Samaipata
Desde Sucre no queremos ir directamente a otra ciudad grande. Tras
nuestro fallido intento de acercarnos a Santa Cruz por Tarabuco y Villa
Serrano, esto es, por la “Ruta del Che Guevara”, decidimos ir en el coche de
Linea de Santa Cruz , pero parándonos a mitad del camino, en Samaipata, un lugar en el
que todas las guías turísticas dan por seguro que tiene aire tropical, calor
y verdura sin mosquitos, lo cual, en vista del estado general de Sabine,
parece un buen lugar para que nariz y diarrea se curen. Segun el horario,
estaremos en Samaipata a las 6 de la mañana.
Al llegar al autobús oímos que hay seis pasajeros a Samaipata y deben
ser los otros cuatro alemanes que
también viajan en en mismo vehículo. Pero son jóvenes, cerrados, de esos que no hablan con desconocidos si no son de su casta y no se lo preguntamos. Nuestros asientos eran buenos. Estaban en la segunda fila, detrás y un escalón más bajos que los dos
primeros, de modo que dejaban sitio suficiente para
mis piernas.
El autobus iba lleno hasta los topes y aún siguió parando para recoger a más viajeros: En la escalera iban sentados dos hombres jóvenes y luego subió una mujer de mediana edad, vestida de cholita con trenzas, masticando chicle y telefoneando con una doctora para concretar el horario de una reunión de no sé qué. Se sentó en el suelo del pasillo, a nuestro lado y, entre pregunta y pregunta a la doctora, nos preguntó a nostoros cuánto habíamos pagado. Luego regateó su precio con el cobrador, pero como éste se mostró inflexible, ellá optó por bajarse cuando paramos en el peaje. Anocheció y ya no vimos más. Dos horas después el autobus paró en Quiroga veinte minutos para cenar. Meé bajo el cielo lleno de estrellas, dimos un pequeño paseo. La joven pareja de alemanes bebía una cerveza. Qué suerte ser joven y poder beberse una cerveza sin temor a que la prostata te traicione, pensé con envidia.
El autobus iba lleno hasta los topes y aún siguió parando para recoger a más viajeros: En la escalera iban sentados dos hombres jóvenes y luego subió una mujer de mediana edad, vestida de cholita con trenzas, masticando chicle y telefoneando con una doctora para concretar el horario de una reunión de no sé qué. Se sentó en el suelo del pasillo, a nuestro lado y, entre pregunta y pregunta a la doctora, nos preguntó a nostoros cuánto habíamos pagado. Luego regateó su precio con el cobrador, pero como éste se mostró inflexible, ellá optó por bajarse cuando paramos en el peaje. Anocheció y ya no vimos más. Dos horas después el autobus paró en Quiroga veinte minutos para cenar. Meé bajo el cielo lleno de estrellas, dimos un pequeño paseo. La joven pareja de alemanes bebía una cerveza. Qué suerte ser joven y poder beberse una cerveza sin temor a que la prostata te traicione, pensé con envidia.
A partir de aquella parada empezó la ascension.
Creíamos que se acababan los montes, pero qué va! Desde la ventanilla se
atisbaba un espectáculo de mejor no verlo: La carretera sin asfaltar,
ascendiendo en curvas por barrancos en obras, roderas de arcilla de más de
medio metro y el autobus moviéndose como un barco borracho entre la vegetación, que en la oscuridad de la noche parecía de lapachos, molles y algarrobos. De vez en vez adelantábamos a un camión o se
nos cruzaba un autobus y una nube de polvo tapaba la escasa visibilidad. Mejor no imaginarse tampoco cómo había sido el adelantamiento o el
cruce. Hacia la media noche apareció por allí delante la rubia alemana
preguntando por un baño. No, claro que no había
de eso, lo debía saber todo el mundo
menos ella. Para hacer esta escena te has jalado una cerveza? pensé avieso y envidioso. "Y
cuándo pararemos?" Seguía preguntando la rubia. En unas tres horas. "Demasiado
mucho!", pero se volvió a su puesto. Una hora después regresó con más presión y con
su pareja. Ambos querían bajar. El cobrador les abrió la puerta de mala gana y
salieron casi clandestinamente y regresaron en dos minutos.
A la hora señalada, o sea, a las tres horas después, el autobus paró a
las afueras de un pueblo (creo que Pulquina) donde había matorrales. En un abrir y cerrar de esfínteres se quedó vacío
el vehículo. La tromba de viajeros se distribuyó a oscuras y a la carrera por entre las masas de oscuridad, los hombres
se quedaron cerca del vehículo; las mujeres, agachadas, se llamaban unas a otras
explicándose que donde ellas estaban había sitio, alguna vieja se quedó detrás
del autobus con las prisas, alguien iba alumbrándose con una linterna y dejaba
entrever estampas no deseadas. En cinco minutos o menos, el autobus se había
vuelto a llenar y ya se oían los ronquidos de la gente durmiendo más
tranquilamente.
Hacia las cuatro de la mañana abro el ojo y veo
luces y un letrero con el nombre de Samaipata. Como la llegada estaba anunciada
a las seis, pienso que debemos de haber entrado en la provincia y me vuelvo a dormir
tranquilo. Pero el cobrador se asoma y dice que hemos
llegado. Sólo nos bajamos nosotros dos. Mientras sacamos las maletas
preguntamos qué pasa con los otros cuatro viajeros que se tenían que bajar allí,
y el cobrador se limita a poner cara de palo: Ellos sabrán! Durante un momento
estoy tentado de subirme a gritar dentro que estamos en Samaipata, pero dentro
están todos dormidos y tampoco sabemos con seguridad si esos viajeros jóvenes van efectivamente a Samaipata, de modo que no me entrometo.
A las cuatro de la mañana estamos parados en
una calle oscura que sale de la carretera y no va hacia ninguna parte, sin
saber en qué dirección está nuestro hotel, dispuestos a pasarnos allí un par de
horas. Pronto llega una
furgoneta y aparca al lado. Le pregunto si es un taxi y responde que es un
"trufi" de los que va a Santa Cruz. Le vuelvo a preguntar si nos lleva a la
Posada del Sol y dice: 10 bs., cargamos las maletas y nos vamos hacia allí.
No hubo lugar para una situación como la de
Yapeyú, en Argentina, porque el hotel tenía guadia las 24 horas del día.
Minutos despues estabamos en una habitación de urgencia (la nuestra estaba
reservada para el día siguiente), cada uno en nuestra camita bien cubiertos por
un mosquitero excesivamente incómodo. Dormimos como lirones hasta casi el
mediodía. Nos cambiamos a nuestro
apartamento, a otro extremo del jardín, desempaquetamos las sandalias, la ropa
de verano y nos disponemos a disfrutar de tres días de descanso y recuperación.
Samaipata tiene unos 1500 habitantes y son, según el taxista, de 16 nacionalidades distintas. Es lugar para domingueros y veraneantes santacrucinos y, desde luego, un sitio turístico explotado por extranjeros descolgados de sus países. Tiene hoteles con buen standard, bares buenos, algunos incluso con café, tiendas de recuerdos caros y muchísimas agencias de viaje que entran en competencia con el resto del pueblo que, por lo que parece, vive del transporte o del taxi. Mientras paseamos, disfrutamos del sol, del aire fresco, de la verdura y de los 1600 m de altura, nos vamos informando; hay excursiones programadas para estarse allí un mes o mas, desde una semana en la selva a ver pájaros, hasta paseos de medio día “al Fuerte”. Pero ir con cualquiera de las agencias implica madrugar más y gastarse más dinero que si se alquila un taxi. Así que nos decidimos por esta modalidad.
El ultimo día, cuando ya tenemos los estómagos
bien revocados y de la nariz de Sabine, como del Muro de Berlín, han
desaparecido casi completamente las heridas, decidimos irnos de excursion.
Por la mañana al Fuerte, por la tarde a Cueva.
No sabemos que hay allí, pero así nos dejamos sorprender.
Llegar al Fuerte de Samaipata, a unos 13 km del pueblo por un camino, cuesta casi una hora. El Fuerte no es tal, sino algo mucho más impresionante: se trata de un monumento precolombino que pudo ser fuerte o pudo ser templo. Una enorme roca de basalto (120 x 100 m) llena de talladuras y puertas, buchacas, regueros, misteriosos símbolos y habitaciones tallados en la roca. En dar una vuelta al conjunto se tarda una hora y media; los taxitas lo saben y en el precio está incluída la espera.
El camino tiene vistas panorámicas amplias, a los montes del tipo altiplano del norte y a los montes de tipo yunga del oeste, por donde se extiende el parque nacional de Amaboró, al otro lado de la carretera. Parece que el unico dato concreto es que data del 500 d. C., todo lo demás que se pueda contar del lugar, de sus misterios, sus sacrificios y sus funciones religiosas es pura especulación. Pero el paseo merece la pena. El camino también pasa por los aledaños, donde hay restos incas y otros restos de construcciones españolas, época en la que empezó a llamarse “El Fuerte”.
Por la tarde nos vamos a Cueva, que no es una gruta, sino el nombre de
un pueblo, en el que hay tres cascadas. Nos han asegurado que podremos bañarnos y cogemos nuestros bañadores y toallas.
El taxi nos lleva esta vez por la carretera de
Santa Cruz y para a los 20 km, ante una puerta de hierro. Pagamos la entrada a
una señora y nos metemos por una bonita senda tropical que va a la vereda de un
regato. Vamos solos, la tranquilidad es absoluta. Nos prometemos incluso un baño
en pelota, nos cruzamos con una pareja de extranjeros de nuestra edad y, al
revolver una esquina, empieza un chirriar de pájaros como si estuvieran
repartiendo grano en un zoo, un ruido increíble.
Cuando llegamos a la cascada primera empezamos a ver jóvenes quinceañeros, pero hasta llegar
a la segunda no nos damos cuenta de la magnitud del evento: esta segunda cascada
tiene una cueva en el centro desde la que se puede hacer un eco que se oye en
todo el valle. Una docena de niñas están dentro de la
cueva y gritan divertidas desaforadamente. Se trata de un “viaje de promoción”
de fin de curso de un colegio de Montero, ciudad a unos 60 km al norte de Santa
Cruz. Son niños simpáticos, comunicativos, bien educados. Las chicas juegan al
“model” y posan haciéndose fotos, los chicos se vienen con nosotros a buscar
las otras dos cascadas. Imposible pensar en bañarse. La única poza un poco proofunda, en la
segunda cascada, está llena de más de 50 estudiantes y el
agua se agita chirle y removida.
Nos vamos de allí charlando con ellos.
En el camino de vuelta hay demasiada
circulación en la carretera. Por alguna reivindicación (el taxista que nos lleva nos dice que porque quieren en su ciudad un TIV para no tener que desplazarse a Santa Cruz), los transportistas de Montero han
bloqueado la carretera buena de Santa Cruz a Cochabamba
y todo el transporte tiene que ir por el interior, por la misma carretera que nos
trajo de Sucre.
Samaipata
Von Sucre
wollen wir nicht direkt in die nächste Grossstadt. Nach unserem gescheiterten
Versuch, über Tarabuco und Villa Serrano auf der sog. Route des Che gen Santa
Cruz zu gondeln – nicht nur wegen der Übernachtungspleite in Tarabuco, sondern das
einzige Hotel auf halber Strecke, im Ort, in dem Che Guevara umgebracht wurde,
die “Casa del Telegrafista” hatte uns nicht geantwortet und so ganz ins Blaue
wollten wir da auch nicht hinfahren; ausserdem sei die Strecke nicht geteert
und sehr schlecht, versicherte man uns – beschlossen wir, Samaipata
anzusteuern. Das sei “muy lindo” wurde uns allseits empfohlen und habe eine
Reihe sehr anständiger Hotels. Angesichts meiner lädierten Nase und des völlig
schief hängenden Magens fanden wir das eine viel versprechende Aussicht. Gabriel fand heraus, dass es jedoch auf
dieser 12-Stunden-Busstrecke keinerlei Tagbusse gibt. So besorgte er uns
Bustickets für den einzigen Bus, der Schlafsessel versprach, und um 18 h ging
es los. Um 6 Uhr morgens seien wir etwa in Samaipata, um 9 sollte der Bus in
Sta. Cruz sein.
Beim Einchecken
sahen wir 4 blonde junge Menschen, die deutsch aussahen und sprachen, und der
Gepäck-Einlader sprach von 6 Passagieren, die nach Samaipata fuhren. Aha,
schlossen wir, alle Touristen fahren nach Samaipata.
Der Bus bot viel Platz, wenn auch mein Sitz völlig durchgesessen war. Er war bis auf den letzten Platz voll, ein Mensch sass auf der Treppe, und vor mir, auf einer Stufe sass eine Frau mit dem Rücken zur Fahrtrichtung, die in letzter Sekunde beim Verlassen der Stadt zugestiegen war. Als ihr nach einiger Zeit klar wurde, dass sie die ganze Reise dort verbringen und dafür auch noch den vollen Fahrpreis löhnen sollte, stieg sie wieder aus, der auf der Treppe hielt dagegen die ganze Nacht durch. Nach 2 Stunden Fahrzeit hielt der Bus, der Fahrer wollte Abendessen. Wir konnten sehen, dass wir uns auf einer breiten Sandpiste befanden, von Asfalt keine Spur mehr, offenbar war die Strasse im Bau. Es gab eine Reihe Kioske und man konnte noch mal prophylaktisch die Toilette aufsuchen, denn im Bus gab es sowas nicht, und gehalten würde auch nicht wieder so bald.
Dann begann
die Klettertour. Ich dachte ja, jetzt sei langsam mal Schluss mit Bergen, aber
sie waren nur niedriger geworden. Und die Strasse war auf ihrer gesamten Länge
eine Baustelle in einem sehr wenig fertigen Zustand. Ich sass am Mittelgang und
sah nichts, aber Gabriel versicherte, dass wir uns im Wesentlichen durch Geröllfelder
bewegten, der Bus musste sich durch Kies und Sand bergauf und bergab wühlen und
versuchte dies mit maximaler Geschwindigkeit. Von Zeit zu Zeit tauchten
Staubwolken auf, ein Lastwagen vor uns wurde erbarmungslos überholt, es
rumpelte, Steine flogen, an Schlafen war trotz Liegesitzen nicht zu denken, es
war die grässlichste Busfahrt unserer Reise. Irgendwann gegen Mitternacht kam
eine schmale blonde Gestalt nach vorne geklettert. Geklettert, weil inzwischen
der Gang voll war mit Reisenden, die sich dort einfach lang gelegt hatten und
schliefen. Wo die Toilette sei. Gelächter. Sie (oder er?) müsse mal (Gabriel
wusste auch warum: die haben in der Pause ein Bier getrunken!), wann der Bus denn
mal halte? In drei Stunden war die Antwort. Sie oder er turnte zurück und
erschien erst nach einer Stunde wieder, offenbar mit erhoehter Dringlichkeit.
Nun liess sich der Busfahrer erweichen, hielt auf voller Strecke, durch die
offene Tür sah man Kies und Steine, er oder sie verschwand draussen, ein
anderer Mitfahrer schloss sich an, und nach 30 Sekunden ging die wilde Fahrt weiter.
Gegen ½ 3 machte der Bus dann einen “planmässigen” Halt irgendwo in der Pampa,
wo genug Büsche waren, dass jeder Passagier einen für sich fand. Innerhalb von
3 Minuten hatte der gesamte Bus gepieselt und war wieder eingestiegen. Danach
wurde die Strasse etwas besser, und endlich schlief fast alles, als Gabriel
meldete, er habe Lichter gesehen und sowas wie Samaipata gelesen. Der Bus hielt,
und der Beifahrer rief von unten sowas wie “Samaipata”. Wir griffen unsere
Siebensachen, stolperten aus dem Bus, bekamen unsere Koffer auf die Strasse
gestellt, und nach 1 Minute war der Bus verschwunden. Ob die anderen 4 noch vor
Sta. Cruz aufgewacht sind und gemerkt haben, dass Samaipata hinter ihnen lag?
Wir wissen es nicht. Was wir wissen ist, dass es ½ 4 war. Nicht 6 Uhr. Das
Rasen und das Einsparen von Pinkelpausen hatte uns mitten in der Nacht ankommen
lassen und nicht, wie angekündigt, am frühen Morgen.
Wir hatten
keine Ahnung, wo wir uns befanden (irgendwo an der Landstrasse; das reservierte
Hostal hätten wir nur vom Hauptplatz aus gefunden) und standen ein Weilchen
dumm rum, als ein Sammeltaxi vorfuhr. Es war das erste Morgentaxi, das
Passagiere für Sta. Cruz sammelte. Und da noch keine solchen auftauchten, war
der Fahrer so freundlich und fuhr uns schnell die paar hundert Meter zur
“Posada del Sol”. Welch ein Glück, dieses Hostal hatte uns vorinformiert, dass
sie einen 24-Stunden-Service hätten, als einzige des Ortes. Und so klingelten
wir, eine reizende Frau öffnete uns, wies uns ein Schlafzimmer zu, und wir sanken
in weiche, gemütliche, saubere, nicht wackelnde Betten!
Welch
wunderbarer Morgen erwartete uns – Sonne, Wärme, (die 6 Wochen lang
eingemotteten Sandalen wurden ausgepackt!) ein Frühstück auf der Terrasse. Das
von einem Amerikaner und einer Bolivianerin geführte Hostal hat einen
traumhaften Garten und eine schöne Anlage am Dorfrand von Samaipata. Wir zogen
in das vorreservierte Appartement um, das quasi ein eigenes Häuschen am
Gartenende einnahm. Dort konnten wir uns ausbreiten und auskurieren.
Posada del Sol |
Rush-hour in Samaipata |
Wir nahmen
unsere Tage sehr locker, gingen ein wenig spazieren, sassen im Garten,
kurierten Magen und Nase aus und genossen die milden Temperaturen auf 1600 m Höhe.
Das nachhaltige Drängeln von allen, mit denen wir sprachen, liess uns dennoch
nach einigen Tagen überlegen, dass wir wohl diesen oder jenen Ausflug in die
allseits so gelobte Umgebung machen müssten. Die örtlichen Agenturen boten
verschiedene solcher Touren an, aber im Endeffekt kamen wir zu dem Schluss,
dass es immer billiger ist, sich einfach ein Taxi zu mieten und sich dorthin
bringen zu lassen, wo man hinwill, anstatt in einem Sammelbus mit Touris aller
Nationalitäten denselben Weg zu machen, sich an vorgegebene Zeiten halten zu müssen
und Führer für Sehenswürdigkeiten zu bezahlen, die sich mit Schildern selbst
erklären.
So fuhren wir zum prä-hispanischen “Fuerte Samaipata”, was sich mit Festung übersetzt, aber eigentlich eine Kultstätte mit Siedlungsresten ist. Die Anlage - UNESCO-Weltkulturerbe – ist gut in Schuss. Der Taxifahrer weiss, dass wir 1 ½ Stunden brauchen werden, um den Rundweg zurückzulegen, und wird warten. Es ist ein sehr schöner Weg, aber auch die “Festung” ist spannend, wenn ich auch immer nicht so recht glauben kann, was da hineininterpretiert wird in diese Funde aus Zeiten vor der spanischen Kolonie, über die man so verblüffend wenig weiss.
Es handelt sich um einen 100 x 120 m grossen Felsen, einen runden Felsrücken, wie der Rücken eines Wals, in den unzählige Formen hineingehauen sind – als Opfergefässe, als Platz für Sitze oder ganze Wohnhäuser, als Spielfelder … man kann sich 1000 Verwendungen ausdenken, wissen tut man nichts. In der Umgebung haben sie Reste von Gebäudefundamenten gefunden, die etwa bis zur Kniehöhe wieder errichtet wurden, so dass man die Grundrisse sieht, aber die sind wirklich nicht aufregend. Der Rundweg und die Blicke sind schön, es sind kaum Leute unterwegs, wir sind zufrieden mit unserem Spaziergang.
Ein zweiter
Ausflug geht nach Cueva, was Höhle heisst, aber ein Ortsname ist und was dort
sehenswert sei, sind drei Wasserfälle. Die Temperaturen sind inzwischen tagsüber
so, dass man sogar wieder an Baden denken kann. Wir nehmen wieder ein Taxi, das
uns erwarten wird und das an der Landstrasse vor einem verschlossenen Gittertor
anhält. Von Ferne kommt eine Frau gelaufen, schliesst auf und kassiert: aha, Wasserfälle
ja, aber privat. Es ist Nachmittag und wir werden auf einen Weg in ein
Seitental geschickt, das schon recht schattig ist. Wir laufen durch eine
Parklandschaft, an einem Bach entlang, sehr hübsch, still, beschaulich, es blüht,
ein paar nicht bewohnte Ferienhäuschen, ein Pärchen, das uns
entgegenkommt.
Der erste Wasserfall erscheint, nicht sehr gross, und wir beschliessen den zweiten aufzusuchen. Plötzlich erreichen uns in der nur durch Zwitschern durchbrochenen Stille einige Kreisch- und Lachsalven, die uns vermuten lassen, dass hier eine Achterbahn oder ein Spassbad nebenan sein muss. Als wir um die Bachwindung drehen und auf den zweiten Wasserfall zugehen, sehen wir da plötzlich etwa 100 Jugendliche um die 15 Jahre alt, ein paar Lehrer dazu – ein Schulausflug zum Semesterende! Das Gekreische sind die Mädchen – natürlich –, die sich in einem dichten Pulk in die Höhle unter dem Wasserfall drängen und weiss ich warum kreischen und einen Mordsspass haben.
Die Jungs schauen von Ferne zu, während ein anderes Grüppchen von Mädchen eine Modelshow inszeniert. Sie sollen ja die schönsten von ganz Bolivien sein, die Mädchen von Sta. Cruz, und sind sich dessen offensichtlich bewusst. Ja hier ist Stimmung. Die Kids sind gut drauf, wir schwatzen ein wenig mit einigen von ihnen und stapfen weiter zum dritten Wasserfall, wo nur ein paar Jungs der Gruppe sind - und eine Kuh. Doch es ist schon etwas spät zum Baden, am dritten Wasserfall hat das Wasser auch nur geringe Tiefe und so wandern wir, begleitet von einem Trupp der Schüler zurück zum wartenden Taxi.
Erster Wasserfall, |
Der erste Wasserfall erscheint, nicht sehr gross, und wir beschliessen den zweiten aufzusuchen. Plötzlich erreichen uns in der nur durch Zwitschern durchbrochenen Stille einige Kreisch- und Lachsalven, die uns vermuten lassen, dass hier eine Achterbahn oder ein Spassbad nebenan sein muss. Als wir um die Bachwindung drehen und auf den zweiten Wasserfall zugehen, sehen wir da plötzlich etwa 100 Jugendliche um die 15 Jahre alt, ein paar Lehrer dazu – ein Schulausflug zum Semesterende! Das Gekreische sind die Mädchen – natürlich –, die sich in einem dichten Pulk in die Höhle unter dem Wasserfall drängen und weiss ich warum kreischen und einen Mordsspass haben.
der zweite und ... |
Die Jungs schauen von Ferne zu, während ein anderes Grüppchen von Mädchen eine Modelshow inszeniert. Sie sollen ja die schönsten von ganz Bolivien sein, die Mädchen von Sta. Cruz, und sind sich dessen offensichtlich bewusst. Ja hier ist Stimmung. Die Kids sind gut drauf, wir schwatzen ein wenig mit einigen von ihnen und stapfen weiter zum dritten Wasserfall, wo nur ein paar Jungs der Gruppe sind - und eine Kuh. Doch es ist schon etwas spät zum Baden, am dritten Wasserfall hat das Wasser auch nur geringe Tiefe und so wandern wir, begleitet von einem Trupp der Schüler zurück zum wartenden Taxi.
der dritte Wasserfall |
Was macht die Kuh am Strand? |
Auf der Rückfahrt werden die 20 km lang, denn die Strasse ist voller Lastwagen. Der Taxifahrer erklärt uns, dass in einem kleinen Dorf die Hauptstrecke von Cochabamba nach Santa Cruz mal wieder blockiert wird. So ähnlich wie vor einigen Wochen in Oruro lassen die Dorfbewohner einfach keinen Verkehr durch. So muss der gesamte Schwerverkehr über die kleinere Strasse fahren und einen ziemlichen Umweg in Kauf nehmen. Wir lesen am nächsten Tag in der Zeitung, dass es darum ging, dass die Dorfbewohner eine eigene Meldebehörde wollen, denn derzeit müssen sie für jeden Verwaltungsakt in die etwa 60 km entfernte Stadt Montero fahren. Ob sie die Meldestelle bekommen haben, weiss ich nicht, überlege aber so für mich, was bei uns passieren würde, wenn Ortsbewohner ihren Wünschen oder ihrem Unwillen in dieser Form Nachdruck verleihen würden ...
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