Santa Cruz
Santa Cruz es una ciudad que parece que hay que construir y poner en el mapa. Las calles del centro parecen de los suburbios, las calles de los suburbios parecen la selva misma de la civilización, una selva de vehículos motorizados. Llegamos en “taxi-express” (es decir, taxi para nosotros solos) desde Samaipata y nos metimos en un maremagnum de anillos circunvalatorios y de circulación que parecía, una vez más, que estábamos dentro de Play Time, la película de Tati.
El viaje fue bueno, cómodo, muy bonito; el conductor se esforzó en explicarnos lo que veíamos, el peligroso paraje de las Aguas Hediondas, con sus constantes derrumbes de piedras y el olor a sulfuro que sale de las peñas, el monte de La Dama Dormida, que es igual pero con nombre más fino que el de La Mujer Muerta de Somosierra (O es Navacerrada?)… En un control de peaje, un segurata se nos puso chulo y nos pidió el carnet. En vez de negarnos a mostrárselo, el conductor nos dijo que mejor accediéramos. Cuando llegó a mi, el comentario estuvo a tono de Rajoy y su Marca España : “Español? España era grande, pero ya no lo es! Antes había plata, pero ya no, ya no…!“
Y entramos en Santa Cruz. Esta ciudad de más de 2 millones de habitantes es la mayor de Bolivia y la más rica. Tiene una agricultura industrial, tiene gas, tiene gente y desde hace diez o quince años ha multiplicado sus habitantes por veinte o veinticinco. Sólo así se puede entender su fama. Si repara en su nombre completo, Santa Cruz de la Sierra, al viajero le parecerá que se ha equivocado de lugar y aún comprenderá menos esta ciudad perdida en un llanura inmensa y verde. Santa Cruz tiene dos etiquetas que nos persiguen desde que entramos en Bolivia porque todo el mundo nos las repite como si fueran su esencia: La primera es que tengamos cuidado porque es una ciudad peligrosa. La segunda es que las santacrucinas son las mujeres más guapas de Bolivia. Imposible argumentar contra estos dos tópicos.
La policía controla la propiedad de las motos en un calle céntrica |
La violencia le viene de la droga, de sus ajustes de cuentas y de las cosas del narcotráfico. Aunque nosotros no tenemos nada que ver con eso (ni un porro me he comido desde que estamos de viaje) siempre puede desviarse un golpe y arrearte a tí, te dicen los que te advierten. Tanto nos han dado la lata que, por si acaso, nos hemos buscado un hotel decente, el Kolping, de la misma compañía del de Sucre, pero un grado menos. Sabine dice que le recuerda al YMCA de Nueva York, donde nos alojamos hace tropecientos años, y lo cierto es que es del tipo “internado”: forma parte de un complejo clínico y en él se alojan becarios, masterosos y curas (Kolping era un cura alemán y montó su industria religiosa parece que con gran acierto).
En Tarija, en aquella excursión que hicimos al Valle de Concepción a catar vinos, nos encontramos con Erwin, que estaba de vacaciones con su familia y nos dijo que trabajaba en este hotel. Esperamos poder dejar aquí nuestras maletas y movernos por la selva sin equipaje… Pensamos estar poco aquí y no nos importa demasiado que la habitación sea fe porque es limpia, tiene buena ducha y una conexión insuperable de internet (factor que se está volviendo importantísimo al final del viaje, con tanto blog por hacer aún).
Hier gibt es frischen Orangensaft von geschälten (!) Orangen |
Sólo estamos dos días en Santa Cruz, una ciudad que parece que no tiene identidad, ni belleza arquitectónica, ni paz rodoviaria. Los cruceños son gente con fama de hospitalaria y recogemos detalles que lo confirman: sonrisas, frases amables, etc… pero en Santa Cruz hay muchos emigrantes, bastantes brasileños y mucha gente luchando por su existencia. Una ciudad para "emprendedores".
En La Paz coincidimos con Jordi, un barcelonés que nos dejó su número de telefono, pero con el que no hemos podido contactar. Había emigrado por la crisis de Rajoy y trabajaba en negocios inmobiliarios (En Santa Cruz se ven las aberraciones especulatorias que se vieron en España durante la burbuja inmobiliaria).
Una noche, buscando (muertos de miedo ante el peligro) un restaurante cerca del hotel (la cocina del Kolping es también de internado) caímos en “Mare Nostrum”, propiedad de un valenciano y de su mujer boliviana. Eugenio e Irene se vinieron hace 7 meses,
también espoleados por la crisis de Rajoy. Eugenio trabajaba en una inmobiliaria, Irene vivió 10 años en Valencia y aprendió a hacer paellas y arroces. Y cocina muy bien. Da gusto ser testigo de una historia de emigrantes con éxito, para alegría de la deslengüada y corrompida Aguirre. (Cuándo se empezará a añadir los emigrados a los seis millones de parados?)
Otra vez buscamos una agencia de viajes para ver qué ofertas tenían de excursiones a la Chiquitanía. En esta región al este de Santa Cruz hay, por lo menos, seis misiones jesuíticas conservadas y promocionadas turísticamente, es decir, alistadas en el Patrimonio Universal de la Unesco. A nosotros nos interesan porque ya vimos las de Argentina, Paraguay (y Chile y Perú), pero, sobre todo, como motivo para viajar y ver el país. Los precios de las agencias eran aberrantes y el programa consistía en ir los dos solos en un vehículo con chófer-guía. Descartado. No. Pero luego caímos en otra agencia y allí salió una leona cruceña, tipo morena de bandera, potente, con los labios pintados fuera de los límites del rictus, las uñas esculpidas con dalias (o margaritas?) y una voz sargentina capaz de poner firmes a todas las señoritas agentes de aquella habitación. “Creo que les entiendo, nos dijo, ustedes quieren viajar por el país y no quieren gastar tanto dinero, verdad? Pues les voy a dar teléfonos de todos los hoteles que hay en los pueblos y los teléfonos de las agencias de transportes y de taxis y ahora vamos a llamar a la terminal para que nos informen del horario…” Prescindiendo de sus negocios, empezó a disponer y a ordenar y salimos de allí con un folio lleno de teléfonos.
Fue un ejemplo de genio cruceño, creo. Aquel viaje que nos pergeñó, es el último que hacemos por Bolivia, justo antes de salir para Madrid, y escribo esto en San José de Chiquitos, la puerta de entrada a Chiquitania (que se llama así, por lo visto, porque las puertas de las casas de los nativos eran tan bajas que había reptar para entrar en ellas. Al principio los jesuítas pensaron que estaban habitadas por gente chiquita, luego se dieron cuenta de que eran pequeñas para defenderse de los mosquitos y alimañas).
En nuestra primera etapa, sólo estuvimos dos noches en Santa Cruz y salimos de allí por el aeropuerto de El Trompillo, situado en medio de la ciudad, en una avioneta de 20 plazas (“bolígrafos”, las llaman) que nos llevó a Trinidad.
Im Museum für moderne Kunst / En el museo de arte moderno |
Santa Cruz
Ich sitze
im Moment in Trinidad (sprich: ich saß, als ich dies schrieb) in einem Internet-Laden (…-Cafe kann man nicht sagen,
denn es gibt keinen solchen) und weiss eigentlich nicht so recht, wo ich bin. Seit
wir Samaipata verlassen haben, fühlen wir uns hauptsächlich “discolocados” – was
nicht mit “deplatziert” übersetzt werden sollte, sonden eher mit
“verschoben”. Wir haben uns kommod mit
einem Privattaxi aus dem beschaulichen Örtchen Samaipata abholen und nach Santa
Cruz bringen lassen. Dieser 2-Millionen-Grossstadt (der grössten Stadt
Boliviens) eilt der Ruf voraus, schrecklich gefährlich zu sein. Wenn man also
nicht bis an die Zähne bewaffnet ankommt (mehr als Taschenmesser haben wir
nicht zu bieten), dann hat man zumindest seine Wertsachen im Strumpf versteckt,
oder so …. Wir haben uns immerhin so viel Angst einjagen lassen, dass wir auf
ein wenig attraktives, aber uns sicher erscheinendes Quartier zusteuern, das
deutsche Kolpinghaus, das hier in Sta. Cruz eine sehr einfache Variante von
Hotel bietet.
Unser Hotel liegt hinter dem Platz des "Piraten-Flugzeugs" / Plaza del Avión Pirata |
Im Kolpinghaus |
Den Hinweis hatten wir von Erwin, einem netten Menschen, den wir
zu Anfang unseres Bolivien-Aufenthaltes im Wein-Vorort von Tarija kennen
gelernt hatten und der hier arbeitet.
Das Zimmer erscheint mir eher wie eine Gefängniszelle (so ähnlich wie
eines, das wir mal in New York im YMCA hatten), Gabriel nennt es funktional. In
der Tat hat es von Air Condition bis TV alles, was man braucht, und ein super gut gehendes Internet, nett ist es nicht. Egal, wir wollen
nicht lange bleiben, und haben das Quartier auch deshalb rausgeguckt, weil hier
unsere letzte Ausgangsstation sein wird für diverse Ausflüge, die wir mit
leichtem Gepäck machen wollen. Und richtig, wir treffen Erwin und er versichert
uns, dass wir unsere Koffer im Hotel parken können.
Santa Cruz ist eine wilde Mischung aus modern und traditionell. |
Sta. Cruz heisst mit vollem Namen “Santa Cruz de la Sierra”
(la Sierra = das Gebirge) und ist die erste Stadt in Bolivien, die wir
besuchen, die nicht in den Bergen
liegt. Es liegt im feuchten grünen
Vor-Andenland, rundherum viel Landwirtschaft, am Stadtrand sieht man die
industrielle Verarbeitung der Agrarprodukte. Der Reichtum der Stadt stammt aber
wohl hauptsächlich von den Erdgas und Erdöl-Vorkommen der Region. Und vom Handel mit den
Nachbarländern. (Gerne auch mit Drogen, sagt man uns) Seit Mitte des 20. Jhs wächst die Stadt wie wild.
Mit einem
damals als sehr fortschrittlich gelobten Masterplan wurden in den 50er Jahren 4
Ringstrassen und strahlenförmig aus der Altstadt führende Ausfallstrassen
angelegt. Als Plan für die Zukunft. Heute sind es bereits 10 Ringstrassen, das Verkehrsaufkommen ist
eindrucksvoll, und die überwiegend eingeschossige post-kolonial geprägte Altstadt
wirkt klein und dörflich gegenüber all dem was ausserhalb davon tobt. Egal ob
gefährlich oder nicht, die Stadt wirkt chaotisch, hat eigentlich keine speziellen Attr
und wir sehen auch weit und breit keine anderen Touristen. Wenn man hier nichts
zu erledigen hat, verlässt man die Stadt am besten einfach wieder.
Unten sieht man zwischen 2. und 3. Ring den Innenstadtflughafen "El Trompillo" |
In der
Altstadt haben fast alle Strassen auf beiden Seiten Säulengänge. Das ist
angesichts der tropischen Hitze angenehm, verhindert aber den Überblick. Wir
suchen nach einer Reiseagentur, um uns zu informieren, wie man einen Ausflug
von hier aus in die Jesuiten-Missionsgebiete östlich von hier machen könnte
(erinnert Ihr Euch, mit solchen haben wir in Argentinien unsere Reise begonnen,
und es sieht so aus, als würden wir sie mit demselben Thema auch wieder
beenden). Es ist unmöglich, einen Strassenabschnitt entlang zu sehen, um zu
schauen, ob es dort eine Reiseagentur gibt. Keine Schilder, nur Säulen und Dächer.
So tippeln wir also Strassenabschnitt für Strassenabschnitt entlang und
gelangen schliesslich zu einer Agentur, die uns die Super-Puper-Reise
verspricht, mit eigenem Chauffeur und allem Brim-Borium. Für viel Geld. Das war
es nicht, was wir wollten. Den ersten Abend verbringen wir etwas verunsichert
im Hotel, nur um uns davon zu überzeugen, dass der Koch besser beim Fernsehen
geblieben wäre, von dem wir ihn weggeholt haben.
Auf dem Markt |
Schon sind
wir bereit, Sa. Cruz als Anti-Stadt aus unserem Gedächtnis zu streichen, als wir
am nächsten Tag doch zwei Begegnungen haben, die uns die Stadt und ihre
Bewohner etwas näher bringen. Wir finden eine zweite Reiseagentur, und während
dort die eine Dame versucht, hilfreich zu sein und in ihren Unterlagen
stochert, wirbt uns ihre Nachbarin ab. Mit lauter freundlicher Stimme meint
sie, wenn wir uns die Fahrt zu den Missionen auf eigene Faust zutrauten, dann käme
uns das 10x preisgünstiger und wäre ganz genau so schön. Sie könnte uns sagen
wie … und während wir noch die Stühle wechseln, beginnt sie uns aufzuschreiben,
wo die Busse abfahren, in welchen Orten annehmbare Hotels sind und welche
Etappen wir einplanen sollten, um in etwa
4 Tagen die Rundfahrt durch die Missionsdörfer von Chiquitanien zu
machen. Wir verlassen das Büro höchst zufrieden, die Damen waren reizend und
haben an uns nicht einen Cent verdient. Wo gibt es sonst sowas?
Überall blühen die Toborochis |
Gegen Abend
suchen wir in der Hotelumgebung ein Restaurant und gelangen durch einen
Werbeflyer zum “Mare Nostrum”, was keine Referenz auf Boliviens Wunsch nach
einem Meereszugang ist, sondern ganz klassisch für das Mittelmeer steht. Ein
spanisches Restaurant, in dem uns ein echter Spanier empfängt, genauer gesagt,
ein Valencianer. Da wir die einzigen Gäste sind, nimmt er sich viel Zeit, um
mit uns zu plaudern. Während wir eine gute Stunde auf die bestellte Paella
warten (das war angekündigt, dafür wird sie frisch gemacht; wir haben nichts
dagegen) erfahren wir die Geschichte der
Restaurantbesitzer.
Er heisst Eugenio, ist Valencianer und ursprünglich Bauunternehmer, sie,
Irene, ist Bolivianerin, die 10 Jahre in Valencia im Restaurant gearbeitet hat
(und dort gelernt hat, wie man Paella richtig zubereitet). Nun, die Krise hat
zugeschlagen, das Baugewerbe ist tot und die beiden haben vor 7 Monaten Sack
und Pack genommen und sind in Irenes Heimat gezogen. Einen Monat lang haben sie
das Lokal gesucht, und seit 6 Monaten ist es geöffnet. Nächsten Montag wird die
spanische Kaffeemaschine installiert. Das ist wohl der letzte Schritt zur festen
Etablierung. Sie sind stolz auf ihre Kundschaft und ihren Ruf. Offenbar gibt es
mehr Menschen wie uns, die irgendwann keine frittierten Hühnerteile mehr sehen
können oder wollen.
Unser Mittelmeerhafen in Sta. Cruz |
Die Alternative |
Als wir
auch das letzte Reiskorn aus der Paellapfanne gekratzt haben, kommt auch Irene
aus der Küche und strahlt, als wir ihre Kochkünste loben. Ja, sie sind sicher,
dass sie die richtige Entscheidung getroffen haben. Wie schön, so eine
Erfolgsstory …
Wir nutzen
die Gelegenheit und fragen dies und das über Sta. Cruz, u.a. was das für eine
Legende sei, das mit der ungemeinen Gefährlichkeit der Stadt. Und es klingt
plausible, was sie dazu zu sagen haben. Zum einen sei es der Unterschied
zwischen der Kultur der Anden und dem
Tiefland. Die Berichterstattung der Presse über die alltägliche Kriminalität in
so einer Grossstadt stosse dort im Hochland auf reines Entsetzen, auch wenn die Zahlen im
Grunde für eine 2-Millionen-Stadt ganz normal seien. Und dann sei da natürlich der
Drogenhandel, mit dem man als Normalmensch oder Tourist wenig zu tun hat, aber
auch die Überfälle und Morde der Drogenmafias erscheinen natürlich in der
Presse und machen dem kleinen Mann Angst. Sie könnten nur sagen, es gehe hier
zu wie überall, und man solle sich normal vorsehen, so wie man es in Madrid
oder Barcelona oder Rom oder sonstwo in einer Grossstadt täte, dann lebe man
hier unbehelligt und gar nicht so schlecht.
Inzwischen sind wir bereits das dritte Mal in Santa Cruz. Das zweite Mal war nach der Rückkehr aus Trinidad (wir berichten noch darüber) und nun nach der Rückkehr aus der Chiquitania übernachten wir vor dem Rückflug noch einmal je 2 Nächte hier. Das Kolpinghaus ist unser Koffer-Parkplatz, man kennt uns, Irene und Eugenio erwarten uns abends zum Essen, und so lange wir in uns bekannten Bahnen wandeln, können wir uns das Leben in dieser Stadt einigermassen angenehm gestalten. Heute Abend wird es vom grossen internationalen Flughafen Viru Viru aus zurück nach Madrid gehen (die fehlenden 3-4 Blog-Kapitel werden trotzdem noch hinterhergeschoben). Stadt und Flughafen sind durchaus als Einflugschneisen nach Südamerika zu empfehlen. Sowohl die Air Europa wie auch die bolivianische BOA haben Direktflüge von Madrid hierher, zu sehr zivilen Preisen. Bei der BOA ist sogar ein Anschlussflug in jede andere bolivianische Stadt im Preis inbegriffen.Das sage ich, falls unsere Berichte irgendwem Appetit auf Bolivien gemacht haben sollten ...
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