13. Januar 2013

Mendoza, ciudad clausurada




Mendoza, tres días en una ciudad clausurada



No me explico las ganas que tenía Sabine de llegar a Mendoza. Yo hubiera preferido empezar a buscar un lugar campestre donde descansar de tanto paisaje urbano y dedicar unos días a no viajar. Pero lo cierto es que el llano interminable, el calor contumaz y las recomendaciones de las oficinas de turismo lo desaconsejaban constantemente. Argentina es tan grande que si te dicen „está cerca“, pueden referirse a 200 km de distancia y con imposibilidad de llegar en transporte público. Y, en general, los alojamientos turísticos no resultan caros, pero sólo si se viaja en tropel, como hacen los autóctonos. Al igual que en Chile, una „cabaña“, por ejemplo, puede costar 300 AR$, pero en ella caben entre dos y ocho personas y, si sólo la ocupa una pareja, al hotelero le tiene sin cuidado y no baja el precio. Así que no nos quedó otro remedio que conocer Mendoza desde el apartamento alquilado al policía.
Poco bucólica pero segura entrada
al apto. con viajero de colectivo

Hay que decir que no era un policía normal, o sea, de esos de cachiporra y tente tieso, sino uno de los que ahora se autodenominan „científicos“, que salen en las series de TV diciendo frases completas, incluso leyendo libros, y viven en apartamentos de diseño horteripop. El currículum del nuestro era también así: estudió en el „Colegio Champagnat“ de Córdoba (que casualidad, yo estudie en el de Toledo): el tal Marcelino Champagnat era un Don Bosco francés que se inventó a los Hermanos Maristas, unos frailes que parecen anodinos, pero son tan aviesos y reaccionarios que de sus aulas no ha salido ni un sólo personaje que haya contribuído positivamente al desarrollo de la humanidad, por lo menos que yo sepa. Nuestro policía, además, había pasado por la „Universidad Criminalista de Mendoza“. Con eso y ver su foto, la imagen estaba completa. Bueno, al fin y al cabo era sólo nuestro arrendador.

Maravillosa y segura vista desde la ventana
  
Llegamos a Mendoza a las diez de la noche y pasamos sin complicaciones por las horcas claudinas de los 2 pesos al que nos sacó las maletas del autobús y otros 2 al que nos las metió en el taxi. El taxista era, como todos los que hasta ahora hemos conocido en Argentina, simpático y honrado. La calle a la que íbamos, calle Salta, no estaba por lo visto en buen barrio, los árboles cegaban las farolas, el policía aún no había llegado, nadie respondía a nuestros timbrazos y pululaban alrededor del portal media docena de sombras que no resultaban tranquilizadoras. Muy pronto me percaté de que, enfrente de casa, había una parada múltiple de autobús y las sombras no eran más que gente que esperaba la llegada del suyo, así que le dije al taxista, que quería esperar a que entráramos, que se fuera. Y no pasó nada. El polizonte llegó en chándar y chanclas, conduciendo su todo terreno. Era un tipo toro, con el pelo de la cabeza unido al del entrecejo y la sudadera casi reventada de músculatura de gimnasio.
Una ciudad segura. Ejercicios de cerrar en 3 segundos
por si ataca el delincuente. Seguratas, aquí hay trabajo!

El apartamento era „normal“, si acaso bastante jaula (rejas de seguridad por todas partes), no tenía TV ni Wifi porque una aparatosa tormenta había derribado la antena tres días antes (podía habernos avisado, qué cojones, pero estos pequeños fraudes son evidentemente legales). Nos explicó sucintamente dónde estaba el centro (a sólo dos cuadras de allí) y se largó a seguir viendo el partido que le habíamos interrumpido (supongo).

La calle central de Mendoza es un bulevar, San Martín (qué otro nombre, si no?), con gran abundancia de comercios, terrazas, bares que a aquella hora de la noche estaban llenos. Dimos una vuelta buscando dónde cenar, pero en todos parecían tener la misma carta repetida de fastfood argentino (sandwiches, milanesas y pizzas, lomitos, choripanes, todo retratado con abundante queso analógico derretido). 
Tras tomar un „licuado de ananá“ en una terraza nos fuimos hacia nuestra calle donde, al venir, habíamos visto dos restaurantes peruanos. Probablemente vivíamos en un barrio de inmigrantes y de ahí venían los recelos del taxista.

Mendoza tiene nombre de Casa de Alba. Calculo, por lo que me acuerdo de la historia de Chile, que tiene algo que ver con García Hurtado de Mendoza, el virrey noble y „niño bien“ que llegó para poner boato y sangre azul en aquellos conquistadores labriegos de Chile y, como no, para aprovecharse de la buena política y avances que habían llevado a cabo Valdivia y su lugarteniente Villagrá. Este último fué quien entabló contacto y amistad con los huarpes nativos de este lugar, y aquí fundó un asentamiento que luego sería Mendoza, un „tambo“ (=ventas de los caminos incas) necesario para, tras atravesar los Andes, reparar fuerzas y seguir hacia el Atlántico, o hacia Lima sin pasar por Atacama. Puede que yo esté equivocado, pero me parece que así fueron más o menos las cosas.
Hacia mediados del siglo xix Mendoza quedó arrasada por un terremoto que mató a miles de personas y sólo dejó en pie algunos muros de la iglesia de los jesuitas. En vez de limpiar los escombros y reconstruir las calles, los mendocinos decidieron construir la ciudad en otro lugar y, partiendo de la antigua plaza de la iglesia, trazaron la Avenida de San Martín, de unos 5 km de longitud: hacia el lado oeste de la misma, en dirección a los montes, está la zona pudiente; hacia el este, la zona menos noble. Nuestra casa está al este. La plaza de la Independencia, que es la principal, queda al oeste y forma con otras cuatro plazas más pequeñas los cinco puntos del „dado urbano“ del centro mendocino.

 La más curiosa de las cuatro es la Plaza de España, decorada con azulejos de estilo sevillano en los que se mezclan episodios del Quijote y del Martín Fierro con abstrusos textos coloniales. Si se sigue subiendo en dirección a los montes, se llega al gran parque San Martín, que viene a ser como el retiro madrileño, pero con las dimensiones de la Casa de Campo. Argentina es, ya lo he dicho, un país desmesurado.

Entrada al parque San Martín decorada como regalo de navidad
En esta nueva erección urbana sólo rigió una regla de oro: que las calles fueran suficientemente anchas para que otro seismo no causara tantas muertes. Y en las calles, aunque el clima es muy seco, plantaron árboles: plátanos, chopos, castaños, moreras, eucaliptos, algarrobos, regados por acequias, y que hoy día son centenarios: el resultado es que las calles mendocinas tienen una belleza inusitada, difícil de emular;

 los árboles crean verdes arcos de triunfo en los que la vista se columpia como en un cuadro de Fragonard y, además, dan sombra, frescura y ocultan la casas, que en su mayoría apenas tienen relevancia arquitectónica.
Al día siguiente (sábado 30), en la calle peatonal que va de la Avenida San Martín a la Plaza de la Independencia, encontramos una agencia de viajes abierta y decidimos contratar una excursión. Como subir y bajar en un día hasta los Andes y el Paso del Inca (desfiladero natural a Santiago de Chile, ciudad a sólo 200 km de Mendoza) nos pareció demasiado, decidimos apuntarnos a una excursión de media jornada al cercano pueblo de Maipú y visitar dos bodegas y una fábrica de aceite.

Una bodega "italiana" en Maipú
Formábamos el grupo unas veinte personas: una amartelada pareja de brasileños, dos chicas colombianas, una mujer peruana que se montó en el Sheraton, una familia múltiple de venezolanos y nosotros. No vimos nada del otro mundo, pero fue curioso visitar con gente que nunca ha visto un lagar ni una almazara esta clase de industrias. El aspecto comercial de la excursión no resultó nada opresivo, nadie nos obligó a comprar nada, pero todos volvieron cargadísimos. Yo me preguntaba como se llevarían a sus países tanto peso y tanto vidrio.
La iglesia "Cuadrangular"(!) de al lado de casa, tampoco confía
en el prójimo.
Al volver de la excursión, a mediodía del día 31, encontramos la ciudad herméticamente cerrada. Y doblemente, porque en la casa del del maldito policía no teníamos internet ni televisión.
Es difícil orientarse en una ciudad cerrada. 


Peligrosa acequia para cualquier borrachín

Las profundas acequias que surcan las calles paralelas a las aceras, estaban secas y llenas de plásticos y de basura, los comercios con las persianas bajadas y las rejas de protección pintarrajeadas de grafittis mostraban su lado menos amable, los bares habían escondido su mobiliario y toda la ciudad parecía prepararse para la guerra.


Un grafitti mendocino
 Los periódicos hablaban del cierre del Parque San Martín; aumentó sensiblemente la presencia policial en las calles y, aunque encontramos algún kiosko abierto, alguna heladería, algún bar, nadie supo darnos razones del festejo de Nochevieja ni de si había una plaza determinada para reunirse. „Y... En casa, no más!“. Tan desorientados como nosotros deambulaban dos o tres guiris que nos encontramos por la calle. El del bar El Coyote, en la Avda. San Martín, que había trabajado en Málaga siete años y acababa de volver y de hacerse cargo del negocio, tampoco salía de su asombro: „ Y nada!, aquí la gente no hace nada en una noche así! Y si salen, no saben adónde ir. Yo voy a tener abierto el bar toda la noche!“. 
Feliz 2013 en la mendocina Avda San Martín!
Nos fuimos a casa a cenar lo que habíamos comprado el día anterior en el Carrefour cercano y, hacia las 11,30 h volvimos a salir a la calle cargados con dos benjamines de cava nacional y un montón de pasas en esta ciudad autodeclarada „capital internacional del vino“ (Las uvas todavía no están maduras, la vendimia tiene lugar en febrero-marzo). El Bulevar San Martín estaba desierto: alguna patrulla de policía, algún taxi, alguna moto... Nos dimos nosotros mismos las doce comiendo pasas y nos bebimos una botellita; la otra la abandonamos: ni pudimos abrir el tapón de rosca ni el contenido merecía la pena... Luego empezaron los fuegos artificiales y cohetes y nosotros nos fuimos al Coyote.
brindando en El Coyote

 En la terraza cenaba el „malagueño“ con toda su familia. Sus niños jugaban con cohetes en medio de la calle y, cerca, los guiris del Hostel, salieron a la calle en grupo, pero, visto lo visto, se volvieron a sus literas. Cuando nos hubimos liquidado la botella de vino del Coyote, nos volvimos a casa.
El día de Año Nuevo amaneció espléndido y con una brisa fresca que invitaba a dar un paseo y cogimos nuestras másquinas de fotos. Ibamos tranquilos, fotografiando acequias y basura por las calles vacías, cuando de repente sonó una voz con megáfono a toda potencia: „Put your camera in your pocket!!“. Me asustó porque no entendía qué pasaba. Me volví y ví un coche de „policía turística“ que me daba airadamente la orden de guardar la máquina de fotos. „Es que están ustedes provocando un robo“ En cuanto comprendí la situación, les grite: „¡¡Yo sé lo que tengo qu e hacer con mi cámara!!“ Qué desvergüenza! En vez de dedicarse a buscar ladrones, se dedicaban a impedir que los turistas hicieran turismo. Y en qué tono! Entendí a la perfección las declaraciones hechas por Darín, que estos días publican los medios, diciendo que Argentina es un país represor. Y vaya si lo es, y con qué naturalidad! Es como decirle a una quinceañera que no salga a la calle porque la van a violar.

Ya no pudimos pasear tranquilos. Tras cada esquina esperábamos a un ladrón, en cada persona que  se acercaba por la calle veíamos un delincuente, si se oía alguna moto nos pegábamos a la pared remiendo un tirón. Ibamos en dirección a la terminal para enterarnos del horario de autobuses a San Juan y, para atravesar el parque vacío que hay delante ella, tuvimos que pararnos y recapacitar. Menos mal que aún conservabamos la calma. Esta gente tiene miedo, leen demasiados crímenes en el periódico, tienen demasiadas rejas en casa, toman demasiadas precauciones para emprender algo en su tiempo libre. Y vuelvo a acordarme de la película de Fassbinder: El miedo devora las almas.
Por la tarde nos vamos andando al Parque San Martín. En el camino descubrimos una gasolinera YPF (la recién nacionalizada) que tiene un buen bar con buen WIFI y allí comemos y pasamos un rato. 
El parque el dia 1 de enero de 2013

El parque es un hervidero de gente, familias haciendo picnic para el que se han traído mesas y sillas del comedor de casa en las camionetas de trabajo, mujeres echadas en todas las sombras, varones jugando al futbol en todos los prados, abuelos cuidando a nietos, adolescentes perdiéndose por los matorrales. Parecían predominantes las familias peruanas y bolivianas, pero no lo aseguraría. Tras dos días sin ver ni un alma por las calles, el gentío del parque era un espectáculo gratificante.
El último día de nuestra estancia, Mendoza se abrió. Aparecieron las tiendas, la gente iba afiebrada por la calle, probablemente para recuperar los dos días de „arresto domicialiario“. 
Una calle el día 2 de enero

Se abrieron los pasajes mostrando su buena arquitectura modernista y sus bonitas vidrieras, vimos galerías comerciales que podrían estar en la Zeil de Frankfurt y, sobre todo, un mercado que podría ser el de Maravillas de Madrid y donde comimos buena comida tradicional, sin paliativos ni aparente queso analógico fundido.
Por las acequias corría agua, arrastrando las botellas de plástico y los envases de tretrabrick. Las aceras de esta ciudad, rotas por las raíces de los árboles, interrumpidas por los cubos colgantes de basura, bordeadas de esas enormes zanjas de casi un metro de profundidad, pueden resultar peligrosas.

Clases sociales representadas en el Museo
Ruinas de la iglesia de los Jesuítas causadas por el terremoto de 1861
 Kirchenruine seit dem Erdbeben 1861
Nos vamos a ver la plaza destrozada por el terremoto de 1861, donde, en el solar del cabildo, un museo documenta la catástrofe, los restos de la iglesia de los franciscanos, que son de adobe y están en proceso de museización.
 Vimos también un modesto „serpentario“ donde se exponen unas 30 serpientes en condiciones de barraca de feria. Por primera vez veo una „yarará“, que son más pequeñas de lo que pensaba (algo debió fallar en mis lecturas de Horacio Quiroga. Cuánto tiempo ha pasado desde que estuvimos en Misiones?). 
Yarará
Al día siguiente salimos de Mendoza. Entregamos la llave de la jaula a la mujer del policía, que era también una gimnasta. El taxista, que una vez más es simpático y honrado, nos explica que el agua de las acequias se cortó para que ningún borracho se cayera en ellas,

 que los bares recogieron su mobiliario para defenderse de los borrachos y destrozones, „porque la juventud mendocina de ahora es muy mala“. Pero usted tendrá hijos, le digo. „Si, señor, la mayor de veinte...“ Y cómo puede decir eso?. „Porque es la verdad“, responde.
Nos enteramos de que la gran masa de mendocinos se fue a festejar la Nochevieja a Valparaíso (Reñaca), en Chile. Los periódicos traen fotos de los fuegos de la bahía, excepcionalmente bonitos, y se quejan de las colas en la frontera (hasta 6 horas de retraso!!!) porque los aduaneros chilenos entorpecieron enormemente el paso. También de que los precios eran tan altos que muchos mendocinos optaron por volverse al día siguiente. „Tchjá!“, que diría nuestra amiga Heather, „Son cosas que pasan por temer la fiesta en casa“.





Mendoza – 3 Tage tote Hose

Ich wollte immer schon nach Mendoza, Gabriel dagegen hatte nach Cordoba eigentlich genug von adretten argentinischen Städten und wollte in etwas exotischere und ländlichere Gegenden gelangen. Ich habe ihn jedoch überredet, den Jahreswechsel in Mendoza zu verbringen – von Cordoba aus immerhin insgesamt stolze 13 Stunden Busfahrt – und nun weiß ich gar nicht, was ich über Mendoza schreiben soll.


Vorweg vielleicht etwas über unseren grandiosen Zwischenstopp in San Luis, weil uns die 13 Stunden Nachtfahrt zu viel erschienen und wir lieber was sehen wollten von dem Land dazwischen. Alle 13 Stunden waren bretteleben, 8 oder 9 davon voller Mais und Soja, etwa 2 reine Steppe und die restliche Zeit, näher an Mendoza dran, war Wein in industriellem Maßstab zu sehen, grade Pflanzreihen bis zum Horizont.




Die Nacht in San Luis war ereignislos, der Ort unspektakulär, Platz und Straßen wie überall. Was spektakulär war, war der Busbahnhof, der nicht – wie unser Reiseführer es behauptete – im Zentrum lag, sondern am Stadtrand, am Fuße der einzigen Hügel der Reise, und brandneu (vor 10 Tagen mit Pomp eingeweiht). So neu, dass nichts funktionierte und noch kaum etwas geöffnet war. Die Touri-Information hatte grade erst den Dienst begonnen, ohne Informationsmaterial, so dass die Angestellten keine Ahnung von nichts hatten und uns einen Stadtplan aus dem Internet ausdrucken mussten. Ich bin im Aufzug steckengeblieben und musste unter Aufbrechen der (neuen) Türen gerettet werden. Und unser Bus am nächsten Morgen zur Weiterfahrt war ausgebucht, so dass wir bis nachmittags um 6 warten mussten. So viel zu San Luis.(Die Fotos von San Luis bzw. dem Busbahnhof und dem grandiosen Aufzug, in dem ich steckengeblieben bin, könnt ihr im spanischen Beitrag zu San Luis sehen. Gabriel hat einen längeren Text dazu geschrieben, ich hatte keine Lust, sorry ....)




Unser gemütlicher Tag im Busbahnhof von San Luis hatte zur Folge, dass wir erst gegen 11 Uhr am Samstag Abend in Mendoza ankamen. Allerdings doch etwas früher als erwartet, so dass „unser“ Polizist, der Vermieter des Appartments, das wir nach viel Suchen für die Tage des Jahreswechsels gefunden hatten, noch nicht da war. Der Taxifahrer blickte besorgt. Er wollte lieber warten bis uns jemand ins Haus ließe. Nein, das sei keine sichere Gegend... Na, das fing ja gut an! Dann kam aber der Polizist ziemlich bald, wir waren nicht überfallen worden, und auch das Appartment war ganz ok, wenn auch, wie sich herausstellen sollte, mit einigen technischen Mängeln (TV ging nicht, das Internet nur eingeschränkt).


Aber so ein gewisser Zweifel blieb. Am nächsten Tag war Sonntag. Die Stadt war wie ausgestorben. Man könnte uns an jeder Ecke umbringen, und kein Mensch würde es merken.


1861 hat ein Erdbeben die Stadt Mendoza völlig zerstört. Danach wurde sie um ca. 1,5 km versetzt wieder aufgebaut, mit sehr breiten Straßen und großen Plätzen, die als Fluchtflächen im Falle einer Wiederholung dienen könnten. Heute sind dort, wo früher das Zentrum war, nur ein paar Reste einer Kirche erhalten. (Foto s. oben im span. Text)



Um Schatten zu spenden wurden alle Stadtstraßen mit Bäumen versehen. Inzwischen sind daraus wunderbare Alleen mit riesigen Bäumen geworden. Am Sonntag fährt da von Zeit zu Zeit mal ein Bus oder ein Pkw durch, aber meistens sind die Straßen leer. Nur bei uns vor dem Hauseingang lungern immer mal wieder irgendwelche Gestalten rum. Bis wir merken, dass an dieser Stelle eine Bushaltestelle ist, und dass die Gestalten ganz normale Leute sind. Und dass auch hinter den Straßenecken kein einziger Mörder lauert, sondern schlichtweg alle zu Hause, ausserhalb des Stadtzentrums sind. Blöder Taxifahrer! Übrigens auch die „Touristenpolizei“ – eine besonders unnütze Variante der Kategorie „Ordnungshüter“ – bellt uns aus dem fahrenden Auto an, wir sollten gefälligst die Kamera einstecken, wir provozierten ja schier einen Überfall. Als wir antworten wollen, dass sie lieber die Diebe fangen sollten als die Touristen zu verschrecken, sind sie schon weitergefahren. Gabriel grummelt irgendwas wie „ … und wenn es nach euch ginge, würden sie auch den Minirock verbieten, damit die Mädels nicht vergewaltigt werden ...“.



Auf der Plaza de España


Nachdem wir einige Tage in Mendoza sind, wird uns die Grundstruktur der Stadt klarer, und damit auch, wieso unser Viertel von bestimmten Leuten für gefährlich gehalten wird. Die neue Stadt hat sich in Richtung Berge ausgedehnt, dort wo es leicht bergauf geht und geringfügig frischer wird, sind die besseren Viertel. Im Übergangsbereich der alten zur neuen Stadt hat sich dagegen alles Mögliche breit gemacht, Mischgewerbe und alte Gebäude wechseln sich mit Lagerhallen, Geschäften, Parkplätzen, aber auch leer stehenden Bauten und ungenützten Grundstücken ab. In dieser Gegend konzentrieren sich die Einwanderer und Gastarbeiter aus Peru und Bolivien, sicher ist es hier billiger als sonstwo. 

In "unserem" Viertel / en "nuestro" Barrio
Es gibt ein paar ganz gute peruanische Restaurants, sonst ist das Viertel aber an den Feiertagen genauso verlassen wie alles. Für einen Taxifahrer reichen die Charakteristika des Viertels wohl aus, um es als schlecht zu charakterisieren, wir dagegen relaxen langsam, als wir verstehen, woher der Wind weht.

Bewässerungsgräben in der Fussgängerzone

Uns nervt mehr die Leere. Eine tote Stadt kann man nicht lieb gewinnen. Nach dem Sonntag kommt der Montag, der 31.12. Vormittags machen wir eine Bodega-Tour (siehe eigener Blog), nachmittags hat dann wieder alles geschlossen. Auch das hinterletzte Internet-Lokal hat dicht gemacht, die Stühle vor den Lokalen sind reingeräumt, Museen dicht, alles ist verschlossen, auch die Bars und Restaurants sind zu. Sylvester feiert man offenbar zu Hause. Und nur dort. Ein paar Touristen irren hilflos durch die Innenstadt, die Argentinier sind wie vom Erdboden verschluckt. Endlich, am Horizont, weit oben auf der „Alameda“ – einem breiten Boulevard, der am ersten Abend rappelvoll mit Kneipen-Terrassen war – sichten wir ein paar Sonnenschirme. Der Wirt des „Koyoten“ freut sich über ein paar verstreute Gäste. 



Er hat das Lokal vor 3 Wochen erst eröffnet, vorher hat er 6 Jahre in Spanien gearbeitet und ist es von dort gewöhnt, dass das Jungvolk Sylvester auf der Straße feiert. Wir leeren eine Flasche Wein bei ihm, nachdem wir um Mitternacht mit einem unserer 2 Piccolos auf einer Parkbank geprostet haben (den zweiten bekamen wir nicht auf!) und uns in Ermanglung von Glockenschlägen laut zählend 12 Rosinen in den Mund gesteckt haben (in Ermanglung von Trauben). So ist ein Minimum des spanischen Rituals bewahrt, es kann ein gutes Jahr werden.



Zuerst kommt aber noch der nächste leere Tag in Mendoza. Der 1. Januar ist natürlich Feiertag, und auch an diesem ist alles hermetisch zu. Wir machen ein gemütliches Mittagspicknick in der Tankstelle – zusammen mit anderen Verzweifelten. 
Neujahrsessen in der Tanke / Comida de 
año nuevo en la gasolinera


Danach gehen wir in den Park, der recht weit außerhalb liegt, jenseits des bessere-Leute-Viertels. Und dort sind sie dann alle. Kein Restaurant, kein Café am See, kein Kiosk hat auf, aber die Leute haben alles in Picknickkörben und Eiscoolern mitgebracht, auch die Esszimmerstühle, damit die Oma bequem sitzen kann. Kind und Kegel, alle sind dabei, lümmeln auf der Wiese, halten Siesta auf der Decke, grillen, spielen, kreischen, lachen – hier tobt der Bär! Und angesichts von so viel Lebendigkeit verliert auch für uns die Stadt etwas von ihrer Unwirtlichkeit.

Ich studiere den Reiseführer

Einkaufsgalerie /Galería San Martín

En el mercado de Mendoza

Und dann ist es Mittwoch, der 2. Januar, ein ganz normaler Arbeitstag. Als wir aus dem Haus gehen und uns in Richtung Innenstadt bewegen, treffen wir sie alle wieder, die aus dem Park und viele mehr, alle 900.000 Einwohner von Mendoza und Umgebung scheinen heute im Stadtzentrum zu sein. Die abweisenden Gitter und Metall-Rollläden sind verschwunden, hinter hässlichen, dreckigen, mit Graffiti verschmierten Toren haben sich Märkte und Galerien geöffnet, überall sind Geschäfte und Lokale, Pizzakneipen und Frisöre, Museen, Kioske, Cafés. 


In der Markthalle / en el mercado

Durch die Bewässerungsgräben fliesst plötzlich Wasser (ich schwöre es, an den Feiertagen waren sie trockene Sammelplätze für Müll!), auf den Plätzen spielen Kinder, auf den Bänken lümmeln Jugendliche, in den Cafés schwatzen alte Männer und lesen die Zeitung. Die Welt ist wieder in ihrer Normalspur angekommen, wir finden uns zurecht, fühlen uns einen Teil davon und haben letztendlich mit Mendoza unseren Frieden gemacht.


Trockener Bewässerungskanal zum Schutz der Betrunkenen!
Canal de riego seco, para que no se ahoguen los borrachos!


PS – einige Tage später: Es war kein Fehleindruck, die Sache mit dem fehlenden Wasser in den Stadtgräben. Wir hören, dass die großen Bewässerungskanäle, deren Wasser aus den Staussen der Bergen in die Ebene geleitet wird und das in Affengeschwindigkeit durch diese Betonkanäle schießt, nun, dass diese Kanäle über Sylvester trocken gelegt waren, da man den Suff der jungen Leute fürchtete, und wenn jemand in einen solchen Kanal fällt, kommt er da nicht lebend wieder raus ...

Klischees

Ohne Worte / sin palabras


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