25. Januar 2013

Viaje lento, lento, lento / Eine SEHR langsame Etappe

Pintada en Catamarca: "Ich muss schnell schauen, was die Bande meiner Strasse auf meine Wand geschrieben hat ..."

 De Huaco a la Rioja y a Catamarca

En los últimos días el cielo se nublaba en Huaco y en los montes se formaban tormentas que descargaban el agua por alguna parte y nos mandaban el aire fresco para nosotros. La última noche, el viento fue tan fuerte que oíamos en nuestra cabaña los traqueteos y golpes pensando que el techado iba a volarse y por la ventana veíamos cimbrearse los árboles de una manera que causaba respeto; pero el día de nuestra salida amaneció otra vez tranquilo y con el cielo azul.
Paso del autobús / hier quert der Autobus
Desde Huaco se tiene pocas opciones para salir. El único autobús hacia el norte llega sólo hasta Villa Unión, y allí hay que hacer transbordo a Chilecito o hacia La Rioja.  Durante el viaje, que va por un valle llano entre dos cadenas montañosas (Es la Región que Sarmiento llama “Los Llanos” en su vida de Facundo Quiroga), pudimos ver dónde había caído la tormenta la noche anterior y con qué potencia.

Desde la ventanilla
En veinte ó treinta lugares el autobús tuvo que atravesar torrenteras coloradas, arroyos de cauce desparramado y barrizales mezclados con piedras que habían llenado la carretera obstruyéndola en parte y, aunque estos autobuses de dos pisos parecen monstruos indefensos, el nuestro superó los obstáculos con una parsimonia grandiosa. Llegamos a Villa Unión a las 12.30 h y la terminal se quedó vacía inmediatamente, a no ser los cuatro que queríamos continuar viaje.

Y menos mal que no estábamos nosotros solos porque podíamos haber perdido el día allí. Como los cuatro queríamos ir a Chilecito, a sólo una hora de viaje, pero teniendo que esperar hasta las 5 de la tarde, decidimos tomar entre todos una remise y fue el taxista quien nos explicó que el autobús a Chilecito estaba suprimido porque era imposible llegar allí: las tormentas de los últimos días habían bloqueado la carretera y causado destrozos en la cuesta de Miranda y no quedaría libre, por lo menos, hasta el día siguiente.
Para llegar a Chilecito había que dar un rodeo de unos 200 Km, bajar casi hasta La Rioja y allí tomar otro autobús. La noticia nos dejo un poco sin saber que hacer. Los otros dos viajeros eran de Chilecito y querían llegar allí a toda costa, pero a nosotros nos daba un poco igual. Nuestros motivos para ir a ese pueblo de nombre tan gráfico eran más bien difusos, así que decidimos prescindir de visitar Chilecito y la accidentada carretera 40 y bajar a La Rioja, que al fin y al cabo era una ciudad de 250.000 habitantes, a pasar el fin de semana. Tras la semana de Huaco queríamos un poco de asfalto.


Chilecito
Claro que sabíamos qué nos atraía de Chilecito además del nombre. Es una ciudad al pie de la sierra de Famatina (6300 m) que a finales del siglo xix todavía se llamaba Santa Rita. Pero entonces se descubrió una mina de oro en las alturas y empezaron a llegar mineros de Chile que le cambiaron el nombre. El oro parece que se acabó relativamente pronto pero el espectáculo debía ser impresionante: el mineral era transportado desde la mina hasta el pueblo, a lo largo de 120 Km a lomos de miles de burros, salvando una altura de casi 4000 metros. Cuando las ganancias fueron suficientes se decidió hacer un funicular de vagonetas colgantes (“cablecarril”) que redujera la distancia a 34 km y el  proyecto fue encargado a una firma alemana de Leipzig que se dedicaba a fabricar tales mecanismos y a exportarlos por el mundo. Y resulta que dicha firma, de nombre Bleichert (desapareció después de la guerra), estaba muy cerca de nuestra casa y conservaba no sólo los edificios de las fábricas sino la villa del dueño y su jardín intactos. 
Gingko Biloba / Hojas de un joven Gingko Biloba en los Valles Calchaquís, horas despues de escribir el post   















En la DDR el palacete fue convertido en una institución social o vecinal y, en el jardín, se instalaba durante el verano un Biergarten que tenía una carta de comidas demencialmente mala, pero buena cerveza y un gigantesco árbol, un gingko-biloba, bajo el que daba gusto sentarse a mirar las hojas partidas. Pues desde allí se transportaron hasta Chilecito los 34 km de cable y los 272 postes de hierro, pequeñas torres eiffeles, que sujetaban las vagonetas de aquel tren colgante. Hay un museo en Chilecito que informa de todo este montaje, pero nosotros sólo lo conocemos de Internet. En Chilecito tampoco falta un Cristo al estilo del Corcovado, pero en Argentina ven un monte ante un pueblo y en seguida se les ocurre poner la imagen de un cristo o una virgen o un general. Son así.

En la La Rioja, siesta perenne
Así pues, huyendo del pueblo minero durante el fin de semana, decidimos ir a La Rioja, que no resultó ser precisamente Babilonia. Los conductores del autobús que nos trajo de Huaco ya nos avisaron con sorna de la empresa de autobuses Facundo, que , por lo visto, tiene una flotilla proverbial en todo el norte argentino. Y, efectivamente, el que nos tocó tenía
demasiados cristales arpados, muchos asientos viejísimos y bastantes tripas de reposapiés al aire, pero era mejor que todos en una cosa: ¡no funcionaba la televisión! el viaje resulto entretenido y el paisaje muy bonito.

Conseguimos hacer correrse un poco (de lado, digo) a dos hippies que se habían expandido en la primera fila y conseguimos asientos ante los ventanales delanteros del autobús. Así atravesamos el parque nacional de Talampaya como si estuviéramos viendo un documental de la 2. No vimos los lugares más interesantes, claro, pero si las procesiones de coches que iban a ellos, las puertas de entrada donde cobraban y bastantes montañas como las de las películas del Far West con las laderas llenas de cactus de candelabro, de los que Alicia llama “cardones”, llanuras resecas y, varios kilómetros antes de llegar a La Rioja, empezaron plantaciones de olivos y viñedos, algunas con características de plantación-modelo. Nunca he visto olivos tan frondosos. Sin duda son de origen italiano.

La entrada a La Rioja es moderna, limpia, amplia. La Terminal de autobuses nueva, amplia, limpia. De no ser por una estilizada estatua de Wojtila que preside el gran carrusel y sendas capillas al lado, aparentemente muy frecuentadas, dedicadas al Gauchito Gil y a San Expedito, se podría pensar que estamos en una urbe ultramoderna. Mentalmente hago el voto de acercarme por allí a sacar un par de fotos, pero el calor me lo impedirá (desde la terminal al centro hay 5 kms.).
La ciudad está en una especie de valle asado literalmente por un viento caliente, el Zonda, que se queda encajonado en él y la convierte en un horno reseco, como si estuviera al rojo vivo. Sales a la calle y entras en el horno. Literal. Durante los dos o tres meses que dura este verano extremo, los riojanos se quedan encerrados en sus casas y a nadie le preocupa que el mundo se acabe con tal de no tener que salir a la calle a respirar calor. Los camareros, los tenderos, los kiosqueros tienen una lasitud, una desgana y una forma de reptar con los pies como sólo lo puede hacer quien desde siempre ha sido atosigado por este insoportable calor.
Y parece que las consecuencias no quedan ahí, sino que causan una galbana tal, una “fiacca” que impregna la ciudad entera: Las casas están a medio acabar, a los negocios de alquiler de coches les da igual que un cliente quiera uno o que no, en los bares parecen preferir que no entres, los recepcionistas del hotel donde caemos son incapaces de levantar la cabeza adormecida apoyada en el codo para saludarte o darte la llave. 
No, no se admite VISA, a pesar de que el hotel tiene tres estrellas y les da igual que despotriques o que te pongas como te pongas. Es un milagro que la ciudad aún no se haya desmoronado dormida sobre sus propias calles. La experiencia de preguntar en Turismo por una excursión o por un autobús, es irrepetible.
Matamos como podemos el tiempo. Los museos están todos cerrados hasta el martes (aunque la del museo etnológico, sorprendida allí de casualidad, nos deje amablemente visitar una sala). En el cine, refrigerado y céntrico, vemos “La Historia de Pi” y pasamos nuestras dos mejores horas riojanas. Cenamos en un buen bar, que se llama “Joaquín” y tiene en su logo un sombrero como el de J. Sabina (será suyo?, por galbana, ni lo preguntamos), descubrimos un kiosco de empanadas y kiches vegetarianos que son realmente buenos, otro que vende vasos de medio litro de ensalada de frutas por 7 pesos… y el resto del fin de semana nos alimentamos en ambos dos.
 Figurilla en el Museo Etnológico de La Rioja
 De vez en cuando caemos por un bonito café con Wi-fi desde el que escribimos alguna carta…

Por fin, el domingo conseguimos localizar una micro que nos lleva al valle cercano de Sanagasta, que parece que es “mmuuuy lindo!”. Aunque nadie sabe decirnos por qué, en los planos hay dibujado un “Dique”, esto es, un pantano, en el cual se pueden “hacer deportes acuáticos”, según los prospectos. Como el dique nos interesa más que el pueblo, nos paramos en él, a pesar de las recomendaciones de los otros viajeros de la micro que nos avisan de que es mmuuuyy peligroso bañarse, sin especificar porqué. Es mejor que lleguemos hasta Sanagasta, allí hay una buena piscina (en esta región se habla de piscinas, no de piletas) con quincho y parrillada. Esto de las parrillas es un factor de criterio que pesa muchísimo en todas las informaciones (“Hay parrilla?”), a pesar del calor. Desde La Rioja se entra en el Valle de Sanagasta por un desfiladero bastante llamativo, estrecho, con chalets, con algún camping y con alguna pequeña piscina de “club privado”.

Al salir de las montañas, aparece el agua mansa y aburrida del “dique”, tan aburrida y tan mansa que resultaría imposible ahogarse aunque se intentara. Nos bajamos sin querer oír más consejos. Al fin y al cabo ya nos vamos enterando de que el argentino del interior, como el castellano viejo, no suele nadar, sino mojarse la barriga.
La micro nos para en el dique, frente a una caseta de turismo, y nos asegura que pasa cada hora por allí. La caseta depende del pueblo de Sanagasta y el chico que la atiende es bastante simpático. Nos explica que no es conveniente bañarse en el pantano porque el calor ha contaminado el agua y han aparecido peces “boca arriba, ya m’entendés”. De todas formas, ahí abajo se ven esos prados verdes que pertenecen a un club náutico privado, a lo mejor hay suerte y nos permiten bañarnos… Bajamos; al lado del agua se respira mejor y hasta corre un simulacro de brisa. Entramos en los terrenos del club y el portero nos dice que no, que sólo pueden bañarse los socios pero, además, “sólo con chaleco salvavidas”, por motivo de seguridad. Debe ser el primer club náutico que tiene tal medida de seguridad! Damos una vuelta por allí y vemos que, efectivamente,. el agua está casi podrida, con espumarajos quietos, un par de coches caros, un par de embarcaciones de motor, algunos pedalós, un par de barcas…unas parrillas donde tempraneras Maryclubs ya están preparando la carne para el mediodía… Subimos de nuevo con una fuerte impresión de estar reviviendo la novela de Sánchez Ferlosio (El Jarama). El chico de turismo nos explica que ayer vio la piscina de Sanagasta y aún estaban pintándola… Así pues, tomamos la misma micro que nos ha dejado una hora antes y regresamos al aire acondicionado de nuestro hotel, a echarnos la siesta.
El lunes queremos salir hacia Catamarca temprano. Prescindimos del miserable desayuno del hotel y, al bajar las maletas, resulta que el ascensor no funciona. Los porteros arrastran los pies y hacen como que intentan solucionar el problema. Al final tengo que bajármelas yo porque son incapaces de dar un paso algo más rápido para buscar qué puerta del ascensor se ha quedado abierta. Adiós, La Rioja, que duermas bien!.

A Catamarca por una zamba
(texto y link a Cafrune en la parte de alemán)


Pude pasar cerca de Chilecito sin tener que verlo, pero nunca me hubiera perdonado estar tan cerca de Catamarca y no ver ese paisaje que me enamoró desde que se lo oí a aquella franquista de excelente voz, Nati Mistral, hace ya más de 40 años. La canción tiene la virtud de no tener ni un solo adjetivo de más, ni una declaración patriotera de más, ni una inexactitud en su texto. Luego vinieron Cafrune “el turco”, los Chalchaleros, Marisol y todos los demás. Utilicé su texto para dar clase de español, a pesar de que algunas palabras eran regionalismos (“escoba de pichanilla!”) y el resultado siempre fue óptimo; la gente se quedaba encandilada con la magia redonda de la melodía y del texto, que tienen un autor, un tal Polo Jiménez, y no habla de los paisajes en general, sino de la cuesta del Portezuelo, que baja de los montes a la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. Así pues, a Catamarca.

Viniendo de la Rioja, la carretera bordea la falda de una cordillera sin apenas cambios de paisaje. Catamarca es, de primera impresión, bastante más pobre y menos limpia, más agitanada, menos encorsetada, menos dormida que La Rioja, pero primas hermanas. Desde la estación, una sucesión de tenderetes de venta de CD’s y dvd’s, de ropa de plástico, de comida rapida, etc., lleva a la calle peatonal, y este estilo de comercio no varia durante la primera mitad de la calle que tendrá casi dos kilómetros de longitud. Por fin llegamos a la plaza donde está la catedral, lo de turismo y desde allí nos ponemos a buscar hotel. En Catamarca será el Hostel San Pedro por la sencilla razón de que está muy céntrico y no hay ni un solo huésped. Es una segunda dependencia del Hostel, pero una casa entera para nosotros dos solos. Podemos cocinar, lavar, sentarnos a leer o a escribir en cualquiera de los dos patios. Al doblar la esquina hay tres fruterías. El Hostel lo lleva un tío bastante potable. Tendrá casi cincuenta tacos, fue abogado en su juventud, vivió en Malasaña durante un tiempo, ha viajado mucho y sabe lo que se trae entre manos, aunque este año le haya cogido por sorpresa la falta de afluencia de turistas.

Hablamos con él y no puedo dejar de llorarle que nos encontramos en un punto bajo del viaje. Sin duda es el calor, que nos impide pasear, ver, visitar, salir… sin duda es la falta de infraestructura de los últimos lugares que hemos visitado, la carencia de transporte privado, pero por un coche de alquiler, tanto en La Rioja como en Catamarca, quieren cobrarnos casi 100 € díarios y eso sólo nos lo podemos permitir como medida de salvación urgente… Julio tiene algo de falta de humor, pero es buen tío: se brinda a llevarnos a Las Juntas, un pueblo a unos 50 km de “La Capital”, donde encontraremos alojamiento, aire fresco, paisaje catamarqueño y todo lo que queramos. El es de allí y lo conoce bien. 


Los dos patios del Hostel / die zwei Höfe unseres Hostels - etwas surreal, aber alles für uns alleine

Al día siguiente vamos y Julio, que iba a hacer unos trámites en el ayuntamiento, se vuelve y nos deja buscando alojamiento. En realidad son dos pueblos. Primero El Rodeo, que es como Miraflores de la Sierra en Catamarca (toda la “high” catamarqueña y de Santiago del Estero hacinada en 4 kilómetros de carretera con sus coches, sus usos sociales, sus quads, sus niños, sus teens, sus caballos y sus rodríguez de fin de semana) y luego, 15 km más allá, Las Juntas, mucho más pequeño pero alargado en 7 km de carretera; da la casualidad de que esta semana es la difícil porque celebra su 41. Fiesta del Membrillo.
Buscamos alojamiento pero no encontramos sino una cabaña bastante miserable por las que nos quieren sacar 400 AR$, sin wi-fi y sin atractivo alguno (sólo el paisaje). Pertenece al rico del pueblo. Dispuestos a luchar como sea por el paisaje, decimos al principio que sí, pero luego, ante la desfachatez del tipo, optamos por las masas y nos quedamos en la Hostería de El Rodeo por 270 AR$, con piscina grande y con Wi-Fi. Volveremos mañana y ya veremos cómo nos las apañamos. Contamos con un clima de 10grados menos que en la capital, un buen paisaje y ganas de remontar el viaje. Dejamos las maletas en el hostel de Catamarca y nos subimos en la micro con lo imprescindible metido en los macutos.



Von Huaco über „La Rioja“ zur „Paisaje de Catamarca“
In den letzten Tagen in Huaco war es immer mal wieder bewölkt und über den Bergen brauten sich Gewitter zusammen, die dann irgendwo anders runter gingen und uns vorübergehend frische Winde brachten. In unserer letzten Nacht im Holzhäuschen von Huaco hatte es speziell wild geblasen, das Blechdach klapperte und die Bäume bogen sich wild, aber morgens war alles wieder strahlend blau und ruhig.
Von Huaco aus hat man wenig Wahl, der einzige Bus nach Norden fährt um 10 Uhr nach Villa Union, einem kleinen Ort, von dem man eine weitere Verbindung nehmen muss. Die Fahrt führte auf der endlosen Talebene zwischen zwei Bergketten entlang, und dort merkten wir, wo die Gewitter runtergekommen waren. An sicherlich 30 bis 40 Stellen musste der Bus durch kleine Sturzbäche und Furten fahren, auf die Strasse geschwemmte Lehm- und Schotterablagerungen überwinden, und obwohl diese zweistöckigen Überlandbusse ja recht unbeholfene Monster sind, hat der unsere das grandios bewältigt. 
In Villa Union kommen täglich 11 Busse an und fahren genauso viele wieder weg (konnte ich in der Wartezeit dort im Busterminal lesen). Wir kamen dort gegen 12:30 h an. Im Busterminal war keine Seele, kein Ticketschalter besetzt, kein Laden, keine Bar. Aber glücklicherweise wollten noch 3 andere Reisende genau wie wir nach Chilecito weiterfahren (ca.1 Std. Busfahrt), und einer davon wusste durch einen Handykontakt, dass die Regen der letzten Tage an der auf dem Weg liegenden Bergstrecke so viel Schaden angerichtet hatten, dass der 5-Uhr-Bus nach Chilecito nicht fahren würde. Man könnte aber den 3-Uhr-Bus Richtung "La Rioja" nehmen, diesen nach ca. 2 Stunden verlassen und an der Kreuzung einen anderen Richtung Chilecito nehmen – insgesamt eine 5-Stunden-Fahrt. Angeschlagen waren diese Infos nirgends, und wären wir alleine gewesen und hätten auf den 5-Uhr-Bus gewartet, hätten wir ganz schön dumm aus der Wäsche geschaut und wären an diesem Tag nicht mehr aus Villa Union weggekommen.
Busterminal Villa Union

Chilecito
Chilecito, "Klein Chile" liegt am Fuss der 6300 m hohen Sierra Famatina und hiess in seiner Jugend mal Santa Rita. Aber als in den Bergen Gold gefunden wurde, kamen hier so viele Chilenen her, dass der Ort den Namen änderte. Das Gold wird schon seit 1926 nicht mehr in der Mine von Famatina gefördert, aber wir wollten trotzdem hin, um unserer Leipziger Vergangenheit zu huldigen. Früher war es nämlich so, dass das Erz mit dem Gold auf einem rund 120 km langen Weg mit Maultieren zu Tal befördert wurde, eben nach Chilecito. Aber um die Jahrhundertwende gab man eine Förderbahn in Auftrag, eine Drahtseilbahn, die diese Strecke mit einem Höhenunterschied von 3510 m auf 34 km Luftlinie verkürzen sollte. Und wer bekam den Auftrag? Die Leipziger Firma Bleichert. Die, deren aufgelassenes Fabrikgelände direkt hinter den Bahngleisen liegt. Wenn man vom Schillerweg ein paar hundert Meter über die Georg-Schumann-Strasse hinaus nach Norden geht, dann liegt das verlassene Fabrik-Gelände gleich rechts hinter der Bahnunterführung, und links liegt die Unternehmersvilla, heute ein Jugendzentrum (Heinrich-Budde-Haus) und in ihrem Garten befindet sich einer der schönsten Biergärten Leipzigs, unter einem grossen Gingko-Biloba. Der alte Bleichert hat also wohl gut Geld verdient, mit seinen Kabeln und Drahtseilbahnen, die er in alle Welt exportiert hat. Das Projekt von Chilecito wird heute noch gefeiert, obwohl die Bahn – wenn auch immer noch funktionstüchtig, so doch bald seit hundert Jahren still steht. Das gute Stück wurde damals wirklich in Einzelteilen von Leipzig hierhergebracht – unvorstellbar! Die Kabel der 34 km-Strecke werden über 262 Stützen auf den Berg geführt, und es dauerte 4 Stunden, bis eine Lore oder wie immer die Erz-Behälter hiessen die gesamte Strecke hinter sich hatte und im Tal ankam.
Darüber informiert auch heute noch ein Museum, aber es sollte nicht sein, wir haben das Wunderwerk nur im Internet angeschaut und des Weiteren auf Chilecito verzichtet.

La Rioja – wenig Wein und viel Siesta
Nachdem es klar war, dass wir so leicht nicht nach Chilecito kämen, lösten wir Tickets direkt nach "La Rioja", einer Stadt, die auf dem Weg nach Norden liegt und die wir früher oder später auf jeden Fall hätten passieren müssen. Die Strecke erwies sich als unerwartet schön. Es ging duch einen Nationalpark, zwischen bunt gefärbten Bergketten hindurch, an einigen tollen Felsformationen vorbei und an wild wachsenden Kandelaber-Kakteen. 


Der Schluss der Fahrt, schon in der Nähe der Stadt, ging dann noch viele Kilometer durch Ölbaumpflanzungen.
Und dann waren wir in „La Rioja“. Nicht „in der Rioja“, wie das in Spanien wäre, sondern in „La Rioja“. Die spanische Rioja ist ja das Gebiet am Río Oja; aber solche Feinheiten haben die Siedler hier ignoriert und einfach den Namen aus der Heimat mitgenommen. Das einzige, was wir von dieser Stadt wussten, war, dass Doña Perla dort lebt, die Mutter von Alicias Schwager Sergio, die mit uns Weihnachten gefeiert hat. Das war nicht sehr viel. Und wir haben sie auch nicht getroffen, obwohl wir diverse Kaffeekränzchen älterer Damen in den Lokalen daraufhin angesehen haben.
Wir kamen an einem Freitag an und beschlossen, bis Montag dort zu bleiben, denn die Wochenenden sind hier in Argentinien immer problematisch, vieles ist geschlossen oder hat andere Zeiten, die Ausflugsgebiete sind überfüllt, wir wollten lieber irgendwo fix sein.
Das Foto zeigt die 42 Grad nicht! / La foto no muestra los 42º
Die Stadt war so, wie die Reiseführer sie beschreiben: adrett, provinziell, ordentlich und heiß, heiß, heiß. Am Wochenende dazu so gut wie tot. Aber besonders, zwischen 13 und 19 Uhr. Wegen der Hitze wird hier wirklich alles von 13 Uhr bis 18 oder 19 Uhr geschlossen. Mittags kann man nur mit Aircondition im abgedunkelten Zimmer verbringen, draußen ist kein Kiosk und kein Lokal geöffnet. Aber um 19 Uhr ist dann wieder alles offen, bis 22 Uhr oder länger. So extrem haben wir es sonst noch nirgends gefunden, aber es war auch noch nirgends so heiß. Ab 7 fand man dann einige ganz nette Cafés, ein paar hübsche schattige Plätze, eine belebte Fußgängerzone, eine pathetische Kathedrale, kurzum, alles, was zu einer anständigen argentinischen Stadt dazugehört. Ja, wir haben sogar das erste Innenstadt-Kino gefunden. Überall sonst sind die Kinos inzwischen in die außen liegenden Shopping-Centers verbannt, die man nur mit dem Auto erreichen kann. So sind wir sogar dazu gekommen, uns „Schiffbruch mit Tiger“ in 3D (mein erster 3-D-Film!) und mit gut funktionierender Luftkühlung anzusehen. Wir waren begeistert!

Bar con Wi-Fi en La Rioja

Das Touri-Büro, das wir nach den Reizen von Stadt und Region befragen, glänzt durch Inkompetenz, wie leider so oft. Es werden uns irgendwelche Prospekte in die Hand gedrückt und Ausflugsziele als „muy lindo“ (sehr hübsch) beschrieben, aber was es dort gibt und wie man dorthinkommt … die Beschreibungen dienen immer nur dem Autofahrer: Ja, das ist ganz nah, etwa ¾ Stunde auf der Route xy … So machen wir uns am Sonntag mit dem Bus auf zum irgendwas-Stausee, habe den Namen schon vergessen, der „muy lindo“ sein sollte. In Erinnerung an den schönen Ausflug mit Carmelo und Alicia nehmen wir Badesachen mit. Und richtig, es geht in ein Bergtal und da ist ein Stausee. Genau dort, wo uns der Bus rauslässt ist ein Parkplatz (gähnend leer), aber – Wunder über Wunder – eine Infobude mit einem netten jungen Mann, der vorbeifahrenden Autofahrern Ziele in der Umgebung empfiehlt. Wir wollen ja nur baden und können uns auch nicht groß fortbewegen, aber nein, das kann man hier nicht, ist verboten, ist auch nicht ratsam, da waren neulich einige Fische, mit dem Bauch nach oben, Sie verstehen … Wir verstehen. Die baumlose Umgebung ist auch nicht wirklich einladend. 
So muss man sich hier offenbar fotografieren lassen; zumindest tun das alle, die hier 3 Minuten anhalten, um ein Foto zu machen :-) / Típica pose del  90% de los turistas ante un monumento

En la caseta de turismo de Sanagasta

Unten am Ufer ist allerdings ein grünes Terrain zu sehen, ein paar Gebäude, zwischen den Bäumen scheint Swimmingpool-Türkis durch. Wir weisen darauf hin, aber da kennt der junge Mann sich nicht aus. Das ist privat. Ein Club Nautico (hier mitten im Binnenland?). Wir stapfen den Abhang runter und werden gleich am Eingang abgefangen, nein, das sei privat, wir dürften nicht, aber der Pool sei außerdem leer … (wir befinden uns in der Sommer-Hochsaison!) - super Nautik-Club! Ob wir denn hier an den See ran könnten? Hmm, jein, es sei ja Privatgelände, und wenn, dann dürfe man nur mit Rettungsweste schwimmen. Sowas schon mal gehört??? Es hilft nichts, wir nehmen den nächsten Bus zurück in die Stadt, denn im nächsten Ort, der auch noch auf unserer „muy lindo“-Besuchsliste stand, da gibt es zwar einen städtischen Pool, aber der nette junge Mann wohnt dort und kennt sich aus: „Gestern waren sie noch beim Anstreichen der blauen Farbe im Schwimmbecken, sie haben sich dies Jahr etwas in der Saison verspätet“ (und das Ganze immer bei gefühlten 45 Grad im Schatten!).
Wir machen einen letzten Versuch, durch Mieten eines Autos eventuell den versteckten Reizen der argentinischen Rioja auf die Spur zu kommen, aber offenbar war DAS Mietauto der Stadt (ca. 140.000 Einwohner) grade ausgeliehen, so die Info der einzigen erreichbaren Firma mit dem irreführenden Namen „Winner“, und selbst ein vom Touri-Büro vermitteltes Avis-Büro gab es nicht (mehr?). So haben wir – leicht gefrustet – am Montag früh den nächsten Bus geentert und sind ins ca. 2 Stunden entfernte Catamarca weitergefahren.

Wir erweisen einem Ohrwurm Reverenz
Wer das Lied einmal gehört hat, wird es garantiert eine Weile nicht mehr vergessen, und den Refrain kann man nur schwer wieder aus dem Unterbewusstsein löschen. Wer es nicht kennt, hier eine Version von Jorge Cafrune, einem berühmten Sänger aus dieser Nordregion, der auf allen Fotos aussieht wie 60, aber schon im Alter von 40 von einem Staatsterror-Kommando (unter Isabel Perón) ermordet worden ist.

Auf einer solchen grünen Anhöhe liegt die "Villa de Portezuelo"


Desde la cuesta del Portezuelo
mirando abajo parece un sueño:
un pueblito aquí, otro más allá,
y un camino largo que baja y se pierde.

Hay un ranchito sombreao de higueras
y bajo el tala durmiendo un perro;
y al atardecer, cuando baja el sol,
una majadita volviendo del cerro.

Paisaje de Catamarca
con mil distintos tonos de verde;
un pueblito aquí, otro más allá,
y un camino largo que baja y se pierde.

Y ya en la villa del Portezuelo,
con sus costumbres tan provincianas:
el cañizo aquí, el tabaco allá,
y en la soga cuelgan quesillos de cabra.

Con una escoba de pichanilla
una chinita barriendo el patio:
y sobre el nogal, centenario ya,
se oye un chalchalero que ensaya su canto.
"Paisaje de Catamarca ..."

Und für Euch Spanisch-Laien und -Lerner eine relativ wörtliche (und gar nicht poetische) Übersetzung und dazu die Info, dass die Steigung von Portezuelo (kleiner Pass) jene ist, die aus dem Tal der Stadt Catamarca gen Nordosten steil in die Berge hinaufführt.

Schaut man von der Steigung von Portezuelo nach unten
erscheint es wie ein Traum
ein Dörfchen hier, ein Dörfchen dort
und ein endloser Weg, der hinabführt und sich verliert.

Da liegt eine kleine Farm im Schatten von Feigenbäumen
und unter dem Talabaum schläft ein Hund
und in der Abenddämmerung, wenn die Sonne verschwindet,
kommt eine Gruppe von Schafen zurück über den Hügel.

Landschaft von Catamarca
mit tausend verschiedenen Grüntönen
ein Dörfchen hier, ein Dörfchen dort
und ein endloser Weg, der hinabführt und sich verliert.


Und im Ort Portezuelo selber
mit seinem provinziellen Brauchtum,
ein Rohrgeflecht hier, Tabakblätter dort,
und von der Schnur hängen Ziegenkäse.

Mit einem Reisigbesen
fegt eine kleine Chinesin den Hof
Und jenseits des Nussbaums, der schon Jahrhunderte alt ist
hört man einen Zaunkönig sein Lied üben.

So viel zur Einführung und zur Erklärung, warum wir unbedingt nach Catamarca mussten und nicht nach 2 Stunden Busfahrt von La Rioja aus einfach weitergefahren sind.

Nach den paar Nächten in einem Mittelklasse-Hotel in La Rioja war unser Bedarf an Hotel wieder gedeckt. Es stellt sich bei uns da immer schnell ein Überdruss ein, denn – trotz (im Idealfall) Sauberkeit und gutem Service, funktionierender Air-Condition und TV mit 999 Kanälen – man ist in einem Hotel halt sehr eingeschränkt, hat wenig Platz, muss alle Mahlzeiten draußen einnehmen und das, bei einem relativ hohen Preis. So haben wir in Catamarca gleich das einzige Hostel der Stadt angesteuert.
Die Hippy-Kultur lebt! / Cultura hippi viva en el hostel


Hostel-Garten
Wisst Ihr Hotel- und Studiosus-Reisenden Deutschen, was ein Hostel ist? Eine ziemlich nette Erfindung, muss man sagen. Unabhängig von der Qualität des jeweiligen Etablissements haben Hostels immer viel Gemeinschaftsflächen, Küche, Garten, Innenhof, oft einen Pool, TV- und Aufenthaltsräume, meist eine Bar und immer ein funktionierendes W-Lan-System. Dafür muss man in Kauf nehmen, dass sie fast alle etwas abgewrackt aussehen, keine tollen Betten/Matratzen haben und man keinen Anspruch auf Luxus wie z.B. eine Nachttischlampe hat. Letztere gibt es übrigens im Hotel, in dem ich grade sitze, auch nicht. Gabriel ist schlau und reist mit einer IKEA-Klemmlampe! Das Hostel in Catamarca kam unserem Bedarf sehr entgegen. Es gab ein Doppelzimmer in einem Zusatzgebäude um die Ecke. Da kaum Klienten im Hostel waren, hatten wir dieses Gebäude (mit seinen weiteren 5 Schlafräumen mit je 2-3 Stockbetten) für uns alleine. 2 Bäder, 2 Innenhöfe, ein Wohnraum mit TV und Internet, eine funktionierende Küche mit großem Kühlschrank. Man kann kochen, internetten, fernsehen, alle halbe Stunde duschen wenn's wirklich heiß ist, alle Türen offen lassen. Im Innenhof kann man bequem Wäsche waschen und aufhängen, man kann dort abends sitzen und lesen und die Füße auf den Tisch legen, das Internet funktioniert auch im zweiten Innenhof ganz ordentlich, und im kleinen Schlafraum sorgt immerhin ein Deckenventilator für etwas Luftbewegung.
Franziskanerkirche /San Francisco en Catamarca
Catamarca ist eine weitere kleine Großstadt mit ca. 150.000 Einwohnern, Schachbrettmuster wie überall, einer Fußgängerzone in der Straße Ribadavia, wie überall, ein paar netten quadratischen Plätzen (auch wie überall). Die Geschäfte machen schon einen weniger adrette Eindruck als in La Rioja, sie geben das Gefühl, dass wir uns Bolivien oder Peru nähern, viel Billig-Kram, kaum große Läden, aber auch das eine oder andere nette Café. Ehrlich gesagt unterscheiden wir diese Kategorie von Städten kaum noch, in einem halben Jahr werden wir vergessen haben, was nun in der einen oder der anderen war, sie sind sich allzu ähnlich und haben auch keine spezifischen Highlights, die Hauptplätze heißen alle San Martin und stehen voller schöner Bäume und an ihnen liegt immer eine neo-barocke mehr oder weniger scheußliche Kathedrale.

Der Besitzer des Hostels – ein ausgestiegener Jurist - lümmelt sich langweilend im Haupt-Gebäude und freut sich wenn man kommt und mit ihm plaudert. Er organisiert Trekking und Bergtouren und rät uns – die wir eine Hitzepause suchen – ein Seitental, in dem es gut 10 Grad frischer ist als in den auf der Ebene liegenden Städten. Wir folgen seinem Rat gerne und machen uns auf nach „El Rodeo“ und „Las Juntas“. Als wir nach 5 Tagen von dort zurückkommen werden wir von ihm schon wie alte Freunde begrüsst und dürfen wieder unser Privatquartier im Nachbarhaus beziehen. Was es mit „El Rodeo“ auf sich hatte, ist eine weitere Geschichte.

Im Museo Quiroga von Catamarca (fotgrafieren verboten)
Figurilla del Museo de Catamarca en peligro de ser robada





21. Januar 2013

No hay dramas en Huaco / Kein Drama in Huaco

No hay dramas en Huaco

Bajada a Huaco. El pueblo es la franja verde que se ve ante los montes del fondo /
Die Straße nach Huaco - das Dorf ist der grüne Streifen vor der nächsten Bergkette

Ya llevamos dos meses de viaje y aparecen los primeros síntomas de cansancio. Cada mañana nos cuesta más esfuerzo hacer las maletas y continuar; cada tarde resulta menos atractivo ingerir un menú de tercera en un local de segunda categoría. Y continuamente baja nuestro nivel de toleracia hacia la basura, la suciedad, los wáteres averiados y las cocinas sucias, aunque, de cuando en vez, el asco acumulado se disuelva y vuelva a aparecer la resistencia.

 Por primera vez nos sorprendemos a nosotros mismos preguntándonos si no es mejor interrumpir el viaje y volver ya a casa; pero eso no sería tan fácil de hacer como de pensar y, por otra parte, el invierno en Madrid tampoco resulta tan apetecible, especialmente éste del 2013 con la corrupción política granizando mierda sobre el país (a veces vemos el (vergonzoso) canal internacional de TVE, a veces leemos en internet El Público o El País (menos, porque hay días que parece un periódico de Nueva Zelanda). Pero estamos acosados por el norte, en el momento en que escribo esto: no sólo las fincas del ladrón Bárcenas en Salta, también el Dakar que está pasando por Fiambalá: los periódicos se quejan de la falta de espectadores, los tenderos se quejan de las pérdidas, todos piden daños y perjuicios a los políticos que les vendieron el gran evento como la solución de los males. La realidad ha sido exactamente fiel a la película uruguaya „El baño del Papa“, una de las mejores y más clarividentes que he visto en los últimos tres años.
Pintada en Jáchal
Lo cierto es que necesitamos un descanso, necesitamos digerir todo lo visto y vivido, cambiar de horizonte y de escenario. Pero adónde ir? Parece inamovible nuestro plan de seguir hacia el norte, hacia Bolivia. Pero, claro, yendo al norte nos acercamos al ecuador, cada día será más caluroso y, con las vacaciones, los mejores alojamientos estarán llenos. Hacemos de tripas corazón y salimos de San Juan, donde nada nos retiene, en dirección desconocida. Seguimos una vaga indicación de Pedro y Lucía, los de la Tía Nora: En Huaco, unos amigos suyos acaban de abrir una Hosteria que seguramente nos resultará más tranquila que la suya.
Pero ni la dirección ni los mapas ni internet ni, por supuesto, la oficina de turismo, nos aclaran cómo es éso. Miramos la „Hostería de Huaco“ en internet y resulta que está en San Miguel de Jáchal. Preguntamos dónde está, si en Huaco o en Jáchal y nadie nos lo sabe decir. Esto es como la copla de la Puerta de Toledo, que está en Madrid y está en Toledo. Desde la Terminal de Omnibus de San Juan sólo se llega a esta hora a Jáchal. A Huaco, que está a 40 km de Jáchal, a cuyo ayuntamiento pertenece, se llegaría a las 2 de la madrugada, así que la elección no tiene dudas.

 En sólo dos horas llegamos allí. El trayecto atraviesa un desierto, pero apenas se ve nada porque las cortinas del ventanillas van herméticamente cerradas a causa del sol. Los argentinos del norte, en general, tienen un típica, pragmática manera de viajar en autobús: Entran, buscan su número de asiento, se sientan y, ¡zas!, se tumban todo lo que pueden sin preocuparse si detrás va gente que no lo hace así, como nosotros, y se quedan apresados por el respaldo delantero; En cinco minutos ya están dormidos. A veces, incluso antes de que el autobús salga de la estación. A todas las horas del día, durante el tiempo que sea, tanto da que se trate de un viaje de 2 como de 12 horas, la gente puede dormirse a voluntad, aunque en la televisión brame a gritos su película de serie B americana y los disparos y persecuciones de coches se sucedan sin interrupción. Parece que a los únicos a quienes les molesta es a nosotros. Por lo visto, aún no tenemos suficiente callo en el cerebro o en los sentidos como para no darnos cuenta.
En busca de una remise en Jáchal
Jáchal es un pueblo situado entre las primeras precordilleras de los Andes y algunas pequeñas sierras que se divisan al este. Desde aquí salen dos o tres veces al día autobuses a Huaco, pero hoy es domingo. Telefoneamos a la Hostería de Huaco, que está en Huaco, y tienen una habitación libre, aunque sin aire acondicionado. Nos apresuramos a tomar una remise que nos lleve hasta allí. Lo único que queremos es llegar.

Y de repente hacemos un viaje rodeados de montes, los primeros que vemos desde hace meses; el taxi tiene que atravesar una sierra abruptamente cortada por la erosión, llena de formas estrambóticas y de colores. Ninguna fila de montañas es igual que la de atrás. Nuestro buen ánimo se va despertando.

Un zorro rojo sorprendido entre Jáchal y Huaco
Al conductor, que al principio estaba como reticente, le halaga ver que nos gusta el paisaje y, cuando pasamos por algunos lugares especialmente raros o que tienen buena panorámica, para el vehículo y nos deja tiempo para dar un pequeño paseo. Poco a poco se va soltando y nos pregunta por nuestro viaje, si hemos encontrado dificultades, si hemos tenido episodios desagradables...
Al otro lado de los montes está Huaco, casitas diseminadas por una gran franja verde que ocupa todo el valle. Pasamos por un „algarrobo histórico“ que crece junto a la cuneta. „¿Histórico? ¿Es que se sentó a su sombra (iba a decir, „meó“, pero un inusitado sentido de la prudencia me ha hecho cambiar el verbo) San Martín?“ No lo sabe exactamente, pero le admira que un árbol pueda vivir más de 200 años. „¿Es eso posible? ¿No es un milagro?“. Le digo que los personajes históricos también eran de carne y hueso y que hay árboles que llegan a vivir más; iba a decir lo del monte de los olivos de Jerusalén, pero, por si las moscas o „el milagro“, prefiero contar lo del olivo milenario que vi una vez en Grecia y del cual pinté un cuadro.
Nos sigue enumerando los monumentos de Huaco; un molino de piedra, casa que fue del poeta Buenaventura Luna. ¿No lo conocemos? Es el poeta de esta tierra y está enterrado en el cementerio...
Tumba de B. Luna
Entre chopos, frutales y altos juncales apenas nos damos cuenta de que ya estamos en medio del pueblo y, cuando parece que hemos salido de él, pasamos por el cementerio donde está enterrado el poeta. A la puerta, la calle de tierra da un giro de 90° y ya hay una flecha: „Hostería. 300 m.“ Las pocas casas que hemos visto son de adobe, chozas bajas junto a la carretera, mucho verde, dos o tres letreros de tiendas (maxi-kiosko), un par de chicos en la calle, un par de perros, ningún coche. Es domingo a mediodía. Huaco, dormido bajo el sol de la siesta, tiene un extraño parecido al poblado turístico chileno de San Pedro de Atacama.

La Hostería no es de adobe, sino de ladrillo sólido. En el edificio principal están la cocina, la recepción, el comedor y las habitaciones „con nivel de hotel“, todas ocupadas. Detrás hay un jardín, un estanque con patos, un huerto y una pileta mínima y barroca, sitiada por dos o 3 familias numerosas que hacen picnic y parrillada.
Todo recuerda a la Granja de la Tía Nora, pero aquí también hay dos cabañas de madera perdidas entre la maleza, casi al fin del mundo, y con vista directa a los montes. No hay internet, ni aquí ni en todo el pueblo, pero las cabañas están bien, son nuevas y apenas ensuciadas, tienen aire acondicionado y dos habitaciones, cocina y baño. Nos acomodamos, queremos leer, escribir, lavar, pasear, no hacer nada.
 El sol es despiadado. Las únicas horas en que se puede salir o sentarse fuera son, por la mañana de 6 a 10 y por la tarde de 19 a 22. Cuando cae la oscuridad empiezan a cantar los grillos desaforadamente, atacan los insectos y dos o tres sapos (enormes, pero no cancioneros) cercan la puerta de nuestra caseta. Si se les empuja con un palo, echan a correr grotescamente, pero en seguida se paran y ya están otra vez a la puerta. Me imagino las yararás, los pumas y los zorros acechando en la oscuridad. Hay que irse a la cama temprano, aunque sólo sea para ponerse a salvo de todos estos bichos. Nos mantenemos al margen del huerto del hotel y de la piscina, nos duchamos con la mangarriega que hay al lado o nos sentamos en la habitación con aire acondicionado y vistas a los montes, damos largos paseos al atardecer por este insólito (des-)poblado, tomamos una cerveza en el bar y nos alegramos de no tener nada que ver ni de poder visitar nada.

Huaco no tiene ni mil habitantes. De la interminable calle principal (en realidad es una carretera asfaltada que se pierde en la nada) salen, cada 500 m, las calles o caminos de tierra que forman las cuadras. Al principio sólo conocemos la calle nuestra, la que pasa por el cementerio, por la Hostería y luego por un par de tiendas y por un bar.

Con el tiempo exploramos también otros. Por todas partes se ven caballos y borricos que pacen al borde del camino, que son conducidos a los prados o vuelven a casa tras la jornada de trabajo. No se sabe donde acaban las calles: Detrás de las tierras de pastos, rastrojos o campos de alfalfa, vuelven a aparecer dos o tres casas, alguna de las cuales es una tienda, según reza la pizarra colgada delante, y otra es un bar, según pregonan las sillas y mesas de plástico. La Plaza del pueblo, a una cuadra de la carretera-calle, es como un bosque y ni siquiera tiene edificios alrededor; detrás, hacia las afueras, hay una moderna construcci¡on que resulta ser un pequeño hospital. Todo el pueblo está expandido, imposible de imaginar como el „pueblo chiquito“ que describe la gente; por la noche apenas hay algunas farolas dispersas, tropezamos en la oscuridad al volver a casa; nos cruzamos con dos mozos que llevan una extraña máquina chirriante. Les preguntamos y es una máquina de sembrar cebollas, pero en la oscuridad no podemos verla. Huaco es el pueblo más pueblerino que hemos visto hasta ahora en Argentina. Yapeyú, a su lado, era una capital.

La pareja de posaderos que nos atiende son jóvenes, gordos y sonrientes. Ellos son los encargados ; los dueños residen en la capital (San Juan). Con mucha paciencia y poca pericia intentan solucionar las necesidades de los huéspedes. Ella tiene la misma respuesta para todo lo que se le pide: „¡No hay drama!", pero lo cierto es que no conocen bien su oficio, aún no tienen experiencia y todo respira un carácter improvisado, lo cual tampoco está mal. Como también es restaurante, en la Hosteria se puede desayunar, comer y cenar, pero, tras la primera cena, decidimos hacernos nuestra propia comida, aunque el surtido de las tiendas sea perentorio. Si necesitamos un sacacorchos, vamos a la cocina, donde la sonriente patrona frie milanesas y suda con la piel brillante, como un manatí: „¡No hay drama!" (bueno, un poco de drama sí hay: el sacacorchos tarda en aparecer casi media hora delatando el desorden que allí reina, o que hay huéspedes que se llevan las cosas...) „Tomá éste y lo devolvés después“. En la tienda de vinos de la esquina (es un decir, porque en este pueblo no hay esquinas) no hay leche ni tomates: „¡No hay drama!“, la posadera nos da de sus reservas. El alojamiento no es del todo barato, regateando lo hemos rebajado a 250 AR$ la noche si nos quedamos una semana; pero no se puede pagar con VISA. Así pues, habrá que ir a Jáchal en busca de un banco y de internet: „No hay drama, podés tomar el colectivo o la micro, que salen a las 6 y a las 7 o las 8 o las 9...!!“ Claro que no vemos el drama por ninguna parte, pero esa tampoco es la información que pedimos.

Como en todos los pueblos del mundo, cuanto más atrasados, más, cuanto más campesinos, más, los huaqueños viven pendientes de sus vehículos. Si nos indican una dirección, los posaderos nos describen caminos que sólo han recorrido en coche y no tienen ni idea de cómo se va de un lugar a otro a pie. Con absoluta seguridad, nunca han tenido un huésped sin coche propio. Así pues, buscando nuestra propia información para ir a Jáchal, damos un largo paseo y nos enteramos de que el colectivo es un autobús que sale a las 6 de la mañana tres días a la semana. Tras preguntar un par de veces más, aterrizamos en casa de Rubén, que tiene rasgos de indio pero apellido vasco y es dueño y conductor de la micro, una Ford-Transit, en la que caben 11 pasajeros, 12 si es preciso.



Como asiento de urgencia sirve una pequeña banqueta de madera. Va todos los días a Jáchal y, sí, tiene dos plazas libres. Vendrá a buscarnos al hotel a las 6.45 de la mañana. El tipo tiene bastante gracia. Bromea con mi apellido y mi falta de pelo, me hace repetir un par de veces palabras con „ce“ porque le gusta oir el acento y empieza a bromear con que si los españoles estamos dolidos con Argentina por la nacionalización de la YPF. Se lo desmiento, no sé de dónde lo ha sacado, pero él sigue erre que erre. Le digo que a mí me da igual, que quien estará dolido será Felipe González, que para eso es consejero de Repsol... y le preguntó que a él en qué le ha beneficiado. Entonces, más serio, me explica que la YPF contaminó primero el mar y luego la tierra del norte argentino haciendo malas e inútiles prospecciones de petróleo, que se dedicó al combustible de los aviones porque era mejor negocio que el de los coches y en las gasolineras había siempre largas colas y no se podía conseguir más carburante que el que ellos querían darte... y va soltando así una serie de abusos que para nada nombraba aquel hombre de negocios que encontramos en Colonia del Sacramento, pero que ilustran bastante la nacionalización... A ver cuando nacionalizan Telefónica y le dan un escarmiento!

Estábamos en el viaje a Jáchal: Al día siguiente madrugamos y a la hora en punto pasó la furgoneta a recogernos. Luego hicimos un recorrido de tres cuartos de hora por los caminos de tierra del pueblo para recolectar a los otros 10 pasajeros, viejos y jóvenes, mujeres a la compra, hombres a la plaza, una familia con un recién nacido que iba al médico...
En Jáchal hay un par de bancos y („¿no hay drama?“) ambos tienen ante la puerta largas colas de gente. Son los parados y jubilados que van a cobrar su subsidio en el cajero. Le toca a Sabine ponerse a la cola mientras yo me dedico a buscar un „ciber“.
Cola ante el cajero /
Die Schlange vor dem Geldautomaten
Durante la media hora que a ella le dura llegar al cajero puede darse cuenta de cuál es el funcionamiento y origen de tanta demora. Resulta que la gente accede a sus pagas mediante el cajero del banco, pero entre los deshauciados del sistema hay muchos analfabetos y no digamos ya si tienen que enfrentarse con la técnica. El negocio supone para los bancos tan poco rendimiento que no les interesa bloquear las ventanillas, sino que abandonan a estos clientes forzosos a la tiranía automática del cajero. Ni siquiera el Banco de la Nacion Argentina, „del que todos estamos orgullosos“, y que siempre tiene las mayores colas hace las cosas de otro modo.
detalle de la cola con Sabine ya casi adentro
Toda argentina está llena de colas. A los bancos les da igual. Hoy la gente tiene suerte, está medio nublado y el sol no es tan inclemente. Desde su sitio en la cola, Sabine dice que ve y oye cómo se forman grupitos de dos o tres personas ante el indiferente cajero y se aconsejan unos a otros, se ayudan a buscar en papeles redoblados los misteriosos números de los códigos, teclean „cancelar“ y vuelven a intentar leer y descifrar el mensaje que la pantalla les escupe, pregúntándoles qué desean hacer y proponiendo alternativas que ellos no comprenden. Para sacar el dinero se tarda unos cinco minutos por término medio, si alguien tiene que hacer una transferencia para mandar „mangos“ a sus padres o a sus hijos (parece que esta gente también tiene que hacer sus transferencias por cajero), entonces son 10 minutos. Allí no hay ni un mal empleado que les ayude. Y la destreza de Sabine marcando claves y sacando pasta en medio minuto, causa admiración. Al fin y al cabo tenemos entrenamiento: cada 2 días hay que ir al cajero porque los bancos no nos permiten sacar más de 1000 pesos (unos 155 €) de una vez. Así pueden maximizar sus comisiones. Esto podría ser el Leitmotiv de este viaje, pero quiero dejarlo bien claro: El forajido de Botín, ojalá Dios se lo tenga en cuenta, me roba, además de la comisión „normal“, 19,40 AR$ „de comisión extra“ cada vez (eso sí, muy decente, muy del Opus, me pregunta siempre si me interesa seguir adelante con la „operación“!).

Mientras Sabine está en el banco, yo me dedico a preguntar por un „ciber“ o un wi-fi. Jachal tiene 12.000 habitantes y („¿no hay drama?“) ni un sólo cíber en todo el pueblo. Ruben confunde las cabinas de telefónica con internet y me ha dado direcciones equivocadas. Tras preguntar a gente por la plaza sin obtener respuesta, voy a Turismo. En Turismo me mandan al ayuntamiento. En el ayuntamiento la eficaz secretaria me manda al subintendente o así, pero éste me dice que no. No sé si no hay o no me deja usarlo o no me quiere dar la clave. Vuelvo a turismo y allí una viajera me confirma de que su móvil tampoco recibe señal. No queda más remedio que ir a la YPF, la gasolinera que ya es la tercera o cuarta vez que nos salva la situación con su wi-fi, aunque sea condenadamente lento. Allí tomamos café y hojeamos el periódico, pues cargar una foto de 20 kb en el blog puede durar hasta 10 minutos.
La micro es cargada en la plaza de Jáchal /
unser Kleinbus wird für die Rückfahrt bepackt

 Con el blog a medio cargar tenemos que irnos porque la Micro sale a las 12 en punto de la plaza del pueblo. Los mismos 12 pasajeros nos volvemos a apretar en el interior, las compras y paquetes que no caben dentro, como esos cuatro neumáticos de automóvil, van en la baca y, contentos, nos volvemos todos a Huaco. La llegada es un revivir de mi infancia: la micro hace el recorrido a la inversa y va dejando los viajeros en sus casas; cada vez que llegamos a una; un cortejo de perros y niños acompaña a la furgoneta, salen de casa descalzos y se abrazan a sus padres, rebuscan en los bolsos para ver qué les han traído y el microbús arranca dejando al grupo familiar envuelto en una nube de humo y polvo dorado.

Fascinados por las dificultades técnicas aún no hemos dicho nada del paisaje. Desde la ventana de nuestra cabaña vemos una pequeña sierra roja que consideramos „nuestra“ desde el primer amanecer y que cada día tiene una tonalidad distinta, en la maleza pacen los caballos y se oye rebuznar a los burros, que después de la jornada de trabajo son soltados por el campo (todo el mundo los conoce y sabe de quién son), bandadas de papagayos vuelan de un arbol a otro como flechas verdes, la maleza alterna con campos de maíz, de alfalfa, olivares y frutales, sobre todo membrillos.
Entre el verde asoman las casas hechas de adobes grandes y bastos, amasados y cocidos a mano, del mismo rojo que la tierra que nos rodea. Si hay alguna casa abandonada, o arruinada, no se crean las escombreras y basureros a que estamos acostumbrados, sino que se van deshaciendo poco a poco y poco a poco retornan al suelo de donde surgieron. Eso sí que puede llamarse ecológico!
Ayer el cielo se nubló después del infierno de mediodía. Primero fue pintoresco, después, el viento se puso cada vez más huracanado y, de repente, la atmósfera se convirtió en una masa rojiza. Antes de que nos diéramos cuenta, los montes habían desaparecido y el viento había levantado increíbles masas de polvo que penetró en la cabaña, aunque estaba bien cerrada.
Tormenta de arena / Sandsturm
Quizás hubieramos podido y querido quedarnos más tiempo en este pueblo, pero técnicamente era imposible por el problema de tener que pagar en metálico. Hemos decidido salir mañana y se lo decimos a la posadera. Servicial, ella cree que le preguntamos por el autobús: „¡No hay drama! Sólo hay que llamar a la empresa y reservar el billete“.
El autobús hacia el norte pasa „por la curva“, ahí al lado. En realidad, son casi tres kilómetros por caminos de tierra, imposibles de hacer arrastrando las maletas. Como no nos fiamos del teléfono, preferimos ir personalmente a sacar los billetes un día antes y cerciorarnos de cuándo y a qué hora pasa. La terminal de Huaco es la hospedería „Doña Rosa“, que también sirve de correo.
Autobús de la empresa Mayo a Villa Unión


En el portal está la gordísima Doña Rosa sentada a un metro de la mesa-mostrador porque la barriga no le permite acercarse más, y habla con una turista de Tucumán que ha ido a llevar una carta. A nosotros nos da un „buen día“ de trámite y no nos vuelve a hacer caso. Mientras tanto llega el autobús y los chóferes se bajan a tomar un mate. El conductor ha estado trabajando varios años en Almería y le gusta recordarlo. Echa de menos el estilo de vida español. También los españoles lo echan de menos en estos momentos... le digo, a modo de consuelo. Doña Rosa nos vende billetes para Villa Unión; más lejos no se puede llegar desde Huaco. Allí podremos continuar viaje. Y cómo podremos llevar las maletas hasta „la curva“? Preguntamos. „Oh, ya encontrarán un taxi o una remise que los lleve. ¡No hay drama!“

Unsere Wirtsleute in Huaco

Kein Drama in Huaco
Zwei Monate Reise liegen nun hinter uns. Die ersten Ermüdungserscheinungen treten auf. Jeden Morgen kostet es mehr Überwindung, die Koffer zu packen und weiter zu ziehen, jeden Abend lockt es weniger, in einem zweitklassigen Lokal ein drittklassiges Essen zu uns zu nehmen. Und der Toleranzpegel für Dreck und Müll, für kaputte Toiletten und siffige Küchen sinkt stetig, von Zeit zu Zeit entlädt sich ein kumulativer Ekel, und dann geht es wieder eine Weile. Zum ersten Mal ist zaghaft die Überlegung aufgekommen, ob wir nicht einfach nach Hause fahren sollten. Aber so leicht wäre das ja nun auch nicht, an hier und sofort nicht zu denken, und so super verlockend ist der spanische Winter auch nicht, speziell dieser, in dem alle von nichts anderem als der Krise reden (wir empfangen hier fast überall spanisches Fernsehen, wir wissen Bescheid!). Wir brauchen eine Pause, wollen Gesehenes und Erlebtes sacken lassen, Horizont und Szenario wechseln. Die Frage ist, wo? Die generelle Richtung steht fest, es soll weiter nach Norden gehen – Fernziel: Bolivien. Da wird es immer heißer, die Sommerferien bedeuten, dass verlockende Quartiere voll sind. Wir nehmen uns ein Herz und brechen von San Juan auf, wo uns rein gar nichts hält, auf ins Unbekannte, einer vagen Empfehlung von Pedro und Lucía von Tía Nora folgend. In Huaco hätten kürzlich Freunde eine Hostería eröffnet, dort sei es garantiert ruhiger als bei ihnen.

Nur 2 Stunden fährt der Bus nach Norden, bis wir in Jáchal ankommen. Näher an Huaco ran kommt man mit Fernbussen nicht. Die Strecke führt durch die Wüste, man sieht fast nichts, da alle im Bus die Vorhänge hermetisch geschlossen haben, gegen die Sonne. Überhaupt hat „der Argentinier“ eine ganz typische, pragmatische Form, mit dem Busfahren umzugehen. Man kommt rein in den Bus, findet seine Sitznummer, knallt sich in den Sitz, klappt diesen sofort so weit es geht nach hinten, egal ob Leute wie wir, die dies nicht tun, dahinter wie in einem kaputten Kinositz eingeklemmt werden, und binnen 5 Minuten schläft man. Oft noch bevor der Bus abgefahren ist. Zu jeder Tageszeit, mit beliebiger Dauer, auf 2-Stunden-Fahrten genauso wie auf 12-Stunden-Fahrten: die Leute können auf Kommando schlafen, auch wenn dabei der Bus-Fernseher irgendein mieses B-Movie amerikanischer Machart zeigt und laut gebrüllt und ununterbrochen geschossen wird. Die einzigen, die das stört, sind offenbar wir, noch nicht abgehärtet genug zumindest, um es nicht zu bemerken.

Jáchal ist ein kleiner Ort zwischen den ersten Vorkordilleren der Anden und einigen kleineren Bergketten, die im Osten zu sehen sind. Hier fahren nur 2 oder 3 Busse am Tag, nach Huaco der nächste morgen früh um 6. Wir telefonieren, das Hostal, das uns Pedro empfohlen hat, hat noch ein Zimmer frei, wenn auch ohne air-condition, aber wir raffen uns auf und nehmen eine „remisse“, d.h. ein Langstreckentaxi, um noch heute vormittag die 40 km nach Huaco hinter uns zu bringen. Wir wollen einfach nur irgendwo ankommen.


Und plötzlich geht es richtig in die Berge, das erste Mal seit Monaten, das Taxi muss eine wild gezackte und bizarre Formen zeigende Kette überwinden. An einigen Stellen, die besonders schöne Blicke bieten, hält der Fahrer freiwillig an, lässt uns Fotos schießen und aussteigen, was mit dem Bus natürlich nicht drin gewesen wäre. Unsere Lebensgeister erwachen wieder. Jenseits der Berge liegt Huaco, ein weit ausgedehnter grüner Fleck in der Ebene. Zwischen Pappeln und hohen Wänden mit spanischem Rohr merken wir kaum, dass wir im Ort drin sind und scheinen ihn schon wieder verlassen zu haben, als wir schließlich vor der Hostería Huaco halten. Die wenigen Häuser, die wir gesehen haben, sind aus Adobe gebaut, flache Lehmhütten an der Dorfstraße, viel Grün, zwei, drei Ladenschilder, ein paar Kinder auf der Straße, ein paar Hunde, keine Autos – es ist Sonntag Mittag.

Die „Hostería“ bietet in einem Nebengebäude einfache Hostel-Zimmer (die Zimmer im Haupthaus mit Hotel-Qualität sind belegt), es hat einen Speisesaal, einen Garten, einen Ententeich, einen Gemüsegarten, einen kleinen Pool, der von picknickenden Familien umlagert ist – das Ganze erinnert an den Bauernhof von Tía Nora in klein, aber es gibt auch Cabañas, Holzhütten, mit 2 Schlafräumen, Küche und Bad, und hier sitzen wir nun, in unserem Häuschen, zwischen Gestrüpp und Bergsicht, kurz vor dem Ende der Welt. Noch nicht einmal Internet gibt es, nirgends im ganzen Ort, aber wir finden uns damit zurecht, wollen lesen, schreiben, waschen, spazierengehen, faulenzen.


Unsere Hütte - alle Fensterläden zu, gegen die Sonne
Die Sonne brezelt ordentlich runter, so dass die einzigen Stunden, in denen man draussen rumlaufen oder im Freien sitzen kann, morgens von 6 bis 11 und abends von 7 bis 10 sind. Nach dem Dunkelwerden grillen die Grillen und die Nachbarn, bestürmen uns Insekten und Kröten, es ist so ländlich, wie es nur sein kann, und man muss früh ins Bett gehen, wenn man nicht von all dem Viehzeug aufgefressen werden will. Wir halten uns vom Gemeinschaftsgarten und dem wieder nicht besonders einladenden Pool fern, spritzen uns mit dem Gartenschlauch ab oder sitzen im air-conditioned Innenraum mit Fernsicht, machen lange Abendspaziergänge durch diesen erstaunlichen Un-Ort und fühlen uns sehr wohl dabei, nichts erleben und nichts besichtigen zu müssen (oder können).


Ausreisser


Huacos Hauptstraße















Huaco hat keine 1000 Einwohner und von der ca. 2 km langen „Hauptstraße“ – einer asphaltierten Landstraße, die sich irgendwo im Nichts verliert – zweigen in ca. 500m-Abständen Lehmwege ins Hinterland ab. Anfangs kennen wir nur den, der ca. 500 m weit zum Friedhof führt, dort im rechten Winkel abbiegt, so dass man sich parallel zur Teerstraße ortsauswärts bewegt und nach weiteren ca. 300 m bei unserem Quartier ankommt. Mit der Zeit erschließen sich uns aber weitere Wege – man darf sich nur nicht fürchten, lange grade Strecken ins Grüne zu laufen. Überall trifft man Pferde und Esel, die am Wegrand grasen, auf die Weide getrieben werden oder vom Einsatz bei der Feldarbeit nach Hause kommen.



Nachbarschaftsladen


















Irgendwann nach einigen 100 m Wiese oder Gestrüpp oder Alfalfa-Feld kommen wieder mal ein paar Häuser, darunter eines, das sich durch eine beschriebene Schiefertafel als Geschäft ausweist, ein paar hundert Meter später ein weiteres, das anhand von einigen Plastikstühlen und -tischen als Kneipe erkennbar ist – man bekommt dort zumindest ein Bier. Der Hauptplatz – einen Block von der Hauptstraße entfernt – gleicht einem angelegten Wäldchen und ist noch nicht einmal von Gebäuden umgeben, dahinter noch ein Stück weiter, am Ortsrand, plötzlich hochmodern und brandneu: ein kleines Regionskrankenhaus. Alles dehnt sich unendlich aus, abends kaum mal hier und da ein Licht, wir stolpern in der Dunkelheit zurück zu unserem Haus. Huaco ist der kleinste und ländlichste Ort, den wir bisher besucht haben. Dagegen war Yapeyu eine Großstadt!

Unsere Wirtsleute, Pächter des Anwesens, versuchen, alle Bedürfnisse von Feriengästen und Durchreisenden zu decken, und sie tun dies, so gut sie können. Sie sind klein, rund und ungeheuer freundlich, was immer man sie bittet ist „kein Drama“, aber sie sind keine gelernten Gastwirte, alles hat einen gewissen improvisierten Charakter, was ja auch sympatisch ist. Die Gäste können hier frühstücken, mittag- und abendessen, aber nach der ersten Probe der Kochkünste beschließen wir, uns lieber selbst zu verpflegen, wenn auch das Angebot der Läden bzw. Kioske vor Ort mehr als dürftig ist. Wenn wir einen Korkenzieher brauchen, gehen wir im Haupthaus in die Küche: „kein Drama, nehmt diesen und bringt ihn bei Gelegenheit zurück.“ heißt es dann. Im Winzladen „um die Ecke“ (das ist so eine Redensart, hier gibt es keine Ecke, zumindest nicht näher als in 300 m, also ich meine 3 Häuser weiter) gibt es weder Milch noch Tomaten, aber „kein Drama“, die Wirtin taucht uns was raus aus ihren Vorräten. Wir wollen morgen nach Jáchal fahren (in der Hoffnung, dass es dort Internet gibt), „kein Drama, ihr könnt das Colectivo oder die Kombi nehmen, die fahren um 6 und um 7 oder um 8 oder um 9 ...“. Nein, es ist kein Drama, aber es ist auch keine richtige Auskunft.

So ländlich und rückständig, wie hier alles ist, so autofixiert sind die Leute trotzdem. Sie beschreiben uns Wege, die sie nur mit dem Auto gemacht haben, haben keine Ahnung,wie man ohne Auto von A nach B kommt, und ganz sicher war hier noch nie jemand zu Gast, der nicht mit dem Pkw gekommen ist. Wir machen eine längere Ortswanderung und landen schließlich bei Rubén, der das Gesicht eines alten Indianers hat, aber wohl 10 Jahre jünger ist als wir und die Kombi fährt, einen Ford Transit, in dem locker 12 Leute Platz finden, wenn es sein muss. Als Notsitz hat er noch einen kleinen Holzschemel dabei. Ja, er fährt täglich nach Jáchal. Und ja, es sind zufällig noch 2 Plätze frei. Er kommt morgen um 6.45 Uhr bei uns vorbei und nimmt uns mit. Das „Colectivo“ wäre ein Bus, der schon um 6 fährt, nur Montag, Mittwoch und Freitag.

Am nächsten Morgen stehen wir früh auf und pünktlich kommt der Sammel-Kleinbus bei uns vorbei und nimmt uns mit. Danach fahren wir weitere 20 Minuten durch das „Dorf“ auf weit auseinanderliegenden Lehmwegen werden weitere 10 Leute eingesammelt, alt und jung, Frauen, die zum Einkaufen fahren, Männer, die zum Arzt müssen, eine Familie mit Neugeborenem. Dann geht es die 40 km zurück nach Jáchal, in den etwas größeren Ort, von dem aus wir vor 4 Tagen unseren Abstecher nach Huaco gestartet haben. Dort soll es eine Bank geben (unsere Hostería nimmt nur Bargeld!) und auch Internet verspricht man uns dort („claaaro, kein Drama!). Aber Pustekuchen!
An den zwei Bankfilialen des Ortes stehen schon morgens um 8 lange Schlangen, je eine für den Geldautomaten und eine für den Schalter. Nach einer guten halben Stunde komme ich beim Geldautomaten dran. Beim Warten wird mir die Unverschämtheit der Banken deutlich vor Augen geführt. Die Leute kommen ja an ihr Geld ohne Bank nicht dran, weder an Gehälter noch an Pensionen noch an Erspartes oder die Stütze. Viele von ihnen können kaum lesen, und fast alle sind technische Analfabeten. Brauchen sie auch alles in ihrem Normalleben nicht. Außer bei der Bank! Aber ihre Geldeinlagen sind so gering, dass kaum eine Bank ein Interesse an ihnen hat. So werden sie per Automaten abgefertigt. Die Schlange ist der Bank egal, heute ist es etwas bewölkt, aber an anderen Tagen haben wir (in ganz Argentinien) überall solche Schlangen in der prallen Brüllsonne gesehen. Und ich sehe und höre, wie da jeweils zwei oder drei Leute vor dieser seelenlosen Kiste „Geldautomat“ stehen, sich gegenseitig Tipps geben, auf verschmuddelten Zetteln unverständliche Codewörter suchen, Eingaben canceln, es neu versuchen, sich die Botschaften des Apparates vorlesen und gemeinsam rätseln, welche der ihnen samt und sonders unverständlichen Alternativen sie nun wählen sollen. Jeder Abhebe-Vorgang dauert so etwa 5 Minuten, wenn jemand eine Überweisung machen muss – auch das müssen die Leute offenbar mit dem Automaten tun – dann dauert es 10 Minuten. Es steht auch kein Angestellter dabei, der hilft. Alle sind begeistert, dass ich nach 30 Sekunden mein Geschäft getätigt habe. Ich weiß ja wie es geht, wir müssen alle 2 Tage an einen Geldautomaten, da die Banken nicht zulassen, dass wir mehr als 1000 Pesos (ca. 155 Euro) auf einmal abheben. So können sie die eingezogenen Gebühren maximieren!

Während ich Schlange stehe, was ganz kommunikativ ist, denn was soll man schon anderes machen, als mit den Umstehenden schwatzen, hat Gabriel ausfindig genacht dass es in Jáchal (12.000 Einwohner) überhaupt kein Internet-Café gibt, und dass man das W-Lan des Rathauses nicht nutzen darf, ausserdem sei es zusammengebrochen. Man verweist uns an die Tankstelle. Und richtig, da gibt es W-Lan und sogar einen anständigen Kaffee. Da sitzen wir nun, in der YPF-Tankstelle, die einst zum spanischen Repsol-Konzern gehörte, aber letztes Jahr von der Kirchnerin verstaatlicht wurde. Wir wissen jetzt warum: so wurde das Land mit W-Lan-Stellen versorgt! Allerdings ist die Verbindung legendär langsam. Wir lesen Zeitung und schlagen die Zeit tot, denn es dauert jeweils etwa 10 Minuten, ein Foto (mit rund 200 KB) hochzuladen. In den Zwischenräumen schreibe ich Blog-Text live und mache mir klar, dass es auch eine Welt jenseits des Internets gibt, aber nach einiger Zeit brechen wir genervt ab, denn um 12 fährt unser einziger Bus zurück. Dieselben 12 Leute klettern in den Kleinbus, ihre Einkäufe kommen zu 8 neu gekauften Autoreifen aufs Dach. Das ist Huacos Verbindung zur großen weiten Welt! (Foto s. oben bei Gabriels Text)
Blick aus dem Fenster

Fasziniert vom nicht vorhandenen technischen Fortschritt habe ich noch gar nichts über die Landschaft hier erzählt. Wir haben den schönsten Blick aus dem Fenster, den wir auf der ganzen Reise je hatten. Unsere kleine rote Sierra leuchtet zu jeder Tageszeit in anderen Farbtönen, im Gebüsch schnauben Pferde und röhren Esel, die – nach Verrichtung ihrer Tagesarbeit auf dem Feld oder vor dem Wagen – hinter den Häusern frei in die Landschaft entlassen werden, Papageienrudel fliegen wild kreischend von Baumgruppe zu Baumgruppe, wildes Gebüsch wechselt sich ab mit Maisfeldern, Alfalfafeldern, Olivenbäumen und Obstgärten, die hauptsächlich voller Quittenbäume stehen.

Nachbarn!


Dazwischen die Häuser sind fast alle aus Adobe, groben handgebackenen Lehmziegeln aus der rötlich braunen Erde, die uns umgibt. Wenn sie verlassen werden, verfallen sie und werden langsam wieder zu dem, aus dem sie gemacht wurden. Das kann man wirklich ökologisch nennen.

Gestern zogen nach der Mittagshitze Wolken auf. Zuerst ganz malerisch, wurde es immer windiger, und plötzlich sahen wir, dass der ganze Himmel rötlich-braun war. Ehe wir es uns versahen, waren „unsere“ Berge verschwunden (Foto s. oben), der Wind hatte ungeheuere Staubwolken aufgewirbelt und – obwohl wir alles geschlossen und verrammelt hatten – war im Handumdrehen alles mit einem feinen rötlichen Staubfilm bedeckt.

Heute Vormittag habe ich die historische Mühle besucht, die an der großen Landstraße einige Kilometer vor dem Ort angekündigt wird. Während Gabriel im kühlen Häuschen in die Tasten hackte, habe ich den Sonnenhut und Wasser eingepackt und bin losgestiefelt. Nach einer ¾ Stunde bin ich am Ortsausgang (bzw. -anfang, je nachdem, von wo man kommt) angelangt. Dort ist „die Kurve“, in der auch der Überlandbus hält. Ab der Kurve sind es 3 km bis zur Kreuzung mit der großen nach Norden und Süden führenden Route 40. Und von der Kreuzung ist es dann nicht mehr weit … Ich stiefel tapfer durch die Hitze, fotografiere zur Kurzweil mal einen Baum, mal einen Käfer. Mich überholen 2 Autos und 3 Fahrräder. Wie schwer es fällt, sich ernsthaft auf das „langsam Leben“ einzustellen. Die Strecke erscheint unüberwindlich, aber nach gut einer Stunde bin ich an der Mühle angekommen. Welch Schnapsidee. Ich habe schon hunderte von Mühlen gesehen, Wasser- und Windmühlen, Getreide- und Ölmühlen. Fast alle waren älter als diese, die meisten auch schöner und alle waren deutlich geöffneter als diese. Da steht ein Riesenschild an der Straße, große Ankündigungen von der „Mühlenroute“ und was auch immer, aber an einem Donnerstag Morgen gegen halb zwölf mitten in der Urlaubszeit ist da kein Schwein. Kein Drama, ich klettere über den Zaun, gucke mir alles an und wandere auf der heißen, staubigen, leeren Landstraße zurück. Zumindest ein wenig Bewegung hat mir das Unternehmen gebracht, und niemand soll sagen, dass wir eine der Sehenswürdigkeiten von Huaco ausgelassen hätten!






Bushaltestelle
Morgen wollen wir abreisen. Kein Drama, da muss man nur bei der Busfirma anrufen und Plätze reservieren (sagt die Wirtin). Der Bus gen Norden fährt „vorne, in der Kurve“ ab – uns wird klar, dass das 300 m nach rechts, 500 m nach links und dann wieder 2 km nach rechts ist, mit den Koffern unmöglich zu überwinden. Wir gehen selber hin und kaufen bei „Doña Rosa“ Tickets nach „Villa Union“ (wir wissen nicht, was das für ein Ort ist, aber es ist das einzig mögliche Ziel Richtung Norden). Und wie wir morgen früh bis zur „Kurve“ kommen? Na, wir werden schon irgendeine Kombi oder eine Remise finden, die uns hinbringt. Kein Drama!