5. Januar 2013

Gente singular en Corrientes

An die deutschen Blog-Freunde:
Hier folgt die Geschichte einer Uebernachtung in Corrientes, bei der wir die Bekanntschaft einer freundlichen Bulgarin gemacht haben und Gabriel seinen Fotoapparat verloren hat, was ueberhaupt nicht schlimm war, denn am naechsten Tag sollten wir Carmelo treffen, der uns aus Madrid sowieso eine andere Kamera mitgebracht hat. Da es hauptsaechlich Gabriels Geschichte ist, habe ich sie nicht auf deutsch geschrieben. Ich melde mich bald mit anderen Geschichten. (Die Fotos zeigen die Bulgarin, ihren Mann, eine freundliche Museumsdirektorin und ein paar Eindruecke von Corrientes.)

Gente poco corriente en Corrientes
No sabemos de Corrientes más que hay una calle en Buenos Aires que da el empieze al famoso tango „A media luz“ y que es el nombre de una provincia y de una ciudad. Algo hemos leído en alguna guía, o la Lonely Planet o la Dumont, que la desaconseja: ciudad cara, antipática, en la que el viajero no busca más que la forma de salir. Tanto es así que casi decidimos bajarnos 40 km antes y quedarnos a pernoctar en Resistencia; pero de Resistencia aún sabemos menos, ni nos dice nada ese nombre tan numantino. Con las prisas y preparar el equipaje para la frontera, las guias se han quedado encerradas en las maletas y no hay posibilidad de obtener información. La estación de omnibus de Resistencia está en un descampado, los barrios que hemos visto al entrar son verdaderamente desolados y, llegando de Asunción, preferimos continuar hasta el final de trayecto. La mujer que ha hablado con Sabine en la frontera es de Corrientes y le ha dicho que la estaciòn de autobuses está a 10 km del centro, que es mejor apearse en una plaza del centro de la ciudad, donde hay parada. Así lo hacemos y allí baja del autobús ella también.

Rebeca Lazaroff es, quizás, algo mayor que nosotros y de una delgadez extrema que le merma belleza. Tiene una voz de terciopelo ajado, tan atractiva que le obliga a uno a creerse todo lo que dice y pasa tiempo hasta que se repara en que es algo mitómana. Por lo visto viene de Asunción de vivir experiencias extremas, ha estado en contacto con „gente indígena“ y con círculos „de las altas esferas“. En realidad, ha ido a despedir a uno de sus cinco hijos que se marcha a México. Tiene familia repartida por todo el mapa mundial, incluso una hermana en España, no sabe dónde. Se enciende un cigarrillo y nos acompaña con las maletas por las calles de Corrientes, seis cuadras, si podemos andar con tanto peso, si no queremos tomar una remise...: vive cerca de allí y en su casa podríamos quedarnos, pero ahora viven dos estudiantes que están de exámenes... Sin embargo, cerca hay un hotel donde se hospedan sus hijos cuando vienen todos y no queda sitio en casa. Además, si al día siguiente queremos continuar viaje, no necesitamos ir a la estación a sacar los billetes, sino comprarlos en la agencia de viajes donde ella los compra. Nos despedimos a la puerta de la agencia y, al enterarse del nombre de Sabine, se le iluminan los ojos: „Ah!, Sabina... y Serrat! es mi maestro de vida, mi biblia!“ Luego nos indica donde queda el hotel San Martín y nos separamos prometiéndole hacerle una visita a ella y a su marido.
La impresión sobre Corrientes transmitida por esa guía indefinida, es casi cierta: el Hotel San Martín es el más caro (y confortable) de todo nuestro viaje (70 €), los bares „normales“ parecen no existir en las calles céntricas, donde solo hay lujosas pastelerías-cafeterías o picadas de pizzas bañadas en queso analógico, la calle peatonal está llena de gente que ultima sus compras de navidad, predomina entre el público ese género de viudas rubias, recompuestas y maquilladas como las que hay por Zaragoza o Santander.


Un coro encaramado en un escenario canta muy bien villancicos (o así) de letras deleznables, como sacadas de los salmos...
Visto lo visto, decidimos ir a ver a Rebeca Lazaroff.
Rebeca vive con su marido en una buena casa antigua algo venida a menos (unos 150 años, de las más antiguas de Corrientes). 
 En el portal de entrada hay un mural esculpido en cemento con una carreta transportando troncos de madera. Toda la casa está llena de tallas de madera de factura correcta pero un poco demasiado a lo Lladró. Los techos son altos, las habitaciones grandes, el pasillo estrecho, los desconchones de las paredes, el mobiliario desvencijado... La casa respira decadencia de escenario novelesco, de vida romántica. El marido empieza a explicar la historia „de un amigo“ que una vez fue a Madrid a vender unos tapados de pieles y se alojó en una pensión de la Puerta del Sol; estuvo allí un par de semanas y no consiguió vender nada; regresó algo frustrado, le dio los tapados en comisión a una vecina que tenía una tienda y, al cabo del tiempo, los había vendido todos.
Más tarde, ahora hablaba de sí mismo, habiendo enviudado, quiso ir a Rusia a buscarse una mujer y el amigo le contó su experiencia con las pieles y le dijo que quizás no fuera necesario ir al fin del mundo a buscar lo que podía estar a la vuelta de la esquina. Y, efectivamente, a la vuelta de la esquina estaba Rebeca. Así se encontraron y formaron una „patchwork-family“ con los cinco hijos de ella y los tres de él.
Rebeca, mientas tanto, nos saca una rodaja de sandía bien gorda y jugosa y empieza a contar cosas suyas: Cómo le gusta Sabina, el cantante, al que conoció en Barcelona, en la boda de un sobrino suyo con un sobrino de Sabina. Salieron juntos de bares: „Será un vicioso, pero es un maestro de la vida. Ella le contó la suya y él la plasmó en una canción, Rebeca“. Sigue contando que su padre era ruso y su madre búlgara, ambos judíos; su marido también; que vive haciendo el bien porque sigue el juego que inventó un niño israelí de 9 años: uno recibe un favor y se obliga a sí mísmo a hacer tres favores a otras tantas personas, en silencio y con discreción. 

Sabine y yo nos miramos y, sin decirnos nada, entendemos que somos uno de los favores que ella debe hacer. De alguna manera se rompe la magia de la conversación, nos despedimos y nos vamos.
En los hoteles caros se duerme bien, aunque los recepcionistas esperen propìna y hagan una mueca si no se les da. Al día siguiente, habiendo sido imposible conseguir billete por la mañana, nos vemos obligados a llegar a Córdoba durmiendo en coche cama. Antes tenemos que matar el día en Corrientes.
Corrientes puede resultar una ciudad antipática, eso es cuestión de cada cual, pero no es fea. Tiene un puente grandilocuente, casi como el Golden Gate de San Francisco, que atraviesa el río Paraná, inmensamente ancho, cerca del Balneario (playa);


en las calles hay muchas casas de traza coloniales, algunos jardines bonitos, un buen museo que nos enseña la propia directora con mucha simpatía;



un gran teatro miodernista y hasta descubrimos un restaurante abierto con wifi donde nos pasamos dos o tres horas escribiendo en el Blog.
Los ciclomotores provienen de créditos
blandos del gobierno para crear empleo
Incluso comemos algo, no recuerdo qué, que no lleva queso analógico derretido por encima, y permanecemos en él hasta que se cierra, hacia las 16 h. Damos otra vuelta por la ciudad, entro en una tienda de música donde hay sólo una señora y le pido música regional; me ofrece „chamamés“ (parece que Corrientes es la capital del chamamé), pero oyéndolos seguidos, resultan cansinos; cuando elijo un par de discos me pide un precio desorbitado, dicutimos un poco y le digo que no. Luego vamos a un supermercado a comprar fruta para el viaje. Nos obligan a dejar la mochila en una taquilla, pero no compramos nada porque la fruta en (casi todos) los supermercados argentinos suele ser cara, pero tan mala como la que venden los tenderos chinos en Madrid. Por fin nos vamos a despedir de Rebeca y su marido y entonces me doy cuenta: me falta mi máquina de fotos!. Intento recapacitar dónde la he podido dejar, imposible acordarme. Era una cámara ya vieja (7 años), demasiado grande para llevarla en el bolsillo y demasiado antigua para ser llorada. Tenía las gomas despegadas y su destino era ser arrinconada, como los animales domésticos inservibles; mañana tendré la otra, mucho más pequeña, que me ha traído Carmelo de Madrid. Él mismo se tenía que llevar ésta. Volvemos a hacer el recorrido inverso: en la tienda de música recuerdo haber visto con el rabillo del ojo a alguien que entraba mientras yo discutía el precio con la señora y la cámara estaba encima del mostrador. La señora, inmutable, dice que yo la agarré y salí de la tienda sin comprar nada. En el supermercado, donde pude haberla dejado en la taquilla, han cambiado el turno de gente y el nuevo chico no sabe nada de ninguna cámara. La cajera mira con pícaros ojillos de lista... Que le aproveche a quien sea mi vieja cámara que me ha servido y resultado incómoda durante tantos años! Lo único que me jode es que me la hayan robado.
Adios, Corrientes.
Patio del Museo Colonial
LA ÚLTIMA FOTO

1 Kommentar:

  1. Liebe Grüsse aus der Menckestraße und alles Gute im neuen Jahr.
    Wir bedauern nicht der spanischen Sprache mächtig zu sein. Sabine, dein Reisebericht liest sich
    sehr erfrischend.
    Viel Spaß beim Weiterpilgern
    Tilo und Jacqueline

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