6. Mai 2013

Samaipata





Samaipata

Desde Sucre no queremos ir directamente a otra ciudad grande. Tras nuestro fallido intento de acercarnos a Santa Cruz por Tarabuco y Villa Serrano, esto es, por la “Ruta del Che Guevara”, decidimos ir en el coche de Linea de Santa Cruz , pero parándonos a mitad del camino, en Samaipata, un lugar en el que todas las guías turísticas dan por seguro que tiene aire tropical, calor y verdura sin mosquitos, lo cual, en vista del estado general de Sabine, parece un buen lugar para que nariz y diarrea se curen. Segun el horario, estaremos en Samaipata a las 6 de la mañana.
Al llegar al autobús oímos que hay seis pasajeros a Samaipata y deben ser los otros cuatro alemanes  que también viajan en en mismo vehículo. Pero son jóvenes, cerrados, de esos que no hablan con desconocidos si no son de su casta y no se lo preguntamos. Nuestros asientos eran buenos. Estaban en la segunda fila, detrás y un escalón más bajos que los dos primeros, de modo que dejaban sitio suficiente para mis piernas.
El autobus iba lleno hasta los topes y aún siguió parando para recoger a más viajeros: En la escalera iban sentados dos hombres jóvenes y luego subió una mujer de mediana edad, vestida de cholita con trenzas, masticando chicle y  telefoneando con una doctora para concretar el horario de una reunión de no sé qué. Se sentó en el suelo del pasillo, a nuestro lado y, entre pregunta y pregunta a la doctora, nos preguntó a nostoros cuánto habíamos pagado.  Luego regateó su precio con el cobrador, pero como éste se mostró inflexible, ellá optó por bajarse cuando paramos en el peaje. Anocheció y ya no vimos más. Dos horas después el autobus paró en Quiroga veinte minutos para cenar. Meé bajo el cielo lleno de estrellas, dimos un pequeño paseo. La joven pareja de alemanes bebía una cerveza. Qué suerte ser joven y poder beberse una cerveza sin temor a que la prostata te traicione, pensé con envidia.
A partir de aquella parada empezó la ascension. Creíamos que se acababan los montes, pero qué va! Desde la ventanilla se atisbaba un espectáculo de mejor no verlo: La carretera sin asfaltar, ascendiendo en curvas por barrancos en obras, roderas de arcilla de más de medio metro y el autobus moviéndose como un barco borracho entre la vegetación, que en la oscuridad de la noche parecía de lapachos, molles y algarrobos. De vez en vez adelantábamos a un camión o se nos cruzaba un autobus y una nube de polvo tapaba la escasa visibilidad. Mejor no imaginarse tampoco cómo había sido el adelantamiento o el cruce. Hacia la media noche apareció por allí delante la rubia alemana preguntando por un baño. No, claro que no había de eso,  lo debía saber todo el mundo menos ella.  Para hacer esta escena te has jalado una cerveza? pensé avieso y envidioso. "Y cuándo pararemos?" Seguía preguntando la rubia. En unas tres horas. "Demasiado mucho!", pero se volvió a su puesto.  Una hora después regresó con más presión y con su pareja. Ambos querían bajar. El cobrador les abrió la puerta de mala gana y salieron casi clandestinamente y regresaron en dos minutos.
A la hora señalada, o sea, a las tres horas después, el autobus paró a las afueras de un pueblo (creo que Pulquina) donde había matorrales. En un abrir y cerrar de esfínteres se quedó vacío el vehículo. La tromba de viajeros se distribuyó a oscuras y a la carrera por entre las masas de oscuridad, los hombres se quedaron cerca del vehículo; las mujeres, agachadas, se llamaban unas a otras explicándose que donde ellas estaban había sitio, alguna vieja se quedó detrás del autobus con las prisas, alguien iba alumbrándose con una linterna y dejaba entrever estampas no deseadas. En cinco minutos o menos, el autobus se había vuelto a llenar y ya se oían los ronquidos de la gente durmiendo más tranquilamente. 
   
Hacia las cuatro de la mañana abro el ojo y veo luces y un letrero con el nombre de Samaipata. Como la llegada estaba anunciada a las seis, pienso que debemos de haber entrado en la provincia y me vuelvo a dormir tranquilo. Pero el cobrador se asoma y dice que hemos llegado. Sólo nos bajamos nosotros dos. Mientras sacamos las maletas preguntamos qué pasa con los otros cuatro viajeros que se tenían que bajar allí, y el cobrador se limita a poner cara de palo: Ellos sabrán! Durante un momento estoy tentado de subirme a gritar dentro que estamos en Samaipata, pero dentro están todos dormidos y tampoco sabemos con seguridad si esos viajeros jóvenes van efectivamente a Samaipata, de modo que no me entrometo.
A las cuatro de la mañana estamos parados en una calle oscura que sale de la carretera y no va hacia ninguna parte, sin saber en qué dirección está nuestro hotel, dispuestos a pasarnos allí un par de horas. Pronto llega una furgoneta y aparca al lado. Le pregunto si es un taxi y responde que es un "trufi" de los que va a Santa Cruz. Le vuelvo a preguntar si nos lleva a la Posada del Sol y dice: 10 bs., cargamos las maletas y nos vamos hacia allí.
No hubo lugar para una situación como la de Yapeyú, en Argentina, porque el hotel tenía guadia las 24 horas del día. Minutos despues estabamos en una habitación de urgencia (la nuestra estaba reservada para el día siguiente), cada uno en nuestra camita bien cubiertos por un mosquitero excesivamente incómodo. Dormimos como lirones hasta casi el mediodía.  Nos cambiamos a nuestro apartamento, a otro extremo del jardín, desempaquetamos las sandalias, la ropa de verano y nos disponemos a disfrutar de tres días de descanso y recuperación.


Samaipata tiene unos 1500 habitantes y son, según el taxista, de 16 nacionalidades distintas. Es lugar para domingueros y veraneantes santacrucinos y, desde luego, un sitio turístico explotado por extranjeros descolgados de sus países. Tiene hoteles con buen standard, bares buenos, algunos incluso con café, tiendas de recuerdos caros y muchísimas agencias de viaje que entran en competencia con el resto del pueblo que, por lo que parece, vive del transporte o del taxi. Mientras paseamos, disfrutamos del sol, del aire fresco, de la verdura y de los 1600 m de altura, nos vamos informando; hay excursiones programadas para estarse allí un mes o mas, desde una semana en la selva a ver pájaros, hasta paseos de medio día “al Fuerte”. Pero ir con cualquiera de las agencias implica madrugar más y gastarse más dinero que si se alquila un taxi. Así que nos decidimos por esta modalidad. 


El ultimo día, cuando ya tenemos los estómagos bien revocados y de la nariz de Sabine, como del Muro de Berlín, han desaparecido casi completamente las heridas, decidimos irnos de excursion.
Por la mañana al Fuerte, por la tarde a Cueva. No sabemos que hay allí, pero así nos dejamos sorprender.


Llegar al Fuerte de Samaipata, a unos 13 km del pueblo por un camino, cuesta casi una hora.  El Fuerte no es tal, sino algo mucho más impresionante: se trata de un monumento precolombino que pudo ser fuerte o pudo ser templo. Una enorme roca de basalto  (120 x 100 m) llena de talladuras y puertas, buchacas, regueros, misteriosos símbolos y habitaciones tallados en la roca. En dar una vuelta al conjunto se tarda una hora y media; los taxitas lo saben y en el precio está incluída la espera. 

El camino tiene vistas panorámicas amplias, a los montes del tipo altiplano del norte y a los montes de tipo yunga del oeste, por donde se extiende el parque nacional de Amaboró, al otro lado de la carretera.  Parece que el unico dato concreto es que data del 500 d. C., todo lo demás que se pueda contar del lugar, de sus misterios, sus sacrificios y sus funciones religiosas es pura especulación. Pero el paseo merece la pena.  El camino también pasa por los aledaños, donde hay restos incas y otros restos de construcciones españolas, época en la que empezó a llamarse “El Fuerte”.

Por la tarde nos vamos a Cueva, que no es una gruta, sino el nombre de un pueblo, en el que hay tres cascadas. Nos han asegurado que podremos bañarnos y cogemos nuestros bañadores y toallas.

El taxi nos lleva esta vez por la carretera de Santa Cruz y para a los 20 km, ante una puerta de hierro. Pagamos la entrada a una señora y nos metemos por una bonita senda tropical que va a la vereda de un regato. Vamos solos, la tranquilidad es absoluta. Nos prometemos incluso un baño en pelota, nos cruzamos con una pareja de extranjeros de nuestra edad y, al revolver una esquina, empieza un chirriar de pájaros como si estuvieran repartiendo grano en un zoo, un ruido increíble.
Cuando llegamos a la cascada primera empezamos a ver jóvenes quinceañeros, pero hasta llegar a la segunda no nos damos cuenta de la magnitud del evento: esta segunda cascada tiene una cueva en el centro desde la que se puede hacer un eco que se oye en todo el valle. Una docena de niñas están dentro de la cueva y gritan divertidas desaforadamente. Se trata de un “viaje de promoción” de fin de curso de un colegio de Montero, ciudad a unos 60 km al norte de Santa Cruz. Son niños simpáticos, comunicativos, bien educados. Las chicas juegan al “model” y posan haciéndose fotos, los chicos se vienen con nosotros a buscar las otras dos cascadas. Imposible pensar en bañarse. La única poza un poco proofunda, en la segunda cascada, está llena de más de 50 estudiantes y el agua se agita chirle y removida. 


Nos vamos de allí charlando con ellos.
En el camino de vuelta hay demasiada circulación en la carretera. Por alguna reivindicación (el taxista que nos lleva nos dice que porque quieren en su ciudad un TIV para no tener que desplazarse a Santa Cruz), los transportistas de Montero han bloqueado la carretera buena de Santa Cruz a Cochabamba y todo el transporte tiene que ir por el interior, por la misma carretera que nos trajo de Sucre.





Samaipata

Von Sucre wollen wir nicht direkt in die nächste Grossstadt. Nach unserem gescheiterten Versuch, über Tarabuco und Villa Serrano auf der sog. Route des Che gen Santa Cruz zu gondeln – nicht nur wegen der Übernachtungspleite in Tarabuco, sondern das einzige Hotel auf halber Strecke, im Ort, in dem Che Guevara umgebracht wurde, die “Casa del Telegrafista” hatte uns nicht geantwortet und so ganz ins Blaue wollten wir da auch nicht hinfahren; ausserdem sei die Strecke nicht geteert und sehr schlecht, versicherte man uns – beschlossen wir, Samaipata anzusteuern. Das sei “muy lindo” wurde uns allseits empfohlen und habe eine Reihe sehr anständiger Hotels. Angesichts meiner lädierten Nase und des völlig schief hängenden Magens fanden wir das eine viel versprechende Aussicht.  Gabriel fand heraus, dass es jedoch auf dieser 12-Stunden-Busstrecke keinerlei Tagbusse gibt. So besorgte er uns Bustickets für den einzigen Bus, der Schlafsessel versprach, und um 18 h ging es los. Um 6 Uhr morgens seien wir etwa in Samaipata, um 9 sollte der Bus in Sta. Cruz sein.

Beim Einchecken sahen wir 4 blonde junge Menschen, die deutsch aussahen und sprachen, und der Gepäck-Einlader sprach von 6 Passagieren, die nach Samaipata fuhren. Aha, schlossen wir, alle Touristen fahren nach Samaipata. 



Der Bus bot viel Platz, wenn auch mein Sitz völlig durchgesessen war. Er war bis auf den letzten Platz voll, ein Mensch sass auf der Treppe, und vor mir, auf einer Stufe sass eine Frau mit dem Rücken zur Fahrtrichtung, die in letzter Sekunde beim Verlassen der Stadt zugestiegen war. Als ihr nach einiger Zeit klar wurde, dass sie die ganze Reise dort verbringen und dafür auch noch den vollen Fahrpreis löhnen sollte, stieg sie wieder aus, der auf der Treppe hielt dagegen die ganze Nacht durch. Nach 2 Stunden Fahrzeit hielt der Bus, der Fahrer wollte Abendessen. Wir konnten sehen, dass wir uns auf einer breiten Sandpiste befanden, von Asfalt keine Spur mehr, offenbar war die Strasse im Bau. Es gab eine Reihe Kioske und man konnte noch mal prophylaktisch die Toilette aufsuchen, denn im Bus gab es sowas nicht, und gehalten würde auch nicht wieder so bald.

Dann begann die Klettertour. Ich dachte ja, jetzt sei langsam mal Schluss mit Bergen, aber sie waren nur niedriger geworden. Und die Strasse war auf ihrer gesamten Länge eine Baustelle in einem sehr wenig fertigen Zustand. Ich sass am Mittelgang und sah nichts, aber Gabriel versicherte, dass wir uns im Wesentlichen durch Geröllfelder bewegten, der Bus musste sich durch Kies und Sand bergauf und bergab wühlen und versuchte dies mit maximaler Geschwindigkeit. Von Zeit zu Zeit tauchten Staubwolken auf, ein Lastwagen vor uns wurde erbarmungslos überholt, es rumpelte, Steine flogen, an Schlafen war trotz Liegesitzen nicht zu denken, es war die grässlichste Busfahrt unserer Reise. Irgendwann gegen Mitternacht kam eine schmale blonde Gestalt nach vorne geklettert. Geklettert, weil inzwischen der Gang voll war mit Reisenden, die sich dort einfach lang gelegt hatten und schliefen. Wo die Toilette sei. Gelächter. Sie (oder er?) müsse mal (Gabriel wusste auch warum: die haben in der Pause ein Bier getrunken!), wann der Bus denn mal halte? In drei Stunden war die Antwort. Sie oder er turnte zurück und erschien erst nach einer Stunde wieder, offenbar mit erhoehter Dringlichkeit. Nun liess sich der Busfahrer erweichen, hielt auf voller Strecke, durch die offene Tür sah man Kies und Steine, er oder sie verschwand draussen, ein anderer Mitfahrer schloss sich an, und nach 30 Sekunden ging die wilde Fahrt weiter. Gegen ½ 3 machte der Bus dann einen “planmässigen” Halt irgendwo in der Pampa, wo genug Büsche waren, dass jeder Passagier einen für sich fand. Innerhalb von 3 Minuten hatte der gesamte Bus gepieselt und war wieder eingestiegen. Danach wurde die Strasse etwas besser, und endlich schlief fast alles, als Gabriel meldete, er habe Lichter gesehen und sowas wie Samaipata gelesen. Der Bus hielt, und der Beifahrer rief von unten sowas wie “Samaipata”. Wir griffen unsere Siebensachen, stolperten aus dem Bus, bekamen unsere Koffer auf die Strasse gestellt, und nach 1 Minute war der Bus verschwunden. Ob die anderen 4 noch vor Sta. Cruz aufgewacht sind und gemerkt haben, dass Samaipata hinter ihnen lag? Wir wissen es nicht. Was wir wissen ist, dass es ½ 4 war. Nicht 6 Uhr. Das Rasen und das Einsparen von Pinkelpausen hatte uns mitten in der Nacht ankommen lassen und nicht, wie angekündigt, am frühen Morgen.

Wir hatten keine Ahnung, wo wir uns befanden (irgendwo an der Landstrasse; das reservierte Hostal hätten wir nur vom Hauptplatz aus gefunden) und standen ein Weilchen dumm rum, als ein Sammeltaxi vorfuhr. Es war das erste Morgentaxi, das Passagiere für Sta. Cruz sammelte. Und da noch keine solchen auftauchten, war der Fahrer so freundlich und fuhr uns schnell die paar hundert Meter zur “Posada del Sol”. Welch ein Glück, dieses Hostal hatte uns vorinformiert, dass sie einen 24-Stunden-Service hätten, als einzige des Ortes. Und so klingelten wir, eine reizende Frau öffnete uns, wies uns ein Schlafzimmer zu, und wir sanken in weiche, gemütliche, saubere, nicht wackelnde Betten!
Posada del Sol
 Welch wunderbarer Morgen erwartete uns – Sonne, Wärme, (die 6 Wochen lang eingemotteten Sandalen wurden ausgepackt!) ein Frühstück auf der Terrasse. Das von einem Amerikaner und einer Bolivianerin geführte Hostal hat einen traumhaften Garten und eine schöne Anlage am Dorfrand von Samaipata. Wir zogen in das vorreservierte Appartement um, das quasi ein eigenes Häuschen am Gartenende einnahm. Dort konnten wir uns ausbreiten und auskurieren. 

Rush-hour in Samaipata
Samaipata hat etwa 1500 Einwohner mit insgesamt – so erzählte uns der Taxifahrer stolz – 16 verschiedenen Nationalitäten. Es ist Sommerfrische für reiche Leute aus Santa Cruz, aber eben auch ein Ort, an dem sich Aussteiger und andere Ausländer niedergelassen haben. Dementsprechend gibt es einige nette Lokale, viele Pensionen, Andenkenläden und eine Reihe Agenturen – die meisten ebenfalls von Ausländern –, die Fahrten zu den Sehenswürdigkeiten der Umgebung anbieten. 




Wir nahmen unsere Tage sehr locker, gingen ein wenig spazieren, sassen im Garten, kurierten Magen und Nase aus und genossen die milden Temperaturen auf 1600 m Höhe. Das nachhaltige Drängeln von allen, mit denen wir sprachen, liess uns dennoch nach einigen Tagen überlegen, dass wir wohl diesen oder jenen Ausflug in die allseits so gelobte Umgebung machen müssten. Die örtlichen Agenturen boten verschiedene solcher Touren an, aber im Endeffekt kamen wir zu dem Schluss, dass es immer billiger ist, sich einfach ein Taxi zu mieten und sich dorthin bringen zu lassen, wo man hinwill, anstatt in einem Sammelbus mit Touris aller Nationalitäten denselben Weg zu machen, sich an vorgegebene Zeiten halten zu müssen und Führer für Sehenswürdigkeiten zu bezahlen, die sich mit Schildern selbst erklären.


 
So fuhren wir zum prä-hispanischen “Fuerte Samaipata”, was sich mit Festung übersetzt, aber eigentlich eine Kultstätte mit Siedlungsresten ist. Die Anlage - UNESCO-Weltkulturerbe – ist gut in Schuss. Der Taxifahrer weiss, dass wir 1 ½ Stunden brauchen werden, um den Rundweg zurückzulegen, und wird warten. Es ist ein sehr schöner Weg, aber auch die “Festung” ist spannend, wenn ich auch immer nicht so recht glauben kann, was da hineininterpretiert wird in diese Funde aus Zeiten vor der spanischen Kolonie, über die man so verblüffend wenig weiss.


 Es handelt sich um einen 100 x 120 m grossen Felsen, einen runden Felsrücken, wie der Rücken eines Wals, in den unzählige Formen hineingehauen sind – als Opfergefässe, als Platz für Sitze oder ganze Wohnhäuser, als Spielfelder … man kann sich 1000 Verwendungen ausdenken, wissen tut man nichts. In der Umgebung haben sie Reste von Gebäudefundamenten gefunden, die etwa bis zur Kniehöhe wieder errichtet wurden, so dass man die Grundrisse sieht, aber die sind wirklich nicht aufregend. Der Rundweg und die Blicke sind schön, es sind kaum Leute unterwegs, wir sind zufrieden mit unserem Spaziergang.



Ein zweiter Ausflug geht nach Cueva, was Höhle heisst, aber ein Ortsname ist und was dort sehenswert sei, sind drei Wasserfälle. Die Temperaturen sind inzwischen tagsüber so, dass man sogar wieder an Baden denken kann. Wir nehmen wieder ein Taxi, das uns erwarten wird und das an der Landstrasse vor einem verschlossenen Gittertor anhält. Von Ferne kommt eine Frau gelaufen, schliesst auf und kassiert: aha, Wasserfälle ja, aber privat. Es ist Nachmittag und wir werden auf einen Weg in ein Seitental geschickt, das schon recht schattig ist. Wir laufen durch eine Parklandschaft, an einem Bach entlang, sehr hübsch, still, beschaulich, es blüht, ein paar nicht bewohnte Ferienhäuschen, ein Pärchen, das uns entgegenkommt.  
Erster Wasserfall,

Der erste Wasserfall erscheint, nicht sehr gross, und wir beschliessen den zweiten aufzusuchen. Plötzlich erreichen uns in der nur durch Zwitschern durchbrochenen Stille einige Kreisch- und Lachsalven, die uns vermuten lassen, dass hier eine Achterbahn oder ein Spassbad nebenan sein muss. Als wir um die Bachwindung drehen und auf den zweiten Wasserfall zugehen, sehen wir da plötzlich etwa 100 Jugendliche um die 15 Jahre alt, ein paar Lehrer dazu – ein Schulausflug zum Semesterende! Das Gekreische sind die Mädchen – natürlich –, die sich in einem dichten Pulk in die Höhle unter dem Wasserfall drängen und weiss ich warum kreischen und einen Mordsspass haben. 

der zweite und ...

 Die Jungs schauen von Ferne zu, während ein anderes Grüppchen von Mädchen eine Modelshow inszeniert.  Sie sollen ja die schönsten von ganz Bolivien sein, die Mädchen von Sta. Cruz, und sind sich dessen offensichtlich bewusst. Ja hier ist Stimmung. Die Kids sind gut drauf, wir schwatzen ein wenig mit einigen von ihnen und stapfen weiter zum dritten Wasserfall, wo nur ein paar Jungs der Gruppe sind - und eine Kuh. Doch es ist schon etwas spät zum Baden, am dritten Wasserfall hat das Wasser auch nur geringe Tiefe und so wandern wir, begleitet von einem Trupp der Schüler zurück zum wartenden Taxi.

der dritte Wasserfall

Was macht die Kuh am Strand?
Auf der Rückfahrt werden die 20 km lang, denn die Strasse ist voller Lastwagen. Der Taxifahrer erklärt uns, dass in einem kleinen Dorf die Hauptstrecke von Cochabamba nach Santa Cruz mal wieder blockiert wird. So ähnlich wie vor einigen Wochen in Oruro lassen die Dorfbewohner einfach keinen Verkehr durch. So muss der gesamte Schwerverkehr über die kleinere Strasse fahren und einen ziemlichen Umweg in Kauf nehmen. Wir lesen am nächsten Tag in der Zeitung, dass es darum ging, dass die Dorfbewohner eine eigene Meldebehörde wollen, denn derzeit müssen sie für jeden Verwaltungsakt in die etwa 60 km entfernte Stadt Montero fahren. Ob sie die Meldestelle bekommen haben, weiss ich nicht, überlege aber so für mich, was bei uns passieren würde, wenn Ortsbewohner ihren Wünschen oder ihrem Unwillen in dieser Form Nachdruck verleihen würden ...


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