21. Januar 2013

No hay dramas en Huaco / Kein Drama in Huaco

No hay dramas en Huaco

Bajada a Huaco. El pueblo es la franja verde que se ve ante los montes del fondo /
Die Straße nach Huaco - das Dorf ist der grüne Streifen vor der nächsten Bergkette

Ya llevamos dos meses de viaje y aparecen los primeros síntomas de cansancio. Cada mañana nos cuesta más esfuerzo hacer las maletas y continuar; cada tarde resulta menos atractivo ingerir un menú de tercera en un local de segunda categoría. Y continuamente baja nuestro nivel de toleracia hacia la basura, la suciedad, los wáteres averiados y las cocinas sucias, aunque, de cuando en vez, el asco acumulado se disuelva y vuelva a aparecer la resistencia.

 Por primera vez nos sorprendemos a nosotros mismos preguntándonos si no es mejor interrumpir el viaje y volver ya a casa; pero eso no sería tan fácil de hacer como de pensar y, por otra parte, el invierno en Madrid tampoco resulta tan apetecible, especialmente éste del 2013 con la corrupción política granizando mierda sobre el país (a veces vemos el (vergonzoso) canal internacional de TVE, a veces leemos en internet El Público o El País (menos, porque hay días que parece un periódico de Nueva Zelanda). Pero estamos acosados por el norte, en el momento en que escribo esto: no sólo las fincas del ladrón Bárcenas en Salta, también el Dakar que está pasando por Fiambalá: los periódicos se quejan de la falta de espectadores, los tenderos se quejan de las pérdidas, todos piden daños y perjuicios a los políticos que les vendieron el gran evento como la solución de los males. La realidad ha sido exactamente fiel a la película uruguaya „El baño del Papa“, una de las mejores y más clarividentes que he visto en los últimos tres años.
Pintada en Jáchal
Lo cierto es que necesitamos un descanso, necesitamos digerir todo lo visto y vivido, cambiar de horizonte y de escenario. Pero adónde ir? Parece inamovible nuestro plan de seguir hacia el norte, hacia Bolivia. Pero, claro, yendo al norte nos acercamos al ecuador, cada día será más caluroso y, con las vacaciones, los mejores alojamientos estarán llenos. Hacemos de tripas corazón y salimos de San Juan, donde nada nos retiene, en dirección desconocida. Seguimos una vaga indicación de Pedro y Lucía, los de la Tía Nora: En Huaco, unos amigos suyos acaban de abrir una Hosteria que seguramente nos resultará más tranquila que la suya.
Pero ni la dirección ni los mapas ni internet ni, por supuesto, la oficina de turismo, nos aclaran cómo es éso. Miramos la „Hostería de Huaco“ en internet y resulta que está en San Miguel de Jáchal. Preguntamos dónde está, si en Huaco o en Jáchal y nadie nos lo sabe decir. Esto es como la copla de la Puerta de Toledo, que está en Madrid y está en Toledo. Desde la Terminal de Omnibus de San Juan sólo se llega a esta hora a Jáchal. A Huaco, que está a 40 km de Jáchal, a cuyo ayuntamiento pertenece, se llegaría a las 2 de la madrugada, así que la elección no tiene dudas.

 En sólo dos horas llegamos allí. El trayecto atraviesa un desierto, pero apenas se ve nada porque las cortinas del ventanillas van herméticamente cerradas a causa del sol. Los argentinos del norte, en general, tienen un típica, pragmática manera de viajar en autobús: Entran, buscan su número de asiento, se sientan y, ¡zas!, se tumban todo lo que pueden sin preocuparse si detrás va gente que no lo hace así, como nosotros, y se quedan apresados por el respaldo delantero; En cinco minutos ya están dormidos. A veces, incluso antes de que el autobús salga de la estación. A todas las horas del día, durante el tiempo que sea, tanto da que se trate de un viaje de 2 como de 12 horas, la gente puede dormirse a voluntad, aunque en la televisión brame a gritos su película de serie B americana y los disparos y persecuciones de coches se sucedan sin interrupción. Parece que a los únicos a quienes les molesta es a nosotros. Por lo visto, aún no tenemos suficiente callo en el cerebro o en los sentidos como para no darnos cuenta.
En busca de una remise en Jáchal
Jáchal es un pueblo situado entre las primeras precordilleras de los Andes y algunas pequeñas sierras que se divisan al este. Desde aquí salen dos o tres veces al día autobuses a Huaco, pero hoy es domingo. Telefoneamos a la Hostería de Huaco, que está en Huaco, y tienen una habitación libre, aunque sin aire acondicionado. Nos apresuramos a tomar una remise que nos lleve hasta allí. Lo único que queremos es llegar.

Y de repente hacemos un viaje rodeados de montes, los primeros que vemos desde hace meses; el taxi tiene que atravesar una sierra abruptamente cortada por la erosión, llena de formas estrambóticas y de colores. Ninguna fila de montañas es igual que la de atrás. Nuestro buen ánimo se va despertando.

Un zorro rojo sorprendido entre Jáchal y Huaco
Al conductor, que al principio estaba como reticente, le halaga ver que nos gusta el paisaje y, cuando pasamos por algunos lugares especialmente raros o que tienen buena panorámica, para el vehículo y nos deja tiempo para dar un pequeño paseo. Poco a poco se va soltando y nos pregunta por nuestro viaje, si hemos encontrado dificultades, si hemos tenido episodios desagradables...
Al otro lado de los montes está Huaco, casitas diseminadas por una gran franja verde que ocupa todo el valle. Pasamos por un „algarrobo histórico“ que crece junto a la cuneta. „¿Histórico? ¿Es que se sentó a su sombra (iba a decir, „meó“, pero un inusitado sentido de la prudencia me ha hecho cambiar el verbo) San Martín?“ No lo sabe exactamente, pero le admira que un árbol pueda vivir más de 200 años. „¿Es eso posible? ¿No es un milagro?“. Le digo que los personajes históricos también eran de carne y hueso y que hay árboles que llegan a vivir más; iba a decir lo del monte de los olivos de Jerusalén, pero, por si las moscas o „el milagro“, prefiero contar lo del olivo milenario que vi una vez en Grecia y del cual pinté un cuadro.
Nos sigue enumerando los monumentos de Huaco; un molino de piedra, casa que fue del poeta Buenaventura Luna. ¿No lo conocemos? Es el poeta de esta tierra y está enterrado en el cementerio...
Tumba de B. Luna
Entre chopos, frutales y altos juncales apenas nos damos cuenta de que ya estamos en medio del pueblo y, cuando parece que hemos salido de él, pasamos por el cementerio donde está enterrado el poeta. A la puerta, la calle de tierra da un giro de 90° y ya hay una flecha: „Hostería. 300 m.“ Las pocas casas que hemos visto son de adobe, chozas bajas junto a la carretera, mucho verde, dos o tres letreros de tiendas (maxi-kiosko), un par de chicos en la calle, un par de perros, ningún coche. Es domingo a mediodía. Huaco, dormido bajo el sol de la siesta, tiene un extraño parecido al poblado turístico chileno de San Pedro de Atacama.

La Hostería no es de adobe, sino de ladrillo sólido. En el edificio principal están la cocina, la recepción, el comedor y las habitaciones „con nivel de hotel“, todas ocupadas. Detrás hay un jardín, un estanque con patos, un huerto y una pileta mínima y barroca, sitiada por dos o 3 familias numerosas que hacen picnic y parrillada.
Todo recuerda a la Granja de la Tía Nora, pero aquí también hay dos cabañas de madera perdidas entre la maleza, casi al fin del mundo, y con vista directa a los montes. No hay internet, ni aquí ni en todo el pueblo, pero las cabañas están bien, son nuevas y apenas ensuciadas, tienen aire acondicionado y dos habitaciones, cocina y baño. Nos acomodamos, queremos leer, escribir, lavar, pasear, no hacer nada.
 El sol es despiadado. Las únicas horas en que se puede salir o sentarse fuera son, por la mañana de 6 a 10 y por la tarde de 19 a 22. Cuando cae la oscuridad empiezan a cantar los grillos desaforadamente, atacan los insectos y dos o tres sapos (enormes, pero no cancioneros) cercan la puerta de nuestra caseta. Si se les empuja con un palo, echan a correr grotescamente, pero en seguida se paran y ya están otra vez a la puerta. Me imagino las yararás, los pumas y los zorros acechando en la oscuridad. Hay que irse a la cama temprano, aunque sólo sea para ponerse a salvo de todos estos bichos. Nos mantenemos al margen del huerto del hotel y de la piscina, nos duchamos con la mangarriega que hay al lado o nos sentamos en la habitación con aire acondicionado y vistas a los montes, damos largos paseos al atardecer por este insólito (des-)poblado, tomamos una cerveza en el bar y nos alegramos de no tener nada que ver ni de poder visitar nada.

Huaco no tiene ni mil habitantes. De la interminable calle principal (en realidad es una carretera asfaltada que se pierde en la nada) salen, cada 500 m, las calles o caminos de tierra que forman las cuadras. Al principio sólo conocemos la calle nuestra, la que pasa por el cementerio, por la Hostería y luego por un par de tiendas y por un bar.

Con el tiempo exploramos también otros. Por todas partes se ven caballos y borricos que pacen al borde del camino, que son conducidos a los prados o vuelven a casa tras la jornada de trabajo. No se sabe donde acaban las calles: Detrás de las tierras de pastos, rastrojos o campos de alfalfa, vuelven a aparecer dos o tres casas, alguna de las cuales es una tienda, según reza la pizarra colgada delante, y otra es un bar, según pregonan las sillas y mesas de plástico. La Plaza del pueblo, a una cuadra de la carretera-calle, es como un bosque y ni siquiera tiene edificios alrededor; detrás, hacia las afueras, hay una moderna construcci¡on que resulta ser un pequeño hospital. Todo el pueblo está expandido, imposible de imaginar como el „pueblo chiquito“ que describe la gente; por la noche apenas hay algunas farolas dispersas, tropezamos en la oscuridad al volver a casa; nos cruzamos con dos mozos que llevan una extraña máquina chirriante. Les preguntamos y es una máquina de sembrar cebollas, pero en la oscuridad no podemos verla. Huaco es el pueblo más pueblerino que hemos visto hasta ahora en Argentina. Yapeyú, a su lado, era una capital.

La pareja de posaderos que nos atiende son jóvenes, gordos y sonrientes. Ellos son los encargados ; los dueños residen en la capital (San Juan). Con mucha paciencia y poca pericia intentan solucionar las necesidades de los huéspedes. Ella tiene la misma respuesta para todo lo que se le pide: „¡No hay drama!", pero lo cierto es que no conocen bien su oficio, aún no tienen experiencia y todo respira un carácter improvisado, lo cual tampoco está mal. Como también es restaurante, en la Hosteria se puede desayunar, comer y cenar, pero, tras la primera cena, decidimos hacernos nuestra propia comida, aunque el surtido de las tiendas sea perentorio. Si necesitamos un sacacorchos, vamos a la cocina, donde la sonriente patrona frie milanesas y suda con la piel brillante, como un manatí: „¡No hay drama!" (bueno, un poco de drama sí hay: el sacacorchos tarda en aparecer casi media hora delatando el desorden que allí reina, o que hay huéspedes que se llevan las cosas...) „Tomá éste y lo devolvés después“. En la tienda de vinos de la esquina (es un decir, porque en este pueblo no hay esquinas) no hay leche ni tomates: „¡No hay drama!“, la posadera nos da de sus reservas. El alojamiento no es del todo barato, regateando lo hemos rebajado a 250 AR$ la noche si nos quedamos una semana; pero no se puede pagar con VISA. Así pues, habrá que ir a Jáchal en busca de un banco y de internet: „No hay drama, podés tomar el colectivo o la micro, que salen a las 6 y a las 7 o las 8 o las 9...!!“ Claro que no vemos el drama por ninguna parte, pero esa tampoco es la información que pedimos.

Como en todos los pueblos del mundo, cuanto más atrasados, más, cuanto más campesinos, más, los huaqueños viven pendientes de sus vehículos. Si nos indican una dirección, los posaderos nos describen caminos que sólo han recorrido en coche y no tienen ni idea de cómo se va de un lugar a otro a pie. Con absoluta seguridad, nunca han tenido un huésped sin coche propio. Así pues, buscando nuestra propia información para ir a Jáchal, damos un largo paseo y nos enteramos de que el colectivo es un autobús que sale a las 6 de la mañana tres días a la semana. Tras preguntar un par de veces más, aterrizamos en casa de Rubén, que tiene rasgos de indio pero apellido vasco y es dueño y conductor de la micro, una Ford-Transit, en la que caben 11 pasajeros, 12 si es preciso.



Como asiento de urgencia sirve una pequeña banqueta de madera. Va todos los días a Jáchal y, sí, tiene dos plazas libres. Vendrá a buscarnos al hotel a las 6.45 de la mañana. El tipo tiene bastante gracia. Bromea con mi apellido y mi falta de pelo, me hace repetir un par de veces palabras con „ce“ porque le gusta oir el acento y empieza a bromear con que si los españoles estamos dolidos con Argentina por la nacionalización de la YPF. Se lo desmiento, no sé de dónde lo ha sacado, pero él sigue erre que erre. Le digo que a mí me da igual, que quien estará dolido será Felipe González, que para eso es consejero de Repsol... y le preguntó que a él en qué le ha beneficiado. Entonces, más serio, me explica que la YPF contaminó primero el mar y luego la tierra del norte argentino haciendo malas e inútiles prospecciones de petróleo, que se dedicó al combustible de los aviones porque era mejor negocio que el de los coches y en las gasolineras había siempre largas colas y no se podía conseguir más carburante que el que ellos querían darte... y va soltando así una serie de abusos que para nada nombraba aquel hombre de negocios que encontramos en Colonia del Sacramento, pero que ilustran bastante la nacionalización... A ver cuando nacionalizan Telefónica y le dan un escarmiento!

Estábamos en el viaje a Jáchal: Al día siguiente madrugamos y a la hora en punto pasó la furgoneta a recogernos. Luego hicimos un recorrido de tres cuartos de hora por los caminos de tierra del pueblo para recolectar a los otros 10 pasajeros, viejos y jóvenes, mujeres a la compra, hombres a la plaza, una familia con un recién nacido que iba al médico...
En Jáchal hay un par de bancos y („¿no hay drama?“) ambos tienen ante la puerta largas colas de gente. Son los parados y jubilados que van a cobrar su subsidio en el cajero. Le toca a Sabine ponerse a la cola mientras yo me dedico a buscar un „ciber“.
Cola ante el cajero /
Die Schlange vor dem Geldautomaten
Durante la media hora que a ella le dura llegar al cajero puede darse cuenta de cuál es el funcionamiento y origen de tanta demora. Resulta que la gente accede a sus pagas mediante el cajero del banco, pero entre los deshauciados del sistema hay muchos analfabetos y no digamos ya si tienen que enfrentarse con la técnica. El negocio supone para los bancos tan poco rendimiento que no les interesa bloquear las ventanillas, sino que abandonan a estos clientes forzosos a la tiranía automática del cajero. Ni siquiera el Banco de la Nacion Argentina, „del que todos estamos orgullosos“, y que siempre tiene las mayores colas hace las cosas de otro modo.
detalle de la cola con Sabine ya casi adentro
Toda argentina está llena de colas. A los bancos les da igual. Hoy la gente tiene suerte, está medio nublado y el sol no es tan inclemente. Desde su sitio en la cola, Sabine dice que ve y oye cómo se forman grupitos de dos o tres personas ante el indiferente cajero y se aconsejan unos a otros, se ayudan a buscar en papeles redoblados los misteriosos números de los códigos, teclean „cancelar“ y vuelven a intentar leer y descifrar el mensaje que la pantalla les escupe, pregúntándoles qué desean hacer y proponiendo alternativas que ellos no comprenden. Para sacar el dinero se tarda unos cinco minutos por término medio, si alguien tiene que hacer una transferencia para mandar „mangos“ a sus padres o a sus hijos (parece que esta gente también tiene que hacer sus transferencias por cajero), entonces son 10 minutos. Allí no hay ni un mal empleado que les ayude. Y la destreza de Sabine marcando claves y sacando pasta en medio minuto, causa admiración. Al fin y al cabo tenemos entrenamiento: cada 2 días hay que ir al cajero porque los bancos no nos permiten sacar más de 1000 pesos (unos 155 €) de una vez. Así pueden maximizar sus comisiones. Esto podría ser el Leitmotiv de este viaje, pero quiero dejarlo bien claro: El forajido de Botín, ojalá Dios se lo tenga en cuenta, me roba, además de la comisión „normal“, 19,40 AR$ „de comisión extra“ cada vez (eso sí, muy decente, muy del Opus, me pregunta siempre si me interesa seguir adelante con la „operación“!).

Mientras Sabine está en el banco, yo me dedico a preguntar por un „ciber“ o un wi-fi. Jachal tiene 12.000 habitantes y („¿no hay drama?“) ni un sólo cíber en todo el pueblo. Ruben confunde las cabinas de telefónica con internet y me ha dado direcciones equivocadas. Tras preguntar a gente por la plaza sin obtener respuesta, voy a Turismo. En Turismo me mandan al ayuntamiento. En el ayuntamiento la eficaz secretaria me manda al subintendente o así, pero éste me dice que no. No sé si no hay o no me deja usarlo o no me quiere dar la clave. Vuelvo a turismo y allí una viajera me confirma de que su móvil tampoco recibe señal. No queda más remedio que ir a la YPF, la gasolinera que ya es la tercera o cuarta vez que nos salva la situación con su wi-fi, aunque sea condenadamente lento. Allí tomamos café y hojeamos el periódico, pues cargar una foto de 20 kb en el blog puede durar hasta 10 minutos.
La micro es cargada en la plaza de Jáchal /
unser Kleinbus wird für die Rückfahrt bepackt

 Con el blog a medio cargar tenemos que irnos porque la Micro sale a las 12 en punto de la plaza del pueblo. Los mismos 12 pasajeros nos volvemos a apretar en el interior, las compras y paquetes que no caben dentro, como esos cuatro neumáticos de automóvil, van en la baca y, contentos, nos volvemos todos a Huaco. La llegada es un revivir de mi infancia: la micro hace el recorrido a la inversa y va dejando los viajeros en sus casas; cada vez que llegamos a una; un cortejo de perros y niños acompaña a la furgoneta, salen de casa descalzos y se abrazan a sus padres, rebuscan en los bolsos para ver qué les han traído y el microbús arranca dejando al grupo familiar envuelto en una nube de humo y polvo dorado.

Fascinados por las dificultades técnicas aún no hemos dicho nada del paisaje. Desde la ventana de nuestra cabaña vemos una pequeña sierra roja que consideramos „nuestra“ desde el primer amanecer y que cada día tiene una tonalidad distinta, en la maleza pacen los caballos y se oye rebuznar a los burros, que después de la jornada de trabajo son soltados por el campo (todo el mundo los conoce y sabe de quién son), bandadas de papagayos vuelan de un arbol a otro como flechas verdes, la maleza alterna con campos de maíz, de alfalfa, olivares y frutales, sobre todo membrillos.
Entre el verde asoman las casas hechas de adobes grandes y bastos, amasados y cocidos a mano, del mismo rojo que la tierra que nos rodea. Si hay alguna casa abandonada, o arruinada, no se crean las escombreras y basureros a que estamos acostumbrados, sino que se van deshaciendo poco a poco y poco a poco retornan al suelo de donde surgieron. Eso sí que puede llamarse ecológico!
Ayer el cielo se nubló después del infierno de mediodía. Primero fue pintoresco, después, el viento se puso cada vez más huracanado y, de repente, la atmósfera se convirtió en una masa rojiza. Antes de que nos diéramos cuenta, los montes habían desaparecido y el viento había levantado increíbles masas de polvo que penetró en la cabaña, aunque estaba bien cerrada.
Tormenta de arena / Sandsturm
Quizás hubieramos podido y querido quedarnos más tiempo en este pueblo, pero técnicamente era imposible por el problema de tener que pagar en metálico. Hemos decidido salir mañana y se lo decimos a la posadera. Servicial, ella cree que le preguntamos por el autobús: „¡No hay drama! Sólo hay que llamar a la empresa y reservar el billete“.
El autobús hacia el norte pasa „por la curva“, ahí al lado. En realidad, son casi tres kilómetros por caminos de tierra, imposibles de hacer arrastrando las maletas. Como no nos fiamos del teléfono, preferimos ir personalmente a sacar los billetes un día antes y cerciorarnos de cuándo y a qué hora pasa. La terminal de Huaco es la hospedería „Doña Rosa“, que también sirve de correo.
Autobús de la empresa Mayo a Villa Unión


En el portal está la gordísima Doña Rosa sentada a un metro de la mesa-mostrador porque la barriga no le permite acercarse más, y habla con una turista de Tucumán que ha ido a llevar una carta. A nosotros nos da un „buen día“ de trámite y no nos vuelve a hacer caso. Mientras tanto llega el autobús y los chóferes se bajan a tomar un mate. El conductor ha estado trabajando varios años en Almería y le gusta recordarlo. Echa de menos el estilo de vida español. También los españoles lo echan de menos en estos momentos... le digo, a modo de consuelo. Doña Rosa nos vende billetes para Villa Unión; más lejos no se puede llegar desde Huaco. Allí podremos continuar viaje. Y cómo podremos llevar las maletas hasta „la curva“? Preguntamos. „Oh, ya encontrarán un taxi o una remise que los lleve. ¡No hay drama!“

Unsere Wirtsleute in Huaco

Kein Drama in Huaco
Zwei Monate Reise liegen nun hinter uns. Die ersten Ermüdungserscheinungen treten auf. Jeden Morgen kostet es mehr Überwindung, die Koffer zu packen und weiter zu ziehen, jeden Abend lockt es weniger, in einem zweitklassigen Lokal ein drittklassiges Essen zu uns zu nehmen. Und der Toleranzpegel für Dreck und Müll, für kaputte Toiletten und siffige Küchen sinkt stetig, von Zeit zu Zeit entlädt sich ein kumulativer Ekel, und dann geht es wieder eine Weile. Zum ersten Mal ist zaghaft die Überlegung aufgekommen, ob wir nicht einfach nach Hause fahren sollten. Aber so leicht wäre das ja nun auch nicht, an hier und sofort nicht zu denken, und so super verlockend ist der spanische Winter auch nicht, speziell dieser, in dem alle von nichts anderem als der Krise reden (wir empfangen hier fast überall spanisches Fernsehen, wir wissen Bescheid!). Wir brauchen eine Pause, wollen Gesehenes und Erlebtes sacken lassen, Horizont und Szenario wechseln. Die Frage ist, wo? Die generelle Richtung steht fest, es soll weiter nach Norden gehen – Fernziel: Bolivien. Da wird es immer heißer, die Sommerferien bedeuten, dass verlockende Quartiere voll sind. Wir nehmen uns ein Herz und brechen von San Juan auf, wo uns rein gar nichts hält, auf ins Unbekannte, einer vagen Empfehlung von Pedro und Lucía von Tía Nora folgend. In Huaco hätten kürzlich Freunde eine Hostería eröffnet, dort sei es garantiert ruhiger als bei ihnen.

Nur 2 Stunden fährt der Bus nach Norden, bis wir in Jáchal ankommen. Näher an Huaco ran kommt man mit Fernbussen nicht. Die Strecke führt durch die Wüste, man sieht fast nichts, da alle im Bus die Vorhänge hermetisch geschlossen haben, gegen die Sonne. Überhaupt hat „der Argentinier“ eine ganz typische, pragmatische Form, mit dem Busfahren umzugehen. Man kommt rein in den Bus, findet seine Sitznummer, knallt sich in den Sitz, klappt diesen sofort so weit es geht nach hinten, egal ob Leute wie wir, die dies nicht tun, dahinter wie in einem kaputten Kinositz eingeklemmt werden, und binnen 5 Minuten schläft man. Oft noch bevor der Bus abgefahren ist. Zu jeder Tageszeit, mit beliebiger Dauer, auf 2-Stunden-Fahrten genauso wie auf 12-Stunden-Fahrten: die Leute können auf Kommando schlafen, auch wenn dabei der Bus-Fernseher irgendein mieses B-Movie amerikanischer Machart zeigt und laut gebrüllt und ununterbrochen geschossen wird. Die einzigen, die das stört, sind offenbar wir, noch nicht abgehärtet genug zumindest, um es nicht zu bemerken.

Jáchal ist ein kleiner Ort zwischen den ersten Vorkordilleren der Anden und einigen kleineren Bergketten, die im Osten zu sehen sind. Hier fahren nur 2 oder 3 Busse am Tag, nach Huaco der nächste morgen früh um 6. Wir telefonieren, das Hostal, das uns Pedro empfohlen hat, hat noch ein Zimmer frei, wenn auch ohne air-condition, aber wir raffen uns auf und nehmen eine „remisse“, d.h. ein Langstreckentaxi, um noch heute vormittag die 40 km nach Huaco hinter uns zu bringen. Wir wollen einfach nur irgendwo ankommen.


Und plötzlich geht es richtig in die Berge, das erste Mal seit Monaten, das Taxi muss eine wild gezackte und bizarre Formen zeigende Kette überwinden. An einigen Stellen, die besonders schöne Blicke bieten, hält der Fahrer freiwillig an, lässt uns Fotos schießen und aussteigen, was mit dem Bus natürlich nicht drin gewesen wäre. Unsere Lebensgeister erwachen wieder. Jenseits der Berge liegt Huaco, ein weit ausgedehnter grüner Fleck in der Ebene. Zwischen Pappeln und hohen Wänden mit spanischem Rohr merken wir kaum, dass wir im Ort drin sind und scheinen ihn schon wieder verlassen zu haben, als wir schließlich vor der Hostería Huaco halten. Die wenigen Häuser, die wir gesehen haben, sind aus Adobe gebaut, flache Lehmhütten an der Dorfstraße, viel Grün, zwei, drei Ladenschilder, ein paar Kinder auf der Straße, ein paar Hunde, keine Autos – es ist Sonntag Mittag.

Die „Hostería“ bietet in einem Nebengebäude einfache Hostel-Zimmer (die Zimmer im Haupthaus mit Hotel-Qualität sind belegt), es hat einen Speisesaal, einen Garten, einen Ententeich, einen Gemüsegarten, einen kleinen Pool, der von picknickenden Familien umlagert ist – das Ganze erinnert an den Bauernhof von Tía Nora in klein, aber es gibt auch Cabañas, Holzhütten, mit 2 Schlafräumen, Küche und Bad, und hier sitzen wir nun, in unserem Häuschen, zwischen Gestrüpp und Bergsicht, kurz vor dem Ende der Welt. Noch nicht einmal Internet gibt es, nirgends im ganzen Ort, aber wir finden uns damit zurecht, wollen lesen, schreiben, waschen, spazierengehen, faulenzen.


Unsere Hütte - alle Fensterläden zu, gegen die Sonne
Die Sonne brezelt ordentlich runter, so dass die einzigen Stunden, in denen man draussen rumlaufen oder im Freien sitzen kann, morgens von 6 bis 11 und abends von 7 bis 10 sind. Nach dem Dunkelwerden grillen die Grillen und die Nachbarn, bestürmen uns Insekten und Kröten, es ist so ländlich, wie es nur sein kann, und man muss früh ins Bett gehen, wenn man nicht von all dem Viehzeug aufgefressen werden will. Wir halten uns vom Gemeinschaftsgarten und dem wieder nicht besonders einladenden Pool fern, spritzen uns mit dem Gartenschlauch ab oder sitzen im air-conditioned Innenraum mit Fernsicht, machen lange Abendspaziergänge durch diesen erstaunlichen Un-Ort und fühlen uns sehr wohl dabei, nichts erleben und nichts besichtigen zu müssen (oder können).


Ausreisser


Huacos Hauptstraße















Huaco hat keine 1000 Einwohner und von der ca. 2 km langen „Hauptstraße“ – einer asphaltierten Landstraße, die sich irgendwo im Nichts verliert – zweigen in ca. 500m-Abständen Lehmwege ins Hinterland ab. Anfangs kennen wir nur den, der ca. 500 m weit zum Friedhof führt, dort im rechten Winkel abbiegt, so dass man sich parallel zur Teerstraße ortsauswärts bewegt und nach weiteren ca. 300 m bei unserem Quartier ankommt. Mit der Zeit erschließen sich uns aber weitere Wege – man darf sich nur nicht fürchten, lange grade Strecken ins Grüne zu laufen. Überall trifft man Pferde und Esel, die am Wegrand grasen, auf die Weide getrieben werden oder vom Einsatz bei der Feldarbeit nach Hause kommen.



Nachbarschaftsladen


















Irgendwann nach einigen 100 m Wiese oder Gestrüpp oder Alfalfa-Feld kommen wieder mal ein paar Häuser, darunter eines, das sich durch eine beschriebene Schiefertafel als Geschäft ausweist, ein paar hundert Meter später ein weiteres, das anhand von einigen Plastikstühlen und -tischen als Kneipe erkennbar ist – man bekommt dort zumindest ein Bier. Der Hauptplatz – einen Block von der Hauptstraße entfernt – gleicht einem angelegten Wäldchen und ist noch nicht einmal von Gebäuden umgeben, dahinter noch ein Stück weiter, am Ortsrand, plötzlich hochmodern und brandneu: ein kleines Regionskrankenhaus. Alles dehnt sich unendlich aus, abends kaum mal hier und da ein Licht, wir stolpern in der Dunkelheit zurück zu unserem Haus. Huaco ist der kleinste und ländlichste Ort, den wir bisher besucht haben. Dagegen war Yapeyu eine Großstadt!

Unsere Wirtsleute, Pächter des Anwesens, versuchen, alle Bedürfnisse von Feriengästen und Durchreisenden zu decken, und sie tun dies, so gut sie können. Sie sind klein, rund und ungeheuer freundlich, was immer man sie bittet ist „kein Drama“, aber sie sind keine gelernten Gastwirte, alles hat einen gewissen improvisierten Charakter, was ja auch sympatisch ist. Die Gäste können hier frühstücken, mittag- und abendessen, aber nach der ersten Probe der Kochkünste beschließen wir, uns lieber selbst zu verpflegen, wenn auch das Angebot der Läden bzw. Kioske vor Ort mehr als dürftig ist. Wenn wir einen Korkenzieher brauchen, gehen wir im Haupthaus in die Küche: „kein Drama, nehmt diesen und bringt ihn bei Gelegenheit zurück.“ heißt es dann. Im Winzladen „um die Ecke“ (das ist so eine Redensart, hier gibt es keine Ecke, zumindest nicht näher als in 300 m, also ich meine 3 Häuser weiter) gibt es weder Milch noch Tomaten, aber „kein Drama“, die Wirtin taucht uns was raus aus ihren Vorräten. Wir wollen morgen nach Jáchal fahren (in der Hoffnung, dass es dort Internet gibt), „kein Drama, ihr könnt das Colectivo oder die Kombi nehmen, die fahren um 6 und um 7 oder um 8 oder um 9 ...“. Nein, es ist kein Drama, aber es ist auch keine richtige Auskunft.

So ländlich und rückständig, wie hier alles ist, so autofixiert sind die Leute trotzdem. Sie beschreiben uns Wege, die sie nur mit dem Auto gemacht haben, haben keine Ahnung,wie man ohne Auto von A nach B kommt, und ganz sicher war hier noch nie jemand zu Gast, der nicht mit dem Pkw gekommen ist. Wir machen eine längere Ortswanderung und landen schließlich bei Rubén, der das Gesicht eines alten Indianers hat, aber wohl 10 Jahre jünger ist als wir und die Kombi fährt, einen Ford Transit, in dem locker 12 Leute Platz finden, wenn es sein muss. Als Notsitz hat er noch einen kleinen Holzschemel dabei. Ja, er fährt täglich nach Jáchal. Und ja, es sind zufällig noch 2 Plätze frei. Er kommt morgen um 6.45 Uhr bei uns vorbei und nimmt uns mit. Das „Colectivo“ wäre ein Bus, der schon um 6 fährt, nur Montag, Mittwoch und Freitag.

Am nächsten Morgen stehen wir früh auf und pünktlich kommt der Sammel-Kleinbus bei uns vorbei und nimmt uns mit. Danach fahren wir weitere 20 Minuten durch das „Dorf“ auf weit auseinanderliegenden Lehmwegen werden weitere 10 Leute eingesammelt, alt und jung, Frauen, die zum Einkaufen fahren, Männer, die zum Arzt müssen, eine Familie mit Neugeborenem. Dann geht es die 40 km zurück nach Jáchal, in den etwas größeren Ort, von dem aus wir vor 4 Tagen unseren Abstecher nach Huaco gestartet haben. Dort soll es eine Bank geben (unsere Hostería nimmt nur Bargeld!) und auch Internet verspricht man uns dort („claaaro, kein Drama!). Aber Pustekuchen!
An den zwei Bankfilialen des Ortes stehen schon morgens um 8 lange Schlangen, je eine für den Geldautomaten und eine für den Schalter. Nach einer guten halben Stunde komme ich beim Geldautomaten dran. Beim Warten wird mir die Unverschämtheit der Banken deutlich vor Augen geführt. Die Leute kommen ja an ihr Geld ohne Bank nicht dran, weder an Gehälter noch an Pensionen noch an Erspartes oder die Stütze. Viele von ihnen können kaum lesen, und fast alle sind technische Analfabeten. Brauchen sie auch alles in ihrem Normalleben nicht. Außer bei der Bank! Aber ihre Geldeinlagen sind so gering, dass kaum eine Bank ein Interesse an ihnen hat. So werden sie per Automaten abgefertigt. Die Schlange ist der Bank egal, heute ist es etwas bewölkt, aber an anderen Tagen haben wir (in ganz Argentinien) überall solche Schlangen in der prallen Brüllsonne gesehen. Und ich sehe und höre, wie da jeweils zwei oder drei Leute vor dieser seelenlosen Kiste „Geldautomat“ stehen, sich gegenseitig Tipps geben, auf verschmuddelten Zetteln unverständliche Codewörter suchen, Eingaben canceln, es neu versuchen, sich die Botschaften des Apparates vorlesen und gemeinsam rätseln, welche der ihnen samt und sonders unverständlichen Alternativen sie nun wählen sollen. Jeder Abhebe-Vorgang dauert so etwa 5 Minuten, wenn jemand eine Überweisung machen muss – auch das müssen die Leute offenbar mit dem Automaten tun – dann dauert es 10 Minuten. Es steht auch kein Angestellter dabei, der hilft. Alle sind begeistert, dass ich nach 30 Sekunden mein Geschäft getätigt habe. Ich weiß ja wie es geht, wir müssen alle 2 Tage an einen Geldautomaten, da die Banken nicht zulassen, dass wir mehr als 1000 Pesos (ca. 155 Euro) auf einmal abheben. So können sie die eingezogenen Gebühren maximieren!

Während ich Schlange stehe, was ganz kommunikativ ist, denn was soll man schon anderes machen, als mit den Umstehenden schwatzen, hat Gabriel ausfindig genacht dass es in Jáchal (12.000 Einwohner) überhaupt kein Internet-Café gibt, und dass man das W-Lan des Rathauses nicht nutzen darf, ausserdem sei es zusammengebrochen. Man verweist uns an die Tankstelle. Und richtig, da gibt es W-Lan und sogar einen anständigen Kaffee. Da sitzen wir nun, in der YPF-Tankstelle, die einst zum spanischen Repsol-Konzern gehörte, aber letztes Jahr von der Kirchnerin verstaatlicht wurde. Wir wissen jetzt warum: so wurde das Land mit W-Lan-Stellen versorgt! Allerdings ist die Verbindung legendär langsam. Wir lesen Zeitung und schlagen die Zeit tot, denn es dauert jeweils etwa 10 Minuten, ein Foto (mit rund 200 KB) hochzuladen. In den Zwischenräumen schreibe ich Blog-Text live und mache mir klar, dass es auch eine Welt jenseits des Internets gibt, aber nach einiger Zeit brechen wir genervt ab, denn um 12 fährt unser einziger Bus zurück. Dieselben 12 Leute klettern in den Kleinbus, ihre Einkäufe kommen zu 8 neu gekauften Autoreifen aufs Dach. Das ist Huacos Verbindung zur großen weiten Welt! (Foto s. oben bei Gabriels Text)
Blick aus dem Fenster

Fasziniert vom nicht vorhandenen technischen Fortschritt habe ich noch gar nichts über die Landschaft hier erzählt. Wir haben den schönsten Blick aus dem Fenster, den wir auf der ganzen Reise je hatten. Unsere kleine rote Sierra leuchtet zu jeder Tageszeit in anderen Farbtönen, im Gebüsch schnauben Pferde und röhren Esel, die – nach Verrichtung ihrer Tagesarbeit auf dem Feld oder vor dem Wagen – hinter den Häusern frei in die Landschaft entlassen werden, Papageienrudel fliegen wild kreischend von Baumgruppe zu Baumgruppe, wildes Gebüsch wechselt sich ab mit Maisfeldern, Alfalfafeldern, Olivenbäumen und Obstgärten, die hauptsächlich voller Quittenbäume stehen.

Nachbarn!


Dazwischen die Häuser sind fast alle aus Adobe, groben handgebackenen Lehmziegeln aus der rötlich braunen Erde, die uns umgibt. Wenn sie verlassen werden, verfallen sie und werden langsam wieder zu dem, aus dem sie gemacht wurden. Das kann man wirklich ökologisch nennen.

Gestern zogen nach der Mittagshitze Wolken auf. Zuerst ganz malerisch, wurde es immer windiger, und plötzlich sahen wir, dass der ganze Himmel rötlich-braun war. Ehe wir es uns versahen, waren „unsere“ Berge verschwunden (Foto s. oben), der Wind hatte ungeheuere Staubwolken aufgewirbelt und – obwohl wir alles geschlossen und verrammelt hatten – war im Handumdrehen alles mit einem feinen rötlichen Staubfilm bedeckt.

Heute Vormittag habe ich die historische Mühle besucht, die an der großen Landstraße einige Kilometer vor dem Ort angekündigt wird. Während Gabriel im kühlen Häuschen in die Tasten hackte, habe ich den Sonnenhut und Wasser eingepackt und bin losgestiefelt. Nach einer ¾ Stunde bin ich am Ortsausgang (bzw. -anfang, je nachdem, von wo man kommt) angelangt. Dort ist „die Kurve“, in der auch der Überlandbus hält. Ab der Kurve sind es 3 km bis zur Kreuzung mit der großen nach Norden und Süden führenden Route 40. Und von der Kreuzung ist es dann nicht mehr weit … Ich stiefel tapfer durch die Hitze, fotografiere zur Kurzweil mal einen Baum, mal einen Käfer. Mich überholen 2 Autos und 3 Fahrräder. Wie schwer es fällt, sich ernsthaft auf das „langsam Leben“ einzustellen. Die Strecke erscheint unüberwindlich, aber nach gut einer Stunde bin ich an der Mühle angekommen. Welch Schnapsidee. Ich habe schon hunderte von Mühlen gesehen, Wasser- und Windmühlen, Getreide- und Ölmühlen. Fast alle waren älter als diese, die meisten auch schöner und alle waren deutlich geöffneter als diese. Da steht ein Riesenschild an der Straße, große Ankündigungen von der „Mühlenroute“ und was auch immer, aber an einem Donnerstag Morgen gegen halb zwölf mitten in der Urlaubszeit ist da kein Schwein. Kein Drama, ich klettere über den Zaun, gucke mir alles an und wandere auf der heißen, staubigen, leeren Landstraße zurück. Zumindest ein wenig Bewegung hat mir das Unternehmen gebracht, und niemand soll sagen, dass wir eine der Sehenswürdigkeiten von Huaco ausgelassen hätten!






Bushaltestelle
Morgen wollen wir abreisen. Kein Drama, da muss man nur bei der Busfirma anrufen und Plätze reservieren (sagt die Wirtin). Der Bus gen Norden fährt „vorne, in der Kurve“ ab – uns wird klar, dass das 300 m nach rechts, 500 m nach links und dann wieder 2 km nach rechts ist, mit den Koffern unmöglich zu überwinden. Wir gehen selber hin und kaufen bei „Doña Rosa“ Tickets nach „Villa Union“ (wir wissen nicht, was das für ein Ort ist, aber es ist das einzig mögliche Ziel Richtung Norden). Und wie wir morgen früh bis zur „Kurve“ kommen? Na, wir werden schon irgendeine Kombi oder eine Remise finden, die uns hinbringt. Kein Drama!

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