14. Mai 2013

San Ignacio de Moxos





San Ignacio de Moxos

Las tribus de indios prehispánicas  que habitaban estas tierras bajas del este de Bolivia eran los Moxos (leido, Mojos, como México). De ellos descienden los actuales trinideños urbanos y las pocas tribus sobrevivientes de la selva, al este de la ciudad. Confirmamos nuestra opinión de que los jesuitas eran bastante más poderosos lo que nos habíamos imaginado.
Ya se sabe que hicieron misiones en el Sur de Chile, Norte de Argentina, Paraguay y Brasil, pero de estas otras sabíamos poco. Entre el barco y el vuelo a Madrid nos quedan cuatro o cinco días que nos vendrían de perillas para ver un poco las misiones de la Chiquitanía. Y ahora nos enteramos de que también en la región de los Moxos, al oeste del río Mamoré, había misiones de cuyo grupo formaba parte la misma Trinidad, ciudad que fue fundada como misión igual que muchas que tienen nombre de santo.
Nuestros días en Trinidad se vuelven monótonos. Erick me ha llevado a ver a un técnico de computer (un “colla” de la Paz que vino a Trinidad a montar el computer del bar de su mujer y que se casó una “camba” que trabajaba allí de cajera) y me paso el día bailando a su compás. Está a las 3, estará a las ocho, estará mañana… Al final me cambia el disco duro, me borra toda la información del aparato y me carga los programas que quiere. La verdad es que fue muy barato, sólo por 100 Bobs, más 700 Bobs del disco duro,  pero tenía que acabar el trabajo porque sin notebook estamos desarmados. Cargamos y redactamos blog como podemos en los cibers  de Trinidad; escribir con los teclados borrados y pegajosos es una odisea, pero conseguimos salir del paso y que no se acumule el retraso, aunque hubiéramos pensado que en esta semana vacía nos recuperaríamos y llegaríamos al presente. 
Un día decidimos irnos de excursión a San Ignacio de Moxos. Había que moverse por terrenos pantanosos: Nadie sabía decirnos de dónde salían las movilidades a San Ignacio, y nos decían que tomáramos un taxi porque eran calles peligrosas, y luego esos misterios del trayecto, que si son 80 km, que si el viaje solo dura dos horas, no, cuatro… Desde la plaza de Trinidad al barrio de Pompeya se tarda 10 minutos. Cuando llegamos a la oficina del sindicato de trufis, está Toti, el chófer que nos llevará. Trabajó diez años en España (de mecánico y jardinero en el hospital de Elche) pero tuvo que volverse “por problemas de salud”. Casi dos horas tarda el trufi en llenarse y el viaje durará, nos dice Toti, casi cuatro horas.
Me preguntó si me gustaba la coca y me sentó cerca para poder acullicar durante el viaje, que se reveló como uno de los más aventureros y entretenidos que hemos tenido en Bolivia. A la salida de Trinidad hay unos 15 km de carretera asfaltada.
 

Hay que cruzar entonces los desbordamientos del río Ibare, una laguna que dentro de un mes estará seca, en uno de esos transbordadores que ya vimos en el lago Titicaca. Luego hay una distancia de 1/2 ó 1 kilómetro y llegamos al río Mamoré. Este es más serio, lleva siempre bastante agua y tiene una corriente poderosa, capaz de arrastrar ramas, islas de torotas, troncos de árboles y hasta objetos. Lo atravesamos también. Lo atravesamos todo: barrizales, baches, barrancos, montes de barro seco. 



Toti es un conductor rápido pero apresurado, poco paciente, dentro de la pequeña furgoneta parece que vamos navegando en barco por un mar proceloso. Conduce con una enorme bola de coca en el carrillo y desde  atrás, con el reflejo de la luz, parece que le va a estallar. Después de atravesar el Mamoré todo el mundo empezó a hablar de “la soltadura”. La soltadura es el desbordamiento del agua del río Mamoré, que ha inundado los brazos muertos de su cauce, los campos y el camino, impidiendo el tránsito. 

Mientras se resuelve el problema o se seca el agua, hay que hacer dos kilómetros por la cuneta de la carretera inundada en un transbordador que nos lleve al coche y a los pasajeros. Trinidad está a 240 m sobre el nivel del mar y a unos 3000 km de distancia del Atlántico. La poca pendiente del agua, favorece las inundaciones. Y aunque todos los años se repiten, son escenas que también para los viajeros de la región resultan poco habituales, el transbordador avanzando con el coche cargado entre hierbas acuáticas y matas de Tarope florecidas, el reflejo del agua de los humedales, que aparece fragmentado y desaparece, la cara de satisfacción de los barqueros (un barquero y sus cuatro hijos, todos menores) que tienen sus días de trabajo y de ser imprescindibles. 




Media hora después estamos todos de nuevo en el autobús. El camino se vuelve monótono con su repetición de prados verdes, campos de tarope, algún estanque con plantas victoria, árboles selváticos liados de lianas y otros parásitos, vacas paciendo y caballos pastando yerba con el agua hasta el pecho, muchos buitres y otros pájaros carroñeros liquidando dos o tres cadáveres de carpinchos atropellados.
En un barrizal seco, con roderas de medio metro de altas, hubo un momento mágico en el que la furgoneta tuvo que ir muy lenta y balanceándose casi a ritmo de baile. Cuando entramos, el cantante empezó a gritar que “había que dejar este amor sin cariño”, y se me ocurrió que era exactamente lo que estábamos atravesando, un bonito camino lleno de baches.     
Antiguamente los Moxos solucionaron muy bien este problema de las inundaciones anuales levantando los campos y salvándolos del agua con profundos surcos. Los incas se lo copiaron y lo trasladaron al altiplano: son los llamados camellones (que yo creo que algo tiene que ver con “gamella”). En varios museos hemos visto fotos aéreas de estas estructuras: montículos alargados en medio de un terreno pantanoso sobre los que los moxos siembran sus cosas.



Actualmente el campo se dedica, sobre todo, a prados de pasto. La carretera es un castigo. Sin tener en cuenta los saltos, cada coche que se nos cruza o nos adelanta levanta tal cantidad de polvo que por el camino sólo transitan cosas rojizas: autos rojizos, animales rojizos y hasta los árboles de las orillas están rojos de polvo. A Toti, que va rápido y lleva un coche viejo, le parece que la ventanilla de atrás tiene que ir abierta. El polvo se embolsa en el coche y es peor. A las tres y media en punto llegamos a San Ignacio; todo el mundo nos aconseja que nos quedemos a dormir: volver por los caminos y en transbordadores a partir de las cinco de la tarde es poco recomendable por la falta de luz y por los mosquitos. Alquilamos una habitación en el Hotel Plaza y nos vamos a ver lo que haya que ver en este pueblo de 12.000 habitantes. Antes comemos “una milanesa” en el Club Social.
En el museo hay un catalogador que está fotografiando todos los objetos hechos de  metales nobles de la Chiquitanía. Es un proyecto financiado por España y el conservador teme por su continuidad. Él nos explica un poco cómo era esto. Primero eran las más viejas y el “misionamiento” se hacía desde Perú, mientras el de las de Chiquitanía se hacía desde Paraguay. (Todos dicen de sí mismos que son los más antiguos o que son únicos en el mundo), y a poca distancia (en Perú, Chiloé, Paraguay, Argentina, Brasil…) hay más. Todas dejaron de funcionar en 1767, cuando los Borbones, en aquel ataque de racionalismo que les dio, desterraron a los jesuitas de su territorio y arruinaron la agricultura de América del Sur.  Unas misiones, como la de Yapeyú, las siguió el estado administrando, otras se privatizaron y se arruinaron, de muchas se hicieron cargo los franciscanos y siempre da la impresión de que con ellos entró bastante ñoñería: dejaron de producir y se dedicaron a rezar y a hacer liturgias.
En San Ignacio, la iglesia es el único resto de la misión. Fue restaurada en 1990 y es un espacio bonito y amplio. Un joven moxo nos muestra el museo y nos cuenta cosas de los moxos y sus formas de vida.  Me interesan las máscaras de carnaval talladas en madera. Le pregunto dónde se pueden comprar pero no sabe darme razón clara, o quizás quiere que sólo compremos las de la tienda del museo, que son bastante cursis.

 

 Cuando le preguntamos qué más se puede ver en este pueblo, nos dice que “La Laguna”. Y allí nos vamos a última hora de la tarde, un bonito paseo de 3 ó 4 km con aire fresco, olores a tierra y a verde, piar de loros entre las palmeras y unas cuantas motos levantando el polvo dorado del camino que espero que se vea en las fotos.
 

No se puede hacer más en San Ignacio de Moxos. Retirarse a la habitación del hotel, dormirse pronto y levantarse a las siete al día siguiente para emprender el viaje de vuelta. La patrona ha llamado a un joven tallador y le compro una cabeza de vaca con orejas de cuero y una careta de “Achu”  (El achu es la disculpa de las embarazadas sin pareja) pintada de color carne y con expresión cínica.













San Ignacio de Moxos

Die prä-hispanischen Indianerstämme des ganzen Gebietes der Niederungen hier im Osten Boliviens waren die Moxos oder Mojos. Von ihnen stammen die Nachfahren ab, die jetzt in Städten wie Trinidad leben, aber auch die wenigen verbliebenen Urwaldstämme, weiter östlich.

Wir stellen fest, dass die Jesuiten weitaus gründlicher waren, als wir uns das so vorgestellt hatten. Dass sie sich in Chile, Paraguay und im nordöstlichen Argentinien betätigt hatten, war bekannt, Paraguay war ja quasi als ganze Jesuiten-Republik entstanden, aber über weitere Missionsgebiete wussten wir wenig. Dann hatten wir von dem Gebiet östlich von Santa Cruz gehört, wo wir zuerst gar nicht hinwollten, aber nun ergibt sich da ein Zeitraum von 4-5 Tagen vor unserer Abreise, die wir entweder im ach so gefährlichen Santa Cruz verbringen müssten, oder wir machen noch eine Tour zu diesen Missionen, in die sog. Chiquitania. Und jetzt stellt sich raus, dass das Gebiet der Moxos, westlich des Rio Mamore, auch voller Missionen war, ja dass Trinidad selber ebenfalls als Jesuitenmission gegründet worden ist. All diese Orte haben ja auch so heilige Namen (Trinidad heißt z.B. eigentlich "Die allerheiligste Dreifaltigkeit"), man hätte es ahnen können, und natürlich ganz besonders San Ignacio, ursprünglich “San Ignacio de Loyola” nach dem Gründer des Jesuitenordens benannt, das irgendwann den Loyola verloren und dafür die Moxos angehängt bekommen hat.


Unsere unfreiwillig vielen Tage in Trinidad sind lang und etwas eintönig. Erick berichtet, dass er das Wochenende nach Sta. Cruz fahren wird, weil er ein Ersatzteil für sein Auto braucht und da ausserdem ein Kursus für Gesundheitskaffee-Vertreter stattfindet – was offenbar sein neues Hobby werden wird, er hat uns diesen Kaffee schon tütchenweise verabreicht, allerdings hatte er keine Milch (und das auf einem Milch-Bauernhof!). So beschliessen wir, an einem Tag einen Ausflug nach San Ignacio zu machen. Aber man sollte nicht auf Einheimische hören, die an irgendwelchen Orten vielleicht vor 15 Jahren das letzte Mal waren … 80 km, höchstens 2 Stunden, nein, nicht geteert, aber sicher ganz ordentlich … wir ziehen los, suchen das Sammeltaxi und wollen am selben Tag hin- und zurückfahren. Totti ist der Taxifahrer.

Er hat 9 Jahre in Spanien gearbeitet und quatscht nun Gabriel die Hucke voll, weist ihm aber den unbequemsten Sitz im ganzen Fahrzeug zu (um ihn in seiner Nähe zu haben und ihm von Zeit zu Zeit ein paar Coca-Blätter rüberzuschieben). Nach einer halben Stunde Wartezeit etwa ist das Taxi voll : 7 Erwachsene, Kinder zählen (und zahlen) nicht, wir haben auch nur eines dabei. Laut Taxifahrer wird die Fahrt 3 ½ Stunden dauern.
Es geht aus der Stadt raus, zuerst noch auf Asphalt, dann kommen wir an einen ersten Flussarm, werden auf eine Fähre geladen, eine in diesem archaischen Stil, wie wir es schon vom Titicacasee kennen, und die alles transportieren, vom Moped bis zum Autobus. 



An beiden Ufern gibt es ein paar Verkaufsbuden inmitten von viel Dreck, Lehm, Staub. Nach einer kurzen Fahrstrecke kommt der grosse breite Fluss, der Marmore, der viel Wasser führt und eine Menge Äste und Holz mit sich transportiert. Auch diesen queren wir mit einer Fähre. Drüben geht es weiter, jetzt schon auf Holperwegen, die wie ein Deich ein wenig höher liegen als das umliegende Land, und das ist auch nötig, denn das Land steht derzeit, kurz nach Ende der Regenzeit, weitgehend unter Wasser. Wir sehen viele Wasservögel, aber auch Kühe und Pferde, die bis zum Bauch im Wasser stehen und “grasen”. Und auch immer wieder Siedlungen, die minimal erhöht auf fester Erde angelegt sind, drumherum viel Wasser.

Waschtag am Fluss
Die Moxos haben das Problem mit den zeitweisen Überschwemmungen früher geschickt gelöst, indem sie ihre Felder höher legten. In mehreren Museen haben wir Luftfotos gesehen, die diese Strukturen noch deutlich zeigen: langgestreckte Erhöhungen im Sumpfland, auf denen Ackerbau betrieben wurde und teilweise auch noch wird – sie heissen Camellones. Heute wird das Gebiet überwiegend als Weideland genutzt und ist nur entlang der Strasse hier und da besiedelt. 
Dabei ist diese Strasse in Wirklichkeit eine Strafe! Abgesehn von der brutalen Holperigkeit wirbeln die wenigen Fahrzeuge eine solche Menge Staub auf, dass auf beiden Seiten ein breiter Streifen der Vegetation unter einem dicken rötlichen Staubfilm liegt. Wir übrigens auch. Totti meint, das Auto leide mehr, wenn mein Fenster geschlossen sei (weil es dann gegen den Rahmen klappert) und öffnet es gegen meinen Willen, so dass ich die ganze Fahrt über den Wind und Staub ins Gesicht bekomme. Vorne die Fenster sind sowieso offen, und als wir ankommen sind wir allesamt von oben bis unten staubbedeckt. Aber noch kommen wir nicht an. Die Fahrt ist sehr schön durch dieses grüne überschwemmte Land. Und plötzlich ist Schluss mit dem Weg. Das Wasser hat den Weg überschwemmt, das, was vorher breite Gräben auf beiden Seiten der Strasse waren, ist hier ein recht breiter Wasserlauf, der irgendwoher auch Strömung hat (s. Foto ganz oben, am Anfang des Blogs). Trinidad liegt auf etwa 240 m über dem Meeresspiegel, und von hier sind es sicher noch 3000 km bis zum Meer, so dass das Wasser insgesamt wenig Gefälle hat, was mit ein Grund für die Überschwemmungen ist. 

Gegenverkehr
Die Unterbrechung der Strasse gibt es wohl schon eine Weile, denn auch hier liegt schon eine Fähre und lädt uns ein, für die schönsten 2 km der Strecke. Still und sanft gleiten wir durch das dunkle brackige Wasser, voller Grünzeug, aber auch mit Fischen, hier und da ein Reiher und nur wenige Plastikflaschen.

Pünktlich nach 3 ½ Stunden sind wir in San Ignacio. Der Taxifahrer selber meint, er bliebe wohl heute hier, und alle Mitfahrenden raten uns davon ab, heute wieder zurückzufahren: wir müssten quasi sofort wieder aufbrechen, denn ei Dunkelheit werden die Flüsse nicht mehr beschifft (es wird hier jetzt gegen 18 h dunkel). Wir geben klein bei, mieten uns unser zweites Hotelzimmer für die Nacht (das in Trinidad muss ja auch für diese Nacht bezahlt werden), duschen den Staub ab und schauen uns in dem kleinen Ort (12.000 Einw.) um. 

Was für ein Gegensatz gegenüber Trinidad! Äusserlich dasselbe in klein, aber alles super-adrett, sauber, ordentlich. Im “Sozialclub” bekommen wir etwas zu essen, und dann schauen wir uns das Museum an, das sowohl über die Moxos als auch über die Jesuitenmission informiert. Ein junger Mann ist dabei, die Silberschätze des Museums zu fotografieren und zu katalogisieren – ein von Spanien finanziertes Projekt (er fürchtet um die Zukunft desselben und seinen Job) – und erläutert uns wie das mit den Jesuitenmissionen der Moxos und denen von Chiquitanien war: erstere seien die älteren und von Peru aus missioniert, während die von Chiquitanien von Paraguay aus angelegt worden seien (die dort waren zwar auch ursprünglich von Peru aus mit Missionaren beschickt worden, aber der Umweg war grösser). Gabriel merkt an, dass man uns überall erzählt, hier seien die ältesten Missionen – aber eigentlich ist es egal. Allen gemeinsam ist, dass sie 1767 aufgelöst wurden, als die span. Krone die Jesuiten überall rausgeschmissen hat.



Hier in San Ignacio ist nur die Kirche von der ursprünglichen Mission erhalten. Sie ist in den 1990er Jahren restauriert worden und ist ein sehr schöner weitläufiger Raum.
Ein zweiter junger Mann hat uns durch das ganze Museum geführt, in dem man auch einiges zu den Moxos und ihrer Lebensweise erfährt. 


Als wir fragen, was wir sonst in diesem Ort noch ansehen könnten, werden wir zur Lagune geschickt. Das ist ein schöner Abendspaziergang in die untergehende Sonne, mit frischer Luft, Geruch nach Land und Grün, Gezeter von Papageien in den Palmen und nur wenigen Motorrädern.


Und danach kann man nichts anderes tun als sich ins Hotelzimmer zurückziehen, früh schlafen, früh aufstehen und mit dem ersten Sammeltaxi zurückfahren. Die Rückfahrt erscheint halb so lang und ist sehr schön in der Morgenfrische. Mittags hat uns Trinidad mit seinem Krach und seinen Motorradherden wieder.





1 Kommentar:

  1. He estado por esos lugares, hermoso relato, bien vivido. Un abrazo de viajero.

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