An die deutschen Blog-Freunde:
Hier folgt die Geschichte einer Uebernachtung in Corrientes, bei der wir die Bekanntschaft einer freundlichen Bulgarin gemacht haben und Gabriel seinen Fotoapparat verloren hat, was ueberhaupt nicht schlimm war, denn am naechsten Tag sollten wir Carmelo treffen, der uns aus Madrid sowieso eine andere Kamera mitgebracht hat. Da es hauptsaechlich Gabriels Geschichte ist, habe ich sie nicht auf deutsch geschrieben. Ich melde mich bald mit anderen Geschichten. (Die Fotos zeigen die Bulgarin, ihren Mann, eine freundliche Museumsdirektorin und ein paar Eindruecke von Corrientes.)
Gente poco corriente en Corrientes
No sabemos de Corrientes más que hay
una calle en Buenos Aires que da el empieze al famoso tango „A
media luz“ y que es el nombre de una provincia y de una ciudad.
Algo hemos leído en alguna guía, o la Lonely Planet o la Dumont,
que la desaconseja: ciudad cara, antipática, en la que el viajero no
busca más que la forma de salir. Tanto es así que casi decidimos
bajarnos 40 km antes y quedarnos a pernoctar en Resistencia; pero de
Resistencia aún sabemos menos, ni nos dice nada ese nombre tan
numantino. Con las prisas y preparar el equipaje para la frontera,
las guias se han quedado encerradas en las maletas y no hay
posibilidad de obtener información. La estación de omnibus de
Resistencia está en un descampado, los barrios que hemos visto al
entrar son verdaderamente desolados y, llegando de Asunción,
preferimos continuar hasta el final de trayecto. La mujer que ha
hablado con Sabine en la frontera es de Corrientes y le ha dicho que
la estaciòn de autobuses está a 10 km del centro, que es mejor
apearse en una plaza del centro de la ciudad, donde hay parada. Así
lo hacemos y allí baja del autobús ella también.
Rebeca Lazaroff es, quizás, algo mayor
que nosotros y de una delgadez extrema que le merma belleza. Tiene
una voz de terciopelo ajado, tan atractiva que le obliga a uno a
creerse todo lo que dice y pasa tiempo hasta que se repara en que es
algo mitómana. Por lo visto viene de Asunción de vivir experiencias
extremas, ha estado en contacto con „gente indígena“ y con
círculos „de las altas esferas“. En realidad, ha ido a despedir
a uno de sus cinco hijos que se marcha a México. Tiene familia
repartida por todo el mapa mundial, incluso una hermana en España,
no sabe dónde. Se enciende un cigarrillo y nos acompaña con las
maletas por las calles de Corrientes, seis cuadras, si podemos andar
con tanto peso, si no queremos tomar una remise...: vive cerca de
allí y en su casa podríamos quedarnos, pero ahora viven dos
estudiantes que están de exámenes... Sin embargo, cerca hay un
hotel donde se hospedan sus hijos cuando vienen todos y no queda
sitio en casa. Además, si al día siguiente queremos continuar
viaje, no necesitamos ir a la estación a sacar los billetes, sino
comprarlos en la agencia de viajes donde ella los compra. Nos
despedimos a la puerta de la agencia y, al enterarse del nombre de
Sabine, se le iluminan los ojos: „Ah!, Sabina... y Serrat! es mi
maestro de vida, mi biblia!“ Luego nos indica donde queda el hotel
San Martín y nos separamos prometiéndole hacerle una visita a ella
y a su marido.
La impresión sobre Corrientes
transmitida por esa guía indefinida, es casi cierta: el Hotel San Martín
es el más caro (y confortable) de todo nuestro viaje (70 €), los
bares „normales“ parecen no existir en las calles céntricas,
donde solo hay lujosas pastelerías-cafeterías o picadas de pizzas
bañadas en queso analógico, la calle peatonal está llena de gente
que ultima sus compras de navidad, predomina entre el público ese
género de viudas rubias, recompuestas y maquilladas como las que hay
por Zaragoza o Santander.
Un coro encaramado en un escenario canta
muy bien villancicos (o así) de letras deleznables, como sacadas de
los salmos...
Visto lo visto, decidimos ir a ver a
Rebeca Lazaroff.
Rebeca vive con su marido en una buena
casa antigua algo venida a menos (unos 150 años, de las más
antiguas de Corrientes).
En el portal de entrada hay un mural
esculpido en cemento con una carreta transportando troncos de madera.
Toda la casa está llena de tallas de madera de factura correcta pero
un poco demasiado a lo Lladró. Los techos son altos, las
habitaciones grandes, el pasillo estrecho, los desconchones de las
paredes, el mobiliario desvencijado... La casa respira decadencia de
escenario novelesco, de vida romántica. El marido empieza a explicar
la historia „de un amigo“ que una vez fue a Madrid a vender unos
tapados de pieles y se alojó en una pensión de la Puerta del Sol;
estuvo allí un par de semanas y no consiguió vender nada; regresó
algo frustrado, le dio los tapados en comisión a una vecina que
tenía una tienda y, al cabo del tiempo, los había vendido todos.
Más tarde, ahora hablaba de sí mismo, habiendo enviudado, quiso ir
a Rusia a buscarse una mujer y el amigo le contó su experiencia con
las pieles y le dijo que quizás no fuera necesario ir al fin del
mundo a buscar lo que podía estar a la vuelta de la esquina. Y,
efectivamente, a la vuelta de la esquina estaba Rebeca. Así se
encontraron y formaron una „patchwork-family“ con los cinco hijos
de ella y los tres de él.
Rebeca, mientas tanto, nos saca una
rodaja de sandía bien gorda y jugosa y empieza a contar cosas suyas:
Cómo le gusta Sabina, el cantante, al que conoció en Barcelona, en
la boda de un sobrino suyo con un sobrino de Sabina. Salieron juntos
de bares: „Será un vicioso, pero es un maestro de la vida. Ella le
contó la suya y él la plasmó en una canción, Rebeca“. Sigue
contando que su padre era ruso y su madre búlgara, ambos judíos; su
marido también; que vive haciendo el bien porque sigue el juego que
inventó un niño israelí de 9 años: uno recibe un favor y se
obliga a sí mísmo a hacer tres favores a otras tantas personas, en
silencio y con discreción.
Sabine y yo nos miramos y, sin decirnos
nada, entendemos que somos uno de los favores que ella debe hacer. De
alguna manera se rompe la magia de la conversación, nos despedimos y
nos vamos.
En los hoteles caros se duerme bien,
aunque los recepcionistas esperen propìna y hagan una mueca si
no se les da. Al día siguiente, habiendo sido imposible conseguir
billete por la mañana, nos vemos obligados a llegar a Córdoba
durmiendo en coche cama. Antes tenemos que matar el día en
Corrientes.
Corrientes puede resultar una ciudad
antipática, eso es cuestión de cada cual, pero no es fea. Tiene un
puente grandilocuente, casi como el Golden Gate de San Francisco, que
atraviesa el río Paraná, inmensamente ancho, cerca del Balneario
(playa);
en las calles hay muchas casas de traza coloniales, algunos
jardines bonitos, un buen museo que nos enseña la propia directora
con mucha simpatía;
un gran teatro miodernista y hasta descubrimos
un restaurante abierto con wifi donde nos pasamos dos o tres horas
escribiendo en el Blog.
Los ciclomotores provienen de créditos blandos del gobierno para crear empleo |
Incluso comemos algo, no recuerdo qué, que
no lleva queso analógico derretido por encima, y permanecemos en él
hasta que se cierra, hacia las 16 h. Damos otra vuelta por la ciudad,
entro en una tienda de música donde hay sólo una señora y le pido
música regional; me ofrece „chamamés“ (parece que Corrientes es
la capital del chamamé), pero oyéndolos seguidos, resultan
cansinos; cuando elijo un par de discos me pide un precio
desorbitado, dicutimos un poco y le digo que no. Luego vamos a un
supermercado a comprar fruta para el viaje. Nos obligan a dejar la
mochila en una taquilla, pero no compramos nada porque la fruta en
(casi todos) los supermercados argentinos suele ser cara, pero tan
mala como la que venden los tenderos chinos en Madrid. Por fin nos
vamos a despedir de Rebeca y su marido y entonces me doy cuenta: me
falta mi máquina de fotos!. Intento recapacitar dónde la he podido
dejar, imposible acordarme. Era una cámara ya vieja (7 años),
demasiado grande para llevarla en el bolsillo y demasiado antigua
para ser llorada. Tenía las gomas despegadas y su destino era ser arrinconada, como los animales domésticos inservibles; mañana tendré la otra, mucho más pequeña, que me
ha traído Carmelo de Madrid. Él mismo se tenía que llevar ésta.
Volvemos a hacer el recorrido inverso: en la tienda de música
recuerdo haber visto con el rabillo del ojo a alguien que entraba
mientras yo discutía el precio con la señora y la cámara estaba
encima del mostrador. La señora,
inmutable, dice que yo la agarré y salí de la tienda sin comprar
nada. En el supermercado, donde pude haberla dejado en la
taquilla, han cambiado el turno de gente y el nuevo chico no sabe
nada de ninguna cámara. La cajera mira con pícaros ojillos de
lista... Que le aproveche a quien sea mi vieja cámara que me ha
servido y resultado incómoda durante tantos años! Lo único que me
jode es que me la hayan robado.
Adios, Corrientes.
Patio del Museo Colonial |
LA ÚLTIMA FOTO |
Liebe Grüsse aus der Menckestraße und alles Gute im neuen Jahr.
AntwortenLöschenWir bedauern nicht der spanischen Sprache mächtig zu sein. Sabine, dein Reisebericht liest sich
sehr erfrischend.
Viel Spaß beim Weiterpilgern
Tilo und Jacqueline