht, aber man versichert uns, dass die Mücken hier keine Denghe verursachen, das seien die dreckigen Mücken aus der Stadt, vor denen müsse man sich viel mehr in Acht nehmen.
Una rana echando la siesta en una hoja Tarnfarbe total! |
Abends gibt es dann auch am Boot Mücken ohne Ende. Sie prügeln sich um einen Platz vor unserem Fenster. Barbara hat weitsichtig nur aussen die Beleuchtung eingeschaltet, innen ist keine Lampe an, aber trotzdem mogeln sich Kleinst-Insekten durch die Gitter und landen - dank der Turbo-Beförderung durch den Ventilator - im Getränk, in der Bluse, in den Ohren ... Nati hat wieder ein tolles Essen gemacht: es gibt immer einen Teller mit einem Fischgericht, ein Fleischgericht, verschiedene Gemüseteller, zwei Salate, und von allem reichlich, man kann es sich aussuchen. Allerdings auch hier die Klassengesellschaft: das Essen kommt frisch auf den Tisch des Kapitäns (mit den Gästen), die Reste bekommt die Mannschaft hinterher. Nati hat jedoch sicher von allem genügend gekocht, so dass hier alle auf ihre Kosten kommen.
Um 22.30 h wird der Generator für das Licht abgestellt, aber wir sind schon vorher in unserer Kajüte weggedöst. Fenster und Windfang vor der Tür sind mit Fliegengittern gut geschützt, so dass wir wirklich mückenfrei lesen und schlafen können. Als alle Motoren abgestellt sind, ist die Ruhe fast perfekt. Von Zeit zu Zeit hört man ein “platsch” wenn der Frosch baden geht oder der Delfin nach Luft schnappt, mal ein Krächz und viel Geunke aus dem Wald, sonst nichts.
Die Delfine hier sind Flussdelfine und stehen unter Naturschutz. Sie heissen “Bufeos” und sind schweinchenrosa. Man sieht manchmal ein oder zwei, dann erscheinen rosa Flossen aus dem braunen Wasser oder eine Wasser-Fontäne, aber bis man die Kamera gezückt hat, sind sie immer schon weg. Speziell dort, wo der Ibare in den Mamoré mündet, sind sie oft zu sehen, weil es dort besonders viele Fische gibt. Es gibt auch eine Menge Papageien, die weit oben in den Bäumen sitzen, immer in grösseren Gruppen auftauchen und mit ihrem Gezeter einen beeindruckenden Lärm produzieren. Normal sind kleine grüne Papageien und mittelgrosse, die im Flug rote Federn zeigen, aber am schönsten sind die grossen Aras, die blau-grünes Deckgefieder haben und an der Brust gelb oder orange sind. Von letzteren haben wir mehrfach kleinere Gruppen über uns hinwegfliegen sehen, aber auch hier ist die Kamera immer zu langsam.
Reiher haben wir nur an den ersten Tagen fotografiert, weil sie wirklich alle 100 Meter am Ufer stehen: weisse, graue, gelb-graue. Ein Kenner würde die selteneren Arten von den gemeinen Normalreihern unterscheiden können, wir finden sie einfach nur alle schön und elegant. Dazwischen eine Menge Kormorane und Eisvögel, Möwen und zig andere gelbe und rote und schwarze Vögel, die sich hier ihrer Ruhe und des ungemeinen Fischreichtums erfreuen.
Das Boot schippert auf den Flüssen Ibare und Mamore, die wenige Kilometer nördlich von Trinidad zusammenfliessen. Beide entspringen etwa 700 Kilometer weiter südlich, irgendwo im Chaco, und sie kommen nirgends an einer Stadt vorbei. Auch Trinidad liegt etwa 5 km vom Ibare entfernt. Und von Industrie kann man hier auch nirgends reden. Das Wasser der Flüsse muss also sauber sein, auch wenn man das nicht unbedingt sieht. Der Ibare ist moorig schwarz, der Mamoré ist schockoladenbraun von den vielen Sedimenten, die er mitschleppt. Zumindest in dieser Jahreszeit.
Gabriel im Ibare |
Endlich kommt Coco an. Er ist der Erbauer und Besitzer des Bootes, alle sind aufgeregt, der Chef kommt, und er kommt wohl nicht so oft, denn Barbara stellt ihm 2 von der Mannschaft vor, sie sind also seit dem letzten Besuch dazugekommen. Coco wird von einem der Mannschaft im Bötchen abgeholt und kommt klitschenass an, denn er konnte es nicht erwarten und musste sich unterwegs schon irgendwo zum Baden ins Wasser schmeissen. Er strahlt. Das Boot ist sein Kind. Er hat es vor 10 Jahren verlassen, um sich um die Projekte in Uyuni zu kümmern, aber man sieht es ihm an, er ist ungern von hier weggegangen!
Mit Coco machen wir in den nächsten Tagen eine ganze Reihe weiterer Ausflüge. Fast zu viele. Denn es ist eigentlich ausreichend, einfach auf dem Boot zu sitzen und aus dem Fenster zu schauen bzw. in der Hängematte auf dem Oberdeck zu liegen und in den Himmel und die Baumkronen zu gucken. Und die Sonnenuntergänge über dem Fluss sind schlichtweg gigantisch! Mit dem Lesen und auch mit dem Blog-Schreiben sind wir in diesen Tagen kaum weitergekommen. Das kann man immer noch tun, wenn der Ausblick weniger attraktiv ist! Die Ausflüge gehen vom verankerten Boot aus mit einem der kleinen Beiboote (wir schleppen immer 4 Boote hintendran mit: ein feines mit Dach, in dem echte Stühle stehen, für die Touristen, ein Holz- und ein Alu-Ruderboot mit Aussenbordmotoren und einen hölzernern Einbaum).
Die 4 Beiboote und das "Schwimmbecken" hängen immer hinten dran Los 4 botes y la "piscina con red" son también parte del barco |
Durch diese "Wiese" muss das Boot durch Atravesando en barca un prado de tarope |
In den Ruderbooten sitzt man niedrig und hart. Wir Landratten müssen uns erst dran gewöhnen, und während ich dies schreibe tut mir der Hintern noch weh von den vielen Stunden auf den harten Bänkchen. Coco sass immer vorne im Bug, aufgeregt wie ein Kind, weil er all die Orte besuchen wollte, an die er sich von seinen früheren Aufenthalten erinnerte und weil es ihm alles so ungeheuer gut gefällt. Außerdem macht er es zum Sport, auf dem Fluss schwimmende Plastikflaschen rauszufischen (s. Foto oben im span. Text) und zur korrekten Müllbeseitigung mitzunehmen. Dahinter Gabriel und ich auf der zweiten Bank, und im Heck am Motor und am Steuer Mario oder Michael oder wer auch immer uns chauffiert. Mit diesen kleinen Booten kann man die Seitenkanäle befahren, die die Flüsse mit dem dahinterliegenden Sumpfland, den Lagunen und den vielen Totarmen der Flüsse verbinden.
Auf einer der vielen Lagunen / Reflejos en una laguna |
Diese Lagunen sind wirklich toll. Sie liegen in fast unzugänglichem Terrain, dem Sumpfland zwischen den beiden Flüssen. Blitzesauberes Wasser in einem total unberührten Umfeld, Unmassen von Viechern überall, Vögel, Affen, sogar ein Faultier sehen wir.
Das Faultier ist nicht zu faul, um sich zu verstecken El perezoso tiene pereza hasta para esconderse |
Der Meister das Navigierens ist Mario, der einen überall durchbringt. Weite Strecken des Rückweges führen über Flächen, die optisch wie geschlossene Wiesen aussehen, aber faktisch aus einem dichten Teppich von Schwimmpflanzen bestehen, durch die man nur irgendwie durch muss. Aber es gibt auch Strecken mit übel riechendem Brackwasser. Und obwohl alle diese Flächen riesig sind und für uns einfach nur grün aussahen, wusste Mario immer wo wir waren und brachte uns irgendwie wieder zurück zum Fluss und zum Schiff.
Auch hier wird durchgefahren |
Am letzten Abend werden wir noch auf Jagd nach “Lagartos” gschickt. Wilder steuert das Boot, Mario sitzt im Bug. Er hat eine sehr starke Lampe, mit der er im Fahren die Ufer ableuchtet. In seinem früheren Leben war er Alligatorenjäger und hat die lieben Tierchen wegen des Leders verkauft. Inzwischen stehen sie unter Naturschutz. Aber er weiss noch wie es geht. Wir fahren mit recht hoher Geschwindigkeit den Fluss entlang. In der Finsternis, die nur von lichtstarken Glühwürmchen, dem ungeheuer blitzenden Sternenhimmel und unserer Lampe durchbrochen wird, reflektiert plötzlich etwas Bernsteinfarbenes. Das sind die Augen eines Alligators. Auf ein kuzes Lampensignal steuert Wilder das Boot dort ans Ufer und wir sehen, wie ein ziemlich grosses Krokodil verägert wegschwimmt. Wir scheuchen mehrere von der Sorte auf, bevor es in der Dunkelheit durch einen engen Seitenkanal geht und wir in einer Lagune landen, die weitgehend von Schwimmpflanzen bedeckt ist.
Alligatorbaby |
Hier findet Mario Jungtiere, die er mit geübtem Griff aus dem Wasser zieht. Ob wir sie nicht in die Hand nehmen wollten – die Touristen wollen immer solche Fotos, auf denen sie selber als Krokodiljäger zu sehen sind. Aber wir winken dankend ab, die armen Kerlchen sollen lieber schnell wieder ins Wasser zurück. Wer weiss, ob nicht die Mutter kommt und nach ihnen schaut …
Wir hätten ewig auf dem Boot bleiben können, aber der Spaß ist nicht ganz billig und die Tage sind gezählt. An einem der Flusshäfen erwartet uns wieder ein Taxi und bringt uns direkt zum Flughafen von Trinidad, von dem wir wieder nach Santa Cruz fliegen. Dies Boot ist jedenfalls einer der Orte in Bolivien, an die wir jederzeit zurückkehren würden. Mal sehen ...
Bemalung der Seitenwände der "Reina de Enin" Pared exterior lateral del Reina de Enin. |
Keine Kommentare:
Kommentar veröffentlichen